La solemnidad de san Pedro y san Pablo nos permite contemplar la estrecha
amistad que se establece entre Jesucristo y estos dos hombres elegidos para
misiones muy importantes. En la primera lectura, tomada de los hechos de los
apóstoles, Pedro recibe la visita en la cárcel de una ángel enviado por Dios
que lo invita a ponerse en pie y seguirlo. Pedro deberá reemprender su misión
al frente de la Iglesia naciente(1L). Pablo, en la carta a Timoteo hace un
recuerdo emocionado de su entrega a Cristo: “he combatido el buen combate”.
Sabe que Dios lo escogió desde el seno de su madre para revelarle a Cristo y
para llamarlo a anunciarlo a todos los pueblos. Ahora al final de su carrera,
reconoce con gratitud que Cristo lo ayudó y le dio fuerzas (2L). En Pedro y en
Pablo aquello que más resalta es su íntima amistad con el maestro. Ambos
tuvieron experiencia del amor de Dios en Cristo Jesús. Esa experiencia los
acompañó durante toda su vida y les dio una viva conciencia de su misión.
Tiene, pues, razón Pedro al concluir con emoción : “Señor, Tú sabes todo, Tú
sabes que yo te amo” (EV).
Mensaje doctrinal
1.Pedro y Pablo fieles a su
misión. La solemnidad de san Pedro y san Pablo es una de las más antiguas del
año litúrgico. Ella aparece en el santoral incluso antes que la fiesta de
navidad. En el siglo IV ya existía la costumbre de celebrar tres misas una en
la basílica vaticana, otra en san Pablo extra muros y otra en las catacumbas de
san Sebastián, donde se escondieron las reliquias de los apóstoles durante
algún tiempo. En un principio se consideró que el 29 de junio fuese el día en
el que, en el año 67, Pedro sufrió el martirio en la colina vaticana y Paolo en
la localidad denominada “Tre fontane”. En realidad, si bien el hecho del
martirio es una dato histórico incuestionable que tuvo lugar en Roma en la
época de Nerón, no es tan seguro, en cambio, el día y el año de la muerte de
los dos apóstoles, pero parece que se sitúa entre el 67 y el 64.
Esta solemnidad festeja a las dos columnas de la Iglesia. Por una parte, Pedro
es el hombre elegido por Cristo para ser “la roca” de la Iglesia: “Tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” ( Mt 16,16). Pedro, hombre
frágil y apasionado, acepta humildemente su misión y arrostra cárceles y
maltratamientos por el nombre de Jesús.(cf. Hch 5,41). Predica con “parresía”,
con valor, lleno del Espíritu Santo (cf. Hch 4,8). Pedro es el amigo entrañable
de Cristo, el hombre elegido que se arrepiente de haber negado a su maestro, el
hombre impetuoso y generoso que reconoce al Dios hecho hombre, al Mesías
prometido: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”(cf. Mt 16,16). Los Hechos
de los apóstoles narran en esta solemnidad la liberación de Pedro de las
cárceles herodianas. “Con esta intervención extraordinaria, Dios ayudó a su
apóstol para que pudiera proseguir su misión. Misión no fácil, que implicaba un
itinerario complejo y arduo. Misión que se concluirá con el martirio “cuando
seas viejo otro te ceñirá y te llevará donde no quieres” (cf. Jn 21,18)
precisamente aquí, en Roma, donde aún hoy la tumba de Pedro es meta de
incesantes peregrinaciones de todas las partes del mundo
“Pablo, por su parte, fue conquistado
por la gracia divina en el camino de Damasco y de perseguidor de los cristianos
se convirtió en Apóstol de los gentiles. Después de encontrarse con Jesús en su
camino, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio. También a Pablo se le
reservaba como meta lejana Roma, capital del Imperio, donde, juntamente con
Pedro, predicaría a Cristo, único Señor y Salvador del mundo. Por la fe,
también él derramaría un día su sangre precisamente aquí, uniendo para siempre
su nombre al de Pedro en la historia de la Roma cristiana” (Juan Pablo II, 29
de junio de 2002). Pablo es el apóstol fogoso e incansable que recorre el mundo
conocido en la época para anunciar la buena nueva de la salvación en Cristo
Jesús. Sabe que se le ha dado una misión, una responsabilidad, una tarea que no
puede declinar. “Ay de mí si no evangelizare” (1 Co 9,16).
2. El colegio episcopal y su cabeza, el Papa. “Cristo,
al instituir a los Doce, "formó una especie de Colegio o grupo estable y
eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él". "Así como,
por disposición del Señor, san Pedro y los demás apóstoles forman un único
colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el Romano
Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los apóstoles".
El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la
piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella; lo instituyó pastor de
todo el rebaño. "Está claro que también el Colegio de los apóstoles, unido
a su Cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro". Este
oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de
la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
El
Papa, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, "es el principio y fundamento
perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de
los fieles". "El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en
virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la
potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera
libertad". (Catecismo de la Iglesia Católica 881-882).
Testimoniar a Cristo. El misterioso itinerario de fe y
de amor, que condujo a Pedro y a Pablo de su tierra natal a Jerusalén, luego a
otras partes del mundo, y por último a Roma, constituye en cierto sentido un
modelo del recorrido que todo cristiano está llamado a realizar para
testimoniar a Cristo en el mundo. Él también es llamado, como Pedro y Pablo,
para dar testimonio de Cristo por medio de su vida, de su palabra, de sus
obras. Ser cristiano es, por esencia, ser testigo de la resurrección de Cristo,
testimoniar que en Cristo el Padre nos ha reconciliado consigo y nos ha espera
en la vida eterna.
"Yo consulté al Señor, y me respondió, me liberó de todas mis ansias"
(Sal 33, 5). ¿Cómo no ver en la experiencia de ambos santos, que hoy
conmemoramos, la realización de estas palabras del salmista? La Iglesia es
puesta a prueba continuamente. El mensaje que le llega siempre de los apóstoles
san Pedro y san Pablo es claro y elocuente: por la gracia de Dios, en toda
circunstancia, el hombre puede convertirse en signo del poder victorioso de
Dios. Por eso no debe temer. Quien confía en Dios, libre de todo miedo,
experimenta la presencia consoladora del Espíritu también, y especialmente, en
los momentos de la prueba y del dolor (Juan Pablo II, 20 de junio de 2002).
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