El
papa Francisco, en la audiencia general de este miércoles, ha reflexionado
sobre dos obras de la misericordia: dar buen consejo al que lo necesita y
enseñar al que no sabe. De este modo, ha recordado que la Iglesia, a lo largo
de los siglos, ha sentido la exigencia de comprometerse en el ámbito de la
educación porque su misión de evangelización conlleva el compromiso de
restituir la dignidad a los pobres. Además, el Santo Padre ha reconocido que
“expresar la misericordia hacia los que tienen dudas” equivale a “calmar ese
dolor y ese sufrimiento que proviene del miedo y de la angustia que son
consecuencias de la duda”. Es por lo tanto –ha explicado– un acto de
verdadero amor con el que se pretende apoyar a una persona en la debilidad
provocada por la incertidumbre.
Publicamos
a continuación el texto completo de la catequesis del Papa
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La reflexión sobre las obras de misericordia
espiritual se refiere hoy a dos acciones fuertemente unidas entre ellas: dar
buen consejo al que lo necesita y enseñar al que no sabe. Son obras que se
pueden vivir tanto en una dimensión sencilla, familiar, a mano de todos, tanto
–especialmente la segunda, la de enseñar– como en el plano más institucional,
organizado. Pensemos por ejemplo en cuántos niños sufren todavía analfabetismo,
falta de instrucción. Es una condición de gran injusticia que socava la
dignidad misma de la persona. Sin instrucción después se convierten fácilmente
en presa de la explotación y de varias formas de malestar social.
La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha sentido la
exigencia de comprometerse en el ámbito de la educación porque su misión
de evangelización conlleva el compromiso de restituir la dignidad a los pobres.
Desde el primer ejemplo de una “escuela” fundada precisamente aquí en Roma por
san Justino, en el siglo II, para que los cristianos conocieran mejor la
sagrada Escritura, hasta a san José de Calasanz, que abrió las primeras escuelas
populares gratuitas de Europa, hemos tenido una larga lista de santos y santas
que en varias épocas han llevado educación a los más desfavorecidos, sabiendo
que a través de este camino podían superar la miseria y las discriminaciones.
Cuántos cristianos, laicos, hermanos y hermanas consagradas, sacerdotes, han
dado la propia vida en la educación, en la educación de los niños y de los
jóvenes. Esto es grande: ¡os invito a hacerles un homenaje con un gran aplauso!
[aplauso de los fieles]. Estos pioneros de la educación habían comprendido a
fondo la obra de misericordia e hicieron un estilo de vida tal que
transformaron la sociedad. ¡A través de un sencillo trabajo y pocas estructuras
han sabido restituir la dignidad a muchas personas! Y la educación que daban
estaba a menudo orientada también al trabajo. Es así que han surgido muchas y
diferentes escuelas profesionales, que preparaban para el trabajo mientras que
educaban en los valores humanos y cristianos. La educación, por lo tanto, es
realmente una forma peculiar de evangelización. Cuanto más crece la educación,
las personas adquieren más certezas y conciencia, que todos necesitamos en la
vida. Una buena educación nos
enseña el método crítico, que comprende también un cierto tipo de duda, útil
para proponer preguntas y verificar los resultados alcanzados, en vista a una
conciencia mayor. Pero la obra de misericordia de aconsejar a los que tienen
dudas no se refiere solo a este tipo de dudas. Expresar la misericordia hacia
los que tienen dudas equivale, sin embargo, a calmar ese dolor y ese
sufrimiento que proviene del miedo y de la angustia que son consecuencias de la
duda. Es por lo tanto un acto de verdadero amor con el que se pretende apoyar a
una persona en la debilidad provocada por la incertidumbre.
Pienso que alguno podría decirme: “Padre, pero yo
tengo muchas dudas sobre la fe, ¿qué debo hacer? ¿Usted no tiene nunca dudas?”
Tengo muchas… ¡Es verdad que en algunos momentos nos vienen dudas a todos! Las
dudas que tocan la fe, en sentido positivo, son un signo de que queremos
conocer mejor y más profundamente a Dios, Jesús, y el misterio de su amor hacia
nosotros. “Pero, yo tengo esta duda: busco, estudio, veo o pido consejo sobre
qué hacer”. ¡Estas son las dudas que hacen crecer! Es un bien, por tanto, que
nos hagamos preguntas sobre nuestra fe, porque de esta manera estamos empujados
a profundizarla. Las dudas, sin embargo, también se superan. Por eso es
necesario escuchar la Palabra de Dios, y comprender lo que nos enseña. Un
camino importante que nos ayuda mucho en esto es el de la catequesis, con la
que el anuncio de la fe viene a encontrarnos en lo concreto de la vida personal
y comunitaria. Y hay, al mismo tiempo, otro camino igualmente importante, el de
vivir lo más posible la fe. No hacemos de la fe una teoría donde las dudas se
multiplican. Hagamos más bien de la fe nuestra vida. Tratemos de practicarla en
el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Y entonces
muchas dudas desaparecen, porque sentimos la presencia de Dios y la verdad del
Evangelio en el amor que, sin nuestro mérito, vive en nosotros y compartimos
con los otros.
Como se puede ver, queridos hermanos y hermanas,
tampoco estas dos obras de misericordia son lejanas a nuestra vida. Cada
uno de nosotros puede comprometerse a vivirlas para poner en práctica la
palabra del Señor cuando dice que el misterio de amor de Dios no se ha revelado
a los sabios y a los inteligentes, sino a los pequeños (cfr Lc 10,21; Mt11,25-26). Por lo tanto, la enseñanza más
profunda que estamos llamados a transmitir es la certeza más segura para salir
de dudas, es el amor de Dios con el que hemos sido amados (cfr 1 Gv 4,10). Un amor grande, gratuito y dado para
siempre. ¡Dios nunca da marcha atrás con su amor! Va siempre adelante y
espera; dona para siempre su amor, del que debemos sentir fuerte la
responsabilidad, para ser testigos ofreciendo misericordia a nuestros hermanos.
Gracias.