Miles de corazones esperan que alguien les lleve luz, alegría, esperanza. Miles de corazones necesitan y piden que alguien les hable de Dios.
Por eso, una de las misiones más urgentes que tenemos los católicos consiste precisamente en hablar de Dios.
Es cierto que sin el ejemplo las palabras suenan vacías. Por eso, el primer modo de hablar consiste precisamente en el testimonio de la vida.
Son mis gestos, mis acciones, los que más hablan de las convicciones que guardo en el corazón. Sólo si mi vida corresponde al Evangelio estaré en condiciones de susurrar, de anunciar, de gritar incluso, verdades llenas de esperanza.
Luego, desde la coherencia de vida y desde la alegría, podré hablar de Dios a tantos hermanos necesitados.
Hermanos que viven muy cerca: un familiar, un amigo, un compañero de trabajo. Hermanos que tal vez están lejos, pero a los que pueden llegar letras y sonidos gracias a las mil posibilidades abiertas en el mundo de Internet.
Tras ese deseo se esconde Dios mismo, que suscita nostalgias, que llama a los hijos, que desea celebrar una fiesta grande, hermosa, eterna, en el Reino de los cielos.
Ese Dios me invita hoy a hablar de Él con alegría, desde mi vida, desde mis plegarias, desde palabras que salen de lo más íntimo del alma. Mi testimonio será creíble si me dejo guiar por la fuerza del Espíritu y si me alimento con un Pan y un Vino convertidos en el Cuerpo y en la Sangre del Cordero que quita el pecado del mundo.
P. Fernando Pascual