Creer en Cristo va más allá de las palabras piadosas, de los sentimientos y emociones. Nuestro mundo necesita de cristianos no sólo convencidos sino fraguados en el misterio de la fe. Esta fe es como una gran fogata que sólo se mantiene encendida con los leños de las obras: «Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta» (St. 2, 17)
Es la fe la que nos permite ver a Jesús en las personas que nos rodean y es el impulso a buscar que el mayor número de almas le conozcan y le amen. Es por eso que la necesidad de ahondar en nuestra fe, a través de la oración, de la lectura de su palabra, de la participación de los sacramentos, se hace cada día más urgente. La fe no es una virtud que por nuestras propias fuerzas podamos alcanzar. Se trata de un don de Dios que debemos pedir incesantemente no sólo para nosotros sino para todos aquellos que viven sin esta brújula que oriente sus vidas hacia la meta que es Dios.
Señor, tu sabes que mi fe muchas veces es débil, y que ante las preocupaciones y quehaceres del día a día fácilmente languidece. Fortaléceme Señor con este don para que te descubra en mis hermanos, para que ante las cruces que tú permitas en mi camino, sepa responder a tu voluntad con la mirada puesta en Ti. ¡Creo Señor! ¡Ayúdame a creer en Ti con firmeza!