Queramos o no, desde que nacemos somos guiados por alguien que nos aporta luz. De nuestros padres y hermanos mayores vamos recibiendo paulatinamente determinados valores, enseñanzas y costumbres. Asimismo, los padres nos alimentan, se preocupan por nuestra salud y nos proporcionan una educación. Al leer la referencia de Mateo a Isaías en el Evangelio de hoy, observamos que el pueblo de Dios tenía conciencia a menudo de caminar sin rumbo ni dirección. Ciertamente, sabían que Dios estaba presente en medio de ellos y que, a lo largo de los siglos, personas elegidas por Dios los habían dirigido. Aun así, les faltaba el apoyo definitivo. Por eso escuchamos que «el pueblo habitaba en tinieblas», hasta que «vio una luz grande». El pasaje del Evangelio de hoy quiere resaltar que la aparición de Jesucristo entre los suyos supone una verdadera iluminación para su caminar, poniendo fin a una etapa tenebrosa. No se entiende el comienzo de la vida pública de Jesús sin comprender su presencia como una verdadera iluminación a quienes van a entrar en contacto con él. En este sentido, no es casualidad que el Benedictus, cántico evangélico de Lucas, destinado a la oración de alabanza matutina, se refiera a Jesucristo diciendo: «Nos visitará el Sol que nace de lo alto (Oriens ex alto), para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte». Puesto que sin el sol no existiría la vida sobre la tierra, la tradición cristiana siempre ha contemplado en el astro rey a Jesucristo, que viene a traernos la verdadera y definitiva vida gracias a su luz.
El comienzo de la predicación
Cuando los días de Juan Bautista llegan a su fin, Jesús se establece en Cafarnaún e inicia su actividad pública. La región, Galilea, se encontraba bastante alejada geográficamente de Jerusalén, el centro religioso para los israelitas. Pero además se trata de una zona despreciada por los judíos, especialmente por los más fervorosos, debido a que entre sus habitantes había bastantes paganos. No en vano se la designa como «Galilea de los gentiles». La elección de este lugar, periférico para los judíos, revela la predilección de Jesús por los más olvidados y los más pequeños desde el comienzo de su predicación. Las primeras palabras que el Señor dirige a quienes lo escuchan son: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». La exhortación al cambio de vida está motivada por la Buena Nueva de la inminencia del reinado del Señor. La presencia de Cristo trae un mensaje de esperanza. El término evangelio no es original del cristianismo. Estaba asociado a las disposiciones del emperador romano, ya que sus decisiones eran consideradas como buena noticia para los habitantes de las regiones sometidas a su dominio. La utilización del vocablo para referirse a las palabras y obras del Señor sirve, pues, para mostrar al mundo que Jesucristo es el verdadero salvador y señor de los hombres y no existe poder humano que se le pueda comparar. Sin embargo, para acceder por completo a este reino es preciso dejar atrás la vida de tinieblas.
Los primeros discípulos
Junto a la invitación a la conversión escuchamos el relato de la vocación de los primeros apóstoles, a quienes los hace discípulos, es decir, partícipes de su vida y su ministerio. Forma parte también de la manifestación de Dios a los hombres el haber querido servirse de personas concretas para asociarlos a su obra de salvación. La elección de unos sencillos pescadores y la inmediatez de su respuesta ponen de manifiesto que para seguir a Jesucristo no se precisa una preparación previa específica. Es necesaria, eso sí, la completa disponibilidad a la invitación del Maestro.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
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