Cree en el diálogo interreligioso. Y con los no creyentes. A todos tiende la mano para trabajar por la sociedad desde un espíritu de servicio. Incluso ha abierto la elaboración del Plan Pastoral de Barcelona a la participación de cualquier vecino, sea o no católico. «En ese diálogo está la Iglesia en salida», afirma Juan José Omella (Cretas –Teruel–, 1946), que recibió este miércoles el birrete cardenalicio de manos del Papa. En un Consistorio plagado de sorpresas, la suya fue la única púrpura previsible, no tanto por la importancia de la diócesis (Francisco ha dejado claro que para él no existen sedes automáticamente cardenalicias), sino por la estrecha relación de confianza que mantiene con el Pontífice, con quien comparte una misma visión sobre la misión hoy de la Iglesia.
Se habla de usted como una de las personas de mayor confianza del Papa en España. ¿Qué tipo de cosas le pregunta el Papa, de qué temas hablan?
Con cualquier obispo que va a hablar con él, lo que a él le preocupa siempre es cómo estás, la situación de tu Iglesia particular, tus dificultades y tus logros… Es casi como cuando uno le cuenta las cosas de su trabajo a su padre, a su mujer, a su marido… Con el Papa te puedes desahogar porque sabes que siempre te escucha. A la Conferencia Episcopal Española le tiene además un cariño especial, la sigue muy de cerca. Él se interesa por todas las Iglesias, pero de manera especial por la de España, a la que considera un poco como su propia casa. Y en el contacto que tenemos, las preguntas siempre suelen pertenecer a este nivel. Él, como buen padre, nos anima a seguir adelante en ese camino que estamos recorriendo todos los obispos, que es de comunión –esto es muy importante–, para evangelizar esta tierra de raíces cristianas que es España y que es Europa.
¿Y cómo propone el Papa llevar adelante esa labor de evangelización?
Él nos está dando las claves. Nos está pidiendo que no seamos una Iglesia autorreferencial, cerrada sobre sí misma. Nos dice: «Ábranse, ábranse al mundo, que el mundo tiene hambre del mensaje de Jesucristo». Yo creo que es eso lo que tenemos que captar: dejar de mirarnos tanto el ombligo y pensar más en la sociedad, en qué es lo que necesita, que al final son testimonios, testigos y pruebas de esperanza, de amor y de cariño, especialmente hacia los más pobres. Eso es el Evangelio de Jesucristo. Y nos está diciendo también: «Sean pastores». No solo el sacerdote. Porque también es pastor el catequista, el padre de familia, el maestro católico… Estamos llamados a ir delante por donde el Evangelio nos dice que debemos caminar. Pero ir también en medio de la gente, compartiendo sus esperanzas, sus dificultades, sus problemas… E ir también detrás, recogiendo a los más pobres, a los más vulnerables, a los más pequeños… El Papa es un modelo de pastor que se mete entre la gente, como lo hacía en Buenos Aires cuando viajaba en el metro, visitaba los suburbios, lloraba y reía con todos… Es así como se evangeliza.
Háblenos de su trabajo en la Congregación de los Obispos. Forjado en responsabilidades diocesanas, experiencia pastoral, conocimiento del seminario… ¿Este podría ser el retrato robot de los nuevos obispos, frente a otras épocas en las que, quizá, se ponía más el acento en la solvencia doctrinal?
El Papa no da unos criterios que todos conocemos, porque habla de esto abiertamente. Él quiere un obispo que sea ante todo pastor. Que esté muy en contacto con la gente e impulse una Iglesia en salida. Y que trabaje sinodalmente con todos, en comunión con los laicos y con los hermanos obispos. Esas son las claves que él nos va dando, y la congregación trata de buscar esos pastores, aunque yo creo que la gran mayoría de obispos ya son así (por no decir todos, que podría sonar un poco pretencioso). Después, entre los posibles candidatos, hay que elegir. Por el camino se quedan sacerdotes que hubiesen sido igual o mejores obispos, pero no todos los sacerdotes pueden ser obispos, igual que no todos los bautizados pueden ser sacerdotes.
En entornos sociológicamente cada vez más plurales, como Barcelona, ¿qué ajustes se requieren en el modelo de presencia para una Iglesia en salida con una presencia socialmente significativa?
De entrada, no podemos olvidar algo que decía san Agustín: a las ovejas que están dentro del redil hay que darles de comer. No podemos abandonarlas. A quienes participan ya en la Eucaristía y en los sacramentos tenemos que acompañarlos para ayudarlos a vivir y a crecer en santidad. Pero no podemos quedarnos ahí. Tenemos que salir a buscar también a las personas que están fuera. Por eso es tan importante el diálogo con el mundo, con la cultura… Y por eso mi antecesor [el cardenal Lluís Martínez Sistach], siguiendo las indicaciones de Benedicto XVI, llevó a cabo aquel diálogo a través del Atrio de los Gentiles y promovió la evangelización de las grandes ciudades. En Barcelona hay una realidad social muy plural con presencia de otras muchas religiones. Hay una presencia significativa, por ejemplo, de musulmanes que debemos tener en cuenta y estar en contacto con ellos desde una actitud de respeto, de escucha y de convivencia, porque todos buscamos servir al Señor y a la humanidad. Y luego, están las personas del mundo del ateísmo, que también buscan servir a la humanidad. Yo creo en el diálogo con ellos. Pío XII decía que hay ateos porque hay malos cristianos. Por nuestro mal ejemplo se alejan muchos de la Iglesia. Pero siguen teniendo un corazón con hambre de verdad, de justicia, de libertad, de unión, de convivencia… Creo que nos podemos encontrar trabajando juntos por el bien de la sociedad. En ese diálogo está la Iglesia en salida.
Usted ha abierto la elaboración del nuevo Plan Pastoral a la participación de todos, ni siquiera solo los católicos.
Sí. El Plan Pastoral lo hemos abierto no solo a los seglares y a las parroquias, sino a todo aquel que quiera aportar sus ideas, aunque no pertenezca a la Iglesia. No sé si participarán muchos o pocos no creyentes. El hecho es que es bueno que escuchemos a los que no piensan como nosotros y nos digan en qué creen que debemos mejorar.
También se ha dirigido a los sacerdotes y a los diáconos para plantearles cambios en la línea pastoral. ¿En qué sentido deben ser esos cambios?
Cuando llegué a Barcelona [el 26 de diciembre de 2015] mucha gente me advirtió: «Mire, las cosas han cambiado, y aquí tenemos muchas estructuras que vienen de tiempos antiguos y que a lo mejor ya no necesitamos». Hacía falta reestructurar, sabiendo que hoy no tenemos tantos brazos para llevar adelante la misión de la Iglesia. Y también me pidieron que, al venir un obispo nuevo, hubiera un relevo, un gobierno nuevo. Estos cambios, en lugar de hacerlos yo solo, me pareció que era bueno consultarlos con los sacerdotes y los diáconos, que llevan muchos años aquí trabajando y conocen Barcelona mejor que yo. Y la verdad es que me están escribiendo para darme buenas ideas… Eso es, en el fondo, una Iglesia sinodal. Igual que el Papa consulta a todos, yo he querido preguntar a la base, a las parroquias, a los jóvenes… No siempre coincidiremos todos en las opiniones, pero escuchar a todos siempre viene bien, igual que siempre uno agradece que le pregunten su opinión.
Y en medio de este proceso tiene usted ya a los dos obispos auxiliares que le pidió al Papa.
Es un regalo de Dios que lleguen justo cuando estamos haciendo esta recogida de propuestas para que así puedan integrarse en esta reflexión y en estas nuevas propuestas, y empecemos a caminar juntos todos en este nuevo camino, que en el fondo es seguir el que ya existía antes, pero dándole algún matiz, algún refuerzo, alguna corrección.
Ante una sociedad dividida en cuestiones políticas, ¿cuál debe ser el papel de la Iglesia?
El papel de la Iglesia es abrir las puertas y acoger a todos. Y facilitar que el diálogo crezca y se evite la confrontación. Estamos para animar a todos a trabajar por el bien común. Eso es lo más importante. La Iglesia hace ese papel de intermediario en la medida de lo posible.
Ricardo Benjumea