El hecho de que Jesús hablase mucho del reino de Dios había convertido en «curiosos» también a los fariseos. Tanto que llegan a preguntarle: «¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?». Y «Jesús respondeclaro: el reino de Dios no viene aparatosamente; ni dirán: “Está aquí” o “Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros».
En efecto, «cuando Jesús explicaba en las parábolas cómo es el reino de Dios, utilizaba siempre palabras serenas, tranquilas», y «figuras que decían que el reino de Dios está escondido». Así, Jesús compara el reino a «un mercader que busca perlas finas aquí y allá» o bien, a «otro que busca un tesoro escondido en la tierra». O decía que era «como una red que acoge a todos o como la semilla de mostaza, pequeñita, que luego llega a ser un árbol grande».
En definitiva, «el reino de Dios no es un espectáculo». Precisamente «el espectáculo, muchas veces, es la caricatura del reino de Dios». En cambio, «el reino de Dios es silencioso, crece dentro; lo hace crecer el Espíritu Santo con nuestra disponibilidad». Pero «crece lentamente, silenciosamente».
En el relato de san Lucas, Jesús vuelve a retomar este discurso y pregunta: «¿Vosotros queréis ver el reino de Dios?». Y explica: «Os dirán: ¡está allá! o ¡está aquí! ¡No vayáis! ¡No les sigáis! Porque el reino de Dios vendrá como el fulgor del relámpago, en un instante». Sí, «se manifestará al instante, está dentro». Pero «pienso en cuántos son los cristianos que prefieren el espectáculo en vez del silencio del reino de Dios».
«¿Tú eres cristiano? ¡Sí! ¿tú crees en Jesucristo? ¡Sí! ¿crees en los sacramentos? ¡Sí! ¿crees que Jesús está allí y que ahora viene aquí? ¡Sí, sí, sí!». Y, entonces, «¿por qué no vas a adorarlo, por qué no vas a la Misa, por qué no comulgas, por qué no te acercas al Señor», para que su reino «crezca» dentro de ti?
Por lo demás, «el Señor jamás dice que el reino de Dios es un espectáculo; es una fiesta, pero es distinto. Es una fiesta bellísima, una gran fiesta. Y el cielo será una fiesta, pero no un espectáculo».
Sucede, a veces, «en las celebraciones de algunos sacramentos», especialmente en las bodas, que se tiende al espectáculo. Tanto que tenemos que preguntarnos: «¿Esta gente vino a recibir un Sacramento, a hacer fiesta como en Caná de Galilea, o vino hacer el espectáculo de la moda, de hacerse ver, de la vanidad?».
En el lado opuesto está «la perseverancia de muchos cristianos que llevan adelante la familia: hombres, mujeres que se preocupan por sus hijos, que llegan a final de mes prácticamente sin dinero, pero oran». Y el reino de Dios «está allí, escondido en esa santidad de la vida cotidiana, esa santidad de todos los días». Porque «el reino de Dios no está lejos de nosotros, está cerca».
Precisamente la «cercanía es una de las características» del reino. Cercanía que quiere decir «todos los días». Por eso «Jesús aparta de la mente de los discípulos una imagen espectacular del reino de Dios». Y «cuando quiere hablar de los últimos tiempos, cuando vendrá en su gloria, el último día, dice: así será el Hijo del hombre en su día, como el fulgor del relámpago, pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación».
Del reino de Dios, por lo tanto, «forma parte también el sufrimiento, la cruz; la cruz cotidiana de la vida, la cruz del trabajo, de la familia». Así «el reino de Dios es humilde, como la semilla: humilde; pero se hace grande por el poder del Espíritu Santo».
Y «a nosotros nos toca dejarlo crecer en nosotros, sin gloriarnos. Dejar que el Espíritu venga, nos cambie el alma y nos lleve adelante en el silencio, la paz, la quietud, la cercanía a Dios, a los demás, sin espectáculos».
Pidamos al Señor «esta gracia de cuidar el reino de Dios que está dentro de nosotros y en medio de nosotros y de nuestras comunidades: cuidarlo con la oración, la adoración, el servicio de la caridad, silenciosamente».
(Papa Francisco, homilía en santa Marta del 13 de noviembre de 2014)