miércoles, 18 de diciembre de 2013

Que en tu pueblo no falten los profetas, el Papa el lunes en Santa Marta

Cuando en la Iglesia falta la profecía, falta la vida misma de Dios y el clericalismo toma la delantera: lo dijo el Papa Francisco en la Misa presidida en la Casa de Santa Marta, hoy, tercer lunes de Adviento.
El profeta – afirmó el Santo Padre comentando las lecturas del día – es aquel que escucha las palabras de Dios, sabe ver el momento y proyectarse hacia el futuro. “Tiene dentro de sí estos tres momentos”: el pasado, el presente y el futuro:

“El pasado: el profeta es consciente de la promesa y tiene en su corazón la promesa de Dios, la tiene viva, la recuerda, la repite. Luego mira el presente, mira a su pueblo y siente la fuerza del Espíritu para decirle una palabra que lo ayude a alzarse, a continuar el camino hacia el futuro. El profeta es un hombre de tres tiempos: promesa del pasado; contemplación del presente; coraje para indicar el camino hacia el futuro. Y el Señor siempre ha custodiado a su pueblo, con los profetas, en los momentos difíciles, en los momentos en los cuales el Pueblo estaba desalentado o destruido, cuando no había Templo, cuando Jerusalén estaba bajo el poder de los enemigos, cuando el pueblo se preguntaba dentro de sí: ‘¡Pero Señor tú nos has prometido esto! Y ahora ¿qué pasa?’”.
Es aquello que “sucedió en el corazón de la Virgen –prosiguió el Obispo de Roma - cuando estaba al pie de la Cruz”. En estos momentos “es necesaria la intervención del profeta. Y no siempre el profeta es acogido, tantas veces es rechazado. El mismo Jesús dice a los Fariseos que sus padres han asesinado a los profetas, porque decían cosas que no eran agradables: ¡decían la verdad, recordaban la promesa! Y cuando en el pueblo de Dios falta la profecía – observó Francisco- falta algo: ¡falta la vida del Señor!”. “Cuando no hay la profecía la fuerza cae sobre la legalidad”, el legalismo tiene la ventaja. Así, en el Evangelio los “sacerdotes fueron a Jesús a pedirle la tarjeta de legalidad: ‘¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¡Nosotros somos los dueños del Templo!’”. “No entendían las profecías. ¡Habían olvidado la promesa! No sabían leer las señales del momento, no tenían ni ojos penetrantes, ni escuchado acerca la Palabra de Dios: ¡tenían sólo la autoridad!”:

“Cuando en el pueblo de Dios no hay profecía, el vacío que esto deja es ocupado por el clericalismo: es precisamente este clericalismo que interpela a Jesús: ‘¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Con qué legalidad?’. Y la memoria de la promesa y la esperanza de ir adelante se reducen sólo al presente: en el pasado, ni futuro de esperanza. El presente es legal: si es legal vas adelante”.
Pero cuando reina el legalismo, la Palabra de Dios no existe y el pueblo de Dios que cree, llora en su corazón, porque no encuentra al Señor: le falta la profecía. Llora “como lloraba la mamá Ana, la mamá de Samuel, pidiendo la fecundidad del pueblo, la fecundidad que viene de la fuerza de Dios, cuando Él nos despierta la memoria de su promesa y nos empuja hacia el futuro, con la esperanza. ¡Este es el profeta! Este es el hombre del ojo penetrante y que oye las palabras de Dios”:

Que nuestra oración en estos días, en los que nos preparamos a la Navidad del Señor, sea: ‘¡Señor, que en tu pueblo no falten los profetas!’. Todos nosotros bautizados somos profetas. ‘Señor, que no olvidemos tu promesa! ¡Que no nos cansemos de ir adelante! ¡Que no nos cerremos en las legalidades que cierran las puertas! Señor, libra a tu pueblo del espíritu del clericalismo y ayúdalo con el espíritu de profecía’”. (RC-RV)

El apellido de Dios. Papa Francisco.

El hombre es el apellido de Dios: El Señor, en efecto, toma el nombre de cada uno de nosotros —seamos santos o pecadores— para convertirlo en el propio apellido. Porque encarnándose, el Señor hizo historia con la humanidad: su alegría fue compartir su vida con nosotros, «y esto hace llorar: tanto amor, tanta ternura»
Con el pensamiento puesto en la Navidad ya cercana, el Papa Francisco comentó, el martes 17 de diciembre, las dos lecturas propuestas por la liturgia de la Palabra, tomadas respectivamente del libro del Génesis (49, 2.8-10) y del Evangelio de san Mateo (1, 1-17). En el día de su septuagésimo séptimo cumpleaños, el Santo Padre presidió como de costumbre la misa matutina en la capilla de Santa Marta. Concelebró, entre otros, el cardenal decano Angelo Sodano, quien le expresó la felicitación de todo el Colegio cardenalicio.
En la homilía, centrada en la presencia de Dios en la historia de la humanidad, el Obispo de Roma señaló en dos términos —herencia y genealogía— la clave para interpretar respectivamente la primera lectura (referida a la profecía de Jacob que reúne a sus hijos y anuncia una descendencia gloriosa para Judá) y el pasaje evangélico que presenta la genealogía de Jesús. Centrándose en especial en esta última, destacó que no se trata de «una lista telefónica», sino de «un tema importante: es toda historia», porque «Dios envió a su Hijo» en medio de los hombres. Y, añadió, «Jesús es consustancial al Padre, Dios; pero también consustancial a la madre, una mujer. Y es esta la consustancialidad de la madre: Dios se hizo historia, Dios quiso hacerse historia. Está con nosotros. Ha hecho camino con nosotros».

Un camino —continuó el Obispo de Roma– iniciado hace tiempo, en el Paraíso, inmediatamente después del pecado original. Desde ese momento, en efecto, el Señor «tuvo esta idea: hacer camino con nosotros». Por ello «llamó a Abrahán, el primero que se nombra en esta lista, en este elenco, y le invitó a caminar. Y Abrahán comenzó ese camino: generó a Isaac, e Isaac a Jacob, y Jacob a Judá». Y así sucesivamente, adelante en la historia de la humanidad. «Dios camina con su pueblo», por lo tanto, porque «no quiso venir a salvarnos sin historia; él quiso hacer historia con nosotros».

Una historia, afirmó el Pontífice, hecha de santidad y de pecado, porque en la lista de la genealogía de Jesús hay santos y pecadores. Entre los primeros, el Papa recordó a «nuestro padre Abrahán» y «David, que tras el pecado se convirtió». Entre los indicados en segundo lugar, «pecadores de alto nivel, que cometieron pecados grandes», pero con quienes Dios igualmente «hizo historia». Pecadores que no supieron responder al proyecto que Dios había imaginado para ellos: como «Salomón, tan grande e inteligente, que acabó como un pobrecillo que no sabía ni siquiera cómo se llamaba». Sin embargo, constató el Papa Francisco, Dios estaba también con él. «Y esto es hermoso: Dios hace historia con nosotros. Es más, cuando Dios quiere decir quién es, dice: yo soy el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob».

He aquí por qué ante la pregunta «¿cuál es el apellido de Dios?», según el Papa Francisco es posible responder: «Somos nosotros, cada uno de nosotros. Él toma de nosotros el nombre para hacer de ello su apellido». Y en el ejemplo presentado por el Pontífice no están sólo los padres de nuestra fe, sino también gente común. «Yo soy el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob, de Pedro, de Marietta, de Armony, de Marisa, de Simone, de todos. De nosotros toma el apellido. El apellido de Dios somos cada uno de nosotros», explicó.

De aquí la constatación que, tomando «el apellido de nuestro nombre, Dios hizo historia con nosotros»; es más, aún más: «dejó que la historia la escribiésemos nosotros». Y nosotros aún hoy seguimos escribiendo «esta historia», que está hecha «de gracia y de pecado», mientras que el Señor no se cansa de venir a nuestro encuentro: «ésta es la humildad de Dios, la paciencia de Dios, el amor de Dios». Por lo demás, también «el libro de la Sabiduría dice que la alegría del Señor está en los hijos del hombre, con nosotros».
He aquí, entonces, que «acercándose la Navidad» al Papa Francisco —como él mismo confesó al concluir su reflexión— se le ocurrió naturalmente pensar: «Si Él hizo su historia con nosotros, si Él tomó de nosotros su apellido, si Él dejó que nosotros escribiésemos su historia», nosotros, de nuestra parte, deberíamos dejar que Dios escriba la nuestra. Porque, aclaró, «la santidad» es precisamente «permitir que el Señor escriba nuestra historia». Y este es el deseo de Navidad que el Pontífice quiso expresar «a todos nosotros». Un deseo que es una invitación a abrir el corazón: «Haz que el Señor escriba tu historia y tú permite que Él la escriba».

Dios se abaja, se hace pequeño y pobre, el trato que damos a nuestros hermanos se lo damos a Jesús, reitera el Papa

Queridos hermanos y hermanas:Cercanos ya a la Navidad, les propongo hoy una reflexión sobre el nacimiento de Jesús como expresión de la confianza de Dios en el hombre y fundamento de la esperanza del hombre en Dios.
 

El Verbo no se ha encarnado en un mundo ideal, sino que ha querido compartir nuestras alegrías y sufrimientos, y demostrarnos así que Dios se ha puesto de parte de los hombres, con su amor real y concreto. Y este amor, que enardece nuestro corazón, nos «regala» una energía espiritual que nos sostiene en medio de las luchas y fatigas de cada día.De la gozosa contemplación del misterio del Hijo de Dios hecho carne, se desprenden dos consecuencias:

La primera es que, en su natividad, Dios se abaja, se hace pequeño y pobre. Por eso, si queremos ser como Él, no podemos situarnos por encima de los demás, sino que hemos de ponernos a su servicio, ser solidarios, especialmente con los más débiles y marginados, haciéndoles sentir así la cercanía de Dios mismo.

La segunda: ya que Jesús, en su encarnación, se ha comprometido con los hombres hasta el punto de hacerse uno de nosotros, el trato que damos a nuestros hermanos o hermanas se lo estamos dando al mismo Jesús. Recuerden que «quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20).
 

Que en esta Navidad, el amor, la bondad y la generosidad entre todos sean un reflejo y una prolongación de la luz de Jesús, que desde la gruta de Belén ilumina nuestros corazones.********
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Argentina y otros países latinoamericanos. Confío a todos ustedes a la protección maternal de María, Madre de Dios y Madre nuestra. Que ella los cuide y los llene de alegría y de paz. Muchas gracias.