martes, 31 de octubre de 2017

Dos nuevas iglesias clausuradas en Egipto

Protesta de los coptos a las autoridades, que aluden a problemas para garantizar su seguridad ante los islamistas

Los cristianos coptos de Egipto han reiterado el llamamiento a las instituciones contra la discriminación religiosa, tras el cierre de dos iglesias en la provincia de Menia, sumando tres templos cristianos clausurados en las últimas semanas en lo que la Iglesia considera un ataque contra su religión.
«Nos hemos mantenido callados durante dos semanas después del cierre de la primera iglesia, pero debido a nuestro silencio la situación ha empeorado. Es como si la oración fuera un crimen por el que los coptos deben ser castigados», ha declarado la diócesis de Menia en un comunicado oficial.
Una de las iglesias ha sido cerrada bajo la sospecha de que podía estar bajo peligro de atentado. Sin embargo, la diócesis ha denunciado que no se ha producido ningún ataque y la iglesia continúa aún clausurada.
Los cristianos coptosque constituyen un 10 por ciento entre los casi 95 millones de habitantes de Egipto, han alertado en múltiples ocasiones de que llevan siendo perseguidos desde hace años y reclaman que el Estado no toma en consideración la gravedad de su situación.
No obstante, los coptos son partidarios del presidente Abdelfatá al Sisi, quien ha prometido aplastar el extremismo islamista y proteger a los cristianos. El pasado abril declaró el estado de emergencia durante tres meses después de dos atentados contra iglesias.
Aunque el grupo yihadista Daesh lleva a cabo desde hace mucho tiempo enfrentamientos contra las fuerzas de seguridad en la península egipcia del Sinaí, ha intensificado su ataque contra civiles cristianos en el continente. En un ataque reivindicado por la organización en mayo, varios hombres armados asaltaron a un grupo de peregrinos coptos que se dirigían a un monasterio en Menia, lo que provocó 29 muertos y otros 24 heridos.
ABC/REUTERS

500 años de la Reforma protestante: 7 cosas que todo católico debe saber

El martes 31 de octubre se conmemora los 500 años de la Reforma protestante, por tal motivo, ACI Prensa presenta 7 datos esenciales que resumen las causas y consecuencias de este periodo histórico iniciado por Martín Lutero en el siglo XVI.
1. El origen de la palabra protestante
La palabra «protestante» proviene de los príncipes alemanes que emiten una «protesta» contra el emperador del Sacro Imperio Romano, Carlos V, que se negaba a los llamados a la reforma luterana dentro de la Iglesia Católica.
Por tal  razón a las personas que defendían estas posturas o que se adherían a ellas les empezaron a llamar protestantes.
2. Martín Lutero es la figura más influyente de la Reforma protestante
El 31 de octubre de 1517, el fraile agustino Martín Lutero se rebeló contra la Iglesia cuando publicó sus «95 tesis» sobre la penitencia y el uso de indulgencias en la puerta del Palacio de Wittenberg, en Alemania.
Posteriormente, Lutero desarrolló esos 95 principios de su doctrina llegando a una distinta a la fe católica.
Dejó la vida religiosa y contrajo matrimonio con una exmonja, y durante su vida atacó duramente al papado y dio lugar a varias revueltas.
3. La Reforma no solo tuvo motivaciones religiosas
Si bien la venta de indulgencias fue considerada por Lutero como una de las principales razones de su ruptura con la Iglesia Católica, hubo otras razones históricas que permitieron la Reforma protestante.
Entre estas el Cisma de Occidente (1378 a 1417) que redujo en gran medida la reputación de la Iglesia Católica e hizo que muchos cuestionen la legitimidad del Papa; el inicio del periodo del Renacimiento que cuestionó el pensamiento tradicional; o el ascenso de estados nacionales y monarcas que querían el poder absoluto de su nación, como Enrique VIII, quien se separó de la Iglesia en 1534.
4. Los postulados del protestantismo de Lutero
Lutero desarrolla la creencia de que el hombre es salvado solamente por la fe en Cristo y que no existe, por tanto, obligación de hacer buenas obras.
Esta creencia equivocada es conocida históricamente como doctrina de la justificación por la sola fe (Sola Fide).  
El luteranismo también rechaza totalmente la primacía del Papa y afirma que la Biblia es única fuente de autoridad. También rechaza la intercesión de los santos y la Virgen María, la veneración de imágenes, la existencia del purgatorio.
4. Lutero fue excomulgado
La bula Exsurge Domine de 1520 del Papa León X, fue la primera respuesta del pontificado que condenó a Lutero y lo amenazó con la excomunión.
En enero de 1521, al no retractarse, Lutero fue excomulgado y luego condenado en la Dieta de Worms, un congreso imperial convocado por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos V.
5. Juan Calvino funda la segunda rama principal del protestantismo
Las ideas de Lutero se extendieron por toda Europa. Como consecuencia, el teólogo francés Juan Calvino, fundó la segunda rama principal del protestantismo llamada «calvinismo» en Ginebra en 1541.
Calvino considera que debía eliminarse todos los sacramentos de la Iglesia Católica, incluso los dos que conservó Lutero: el Bautismo y la Eucaristía (esta última concebida de una forma diferente), lo que llevó a la formación de otras denominaciones como presbiterianos, anglicanos, anabaptistas y congregacionalistas.
6. Las ideas de la Reforma se expandieron por la imprenta
Sin la creación de la imprenta de Johannes Guttenberg, las nuevas ideas protestantes no hubieran logrado extenderse por Europa a gran escala.
7. La Reforma causó guerras de religión
La Reforma dio lugar a una serie de guerras religiosas que finalmente culminaron en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), la cual devastó gran parte del actual territorio de Alemania.
ACI

¿Cómo distinguir a un buen pastor de otro malo? El Papa Francisco da las claves

El Papa Francisco asegura que un buen pastor es aquél que está junto al herido, al necesitado, como lo estuvo Jesús, y no como hacían los fariseos que solo pensaban en ellos mismos.
En la homilía que pronunció a primera hora de la mañana en la capilla de la residencia Santa Marta, comentó el Evangelio del día en el que Jesús cura a una mujer que no conseguía mantenerse derecha. «Era una enfermedad de la columna que la tenía así desde hacía años», explicó el Papa.
«Un buen pastor siempre es cercano», todo lo contrario que los fariseos, a quienes «quizás les importaba ellos mismos: cuándo terminaba el servicio religioso, ir a ver cuánto dinero se había obtenido de las ofrendas».
«Por eso Jesús siempre estaba allí con la gente descartada por ese grupito clerical: allí estaban los pobres, los enfermos, los pecadores, los leprosos, pero estaban todos allí, porque Jesús tenía esta capacidad de conmoverse ante la enfermedad, era un buen pastor».
«Un buen pastor se acerca y tiene la capacidad de conmoverse. Y yo diría que la tercera característica de un buen pastor es no avergonzarse de la carne; tocar la carne herida, como ha hecho Jesús con esta mujer: ‘tocar las manos’, tocó a leprosos, tocó a los pecadores».
Además, un buen pastor no dice: «Sí, está bien, sí, sí, estoy contigo en el Espíritu», porque esto es ser distante. «Lo que ha hecho Dios Padre, acercarse, por compasión, por misericordia, en la carne de su Hijo».
«Pero los que siguen el camino del clericalismo, ¿a quiénes se acercan?». «Se acercan siempre al poder de turno o al dinero. Y son malos pastores. Solo piensan como llegar al poder, ser amigos del poder y negocian todo o piensan en los bolsillos. Estos son los hipócritas, capaces de todo. Para esta gente no importa el pueblo. Y cuando Jesús se refiere a ellos con ese buen adjetivo que utiliza tantas veces, ‘hipócritas’, ellos se ofenden: ‘pero nosotros no, nosotros seguimos la ley’».
«Es una gracia para el pueblo de Dios tener buenos pastores, pastores como Jesús, que no se avergüenzan de tocar la carne herida, que saben que sobre esto seremos juzgados: estuve hambriento, estuve en una cárcel, estuve enfermo. Los criterios del protocolo final son los criterios de la cercanía, los criterios de esta cercanía total, tocar, compartir la situación del pueblo de Dios».
Francisco pidió a los fieles no olvidar que «el buen pastor está cercano siempre a la gente, siempre, como Dios nuestro Padre ha sido cercano con nosotros, en Jesucristo hecho carne».
ACI

COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (13,18-21




Esta parábola utiliza la imagen del grano de mostaza. Aun siendo la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y crece hasta hacerse «más alta que las demás hortalizas» (Mc 4, 32). Y así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. 

Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. 

Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que fermenta toda la masa del mundo y de la historia.

De estas dos parábolas nos llega una enseñanza importante: el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la sitúa en la obra de Dios no tiene miedo de las dificultades. 

La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque el amor misericordioso de Dios hace que madure.

Que la santísima Virgen, que acogió como «tierra fecunda» la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que nunca nos defrauda.
(Angelus del 14-6-2015)

EVANGELIO DE HOY MARTES: PARÁBOLAS DEL GRANO DE MOSTAZA Y LA LEVADURA



Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,18-21):

En aquel tiempo, decía Jesús: «¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas.»

Y añadió: «¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.»

Palabra del Señor

Papa: impulsar el Derecho internacional humanitario ante los crímenes atroces que interpelan la conciencia de la humanidad

El Papa Francisco alentó a los participantes en la III Conferencia sobre derecho internacional humanitario sobre el tema «La protección de las poblaciones civiles en los conflictos – el papel de las organizaciones humanitarias y de la sociedad civil», organizada en Italia.
Destacando la coincidencia del encuentro con el 40 aniversario de la adopción de los dos Protocolos Adicionales a las Convenciones de Ginebra relativos a la protección de las víctimas de los conflictos armados, ratificados también por la Santa Sede, con el fin de alentar «una humanización de los efectos de los conflictos armados», «convencida del carácter esencialmente negativo de la guerra y que la aspiración más digna del hombre es la abolición de la guerra», el Obispo de Roma destacó la importancia del desarrollo del derecho humanitario ante los atroces sufrimientos físicos, morales y espirituales en los conflictos armados de la actualidad:
«La Santa Sede, consciente de las omisiones y hesitaciones que caracterizan sobre todo el II Protocolo Adicional, relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados no internacionales, sigue considerando estos instrumentos como una puerta abierta hacia ulteriores desarrollos del derecho internacional humanitario, que sepan tener debida cuenta de las características de los conflictos armados contemporáneos y de los sufrimientos físicos, morales y espirituales que los acompañan».
Tras destacar que «a pesar del intento loable de reducir, a través de la codificación del derecho humanitario, las consecuencias negativas de las hostilidades sobre la población civil», el Papa Francisco constató con profundo dolor el testimonio de crímenes atroces perpetrados en el desprecio de toda consideración humana, así como las violaciones de la libertad religiosa:
«Las imágenes de personas sin vida, de cuerpos mutilados o decapitados, de nuestros hermanos y hermanas torturados, crucificados, quemados vivos, cuyos restos mortales son ultrajados, interpelan la conciencia de la humanidad. Por otra parte, se suceden noticias di antiguas ciudades, con sus milenarios tesoros culturales, reducidas a cúmulos de escombros, de hospitales y escuelas que son blanco de ataques deliberados y destructores, privando de este modo a generaciones enteras de su derecho a la vida, a la salud y a la educación.
¡Cuántas iglesias y otros lugares de culto son objeto de agresiones precisas, a menudo durante las celebraciones litúrgicas, con numerosas víctimas entre los fieles y los ministros reunidos en oración, en violación del derecho fundamental a la libertad de religión!»
Lamentando la saturación que anestesia o relativiza la gravedad de los problemas debido a cierta difusión de estas informaciones, el Papa hizo hincapié que ello hace más difícil la compasión y la apertura de las conciencias al sentido solidario:
«Para que ello suceda, es necesaria una conversión de los corazones, una apertura a Dios y al prójimo, que impulse a las personas a superar la indiferencia y a vivir la solidaridad, como virtud moral y actitud social, de la cual puede brotar un compromiso en favor de la humanidad que sufre».
Al mismo tiempo el Papa subrayó que es muy alentador «ver las numerosas demostraciones de solidaridad y de caridad que no faltan en tiempo de guerra. Hay tantas personas, tantos grupos caritativos y organizaciones no gubernamentales, en la Iglesia y fuera de ella, cuyos miembros afrontan fatigas y peligros para socorrer a los heridos y a los enfermos, para enterrar a los difuntos, para dar de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos, para visitar a los detenidos»:
«Verdaderamente el socorro a las poblaciones víctimas de los conflictos suma las diversas obras de misericordia, sobre las cuales seremos juzgados al final de la vida. Puedan las organizaciones humanitarias actuar siempre en conformidad con los principios fundamentales de humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia. Anhelo, por lo tanto que tales principios, que constituyen el corazón del derecho humanitario, puedan ser acogidos en las conciencias de los combatientes y de los operadores humanitarios para ser traducidos a la práctica. Y que allí donde el derecho humanitario conoce hesitaciones y omisiones, sepa la conciencia individual reconocer el deber moral de respetar y proteger la dignidad de la persona humana en toda circunstancia, en especial en las situaciones en las cuales está fuertemente amenazada. Para que ello sea posible, quisiera recordar la importancia de la oración y la de asegurar, junto con la formación técnica y jurídica, el acompañamiento espiritual de los combatientes y de los operadores humanitarios».
A todos los «queridos hermanos y hermanas – y no son pocos - que han puesto en peligro su vida para salvar a otra o para aliviar los sufrimientos de las poblaciones golpeadas por conflictos armados», el Papa les recordó las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Y concluyó su discurso encomendando a todos a la intercesión de María Santísima, Reina de la Paz.
(CdM)
(from Vatican Radio)

Atentos al mundo con el corazón inmerso en Dios, lo pide el Papa al Congreso de los Institutos seculares italianos

Texto del Mensaje del Papa Francisco
¡Queridos hermanos y hermanas!
Con ocasión del 70 aniversario de la Constitución apostólica Provida Mater Ecclesiae, la Conferencia Italiana de los Institutos Seculares, con el patrocinio de la Congregación de los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, los han convocado sobre el tema “Más allá y en medio. Institutos seculares: historias de pasión y profecía por Dios y por el mundo”. Les dirijo mi cordial saludo, con el augurio de un proficuo congreso.
Aquel documento del Papa Pío XII fue en un cierto sentido revolucionario: de hecho delineó una nueva forma de consagración: aquella de fieles laicos y presbíteros diocesanos llamados a vivir los consejos evangélicos en la secularidad en la que están inmersos en fuerza de la condición existencial o del ministerio pastoral. La novedad y la fecundidad de los Institutos Seculares está por lo tanto en el conjugar consagración y secularidad, practicando un apostolado de testimonio, de evangelización – especialmente para los presbíteros –  y de compromiso cristiano en la vida social – especialmente para los laicos, a la que se agrega la fraternidad que, sin ser determinada por una comunidad de vida, es sin embargo verdadera comunión.
En el surco trazado por la Provida Mater, hoy están llamados a ser humildes y apasionados portadores, en Cristo y en su Espíritu, del sentido del mundo y de la historia. Su pasión nace del estupor siempre nuevo por el Señor Jesús, por su modo único de vivir y de amar, de encontrar a la gente, de sanar la vida, de llevar consuelo. Por eso su “estar dentro”  del mundo no es solo una condición sociológica sino una realidad teológica, que les permite estar atentos, ver, escuchar,  padecer- con, gozar-con, intuir las necesidades.
Esto quiere decir ser presencias proféticas de manera muy concreta. Significa llevar al mundo, en las situaciones en las cuales se encuentren, la palabra que se escucha de Dios. Es esto lo que caracteriza en sentido propio la laicidad: saber decir aquella palabra que Dios tiene que decir sobre el mundo. Donde “decir” no significa tanto hablar, sino actuar. Nosotros decimos aquello que Dios quiere decir al mundo, actuando en el mundo.  Esto es muy importante. Especialmente en un tiempo como el nuestro en el que, frente a las dificultades,  puede existir la tentación de aislarse en los propios ámbitos cómodos y seguros y retirarse del mundo. También ustedes podrían caer en esta tentación.  Pero su puesto es “estar dentro”, como presencia transformante en sentido evangélico. Ciertamente es difícil, es un camino que comporta la cruz, pero el Señor quiere recorrerlo con ustedes.
Vuestra vocación y misión es estar atentos, por una parte, a la realidad que les rodea preguntándose siempre: ¿qué pasa?, no deteniéndose en lo que aparece en la superficie sino yendo más a fondo; y, al mismo tiempo, al misterio de Dios, para reconocer dónde Él se está manifestando. Atentos al mundo con el corazón inmerso en Dios.
Finalmente quisiera sugerirles algunas actitudes espirituales que les pueden ayudar en este camino y que se pueden sintetizar en cinco verbos: rezar, discernir, compartir, dar aliento y tener simpatía.
Rezar para estar unidos a Dios,  cercanos a su corazón.  Escuchar su voz frente a cada acontecimiento de la vida, viviendo una existencia luminosa que toma en mano el Evangelio y lo toma en serio.
Discernir es saber distinguir las cosas esenciales de aquellas accesorias; es afinar aquella sabiduría, cultivarla día a  día, que consiente ver cuáles son las responsabilidades que es necesario asumir y cuáles son las tareas prioritarias. Se trata de un recorrido personal pero también comunitario, por el que no basta el esfuerzo individual.
Compartir las suertes de cada hombre y mujer: también si los acontecimientos del mundo son trágicos y oscuros, no abandono las suertes del mundo, porque lo amo, como es con Jesús, hasta el final.
Dar aliento: con la gracia de Cristo jamás perder la confianza, que sabe ver el bien en cada cosa. Es también una invitación que recibimos en cada celebración eucarística: «Elevemos nuestros corazones».
Tener simpatía por el mundo y por la gente. También cuando hacen de todo para hacérnosla perder, estar animados por la simpatía que nos viene del Espíritu de Cristo, que nos hace libres y apasionados, nos hace “estar dentro”, como la sal y la levadura.
Queridos  hermanos y hermanas, sean en el mundo como el alma en el cuerpo (cfr Carta a Diogneto, VI, 1), testimonios de la Resurrección del Señor Jesús. Este es mi deseo para ustedes, que acompaño con mi oración y mi bendición.
En el Vaticano, 23 de octubre de 2017

(Raúl Cabrera)

El Papa a la COMECE: “Los cristianos están llamados a dar nuevamente alma a Europa”

Eminencias, Excelencias,
Distinguidas autoridades,
Señoras y señores:
Me complace estar presente en la conclusión del Diálogo (Re)Thinking Europe. Una contribución cristiana al futuro del proyecto europeo promovido por la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE). Saludo de forma particular al Presidente, el Cardenal Reinhard Marx, como también al honorable Antonio Tajani, Presidente del Parlamento Europeo, y les agradezco por las deferentes palabras que me han dirigido. Quisiera expresar a cada uno de ustedes mi más profundo agradecimiento por haber intervenido en este importante espacio de debate.
El Diálogo de estos días ha sido una oportunidad para reflexionar ampliamente sobre el futuro de Europa desde múltiples ángulos, gracias a la presencia entre vosotros de diversas personalidades eclesiales, políticas, académicas o sencillamente representantes de la sociedad civil. Los jóvenes han podido expresar sus expectativas y esperanzas, confrontándose con los más ancianos, quienes, a su vez, han tenido la ocasión de ofrecer su propio bagaje cargado de reflexiones y experiencias. Es significativo que este encuentro buscase ser sobre todo un diálogo en un espíritu de confrontación libre y abierta, a través de la cual enriquecerse mutuamente e iluminar el camino del futuro de Europa, más allá de la senda que todos juntos estamos llamados a recorrer para superar las crisis que padecemos y para afrontar los desafíos que nos esperan.
Hablar de una contribución cristiana para el futuro del continente significa ante todo preguntarse sobre nuestro deber como cristianos hoy, en estas tierras fecundamente plasmadas por la fe a lo largo de los siglos. ¿Cuál es nuestra responsabilidad en un tiempo en el que el rostro de Europa está cada vez más marcado por una pluralidad de culturas y de religiones, mientras que para muchos el cristianismo se percibe como un elemento del pasado, lejano y ajeno?
Persona y comunidad
En el ocaso de la antigua civilización, cuando las glorias de Roma se convertían en esas ruinas que todavía hoy podemos admirar en la ciudad; mientras nuevos pueblos presionaban a lo largo de las fronteras del antiguo Imperio, un joven se hizo eco de la voz del Salmista: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?».[1] Al proponer esta cuestión en el Prólogo de la Regla, san Benito orientó la atención de sus contemporáneos y la nuestra sobre una concepción del hombre radicalmente diversa de la que había distinguido la época clásica Greco-romana y aún más de la violenta que había caracterizado las invasiones bárbaras. El hombre ya no es simplemente un civis, un ciudadano dotado de privilegios para consumarse en el ocio; ya no es un miles, combativo servidor del poder de turno; sobre todo ya no es un servus, mercancía de cambio privada de libertad, destinada únicamente al trabajo y al desgaste.
San Benito no se preocupa de la condición social, ni de la riqueza, ni del poder. Él mira la naturaleza común de cada ser humano, que, cualquiera que sea su condición, anhela profundamente la vida y  desea días felices. Para san Benito no hay roles, hay personas. Este es uno de los valores fundamentales que ha traído el cristianismo: el sentido de la persona, creada a imagen de Dios. A partir de ese principio se construyeron los monasterios, que con el tiempo se convertirían en cuna del renacimiento humano, cultural, religioso y, también, económico del continente.
La primera, y tal vez la mayor, contribución que los cristianos pueden aportar a la Europa de hoy es recordar que no se trata de una colección de números o de instituciones, sino que está hecha de personas. Lamentablemente, a menudo se nota cómo cualquier debate se reduce fácilmente a una discusión de cifras. No hay ciudadanos, hay votos. No hay emigrantes, hay cuotas. No hay trabajadores, hay indicadores económicos. No hay pobres, hay umbrales de pobreza. Lo concreto de la persona humana se ha reducido así a un principio abstracto, más cómodo y tranquilizador. Se entiende la razón: las personas tienen rostros, nos obligan a asumir una responsabilidad real y «personal»; las cifras tienen que ver con razonamientos, también útiles e importantes, pero permanecerán siempre sin alma. Nos ofrecen excusas para no comprometernos, porque nunca nos llegan a tocar en la propia carne.
Reconocer que el otro es ante todo una persona significa valorar lo que me une a él. El ser personas nos une a los demás, nos hace ser comunidad. Por lo tanto, la segunda contribución que los cristianos pueden aportar al futuro de Europa es el descubrimiento del sentido de pertenencia a una comunidad. No es una casualidad que los padres fundadores del proyecto europeo eligieran precisamente esa palabra para identificar el nuevo sujeto político que estaba constituyéndose. La comunidad es el antídoto más grande contra los individualismos que caracterizan nuestro tiempo, contra esa tendencia generalizada hoy en Occidente a concebirse y a vivir en soledad. Se tergiversa el concepto de libertad, interpretándolo como si fuera el deber de estar solos, libres de cualquier vínculo y en consecuencia se ha construido una sociedad desarraigada, privada de sentido de pertenencia y de herencia.
Los cristianos reconocen que su identidad es ante todo relacional. Están integrados como miembros de un cuerpo, la Iglesia (cf. 1 Co 12,12), en el que cada uno con su propia identidad y peculiaridades participa libremente en la edificación común. De forma análoga, esta relación se da también en el ámbito de las relaciones interpersonales y de la sociedad civil. Frente al otro, cada uno descubre sus méritos y defectos; sus puntos fuertes y sus debilidades; en otras palabras, descubre su rostro, comprende su identidad.
La familia, como primera comunidad, sigue siendo el lugar fundamental para ese descubrimiento. En ella, la diversidad se exalta y al mismo tiempo se recompone en la unidad. La familia es la unión armónica de las diferencias entre el hombre y la mujer, que cuanto más generativa y capaz sea de abrirse a la vida y a los demás, tanto más será verdadera y profunda. Del mismo modo, una comunidad civil está viva si sabe estar abierta, si sabe acoger la diversidad y las cualidades de cada uno y, al mismo tiempo, sabe generar nuevas vidas, así como también desarrollo, trabajo, innovación y cultura.
Persona y comunidad son, por tanto, los pilares de la Europa que como cristianos queremos y podemos ayudar a construir. Los ladrillos de ese edificio se llaman: diálogo, inclusión, solidaridad, desarrollo y paz.
Un lugar de diálogo
Hoy toda Europa, desde el Atlántico hasta los Urales, desde el Polo Norte hasta el Mar Mediterráneo, no se puede permitir perder la oportunidad de ser ante todo un lugar de diálogo, sincero y constructivo al mismo tiempo, en el que todos los protagonistas tienen la misma dignidad. Estamos llamados a construir una Europa en la que podamos encontrarnos y confrontarnos a todos los niveles, así como lo era en un cierto sentido la antigua ágora. Ella era, de hecho, la plaza de la pólis. No solo un espacio de intercambio económico, sino también el corazón neurálgico de la política, sede en la que se elaboraban las leyes para el bienestar de todos; lugar hacia el que se asomaba el templo, de tal modo que a la dimensión horizontal de la vida cotidiana no le faltara nunca el aliento trascendente que mira más allá de lo efímero, de lo pasajero y provisorio.
Todo eso nos empuja a considerar el papel positivo y constructivo que en general tiene la religión en la construcción de la sociedad. Pienso, por ejemplo, en la importancia del diálogo interreligioso para favorecer el conocimiento recíproco entre cristianos y musulmanes en Europa. Desafortunadamente, cierto prejuicio laicista, todavía en auge, no es capaz de percibir el valor positivo que tiene para la sociedad el papel público y objetivo de la religión, prefiriendo relegarla a una esfera meramente privada y sentimental. Se instaura así también el predominio de un cierto pensamiento único,[2] muy extendido en la comunidad internacional, que ve en las afirmaciones de una identidad religiosa un peligro para la propia hegemonía, acabando así por favorecer una falsa contraposición entre el derecho a la libertad religiosa y otros derechos fundamentales.
Favorecer el diálogo —cualquier diálogo— es una responsabilidad fundamental de la política y, lamentablemente, se nota demasiado a menudo cómo esta se transforma más bien en un lugar de choque entre fuerzas opuestas. Los gritos de las reivindicaciones sustituyen a la voz del diálogo. Desde varios lugares se tiene la sensación de que el bien común ya no es el objetivo primario a perseguir y ese desinterés lo perciben muchos ciudadanos. Encuentran así terreno fértil en muchos países las formaciones extremistas y populistas que hacen de la protesta el corazón de su mensaje político, sin ofrecer un proyecto político como alternativa constructiva. El diálogo viene sustituido por una contraposición estéril, que puede también poner en peligro la convivencia civil, o por una hegemonía del poder político que enjaula e impide una verdadera vida democrática. En un caso se destruyen puentes y en el otro se construyen muros.
Los cristianos están llamados a favorecer el diálogo político, especialmente allí donde está amenazado y prevalece el enfrentamiento. Los cristianos están llamados a dar nueva dignidad a la política, entendida como máximo servicio al bien común y no como una ocupación de poder. Esto requiere también una adecuada formación, ya que la política no es «el arte de la improvisación», sino una alta expresión de abnegación y entrega personal en ventaja de la comunidad. Ser líder exige estudio, preparación y experiencia.
Un ámbito inclusivo
La responsabilidad de los líderes es la de favorecer una Europa que sea una comunidad inclusiva, libre de un equívoco de fondo: inclusión no es sinónimo de aplastamiento indiferenciado. Al contrario, se es auténticamente inclusivos cuando se saben valorar las diferencias, asumiéndolas como patrimonio común y enriquecedor. En esta perspectiva, los emigrantes son un recurso más que un peso. Los cristianos están llamados a meditar seriamente sobre la afirmación de Jesús: «Fui forastero y me hospedasteis» (Mt 25,35). Ante el drama de los refugiados y de los desplazados, no se puede olvidar, de ningún modo, el hecho de estar ante personas que no pueden ser elegidas o descartadas por el propio gusto, según lógicas políticas, económicas o incluso religiosas.
Sin embargo, esto no contrasta con el deber de toda autoridad de gobierno de gestionar la cuestión migratoria «con la virtud propia del gobernante, es decir, la prudencia»,[3] que debe tener en cuenta tanto la necesidad de tener un corazón abierto, como la posibilidad de integrar plenamente a nivel social, económico y político a los que llegan al país. No se puede pensar que el fenómeno migratorio sea un proceso indiscriminado y sin reglas, pero no se pueden tampoco levantar muros de indiferencia o de miedo. Por su parte, los mismos emigrantes no deben olvidar el compromiso importante de conocer, respetar y también asimilar la cultura y las tradiciones de la nación que los acoge.
Un espacio de solidaridad
Trabajar por una comunidad inclusiva significa edificar un espacio de solidaridad. Ser comunidad implica de hecho que nos apoyemos mutuamente y, por tanto, que no pueden ser solo algunos los que lleven pesos y realicen sacrificios extraordinarios, mientras que otros permanecen enrocados defendiendo posiciones privilegiadas. Una Unión Europea que, al afrontar sus crisis, no redescubriera el sentido de ser una única comunidad que se sostiene y se ayuda —y no un conjunto de pequeños grupos de interés— perdería no solo uno de los desafíos más importantes de su historia, sino también una de las oportunidades más grandes para su futuro.
La solidaridad, que en la perspectiva cristiana encuentra su razón de ser en el precepto del amor (cf. Mt 22,37-40), no puede ser otra cosa que la savia vital de una comunidad viva y madura. Junto al otro principio cardinal de la subsidiariedad, esta se refiere no solo a las relaciones entre los Estados y las regiones de Europa. Ser una comunidad solidaria significa cuidar de los más débiles de la sociedad, de los pobres, de los que son descartados por los sistemas económicos y sociales, a partir de los ancianos y los desempleados. Pero la solidaridad exige también que se recupere la colaboración y el apoyo recíproco entre las generaciones.
A partir de los años sesenta del siglo pasado está teniendo lugar un conflicto generacional sin precedentes. Al entregar a las nuevas generaciones los ideales que han hecho grande a Europa, se puede decir hiperbólicamente que se ha preferido la traición a la tradición. Al rechazo de lo que llegaba de los padres, le ha seguido el tiempo de una dramática esterilidad. No solo porque en Europa se tienen pocos hijos, y demasiados son los que han sido privados del derecho a nacer, sino también porque nos hemos encontrado incapaces de entregar a los jóvenes los instrumentos materiales y culturales para afrontar el futuro. Europa vive una especia de déficit de memoria. Volver a ser comunidad solidaria significa redescubrir el valor del propio pasado, para enriquecer el propio presente y entregar a la posteridad un futuro de esperanza.
Muchos jóvenes se encuentran, sin embargo, perdidos ante la ausencia de raíces y de perspectivas, «llevados a la deriva por todo viento de doctrina» (Ef 4,14); a veces también «prisioneros» de adultos posesivos, a los que les cuesta sostener la tarea que les corresponde. Es importante la tarea de educar, no solo ofreciendo un conjunto de conocimientos técnicos y científicos, sino sobre todo trabajando «para promover la perfección íntegra de la persona humana, también para el bien de la sociedad terrestre y para la construcción de un mundo que debe configurarse más humanamente».[4] Esto exige la implicación de toda la sociedad. La educación es una tarea común, que requiere la activa participación al mismo tiempo de los padres, de la escuela y de las universidades, de las instituciones religiosas y de la sociedad civil. Sin educación, no se genera cultura y se vuelve árido el tejido vital de las comunidades.
Una fuente de desarrollo
La Europa que se redescubre comunidad será seguramente una fuente de desarrollo para sí y para todo el mundo. El desarrollo hay que entenderlo en la acepción que el beato Pablo VI dio a tal palabra. «Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Con gran exactitud ha subrayado un eminente experto: “Nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera”».[5]
Ciertamente al desarrollo del hombre contribuye el trabajo, que es un factor esencial para la dignidad y la maduración de la persona. Se necesita que haya trabajo y se necesitan también condiciones adecuadas de trabajo. En el siglo pasado no han faltado ejemplos elocuentes de empresarios cristianos que han comprendido cómo el éxito de sus iniciativas dependía sobre todo de la posibilidad de ofrecer oportunidades de empleo y condiciones dignas de trabajo. Es necesario volver a empezar desde el espíritu de esas iniciativas, que son también el mejor antídoto a los desequilibrios provocados por una globalización sin alma, que —más atenta al beneficio que a las personas— ha creado gran cantidad de pobreza, desempleo, explotación y malestar social.
Sería oportuno también redescubrir la necesidad de una concreción del trabajo, sobre todo para los jóvenes. Hoy muchos tienden a rehuir de trabajos en sectores que antes eran cruciales, porque son considerados fatigosos y poco remunerados, olvidando cuánto son indispensables para el desarrollo humano. ¿Qué sería de nosotros sin el compromiso de las personas que con el trabajo contribuyen a nuestra alimentación cotidiana? ¿Qué sería de nosotros sin el trabajo paciente e ingenioso de quien teje los vestidos que llevamos o construye las casas en las que vivimos? Muchas profesiones consideradas hoy de segundo grado son fundamentales. Lo son desde el punto de vista social, pero sobre todo lo son por la satisfacción que los trabajadores reciben del poder ser útiles para sí y para los otros a través de su compromiso diario. 
También corresponde a los gobiernos crear las condiciones económicas que favorezcan un sano empresariado y niveles adecuados de empleo. A la política le compete especialmente reactivar un círculo virtuoso que, a partir de inversiones a favor de la familia y de la educación, consienta el desarrollo armonioso y pacífico de toda la comunidad civil.
Una promesa de paz
Finalmente, el compromiso de los cristianos en Europa debe constituir una promesa de paz. Fue este el pensamiento principal que animó a los firmantes de los Tratados de Roma. Después de dos guerras mundiales y violencias atroces de pueblos contra pueblos, había llegado el momento de afirmar el derecho a la paz.[6] Pero todavía hoy vemos cómo la paz es un bien frágil y las lógicas particulares y nacionales corren el riesgo de frustrar los sueños valientes de los fundadores de Europa.[7]
Sin embargo, ser trabajadores de paz (cf. Mt 5,9) no significa solamente trabajar para evitar las tensiones internas, trabajar para poner fin a numerosos conflictos que desangran al mundo o llevar alivio a quien sufre. Ser trabajadores de paz significa hacerse promotores de una cultura de la paz. Esto exige amor a la verdad, sin la que no pueden existir relaciones humanas auténticas y búsqueda de la justicia, sin la que el abuso es la norma imperante de cualquier comunidad.
La paz exige también creatividad. La Unión Europea mantendrá fidelidad a su compromiso de paz en la medida en que no pierda la esperanza y sepa renovarse para responder a las necesidades y a las expectativas de los propios ciudadanos. Hace cien años, precisamente en estos días, empezaba la batalla de Caporetto, una de las más dramáticas de la Gran Guerra. Fue el ápice de una guerra de deterioro, como fue el primer conflicto mundial, que tuvo su triste primado de causar innumerables víctimas frente a conquistas irrisorias. De ese evento aprendemos que quien se atrinchera detrás de las propias posiciones, termina por sucumbir. No es este, por tanto, el tiempo de construir trincheras, sino el de tener la valentía de trabajar para perseguir plenamente el sueño de los Padres fundadores de una Europa unida y concorde, comunidad de pueblos que desean compartir un destino de desarrollo y de paz.
Ser alma de Europa
Eminencias, Excelencias,
Ilustres huéspedes:
El autor de la Carta a Diogneto afirma que « los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo».[8] En este tiempo, los cristianos están llamados a dar nuevamente alma a Europa,  a despertar la conciencia, no para ocupar los espacios, sino para animar procesos que generen nuevos dinamismos en la sociedad.[9] Es precisamente cuanto hizo san Benito, proclamado no por casualidad patrón de Europa por Pablo VI; él no se detuvo en ocupar los espacios de un mundo perdido y confuso. Sostenido por la fe, miró más allá y desde una pequeña cueva de Subiaco dio vida a un movimiento contagioso e imparable que rediseñó el rostro de Europa. Él, que fue «mensajero de paz, realizador de unión, maestro de civilización»,[10] nos muestre también a nosotros cristianos de hoy cómo de la fe brota siempre una esperanza alegre, capaz de cambiar el mundo.
Gracias.

lunes, 30 de octubre de 2017

Francisco defiende «una Europa unida»


La paz sigue siendo en Europa «un bien frágil», amenazado por «las lógicas particulares y nacionales», advierte el Papa
«No es este el tiempo de construir trincheras, sino el de tener la valentía de trabajar para perseguir plenamente el sueño de los Padres fundadores de una Europa unida y concorde, comunidad de pueblos que desean compartir un destino de desarrollo y de paz», dijo el Papa este sábado al dirigir un discurso a los participantes en un seminario celebrado en el Vaticano sobre la contribución del cristianismo a la Unión Europea que ha unido a eclesiásticos con líderes políticos, académicos y representantes de la sociedad civil.
El Papa resaltó que, pese a los grandes logros en el Viejo Continente tras la II Guerra Mundial, no es posible dar la paz por garantizada, amenazada particularmente por los nacionalismos. «Todavía hoy vemos cómo la paz es un bien frágil y las lógicas particulares y nacionales corren el riesgo de frustrar los sueños valientes de los fundadores de Europa», dijo.
«La Unión Europea –según el Pontífice– mantendrá fidelidad a su compromiso de paz en la medida en que no pierda la esperanza y sepa renovarse para responder a las necesidades y a las expectativas de los propios ciudadanos». Para eso hace falta que toda Europa, «desde el Atlántico hasta los Urales, desde el Polo Norte hasta el Mar Mediterráneo», sea un lugar de diálogo, sincero y constructivo en el que todos los protagonistas tienen la misma dignidad. «Estamos llamados a construir una Europa en la que podamos encontrarnos y confrontarnos a todos los niveles», dijo el Papa.
Con respecto a la contribución de los cristianos, en un tiempo en que  muchos perciben el cristianismo «como un elemento del pasado, lejano y ajeno», Francisco considera que, su deber es «dar nuevamente alma a Europa, a despertar la conciencia, no para ocupar los espacios, sino para animar procesos que generen nuevos dinamismos en la sociedad».
Lo primero es personalizar la realidad europea frente a la tendencia actual a reducirlo todo «a una discusión de cifras». «No hay ciudadanos, hay votos. No hay emigrantes, hay cuotas. No hay trabajadores, hay indicadores económicos. No hay pobres, hay umbrales de pobreza», lamentó el Pontífice. «Lo concreto de la persona humana se ha reducido así a un principio abstracto, más cómodo y tranquilizador. Se entiende la razón: las personas tienen rostros, nos obligan a asumir una responsabilidad real y personal; las cifras tienen que ver con razonamientos, también útiles e importantes, pero permanecerán siempre sin alma. Nos ofrecen excusas para no comprometernos, porque nunca nos llegan a tocar en la propia carne».
Y «la segunda contribución que los cristianos pueden aportar al futuro de Europa es el descubrimiento del sentido de pertenencia a una comunidad», añadió el Papa, quien abogó por una Europa «inclusiva», lo cual –subrayó– «no es sinónimo de aplastamiento indiferenciado. Al contrario, se es auténticamente inclusivos cuando se saben valorar las diferencias, asumiéndolas como patrimonio común y enriquecedor».
Tuvo también el Papa palabras sobre el paro juvenil, una de sus constantes preocupaciones, y sobre los migrantes y refugiados, frente a las que pidió «tener un corazón abierto» para integrarlas plenamente «a nivel social, económico y político». «No se puede pensar que el fenómeno migratorio sea un proceso indiscriminado y sin reglas –añadió–, pero no se pueden tampoco levantar muros de indiferencia o de miedo».
«Por su parte, los mismos emigrantes no deben olvidar el compromiso importante de conocer, respetar y también asimilar la cultura y las tradiciones de la nación que los acoge».
Agencias/Alfa y Omega

Padrinos de bautismo


De repente nos damos cuenta de que no encontramos el expediente para un bautizo. Y eso que los padres habían acudido a las sesiones de catequesis para prepararlo. Cojo el teléfono y los llamo. No responden. A los cinco minutos me devuelven la llamada. Que lo tienen todo ellos, que sí se lo habíamos dado y explicado todo, que pensaban tráelo el día del bautizo (esto ocurre un domingo y el bautizo es el sábado siguiente). Les digo que es importante revisarlo y que lo necesitamos en la parroquia. «¡Ahora voy, en diez minutos estoy allí!» Viene ella sola con el bebé. Sonrisa nerviosa, muy nerviosa.
Me entrega un montón de papeles desordenados. Falta parte de la información. Los datos de la madrina están en flamenco, pues es belga. «Yo te lo explico». Le contesto que no hace falta: he viajado mucho por Bélgica y leo lo suficiente para entender que allí no pone lo que ella me dice; me está entregando documentos del Registro Civil, papeles de relleno. El padrino no está confirmado; tampoco trae la partida de Bautismo, aunque sí un papelín que dice cuándo y dónde fue bautizado. «¿No vale con que uno de los dos esté confirmado?». O sea, que la cosa es valer.
Comienza a sincerarse. El padrino convive con su novia; «¡son muy buena gente!». Le contesto que nadie dice lo contrario. Y la madrina, la belga, «bueno, tampoco está casada, aunque piensan hacerlo pronto… además está embarazadísima». Le recuerdo que nadie está juzgando nada. También le recuerdo cuáles son los requisitos y que no parece que cumplan lo de no encontrarse en situación irregular pública y estable. Silencio. Cojo el ritual del Bautismo de niños. Voy a donde dice que los padres se obligan a educar a su hijo en la fe para que, guardando los mandamientos de Dios, ame al Señor y al prójimo «como Cristo enseña en el Evangelio». Le muestro que inmediatamente después se pregunta a los padrinos si están dispuestos a ayudar a sus padres en esa tarea. Los verbos utilizados son obligar y ayudar.
La idea era aguardar al sábado y «a ver si, con toda la familia allí, nos ponen alguna pega». No solo es cuestión de buscar nuevos padrinos. Queda mucho trabajo por delante.
Jaime Noguera (@noguera_jaime)
Diácono permanente
Alfa y Omega

El Papa en el Ángelus: “El sueño de Dios para el hombre es hacerlo partícipe de su vida de Amor”

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este domingo la liturgia nos presenta un pasaje evangélico breve, pero muy importante (Cfr. Mt 22,34-40). El evangelista Mateo narra que los fariseos se reunieron para poner a prueba a Jesús. Uno de ellos, un doctor de la Ley, le dirige esta pregunta: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?» (v. 36). Es una pregunta insidiosa, porque en la Ley de Moisés son mencionados más de seiscientos preceptos. ¿Cómo distinguir, entre todos estos, el mandamiento más grande? Pero Jesús no tiene duda alguna y responde: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu». Y agrega: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (vv. 37.39).
Esta respuesta de Jesús no es presupuesta, porque, entre los múltiples preceptos de la ley hebrea, los más importantes eran los diez Mandamientos, comunicados directamente por Dios a Moisés, como condición del pacto de alianza con el pueblo. Pero Jesús quiere hacer entender que sin el amor por Dios y por el prójimo no existe verdadera fidelidad a esta alianza con el Señor. Tú puedes hacer tantas cosas buenas, cumplir tantos preceptos, tantas cosas buenas, pero si tú no tienes amor, esto no sirve.
Lo confirma otro texto del Libro del Éxodo, llamado “código de la alianza”, donde se dice que no se puede estar en la Alianza con el Señor y maltratar a quienes gozan de su protección. ¿Y quiénes son estos que gozan de la protección? Dice la Biblia: la viuda, el huérfano, el migrante, es decir, las personas más solas e indefensas (Cfr. Ex 22,20-21).
Respondiendo a esos fariseos que lo habían interrogado, Jesús trata también de ayudarlos a poner en orden en su religiosidad, para restablecer lo que verdaderamente cuenta y lo que es menos importante. Dice: «De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas» (Mt 22,40). Son los más importantes, y los demás dependen de estos dos. Y Jesús ha vivido justamente así su vida: predicando y obrando lo que verdaderamente cuenta y es esencial, es decir, el amor. El amor da impulso y fecundidad a la vida y al camino de fe: sin el amor, sea la vida, sea la fe permanecen estériles.
Lo que Jesús propone en esta página evangélica es un ideal estupendo, que corresponde al deseo más auténtico de nuestro corazón. De hecho, nosotros hemos sido creados para amar y ser amados. Dios, que es Amor, nos ha creado para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo, y para amar con Él a todas las personas. Este es el “sueño” de Dios para el hombre. Y para realizarlo tenemos necesidad de su gracia, necesitamos recibir en nosotros la capacidad de amar que proviene de Dios mismo. Jesús se ofrece a nosotros en la Eucaristía justamente por esto. En ella nosotros recibimos su Cuerpo y su Sangre, es decir, recibimos a Jesús en la expresión máxima de su amor, cuando Él se ofreció a sí mismo al Padre por nuestra salvación.
La Virgen Santa nos ayude a acoger en nuestra vida el “gran mandamiento” del amor a Dios y al prójimo. De hecho, si incluso lo conocemos desde cuando éramos niños, no terminaremos jamás de convertirnos a ello y de ponerlo en práctica en las diversas situaciones en las cuales nos encontramos.
(Traducción del italiano, Renato Martinez)