sábado, 25 de agosto de 2012

LA DIGNIDAD DEL ANCIANO


No podemos hacernos sordos ni ciegos ante la demanda de atención de los padres viejos, cuya mayor dolencia es la soledad. En todas las culturas humanas y todas las religiones, esta responsabilidad es muy grave; es primero corresponder a la atención y amor recibidos mientras se crecía, con todas las fallas y errores que ello pudiera haber tenido. Salvo casos muy particulares de irresponsabilidad paterna, el saldo de amor y cuidados que recibimos, es muy favorable a los padres. Olvidarlo es tan, tan cómodo... que pensar en ello mortifica el uso de mi tiempo: sacrificar mi ocio tan agradable en pasar tiempo con los viejos... 


La Biblia es muy clara en cuanto a la responsabilidad para con los padres ancianos, con todas sus debilidades, fallas y exigencias. La palabra de Dios es más exigente que cualquier palabra humana sobre el deber ante los padres. Dios no deja de amenazar a quien no lo cumple y de ofrecer recompensa a quien da amor a sus viejos. (Ver Eclesiástico, Cap. III, Vers. 1-18). 

En conclusión: debemos dar a nuestros padres envejeciendo los que necesitan de nosotros, en cosas materiales -lo más cómodo-, pero esencialmente en tiempo, tiempo lleno de calor humano, de cariño y de mucha, mucha comprensión de sus debilidades de ancianidad y de su soledad. De paso, no olvidar que, si no morimos en plenitud de vida, también nos haremos ancianos y requeriremos tiempo de nuestros propios hijos quienes, naturalmente, repetirán lo que nos vieron hacer o dejar de hacer. 

1) Respeta al anciano (Lv 19,32)
En la Escritura, la estima del anciano se transforma en ley: «Ponte en pie ante las canas, [...] y honra a tu Dios» (ibid.). Además: «Honra a tu padre y a tu madre» (Dt 5,16). Una delicadísima exhortación en favor de los padres, especialmente en la edad senil, se encuentra en el tercer capítulo del Eclesiástico (vv. 1-16), que termina con una afirmación muy grave: «Quien desampara a su padre es un blasfemo, un maldito del Señor quien maltrata a su madre». 

2) Nuestros antepasados nos contaron la obra que realizaste en sus días, en los tiempos antiguos (Sal 44 [43])
Cuando Moisés vive la experiencia de la zarza ardiente, Dios se le presenta así: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3,6). Dios pone su propio nombre junto al de los grandes ancianos que representan la legitimidad y la garantía de la fe de Israel. 

3) En la vejez seguirán dando fruto (Sal 92 [91], 15)

La potencia de Dios se puede revelar en la edad senil, incluso cuando ésta se ve marcada por límites y dificultades. «Dios ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para anular a quienes creen que son algo. De este modo, nadie puede presumir delante de Dios» (1 Cor 1,27-28). El designio de salvación de Dios se cumple también en la fragilidad de los cuerpos ya no jóvenes, débiles, estériles e impotentes. Así, del vientre estéril de Sara y del cuerpo centenario de Abrahán nace el Pueblo elegido (cf. Rom 4,18-20). Y del vientre estéril de Isabel y de un viejo cargado de años, Zacarías, nace Juan el Bautista, precursor de Cristo. Incluso cuando la vida se hace más débil, el anciano tiene motivos para sentirse instrumento de la historia de la salvación: «Le haré disfrutar de larga vida, y le mostraré mi salvación» (Sal 91 [90], 16), promete el Señor.


4) Ten en cuenta a tu Creador en los días de tu juventud, antes de que lleguen los días malos y se acerquen los años de los que digas: «No me gustan» (Eclo 12,1)
Este enfoque bíblico de la vejez impresiona por su objetividad desarmante. Además, como recuerda el salmista, la vida pasa en un soplo y no siempre es suave y sin dolor. 


5) Abrahán expiró; murió en buena vejez, colmado de años, y fue a reunirse con sus antepasados (Gn 25,7)
Este paso bíblico tiene una gran actualidad. El mundo contemporáneo ha olvidado la verdad sobre el significado y el valor de la vida humana -verdad grabada por Dios, desde el principio, en la conciencia del hombre-, y, con ella, el sentido pleno de la vejez y de la muerte. La muerte ha perdido hoy su carácter sagrado, su significado de cumplimiento. Se ha transformado en tabú: se hace lo posible para que pase inobservada, para que no altere nada. Su telón de fondo también ha cambiado: si se trata de ancianos, sobre todo, se muere cada vez menos en casa y cada vez más en el hospital o en una institución, lejos de la propia comunidad humana. 
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6) Enséñanos a calcular nuestros días, para que adquiramos un corazón sabio (Sal 90 [89], 12)
Uno de los «carismas» de la longevidad, según la Biblia, es la sabiduría; pero la sabiduría no es una prerrogativa automática de la edad. Es un don de Dios que el anciano debe acoger y proponerse como meta, para alcanzar esa sabiduría del corazón que permite «saber contar los propios días», es decir, vivir con sentido de responsabilidad el tiempo que la Providencia concede a cada cual. 

7) A ti, Señor, me acojo; no quede yo avergonzado para siempre (Sal 71 [70], 1)

Este salmo, que destaca por su belleza, es sólo una de las muchas oraciones de ancianos que se encuentran en la Biblia y que dan testimonio de los sentimientos religiosos del alma ante el Señor. La oración es el camino real para una comprensión de la vida según el espíritu, propia de las personas ancianas. La oración es un servicio, un ministerio que los ancianos pueden ejercer para bien de toda la Iglesia y del mundo. Incluso los ancianos más enfermos, o inmovilizados, pueden orar. La oración es su fuerza, la oración es su vida. A través de la oración participan en los dolores y en las alegrías de los demás, y pueden romper la barrera del aislamiento, salir de su condición de impotencia. 



Teniendo en cuenta la gran diversidad de las situaciones y condiciones de vida de los ancianos, la pastoral de la tercera y la cuarta edad debería incluir la realización de iniciativas que permitan el logro de objetivos como los que siguen:

- Dar a conocer mejor las necesidades de los ancianos, incluida y no en último lugar la de poder contribuir a la vida de la comunidad desempeñando actividades apropiadas a su condición peculiar. 

- Ayudar a los ancianos a superar las actitudes de indiferencia, desconfianza y renuncia a una participación activa, a una responsabilidad común.

- Integrar a los ancianos, sin discriminaciones, en la comunidad de los creyentes. 

- Organizar la vida de la comunidad de manera que en ella se favorezca y se promueva la participación de las personas ancianas, valorizando las capacidades de cada una. 

- Facilitar la participación de los ancianos en la celebración de la Eucaristía; darles la posibilidad de acercarse al sacramento de la Reconciliación y de tomar parte en peregrinaciones, retiros y ejercicios espirituales, procurando que no se impida su presencia por la falta de acompañamiento o debido a barreras arquitectónicas.

- Recordar que la atención y asistencia a los enfermos ancianos no autosuficientes, o a los que por debilitamiento senil han perdido las propias facultades mentales, es también una atención espiritual a través de los signos mediadores de la oración y de la cercanía en la fe, como testimonio del valor inalienable de la vida, incluso cuando ésta ha llegado al extremo límite de las fuerzas físicas.

- Otorgar una especial atención a la administración del sacramento de la Unción de los Enfermos y del mismo Viático, dando una preparación catequética adecuada. 

- Contrarrestar la tendencia a dejar solos, sin asistencia religiosa y consuelo humano, a los moribundos. Esta tarea no corresponde sólo a los capellanes, cuyo papel es fundamental, sino también a los familiares y a la comunidad de pertenencia.

- Prestar una atención particular, por un lado, a los ancianos de otras confesiones religiosas, para ayudarles a vivir su propia fe con espíritu de caridad y de diálogo; y, por otro, a los ancianos no creyentes, ante los cuales no se debe dejar de testimoniar la propia fe con espíritu de fraternidad y de solidaridad.

- Recordar que si los ancianos tienen derecho a un espacio en la sociedad, con mayor razón les corresponde un lugar respetable en la familia

- Preocuparse por los ancianos que viven en estructuras residenciales públicas o privadas. 

- No olvidar que entre los ancianos hay sacerdotes, ministros de la Iglesia y pastores de las comunidades cristianas. 

- Educar a los jóvenes pertenecientes a grupos, asociaciones y movimientos presentes en las parroquias, a la solidaridad con los miembros más ancianos de la comunidad eclesial: una solidaridad entre generaciones que se expresa también en la compañía que los jóvenes pueden ofrecer a los ancianos.

Extraído de  DIRECTORIO FRANCISCANO
Documentos Eclesiásticos