La oración no es el efecto de una actitud exterior, sino que procede del corazón. No se reduce a unas horas o momentos determinados, sino que está en continua actividad, lo mismo de día que de noche. No hay que contentarse con orientar a Dios el pensamiento cuando se dedica exclusivamente a la oración; sino que, aun cuando se encuentre absorbida por otras preocupaciones (...) hay que sembrarlas de deseo y el recuerdo de Dios. San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración.
Nos puede parecer muy difícil dedicarnos a la oración cuando estamos llenos de problemas, preocupaciones y momentos que nos producen desánimo. Pero precisamente en esos momentos más necesitamos la oración.
Orar es hablar con Dios, es contarle al Señor nuestros problemas, es recostarnos en Jesús, como hizo el discípulo preferido y dejarnos reconfortar por Él, es dejarnos aconsejar por Él, quererlo, pedirle que nos ayude para que sepamos caminar hacia ÉL.
El Señor nos quiere a cada uno de nosotros como a sus preferidos, ¿a quién mejor podemos contarle nuestros problemas? Él nos va a escuchar siempre, nunca nos fallará.
Orar siempre es que Jesús nos acompañe siempre, que sea el centro de nuestra vida.