Li smantal
Kajvaltike toj lek – la ley del Señor es perfecta del todo y reconforta
el alma, así comenzaba el salmo que hemos escuchado. La ley del Señor es
perfecta; y el salmista se encarga de enumerar todo lo que esa ley genera al
que la escucha y la sigue: reconforta el alma, hace sabio al sencillo,
alegra el corazón, es luz para alumbrar el camino.
Esa es la ley
que el Pueblo de Israel había recibido de mano de Moisés, una ley que ayudaría
al Pueblo de Dios a vivir en la libertad a la que habían sido llamados. Ley que
quería ser luz para sus pasos y acompañar el peregrinar de su Pueblo. Un Pueblo
que había experimentado la esclavitud y el despotismo del Faraón, que había
experimentado el sufrimiento y el maltrato hasta que Dios dice basta, hasta que
Dios dice: ¡No más! He visto la aflicción, he oído el clamor, he
conocido su angustia (cf. Ex 3,9). Y ahí se
manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre ante el
dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra, su ley,
se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, sabiduría y luz.
Experiencia, realidad que encuentra eco en esa expresión que nace de la
sabiduría acunada en estas tierras desde tiempos lejanos, y que reza en el Popol
Vuh de la siguiente manera: El alba sobrevino sobre todas las
tribus juntas. La faz de la tierra fue enseguida saneada por el sol(33). El
alba sobrevino para los pueblos que una y otra vez han caminado en las
distintas tinieblas de la historia.
En esta
expresión, hay un anhelo de vivir en libertad, hay un anhelo que tiene sabor a
tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean la
moneda corriente. En el corazón del hombre y en la memoria de muchos de
nuestros pueblos está inscrito el anhelo de una tierra, de un tiempo donde la
desvalorización sea superada por la fraternidad, la injusticia sea vencida por
la solidaridad y la violencia sea callada por la paz.
Nuestro Padre
no sólo comparte ese anhelo, Él mismo lo ha estimulado y lo estimula al
regalarnos a su hijo Jesucristo. En Él encontramos la solidaridad del Padre
caminando a nuestro lado. En Él vemos cómo esa ley perfecta toma carne, toma
rostro, toma la historia para acompañar y sostener a su Pueblo; se hace Camino,
se hace Verdad, se hace Vida, para que las tinieblas no tengan la última
palabra y el alba no deje de venir sobre la vida de sus hijos.
De muchas
maneras y de muchas formas se ha querido silenciar este anhelo, de muchas
maneras han intentado anestesiarnos el alma, de muchas formas han pretendido
aletargar y adormecer la vida de nuestros niños y jóvenes con la insinuación de
que nada puede cambiar o de que son sueños imposibles. Frente a estas formas,
la creación también sabe levantar su voz; «esta hermana clama por el daño que
le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios
ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y
dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22)»
(Laudato si’, 2).
El desafío
ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos impactan a todos (cf. Laudato
si’,14) y nos interpelan. Ya no podemos hacernos los sordos frente a una de
las mayores crisis ambientales de la historia.
En esto
ustedes tienen mucho que enseñarnos, que enseñar a la humanidad. Sus pueblos,
como han reconocido los obispos de América Latina, saben relacionarse
armónicamente con la naturaleza, a la que respetan como «fuente de alimento,
casa común y altar del compartir humano» (Aparecida, 472).
Sin embargo,
muchas veces, de modo sistemático y estructural, vuestros pueblos han sido
incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores
sus valores, su
cultura, sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el
dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han
realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a
todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón! Perdón
hermanos, el mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita
a ustedes.
Los jóvenes
de hoy, expuestos a una cultura que intenta suprimir todas las riquezas y
características diversidades culturales en pos de un mundo homogéneo, necesitan
que no se pierda la sabiduría de sus ancianos.
El mundo de
hoy, preso del pragmatismo, necesita reaprender el valor de la gratuidad.
Estamos celebrando
la certeza de que «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su
proyecto de amor, que no se arrepiente de habernos creado» (Laudato si’,
13). Celebramos que Jesucristo sigue muriendo y resucitando en cada gesto que
tengamos con el más pequeño de sus hermanos. Animémonos a seguir siendo
testigos de su Pasión, de su Resurrección haciendo carne Li smantal Kajvaltike
toj lek – la ley del Señor que es perfecta del todo y reconforta el
alma.