jueves, 10 de noviembre de 2016

Comentario del Papa Francisco del Evangelio según san Lucas (17,20-25):




El hecho de que Jesús hablase mucho del reino de Dios había convertido en «curiosos» también a los fariseos. Tanto que llegan a preguntarle: «¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?». Y «Jesús respondeclaro: el reino de Dios no viene aparatosamente; ni dirán: “Está aquí” o “Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros».

En efecto, «cuando Jesús explicaba en las parábolas cómo es el reino de Dios, utilizaba siempre palabras serenas, tranquilas», y «figuras que decían que el reino de Dios está escondido». Así, Jesús compara el reino a «un mercader que busca perlas finas aquí y allá» o bien, a «otro que busca un tesoro escondido en la tierra». O decía que era «como una red que acoge a todos o como la semilla de mostaza, pequeñita, que luego llega a ser un árbol grande». 

En definitiva, «el reino de Dios no es un espectáculo». Precisamente «el espectáculo, muchas veces, es la caricatura del reino de Dios». En cambio, «el reino de Dios es silencioso, crece dentro; lo hace crecer el Espíritu Santo con nuestra disponibilidad». Pero «crece lentamente, silenciosamente».

En el relato de san Lucas, Jesús vuelve a retomar este discurso y pregunta: «¿Vosotros queréis ver el reino de Dios?». Y explica: «Os dirán: ¡está allá! o ¡está aquí! ¡No vayáis! ¡No les sigáis! Porque el reino de Dios vendrá como el fulgor del relámpago, en un instante». Sí, «se manifestará al instante, está dentro». Pero «pienso en cuántos son los cristianos que prefieren el espectáculo en vez del silencio del reino de Dios».

«¿Tú eres cristiano? ¡Sí! ¿tú crees en Jesucristo? ¡Sí! ¿crees en los sacramentos? ¡Sí! ¿crees que Jesús está allí y que ahora viene aquí? ¡Sí, sí, sí!». Y, entonces, «¿por qué no vas a adorarlo, por qué no vas a la Misa, por qué no comulgas, por qué no te acercas al Señor», para que su reino «crezca» dentro de ti? 

Por lo demás, «el Señor jamás dice que el reino de Dios es un espectáculo; es una fiesta, pero es distinto. Es una fiesta bellísima, una gran fiesta. Y el cielo será una fiesta, pero no un espectáculo». 

Sucede, a veces, «en las celebraciones de algunos sacramentos», especialmente en las bodas, que se tiende al espectáculo. Tanto que tenemos que preguntarnos: «¿Esta gente vino a recibir un Sacramento, a hacer fiesta como en Caná de Galilea, o vino hacer el espectáculo de la moda, de hacerse ver, de la vanidad?». 

En el lado opuesto está «la perseverancia de muchos cristianos que llevan adelante la familia: hombres, mujeres que se preocupan por sus hijos, que llegan a final de mes prácticamente sin dinero, pero oran». Y el reino de Dios «está allí, escondido en esa santidad de la vida cotidiana, esa santidad de todos los días». Porque «el reino de Dios no está lejos de nosotros, está cerca».

Precisamente la «cercanía es una de las características» del reino. Cercanía que quiere decir «todos los días». Por eso «Jesús aparta de la mente de los discípulos una imagen espectacular del reino de Dios». Y «cuando quiere hablar de los últimos tiempos, cuando vendrá en su gloria, el último día, dice: así será el Hijo del hombre en su día, como el fulgor del relámpago, pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación».

Del reino de Dios, por lo tanto, «forma parte también el sufrimiento, la cruz; la cruz cotidiana de la vida, la cruz del trabajo, de la familia». Así «el reino de Dios es humilde, como la semilla: humilde; pero se hace grande por el poder del Espíritu Santo». 

Y «a nosotros nos toca dejarlo crecer en nosotros, sin gloriarnos. Dejar que el Espíritu venga, nos cambie el alma y nos lleve adelante en el silencio, la paz, la quietud, la cercanía a Dios, a los demás, sin espectáculos». 

Pidamos al Señor «esta gracia de cuidar el reino de Dios que está dentro de nosotros y en medio de nosotros y de nuestras comunidades: cuidarlo con la oración, la adoración, el servicio de la caridad, silenciosamente».
(Papa Francisco, homilía en santa Marta del 13 de noviembre de 2014)

EL REINO DE DIOS ESTÁ DENTRO DE VOSOTROS



Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,20-25):

En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios Jesús les contestó: 

«El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.»

Dijo a sus discípulos: 

«Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.»

Palabra del Señor

«Santa María la Real de la Almudena, gracias por acompañarnos y abrirnos caminos de encuentro»


Varios miles de personas han abarrotado este miércoles por la mañana la plaza Mayor para celebrar la fiesta de Santa María la Real de la Almudena con una Misa solemne presidida por el arzobispo de Madrid. En su homilía [íntegra en este enlace], monseñor Carlos Osoro, ha dado las gracias a la patrona de la diócesis «por ofrecernos a tu Hijo Jesucristo, rostro vivo y auténtico de Dios y del hombre». «Sostienes en tus manos a Nuestro Señor recién nacido en Belén y nos lo ofreces a los hombres. Así, en esta postura, con esta fotografía, te han reconocido como Madre de Dios y Madre nuestra, como Madre de Madrid –como subraya el lema de este año–, todos los que habitan estas tierras. Gracias por acompañarnos y abrirnos caminos de encuentro, gracias por enseñarnos a derribar muros, a crear puentes que nos unan a todos, a no hacer una tierra donde unos descartamos a los otros», ha aseverado.
El cardenal electo ha pedido a la Virgen «que mire a todos los que formamos parte de esta Comunidad de Madrid, a cada uno de nosotros, con esos sus ojos misericordiosos» y que nos ayude a «cuidar la vida», a mirar como ella y a ver a su Hijo «en cada ser humano que es nuestro hermano». Como ha resaltado, «la vida hay que cuidarla siempre, desde el inicio hasta su término, siempre haciéndolo con ternura». «Cuidar la vida supone sembrar esperanza siempre. Un pueblo que cuida la vida es sembrador de esperanza. Un pueblo que cuida a los niños y a los ancianos, cuida a todos. María nos enseña a cuidar la Vida. Cuidó a Jesús desde el momento que estuvo en su vientre y lo cuidó cuando estaba en la Cruz. [...] En las bodas de Caná, cuando María vio que no había lo necesario para hacer la fiesta, se dirigió a su Hijo para pedirle que interviniera sin mirar quiénes estaban. Lo hacía para todos. Porque igual que Jesús dio la vida por todos los hombres, a su Madre la hizo Madre de todos. ¡Qué tradición más hermosa salir aquí, en Madrid, a la plaza Mayor, para pedir a la Madre de Madrid que nos cuide y nos enseñe a cuidarnos los unos a los otros!», ha añadido.
En esta línea, como ha recordado monseñor Osoro, hace falta tener la mirada de María para «vernos entre nosotros de otra manera, no como enemigos, sino como hermanos». «Enséñanos a mirar para rescatar, acompañar y proteger; a mirar a los que naturalmente miramos menos y lo necesitan más: a aquellos que están desamparados, solos o enfermos, a los que no tienen de qué vivir, a los que están en la calle, a los que no conocen a tu Hijo ni la ternura que tienes de Madre», ha pedido; para luego animar a aceptar la invitación que nos hace la Virgen a «encontrar a Jesús en cada ser humano», a «no permanecer indiferentes ante el hermano».
«Establezcamos tal comunión con Dios que podamos decir al unísono del corazón de María: "Hágase en mí según tu palabra", "aquí estoy", disponible para dejarte entrar en mi vida y poder llevar, a los hombres que encuentre en el camino, lo que tú me das. Señor Jesucristo, gracias por darme como Madre a tu Madre. Que con su intercesión cuidemos la vida de los hombres, regalemos tu mirada a todos sin excepción y veamos siempre a un hermano. Santa María la Real de la Almudena, ruega por nosotros», ha concluido el arzobispo de Madrid.

Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 9 de noviembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas, buenos días
La vida de Jesús, sobre todo en los tres años de su ministerio público, fue un incesante encuentro con personas. Entre ellas, unos lugares especiales han recibido los enfermos. ¡Cuántas páginas de los Evangelios narran estos encuentros! El paralítico, el ciego, el leproso, el endemoniado, e innumerables enfermos de todo tipo… Jesús se ha hecho cercano a cada uno de nosotros y les ha sanado con su presencia y el poder de su fuerza resanadora. Por lo tanto, no puede faltar, entre las obras de misericordia, la de visitar y asistir a las personas enfermas.
Junto a esta podemos incluir la de estar cerca a las personas que están en la cárcel. De hecho, tanto los enfermos como los presos viven una condición que limita su libertad. Y precisamente cuando nos falta, ¡nos damos cuenta de cuánto es preciosa! Jesús nos ha donado la posibilidad de ser libres a pesar de los límites de la enfermedad y de las restricciones. Él nos ofrece la libertad que proviene del encuentro con Él y del sentido nuevo que este encuentro lleva a nuestra condición personal.
Con estas obras de misericordia, el Señor nos invita a un gesto de gran humanidad: el compartir. Recordemos esta palabra: compartir. Quien está enfermo, a menudo se siente solo. No podemos esconder que, sobre todo en nuestros días, precisamente en la enfermedad se experimenta de forma más profunda la soledad que atraviesa gran parte de la vida.
Una visita puede hacer sentir a la persona enferma menos sola y ¡un poco de compañía es una buena medicina! Una sonrisa, una caricia, un apretón de manos son gestos sencillos, pero muy importantes para quien se siente abandonado.
¡Cuántas personas se dedican a visitar a los enfermos en los hospitales y en sus casas! Es una obra de voluntariado impagable. Cuando se hace en nombre del Señor, entonces se convierte también en expresión elocuente y eficaz de misericordia. ¡No dejemos solas a las personas enfermas! No impidamos que encuentren alivio, y nosotros así enriquecernos por la cercanía de quien sufre. Los hospitales son hoy verdaderas “catedrales del dolor” pero donde se hace evidente también la fuerza de la caridad que sostiene y siente compasión.  
Del mismo modo, pienso en los que están encerrados en la cárcel. Jesús tampoco les ha olvidado. Poniendo la visita a los presos entre las obras de misericordia, ha querido invitarnos, sobre todo, a no hacernos juez de nadie. Cierto, si uno está en la cárcel es porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la convivencia civil. Por eso están descontando su pena en la prisión. Pero cualquier cosa que un preso pueda haber hecho, él sigue siendo amado por Dios. ¿Quién puede entrar en la intimidad de su conciencia para entender qué siente? ¿Quién puede comprender el dolor y el remordimiento?
Es demasiado fácil lavarse las manos afirmando que se ha equivocado. Un cristiano está llamado a hacerse cargo, para que quien se haya equivocado comprenda el mal realizado y vuelva a sí mismo. La falta de libertad es sin duda una de las privaciones más grandes para el ser humano.
Si a esta se añade el degrado de las condiciones –a menudo privadas de humanidad– en la que estas personas viven, entonces realmente es el caso en el cual un cristiano se siente provocado a hacer de todo para restituirles su dignidad.
Visitar a las personas en la cárcel es una obra de misericordia que sobre todo hoy asume un valor particular por las diferentes formas de justicialismo a las que estamos sometidos. Nadie apunte contra nadie. Hagámonos todos instrumentos de misericordia, con actitudes de compartir y de respeto. Pienso a menudo en los presos… pienso a menudo, les llevo en el corazón.
Me pregunto qué les ha llevado a delinquir y cómo han podido ceder a las distintas formas de mal. Y también, junto a estos pensamientos siento que todos necesitan cercanía y ternura, porque la misericordia de Dios cumple prodigios. Cuántas lágrimas he visto correr por las mejillas de prisioneros que quizá nunca en la vida habían llorado; y esto solo porque se han sentido acogidos y amados.
Y no olvidemos que también Jesús y los apóstoles han experimentado la prisión. En los pasajes de la Pasión conocemos los sufrimientos a los que el Señor ha sido sometido: capturado, arrestado como un criminal, escarnecido, flagelado, coronado de espinas… Él, ¡el único Inocente! Y también san Pedro y san Pablo estuvieron en la cárcel (cfr Hch 12,5; Fil1,12-17).
El domingo pasado –que fue el domingo del Jubileo de los presos– por la tarde vinieron a verme un grupo de presos de Padua. Les pregunté qué harían al día siguiente, antes de volver a Padua. Me dijeron: “Iremos a la Prisión Mamertina para compartir la experiencia de san Pablo”. Es bonito, escuchar esto me ha hecho bien. Estos presos querían encontrar a Pablo prisionero. Es algo bonito, y me ha hecho bien. Y también allí, en la presión, han rezado y evangelizado. Es conmovedora la página de los Hechos de los Apóstoles en las que es contado el encarcelamiento de Pablo: se sentía solo y deseaba que alguno de los amigos le visitara (cfr 2 Tm 4,9-15). Se sentía solo porque la mayoría le había dejado solo… el gran Pablo.
Estas obras de misericordia, como se ve, son antiguas y también actuales. Jesús ha dejado lo que estaba haciendo para ir a visitar a la suegra de Pedro; una obra antigua de caridad. Jesús la ha hecho. No caigamos en la indiferencia, sino convirtámonos en instrumentos de la misericordia de Dios. Todos podemos ser instrumentos de la misericordia de Dios y esto hará nos más bien a nosotros que a los otros porque la misericordia pasa a través de un gesto, una palabra, una visita y esta misericordia es un acto para restituir la alegría y la dignidad a quien la ha perdido.

 Zenit

En la Iglesia nadie es extranjero



En un momento de extensión de la movilidad humana aún no hemos conseguido que nuestras comunidades cristianas sean un hogar habitable para quienes vienen de otros países. En nuestras parroquias seguimos utilizando el lenguaje ellos/nosotros y hay una brecha difusa que dificulta la integración eclesial de los inmigrantes. Bastantes de los niños que celebran la Primera Comunión son de procedencia extranjera, lo mismo que buena parte de la población joven. Sin embargo, no es habitual encontrar una parroquia en la que los catequistas o los miembros del Consejo Pastoral sean personas venidas de otros países. Ciertamente, las comunidades cristianas somos mucho más cerradas de lo que solemos pensar. Necesitamos abrirnos y recrear una identidad que se configura siempre en interrelación con los otros. El Papa, en su mensaje de este año, nos interpela señalando que los forasteros «amenazan la tranquilidad tradicional» de nuestras parroquias: somos convocadas en el Año de la Misericordia a practicar la cultura del encuentro y de la hospitalidad. Urge que revisemos nuestras prácticas pastorales y que nos empeñemos en otorgar a los hermanos inmigrantes el lugar central que les corresponde. Que la experiencia comunitaria cristiana ayude a recomponer la propia identidad, a celebrarla y a desplegar la plenitud de derechos y deberes en la tierra de acogida. La Iglesia ha de ser un hogar de puertas abiertas que invita a superar la visión asistencialista de las migraciones: incluso los ponemos al final de las peticiones, tras una letanía de situaciones de exclusión. Eso más que incluir, estigmatiza. Las hermanas y hermanos inmigrantes no son un problema sino una riqueza inmensa que rejuvenece. Finalmente, Francisco no se olvida de la emergencia que suponen los refugiados de hecho y de derecho. En España se han creado solo 50 plazas para realojarlos… ¡de un compromiso de 9.360! A pesar de la presión social, solo han sido reubicados ¡18 asilados provenientes de Italia! Como señala el Papa, «acoger al otro es acoger a Dios en persona» y ello siempre es fuente de esperanza y alegría. Por eso, quizá, nuestra sociedad anda tan falta de las dos.
José Luis Segovia
Vicario d
e Pastoral Social de la archidiócesis de Madrid

Papa: testimoniar la Misericordia en el mundo afianzados en el Jubileo que concluye

Haciendo hincapié en las obras de misericordia, en especial en las de visitar a los enfermos y a los encarcelados, el Papa Francisco invitó a los numerosos peregrinos de tantas partes del mundo a rogarle al Señor una fe grande para mirar la realidad con la mirada de Jesús y una caridad generosa para acercarnos a las personas con su corazón misericordioso:
«Que el pasar por la Puerta Santa recuerde a cada uno que sólo a través de Cristo es posible entrar en el amor y en la misericordia del Padre, que acoge y perdona a todos»
Vencer la indiferencia e impulsar el testimonio cristiano de la Misericordia y la divina ternura del Señor, también después de la clausura del Año Jubilar
Reiterando su exhortación a ser instrumentos de la misericordia del Señor que cumple maravillas, estando al lado de los enfermos y visitando a los encarcelados, el Obispo de Roma recordó que faltan pocos días para la clausura del Jubileo extraordinario de la Misericordia y exhortó a proseguir el camino que nos indica el Señor, afianzados en la gracia recibida a lo largo del Año Santo:
«Mientras nos acercamos a la conclusión del Año Jubilar de la Misericordia, demos gracias al Señor por todas las gracias que hemos recibido, como don de su divina ternura para con nosotros, y recemos para que con el poder del Espíritu Santo sostenga nuestros buenos propósitos y nuestras obras de caridad corporales y espirituales hacia todos aquellos que las necesitan.
Que este Jubileo nos ayude a vencer nuestra indiferencia y a compartir vida y esperanza con los que sufren y con lo que no tienen libertad.
Visitar a los enfermos y a los encarcelados les brinda consolación y aliento, para que no sientan la amargura de la soledad. Asimismo, esa visita regala al que la cumple tanta riqueza y lleva a agradecer a Dios por la gracia de la salud y de la libertad. Somos nosotros los que nos enriquecemos cuando nos acercamos a los que sufren, porque el que sufre despierta en nosotros la certeza de nuestra pequeñez y de la necesidad que tenemos de Dios y de los demás».
Al coincidir la fecha de su primera audiencia general de noviembre, el 9, con la de la fiesta de la Dedicación de la Basílica papal del Santísimo Salvador y de los Santos Juan Bautista y Juan Evangelista, conocida como San Juan de Letrán - «Madre y Cabeza» de todas las iglesias de Roma y del mundo y Catedral de Roma - el Papa invitó a rezar por el Sucesor de Pedro, asegurando su cercanía y oración a los enfermos y exhortando a los recién casados a transmitir la fe a sus hijos:
«Dirijo un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica Lateranense, Catedral de Roma. Recen por el Sucesor del Apóstol Pedro, queridos jóvenes, para que confirme siempre a los hermanos en la fe. Sientan la cercanía del Papa en la oración, queridos enfermos, para afrontar la prueba de la enfermedad. Enseñen con sencillez la fe a sus hijos, queridos recién casados, alimentándola con el amor a la Iglesia y a sus Pastores».
(CdM – RV)
(from Vatican Radio)