«Ni los unos son unos heterodoxos ni los otros unos ultramontanos». Los disensos en torno a la renovación de la pastoral familiar impulsada por el Papa se han exagerado, pero «nos ha faltado sentarnos unos con otros y ver que el de enfrente no tiene cuernos», afirma el jesuita Pablo Guerrero, uno de los mayores expertos en pastoral familiar
«La exhortación apostólica Amoris laetitia supone un giro en el paradigma de la pastoral de familia». Este es el punto de partida del nuevo máster de Pastoral de la Familia. Su director, Pablo Guerrero (Gijón, 1963), acaba de ser nombrado coordinador del Área Familia para la Compañía de Jesús en España.
¿De verdad es tan grande el cambio con la Amoris laetitia?
Sí, e incluso diría que el Papa ha querido empezar la conversión pastoral de la Iglesia por la familia. La hoja de ruta la trazó en la Evangelii gaudium, que es la Iglesia en salida, la Iglesia que va a los problemas reales de la gente y que, antes de hablar, sabe escuchar. Esto lo ha aplicado a la pastoral familiar. A veces tenemos respuestas muy buenas para preguntas que no se hace la gente. El Papa rompe con eso, va a las situaciones concretas sin miedo a asumir riesgos, porque prefiere una Iglesia manchada de barro que otra toda limpita por no salir de la sacristía. Se trata, en definitiva, de ampliar la superficie de contacto de con la realidad.
¿Eso es la «conversión pastoral»?
Lo primero es mirar la familia y quererla, apreciar el milagro que significa, porque a veces hemos pecado de discursos apocalípticos. ¿Qué dice el Papa? Vamos a ver qué está funcionando y vamos a empoderar a las familias, que sean no solo objeto de la pastoral, sino también sujeto de evangelización. Eso está en la tradición de la Iglesia. Lo nuevo son los modos de ofrecer esta riqueza con un lenguaje actual y teniendo en cuenta la realidad sociológica de nuestro tiempo.
¿Algún ejemplo?
Las parejas de hecho. No responden al 100 % de lo que creemos los cristianos, ¿pero eso significa que no hay nada valioso en ellas? Ese es uno de los planteamientos del Papa que algunos no han querido entender. Yo no sé tú, pero yo tampoco llego en mi vida al 100 % del ideal evangélico. Y lo que la nueva pastoral familiar nos dice es que hay que mirar con ternura a esas familias. Pero ojo: la Amoris laetitia es mucho más que la familia en dificultad. El Papa nos está recordando que el marido y la mujer son correa privilegiada del amor de Dios y que en ellos se transparenta cómo Cristo ama a su Iglesia. Por eso cuando escuchas que Francisco no valora el matrimonio… ¡Por Dios!
Lo que sí ha criticado y mucho es la preparación que se ofrece para el sacramento del matrimonio.
No tiene sentido. Para la Primera Comunión tenemos a los niños dos o tres años en catequesis; para Confirmación, uno o dos años; para ser sacerdote, ni te cuento… Y con el matrimonio en algunas diócesis lo único que se pide es un curso de cuatro horas. Tenemos que administrar este sacramento con más responsabilidad. Y no quedarnos solo en esto. El Papa está dejando entrever una pastoral familiar a varias velocidades, con itinerarios diferentes para las parejas. A todas habrá que darles una formación suficiente y una ayuda, pero podemos ofrecer itinerarios prolongados, no obligatorios, por ejemplo a las parejas que quieren vivir su noviazgo con profundidad cristiana. Y luego, a los matrimonios jóvenes tenemos que acompañarlos. Y ver de qué manera podemos adaptar las parroquias a las necesidades de las familias con hijos pequeños, porque muchas veces hacemos ofertas que las excluyen, y así tenemos a parejas cristianas comprometidas que se quedan fuera durante 10 o 15 años, mientras sus hijos son pequeños. Como mucho, pueden ir a Misa los domingos, y depende de dónde, porque a veces el cura les mira mal si hacen ruido.
¿Qué papel juegan en este esquema los Centros de Orientación Familiar diocesanos y la ayuda a parejas en situaciones de crisis?
Esto en el fondo es un problema económico. No es lo mismo una diócesis como Madrid que otra pequeña. Las posibilidades de contar con profesionales en el ámbito de la asesoría, de la terapia, del derecho… no tienen nada que ver. Claro que recursos nunca sobran. Yo, cuando hago terapia de pareja, en la primera sesión les pregunto si están dispuestos a trabajar por salvar su matrimonio o si acuden simplemente a ver si les puedo ayudar a divorciarse amistosamente. Si es lo segundo, les digo que hay muchos psicólogos a los que pueden acudir. Porque en esto hay que poner toda la carne en el asador. Si al final el proceso termina en ruptura, no será porque no hayamos intentado evitarlo.
La Amoris laetitia plantea también la pastoral familiar como un medio para llegar a personas que se han alejado de la Iglesia. ¿De verdad ocurre esto en la práctica?
No son multitudes, pero sí estamos asistiendo a un movimiento de regreso a la fe significativo. Se trata sobre todo de personas que, por lo que sea, abandonaron, no la fe, pero sí la práctica religiosa. Y ahora piden para sus hijos catequesis o un colegio concertado religioso y deciden por coherencia que van a empezar a participar en determinadas actividades. En este sentido, creo que debemos de tomar más conciencia de la importancia de dos instituciones que son clave en la pastoral familiar: la parroquia y la escuela. Yo soy un enamorado, por ejemplo, de la catequesis familiar durante la preparación para la Comunión; es un método que permite verdaderamente incidir en una familia e ir incorporándola a la parroquia. Y con los colegios, resulta que tenemos una escuela concertada que abarca todo el espectro económico e ideológico. Ahí tenemos un potencial enorme.
¿Qué resorte habría que accionar para poner en marcha de manera definitiva la renovación que pide Amoris laetitia?
Coordinarnos mucho mejor y meter aquí lo mejor que tengamos, priorizar la pastoral familiar con medios humanos y materiales, mejorar la formación de sacerdotes y laicos, poner en común las buenas prácticas…
¿Es posible esa renovación cuando estamos viendo tan fuertes debates en torno a la pastoral familiar?
Yo estoy convencido de que sí. Tenemos muchísimas más cosas en común. A veces es cuestión de acentos. O de que, como no nos rozamos mucho, desconfiamos unos de otros. Que hay sensibilidades diferentes es evidente en ámbitos como la comunión a los divorciados, la paternidad responsable, la reconciliación y la mediación… Pero también creo que hay mucho ruido sin consistencia. Y ves que algunas de las críticas al Papa son desleales. Se le está haciendo decir lo que no dice, y esto es tremendo. Pero sigo pensando que hay un mínimo común múltiplo suficientemente amplio. Falta sentarnos unos con otros y ver que el de enfrente no tiene cuernos, que los unos no son unos heterodoxos y los otros unos ultramontanos. Cada uno tenemos nuestra tradición y nuestra espiritualidad, nuestras circunstancias y nuestra manera de mirar la realidad. Lo de juzgar se lo tenemos que dejar a Dios, que ya nos dice Mateo 25 cuáles son sus criterios: «tuve hambre y me diste de comer…».
La misericordia…
Las dos grandes palabras que está dando el Papa a la Iglesia en este momento son misericordia y discernimiento. Misericordia es descubrir cómo es Dios, y discernimiento es preguntarte qué quiere en tu vida. Ante el hombre que acaban de apalear, podemos dar un rodeo o podemos pararnos, montarlo en nuestra cabalgadura y llevarlo a un hospital. En esto soy optimista. Se van viendo reacciones como la de los obispos de la región de Buenos Aires, los de Malta, los belgas, los alemanes…
Los obispos de Polonia se han pronunciado en una línea distinta a todas estas.
Hay que leer lo que dicen. Yo entiendo que en un titular no cabe todo el documento, pero a veces se transmite una idea muy parcial. Lo que es evidente es que los pastores están incardinados en su realidad. Es diferente la católica Polonia que Alemania, que lleva siglos en diálogo entre luteranos y católicos. Pero volviendo al tema de las diferencias: siempre ha habido unos de Apolo y otros de Cefas; lo que ocurre es que ahora se deja lugar al disenso. Hay gente que no entiende cómo el Papa no es más severo con algunas críticas. Pero si no responde es porque es cristiano. Y porque es padre. Y porque es humilde.
Se habla ahora de que prepara una reforma del Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia.
Por lo que he leído la idea es incardinarlo en una universidad. Esto es positivo, porque hoy no podemos hacer pastoral familiar sin contar con las ciencias humanas, prescindiendo de la psicología o de la sociología. La interdisciplinaridad es cada vez más necesaria. De nuevo aquí se trataría ampliar la superficie de contacto con la realidad.
Ricardo Benjumea
Alfa y Omega