miércoles, 29 de julio de 2015

Ofrecer la vida, elegir el amor

En 1895, Teresa de Lisieux tomó una decisión importante que iba a afectar a su propia vida pero, también, a su mundo más próximo, a sus hermanas de comunidad. Una decisión que, finalmente y de modo insospechado para ella, iba a traspasar los muros de su convento, las fronteras de la cristiandad de su Francia natal e incluso los límites de la Iglesia Católica.
Parece desproporcionado y, sin embargo, es real. No hay nada que tenga más fuerza que una vida entregada, una vida hecha de tiempo y carne, de gestos concretos y esfuerzo, de elecciones cotidianas y opciones trabajadas. Teresa decidió ofrecer lo más valioso que tenía: a sí misma, su propia vida y regalárselo a la misericordia o, como decía ella, al «amor misericordioso de Dios», para que la repartiera.
No ocultó las muchas batallas que libró consigo misma para que el sí que daba, fuera un sí con toda su vida. Y, en cambio, intuyó que vivir de ese modo, cogida por el amor y entregada a él, era formar parte de una onda expansiva que no tenía límites.
Tenía experiencia de la misericordia, de lo que es capaz de despertar la bondad divina en los seres humanos. De cómo mueve y transforma, y de cómo cura, porque Teresa había permitido que la misericordia labrase su interior y había aceptado la purificación continua del amor, al elegir la gratuidad como su modo de ser en el mundo.
Su propia vida le decía que el amor es lo que hace dignos a los seres humanos y lo único que los hace santos al modo del único santo: Jesús. Por eso, escribía: «Sé también que el fuego del amor tiene mayor fuerza santificadora que el del purgatorio. Sé que Jesús no puede desear para nosotros sufrimientos inútiles».
Así es como Teresa tomó la decisión de ofrecer su vida: desde la experiencia del desproporcionado amor de Dios. Hablando a Jesús, decía: «Déjame que te diga que tu amor llega hasta la locura... ¿Cómo quieres que, ante esa locura, mi corazón no se lance hacia ti? ¿Cómo va a conocer límites mi confianza...?».
Esa confianza le dio alas para comprometer toda su vida, para poder decir: hago «ofrenda de mí misma», una ofrenda de amor. Teresa había comprendido que lo único que agrada a Dios es el amor, que ese es su modo de comunicarse y el camino humano para unirse a Él. Por eso, escribía dirigiéndose a Dios: «Creo que te sentirías feliz si no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti».
Quien vive con un Dios así, que –como decía Juan de la Cruz– «el lenguaje que más oye solo es el callado amor», entiende que aprender esa lengua es el camino de vida verdadera. Desde esa experiencia, escribirá Teresa: «No quiero acumular méritos para el cielo, quiero trabajar solo por tu amor».
Esa es la ofrenda que hace ella: elegir cada día el amor. Y entiende que hay que elegirlo allí donde uno se encuentra y haciendo lo que tiene a mano, en vez de soñar con lo que no está al alcance. Por eso, le habla a su hermana Celina de amar buscando «pequeñas ocasiones, naderías que agradan a Jesús… una sonrisa, una palabra amable cuando tendría ganas de callarme o de mostrar un semblante enojado».
Teresa llevó al extremo el amor que sentía por Jesús, dándole concreción en su vida. Eligió ser amable, es decir, hacer agradable la vida, facilitar las cosas, mostrar afecto, colaborar abiertamente con todos los que le rodeaban pero, especialmente, con aquellas personas que no podían devolverle la amabilidad. Prefirió estar con «los pobres, los lisiados, los ciegos y los paralíticos» de los que hablaba Jesús, con aquellos que tenían carencias poco agradables y no podían «pagar» su afecto.
Por todo esto –y más que desvela una lectura profunda del mismo–, el «acto de ofrenda al amor misericordioso» que escribe Teresa, dos años antes de morir, es un testamento de amor y una confesión de fe en el Dios entrañable del que hablaba Jesús.
Solo a ese Dios podía Teresa entregar su vida, sabiendo que Él la uniría a la suya, entregada por todos. Solo a ese Dios podía decirle: «Quiero, Amado mío, renovarte esta ofrenda con cada latido de mi corazón y un número infinito de veces, hasta que las sombras se desvanezcan y pueda yo decirte mi amor en un cara a cara eterno».

 Religión digital

“No tengan miedo al matrimonio, Cristo los acompaña con su gracia”. Mons. Paglia comenta el Tweet del Papa

Queridos jóvenes, no tengan miedo del matrimonio: Cristo acompaña con su gracia a los esposos que permanecen unidos a él”. Escribe esta mañana el Papa Francisco en su cuenta oficial de Twitter @Pontifex, seguido por más de 22 millones de usuarios en todo el mundo. Sobre la exhortación del Santo Padre a los jóvenes de hoy y a menos de tres meses del inicio del Sínodo sobre la Familia, el Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, el Arzobispo Vincenzo Paglia, explica las palabras del Pontífice ante los micrófonos de Radio Vaticano, el servicio es de nuestro compañero Alessandro Gisotti.
R.- Como muchas veces sucede, el Papa Francisco ha acertado. Todos nosotros, en proximidad del Sínodo, sabemos cuántos problemas giran alrededor de este tema del matrimonio, de la familia. Pero el núcleo de fondo es exactamente este: lamentablemente muchos jóvenes tienen miedo de casarse, no porque ellos sean – como decir – peores de ayer, ¡absolutamente no! Existe una cultura que induce a tener miedo, que provoca este desconcierto sobre las decisiones definitivas por lo cual es fácil retroceder. El Papa Francisco repite a los jóvenes hoy: “!NO tengan miedo!”. Es interesante ver que esta afirmación se repite en la Biblia 365 veces, una al día. Entonces, diría que esta insistencia cotidiana debe ser el coro que debe resonar en el corazón y en la mente de los jóvenes porque – de verdad – si se está unido a Jesús, el matrimonio, la unión para siempre, logra dar esta estabilidad que en cambio una sociedad demasiado liquida lo impide.
P.- Es muy bello que el Papa Francisco utilice el tweet, para animar a los jóvenes, es decir una “modalidad joven” que viene justamente usada por la juventud, entonces es una modalidad para conectarse con quienes escuchan.
R.- Si justamente, en este sentido todavía una vez más se percibe a un Papa que sale de los esquemas ordinarios, un poco pomposos y solemnes para hacerse cercano a todos. En definitiva, el Papa Francisco cuando nos pide “salir” no lo dice solo en palabras, lo dice también con los hechos y también con este pequeño y extraordinario medio que es el tweet, que de todos modos logra tocar un poco la mente y el corazón. ¡Esperamos de verdad que llegue al corazón con este tweet!
P.- ¿Qué cosa puede hacer la Iglesia para evidenciar la belleza del matrimonio en un periodo en el cual, tal vez la cultura muestra más los peligros y las dificultades de formar una familia?
R.- Sí, creo yo que la Iglesia tiene un tesoro en este campo: un tesoro espiritual, humanístico, de una increíble riqueza. Pienso que sea poco conocido y tal vez también olvidado. Hoy se tiene necesidad de sacarlo fuera, y representar el matrimonio y la familia no como una opción simplemente por sí misma, sino como el modo para cambiar el mundo. El matrimonio y la familia no es una opción cerrada en el círculo de los propios afectos: es una opción para la sociedad, para el mundo.
(Renato Martinez - RV)


"Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en Mí, aunque hubiere muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí no morirá para siempre".

En el episodio de Betania. Lágrimas derramadas por las hermanas Marta y María junto a su hermano Lázaro, muerto y puesto ya hace cuatro días en la sepultura. También Jesús llora. Pero de aquellas lágrimas del Amigo Divino saltan destellos de victoria, que son el primer anuncio del misterio de la Pascua.

¡Oh, qué palabras las que se dijeron Jesús y Marta! La seguridad de la Resurrección y de la vida garantizada a la humanidad redimida toda entera por virtud de la sangre de Cristo.

"Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en Mí, aunque hubiere muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí no morirá para siempre". 

En realidad, la Pascua —cuyo anuncio solemne tuvo lugar en Betania— está toda aquí: celebración perenne y renovada del misterio de Cristo, Rey glorioso e inmortal de los pueblos y de los siglos, consuelo y alimento para toda la humanidad, por Él redimida y reservada al triunfo de sus destinos eternos, y también a los triunfos pacíficos dentro de la humana convivencia y de la ordenada prosperidad sobre la Tierra.


MENSAJE PASCUAL DE SU SANTIDAD JUAN XXIII .

La resurrección de Lázaro. San Agustín

Este relato del evangelio se ha hecho tan célebre por ser tan grande milagro, que ni aun infiel hay que no haya oído hablar de la resurrección de Lázaro; ¿cuánto más conocido no será de los fieles, cuando ni los infieles han podido ignorarlo? Y, sin embargo, cuando se lee, el alma parece como que asiste a una escena siempre nueva. No está fuera de lo razonable que repitamos nosotros lo que solemos decir sobre la resurrección esta; ni debe daros fastidio, me parece, lo que yo diga; al fin, más veces oís leerlo que comentarlo; porque, si acontece leerlo fuera de un sábado o de un domingo, no se predica. Lo digo para que no torzáis el rostro ahora que vamos a decir algo, ni salga nadie con un «Ya otras veces dijo eso»; también lo ha leído el diácono más veces, y lo habéis oído con gusto. Atención, pues.

 Enséñanos el santo evangelio haber Jesucristo resucitado tres muertos: a la hija del príncipe de la sinagoga, pues, habiéndosele dicho que se hallaba enferma de gravedad, fue a su casa, donde la encontró muerta; le dijo: Muchacha, levántate; yo te lo mando, y se levantó.
Otro es un joven llevado ya fuera de las puertas de la ciudad y amargamente llorado por su madre viuda; él lo vio, mandó que se detuviesen los que le llevaban y dijo: Joven, levántate; yo te lo mando; y el muerto se sentó y comenzó a hablar, y se le devolvió a su madre.

El tercero es este Lázaro al que acabamos de ver con los ojos de la fe muriendo y resucitando en virtud de un prodigio mucho mayor que los anteriores y blanco de una gracia extraordinaria, pues llevaba cuatro días muerto y ya hedía; con todo, fue resucitado.

¿Qué significan estos tres muertos? Algo, sin duda; los milagros del Señor son palabras de sentido misterioso. Tres géneros de muerte hallamos en los pecados de los hombres. Traed a la memoria estos tres muertos. Había primeramente muerto aquella doncella en su casa; aún no había sido alzado su cadáver; al joven habíanle sacado fuera de las puertas de la ciudad; Lázaro ya estaba sepultado y oprimido bajo la mole de piedra. ¿Cuáles son, pues, los tres géneros de muerte que hay en los pecados? 
Digo: si uno consintió en su corazón el mal deseo, resolviendo ceder a la suavidad de sus halagos, está ya muerto. Nadie lo sabe, aún no fue sacado fuera; es muerte secreta, en su casa, en su cuarto; pero muerte. Nadie diga que no cometió adulterio si determinó cometerle; si ha consentido a la delectación que le impulsaba blandamente a cometerlo, ya lo cometió; él es adúltero, ella casta. Preguntad a Dios, y él os responderá sobre esta muerte doméstica, interior, de la muerte en el lecho, lechos de los que leemos: Compungíos en el silencio de vuestros lechos de las cosas que andáis meditando en vuestros corazones. Oye la sentencia del resucitador en punto a este morir: Quien a una mujer casada mira para desearla, adulteró ya con ella en su corazón, si bien no llevó aún a efecto la fornicación corporal. Más a las veces le mira el Señor, y se arrepiente de haber determinado hacerlo, de haber consentido; en su lecho ha muerto y en su lecho resucita.


Pero, si ejecuta lo pensado, ya la muerte se puso en marcha, ya salió fuera; mas por el arrepentimiento se le da fin, y el muerto llevado a enterrar es devuelto a la vida. Pero si a la consumación de la obra se allega la costumbre, ya hiede y tiene encima de sí la losa de la mala costumbre; mas ni aun a éste le abandona Cristo; poderoso es para resucitarle también, aunque llora. Hemos oído, cuando se leía el evangelio, haber Cristo llorado a Lázaro. Los oprimidos por la costumbre están aprisionados, y Cristo brama para resucitarlos. Mucho, en efecto, los increpa la palabra divina, mucho les grita la Escritura, y también es mucho lo que yo grito para ser oído y felicitarme de la resurrección de este Lázaro.

Quitad, dice, la piedra, pues ¿cómo puede resucitar el consuetudinario si no se le quita el peso de la costumbre? Clamad, ligadle, acusadle, removed la piedra; cuando veáis a uno de ésos, no queráis daros tregua; es cosa trabajosa, mas el trabajo ese remueve la piedra. Aquel cuya voz traspasa los corazones sea el que grite: Lázaro, sal fuera; esto es, vive, sal del sepulcro, muda la vida, da fin a la muerte. Y el muerto salió atado con las vendas; porque, si bien el consuetudinario cesa de pecar, todavía es reo de lo pasado, y necesario es que ruegue y haga penitencia por lo hecho, no por lo que hace, pues ya no lo hace; está vivo, no lo hace, pero aún está ligado por las cosas que hizo. Luego es a los ministros de la Iglesia, por medio de los cuales se imponen las manos a los penitentes, a los que dice Cristo: Desatadle y dejadle ir. Dejadle, desatadle: Lo que desatéis en la tierra, desatado quedará en el cielo. (Quien me hubiese oído ya esto que ahora dije y lo recordaba, imagínese estar leyendo lo que entonces escribió; y quien no lo había oído, escríbalo ahora en su corazón para leerlo cuando guste.)
(San Agustín, Obras Completas, XXIII, Sermones (3º), BAC, Madrid, 1983, Pág. 270-273)



Creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios

Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 19-27
En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
-«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo:
-«Tu hermano resucitará.»
Marta respondió:
-«Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice:
-«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mi, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó:
-«Si, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»

Palabra del Señor