Ilustres señores y señoras:
Saludo cordialmente a cada uno de los presentes y agradezco las palabras que me ha dirigido el Presidente de la Pontificia Academia de las Ciencias.
La droga es una herida en nuestra sociedad. Una herida que atrapa a mucha gente en las redes. Ellas son víctimas que han perdido su libertad para caer en esta esclavitud; esclavitud de una dependencia que podríamos llamar «química». Es cierto que se trata de una «nueva forma de esclavitud», como otras muchas que flagelan al hombre de hoy y a la sociedad en general.
Es evidente que no hay una única causa que lleva a la dependencia de la droga, sino que son muchos los factores que intervienen, entre otros: la ausencia de familia, la presión social, la propaganda de los traficantes, el deseo de vivir nuevas experiencias, etc. Cada persona dependiente trae consigo una historia personal distinta, que debe ser escuchada, comprendida, amada y, en cuanto posible, sanada y purificada. No podemos caer en la injusticia de clasificar al drogadicto como si fuera objeto o un trasto roto. Cada persona ha de ser valorada y apreciada en su dignidad para poder ser sanada. La dignidad de la persona es lo que hemos venido a encontrar. Siguen teniendo, y más que nunca, una dignidad en cuanto personas que son hijos de Dios.
Y no es de extrañar que haya tanta gente que caiga en la dependencia de la droga, pues la mundanidad nos ofrece un amplio abanico de posibilidades para alcanzar una felicidad efímera, que al final se convierte en veneno, que corroe, corrompe y mata. La persona se va destruyendo y, con ella, a todos los que están a su alrededor. El deseo inicial de huida, buscando una felicidad momentánea, se transforma en la devastación de la persona en su integridad, repercutiendo en todas las capas sociales.
En este sentido, es importante conocer cuál es el alcance del problema de la droga, -que es destructor, es esencialmente destructor- y, sobre todo, la vastedad de sus centros de producción y de su sistema de distribución. Las redes, que posibilitan la muerte de una persona. La muerte no física, la muerte psíquica, la muerte social. El descarte de una persona. Redes inmensas, poderosas, que van atrapando a personas responsables en la sociedad, en los gobiernos, en la familia. Sabemos que el sistema de distribución, más aún que la producción, representa una parte importante del crimen organizado, pero un desafío es identificar el modo de controlar los circuitos de corrupción y las formas de blanqueo de dinero. Están unidos, están unidos. Para ello, no queda otro camino que el de remontar la cadena que va desde el comercio de drogas en pequeña escala hasta las formas más sofisticadas de lavado, que anidan en el capital financiero y en los bancos que se dedican al blanqueo del dinero sucio.
Un juez de mi país empezó a trabajar en serio. Tenía varios miles de kilómetros de frontera en su jurisdicción. Trabajar en serio sobre el problema de la droga. Al poco tiempo recibió una foto de su familia, en el correo: “Tu hijo va a tal escuela, tu esposa hace esto…”, nada más. Un aviso mafioso. O sea, cuando se quiere buscar y ascender por las redes de distribución, uno se encuentra con esa palabra de cinco letras: mafia. Pero en serio. Porque, así como en la distribución se mata al que es esclavo de la droga, en la consumación así también se mata a quien quiera destruir esta esclavitud.
Es cierto que para frenar la demanda del consumo de drogas se necesita realizar grandes esfuerzos e implementar amplios programas sociales orientados a la salud, al apoyo familiar y, sobre todo, a la educación, que considero fundamental. La formación humana integral es la prioridad; ella da a las personas la posibilidad de tener instrumentos de discernimiento, con los cuales puedan desechar las diferentes ofertas y ayudar a otros. Esta formación principalmente está orientada a los vulnerables de la sociedad, como pueden ser los niños y los jóvenes, pero también es valioso extenderla a las familias y a los que sufren algún tipo de marginación. Sin embargo, el problema de la prevención de la droga como programa siempre se ve frenado por mil y un factor de ineptitud de los gobiernos: por un sector del gobierno de acá, de allá o de allá. Y programas de prevención de droga casi no existen exitosos. Y una vez que avanzó, y ya se radicó en la sociedad, es muy difícil. Pienso en mi patria: hace 30 años era un país de tránsito; después, de consumo, y hasta algo de producción. En 30 años. Este es el progreso que se da gracias al compromiso mafioso de los responsables…
Si bien la prevención es camino prioritario, es fundamental también trabajar por la plena y segura rehabilitación de sus víctimas en la sociedad, para devolverles la alegría y para que recobren la dignidad que un día perdieron. Mientras esto no esté asegurado, también desde el Estado y su legislación, la recuperación será difícil y las víctimas podrán ser re-victimizadas.
El más necesitado de nuestros hermanos, que aparentemente no tiene nada para dar, lleva un tesoro para nosotros: el rostro de Dios, que nos habla y nos interpela. Les animo a que sigan adelante con su labor y concreten, dentro de sus propias posibilidades, las felices iniciativas que han emprendido al servicio de los que más sufren en este campo de guerra. La lucha es difícil, y siempre que uno da la cara y empieza a trabajar, en esto corre el riesgo de ese juez de mi patria de recibir una cartita con alguna insinuación. Pero estamos defendiendo a la familia humana, defendiendo a los jóvenes, a los niños. Como se dice en el campo: “Defendiendo la cría, defiendo el futuro”. No es una cosa de disciplina momentánea, es una cosa que se proyecta hacia delante.
Muchas gracias por lo que hacen.
(from Vatican Radio)