El tiempo se detiene, y uno querría que ese momento no terminara jamás. La Mirada del Señor transforma. Toca el corazón y llega a lo más hondo. Si el corazón está herido o dañado, lo sana.
Si hay alguna mancha de rencor hacia alguna persona, la borra. Podría decirse que hace una limpieza general y cuando ya está del todo acondicionado, lo llena por completo de una Paz inmensa, de un Amor desbordante y de una Alegría profunda y duradera. La Mirada del Señor es poderosa, porque no sólo toca a quien la recibe sino a todos aquellos que más tarde se cruzan con el elegido. Su Mirada reconforta y alivia de cualquier dolor o pena. Todo lo comprende y todo lo perdona. Da esperanza. Es como un enorme abrazo amoroso, y perderse en ella, abandonarse a ella, supone sumergirse de lleno en el más grande de los amores, el Amor de Dios.
Es difícil describir con palabras esa Mirada. Pero
quienes la hemos sentido directamente sabemos que después ya nada vuelve a ser
igual. Me siento tremendamente afortunado, y le doy gracias a Dios de todas las
maneras posibles, sobre todo tratando de mirar a los demás como Él me mira a mí:
con un Amor incondicional. ¡Gracias Señor por mirarme! Y no apartes de mí tus
ojos.
De los Blogs de Religión en Libertad