miércoles, 17 de mayo de 2017

Papa: Jesús Resucitado transforma el mundo. Dios «soñador» que nos ama

«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En estas semanas, nuestra reflexión se mueve, por decir así, en la órbita del misterio pascual. Hoy, encontramos a aquella que, según los Evangelios, fue la primera en ver a Jesús Resucitado: María Magdalena. Acababa de terminar el descanso del sábado. El día de la pasión no había habido tiempo para completar los ritos fúnebres; por ello, en ese amanecer lleno de tristeza, las mujeres van a la tumba de Jesús, con los ungüentos perfumados. La primera que llega es ella: María de Magdala, una de las discípulas que habían acompañado a Jesús desde Galilea, poniéndose al servicio de la Iglesia naciente. En su camino hacia el sepulcro, se refleja la fidelidad de tantas mujeres, que durante años acuden con devoción a los cementerios, recordando a alguien que ya no está. Los lazos más auténticos no se quiebran ni siquiera con la muerte: hay quien sigue amando, aunque la persona amada se haya ido para siempre.
El Evangelio (cfr Jn 20, 1-2-11-18) describe a la Magdalena subrayando enseguida que no era una mujer que se entusiasmaba con facilidad. En efecto, después de la primera visita al sepulcro, vuelve desilusionada al lugar donde los discípulos se escondían; refiere que la piedra ha sido movida de la entrada del sepulcro y su primera hipótesis es la más sencilla que se pueda formular: alguien debe haberse llevado el cuerpo de Jesús. Así, el primer anuncio que María lleva no es el de la resurrección, sino el de un robo que algunos desconocidos han perpetrado, mientras toda Jerusalén dormía.
Luego, los Evangelios cuentan otra ida de la Magdalena al sepulcro de Jesús. Era una testaruda ésta, ¿eh? Fue, volvió… y no, no se convencía…Esta vez su paso es lento, muy pesado. María sufre doblemente: ante todo por la muerte de Jesús, y luego por la inexplicable desaparición de su cuerpo.
Es mientras está inclinada cerca de la tumba, con los ojos llenos de lágrimas, cuando Dios la sorprende de la manera más inesperada. El evangelista Juan subraya cuán persistente es su ceguera: no se da cuenta de la presencia de los dos ángeles que la interrogan y ni siquiera sospecha viendo al hombre a sus espaldas, creyendo que era el guardián del jardín. Y, sin embargo, descubre el acontecimiento más sobrecogedor de la historia humana cuando finalmente es llamada por su nombre: ¡«María!» (v. 16)
¡Qué lindo es pensar que la primera aparición del Resucitado – según los evangelios - fue de una forma tan personal! Que hay alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y desilusión, que se conmueve por nosotros, y nos llama por nuestro nombre. Es una ley que encontramos grabada en muchas páginas del Evangelio. Alrededor de Jesús hay tantas personas que buscan a Dios; pero la realidad más prodigiosa es que, mucho antes, es ante todo Dios el que se preocupa por nuestra vida, que quiere volverla a levantar, y para hacer esto nos llama por nuestro nombre, reconociendo el rostro personal de cada uno. Cada hombre es una historia de amor que Dios escribe en esta tierra. Cada uno de nosotros es una historia de amor de Dios. A cada uno de nosotros, Dios nos llama por nuestro nombre: nos conoce por nombre, nos mira, nos espera, nos perdona, tiene paciencia con nosotros. ¿Es verdad o no es verdad? Cada uno de nosotros tiene esta experiencia.
Y Jesús la llama: «¡María!»: la revolución de su vida, la revolución destinada a transformar la existencia de todo hombre y de toda mujer, comienza con un nombre que resuena en el jardín del sepulcro vació. Los Evangelios nos describen la felicidad de María: la resurrección de Jesús no es una alegría dada con cuentagotas, sino una cascada que arrolla toda la vida. La existencia cristiana no está entretejida con felicidades blandas, sino con oleadas que lo arrollan todo. Intenten pensar también ustedes, en este instante, con el bagaje de desilusiones y derrotas que cada uno de nosotros lleva en el corazón, que hay un Dios cercano a nosotros, que nos llama por nuestro nombre y nos dice: «¡Levántate, deja de llorar, porque he venido a liberarte!». Esto es muy bello.
Jesús no es uno que se adapta al mundo, tolerando que perduren la muerte, la tristeza, el odio, la destrucción moral de las personas… Nuestro Dios no es inerte, sino que nuestro Dios – me permito la palabra – es un soñador: sueña la transformación del mundo y la ha realizado en el misterio de la Resurrección.
María quisiera abrazar a su Señor, pero Él ya está orientado hacia el Padre celeste, mientras que ella es enviada a llevar el anuncio a los hermanos. Y así aquella mujer, que antes de encontrar a Jesús estaba en manos del maligno (cfr Lc 8,2), ahora se ha vuelto apóstol de la nueva y mayor esperanza. Que su intercesión nos ayude a vivir también nosotros esa experiencia: en la hora del llanto, en la hora del abandono, escuchar a Jesús Resucitado que nos llama por nombre y, con el corazón lleno de alegría, ir a anunciar: «¡He visto al Señor!». ¡He cambiado vida porque he visto al Señor! Ahora soy diferente a como era antes, soy otra persona. He cambiado porque he visto al Señor. Ésta es nuestra fortaleza y ésta es nuestra esperanza. Gracias»
(Traducción del italiano: Cecilia de Malak – RV)
(from Vatican Radio)

San Pascual Bailón – 17 de mayo


 Nació el 16 de mayo (también se señala el 17) de 1540 en la vigilia de Pentecostés, de ahí su nombre de Pascual, en la localidad de Torrehermosa, Zaragoza, España. Fue el segundo de seis hijos. Sus padres Martín e Isabel eran humildes agricultores y no pudieron costearle estudios. Por eso a los 7 años comenzó a trabajar como pastor, oficio que mantuvo hasta los 24. Pero era listo; fue autodidacta y aprendió a leer juntando las letras. Era alegre, parco en palabras, respetuoso, sincero, humilde y generoso, entre otras virtudes que ya se destacaron durante su infancia. Con cierta timidez en algunos momentos, como todos los niños hizo sus travesuras, aunque la que se recuerda está relacionada con el ideal religioso al que se abrazaría. En el transcurso de una visita a un primo que se hallaba enfermo y que vestía de ordinario un hábito, no se le ocurrió otra cosa que ponérselo. No era la primera vez que le había llamado la atención añorando tener uno igual, así que vio la oportunidad y la aprovechó. Mucho costó a los suyos que se desprendiera de él, pero cuando lo hizo advirtió que de mayor sería fraile. Como tantas personas también tenía tendencias que sin ser inmorales podrían haberle impedido alcanzar la perfección, pero las fue transformando progresivamente.
Era de complexión robusta y desde niño se sintió atraído por las penitencias. No existían para él «mentiras piadosas», supo elegir el mejor bocado para los demás, nunca se avergonzó de su humilde sayal, que prefería remendado a que fuese nuevo, no tuvo nada para sí, y buscó cumplir siempre la voluntad de Dios antes que la suya. No puede juzgarse como pueril su gran sentido de la justicia, sino fruto de su sensibilidad espiritual. Así cuando las ovejas pastaban en un campo ajeno, con su corto salario abonaba al dueño lo que hubieran podido esquilmarle. El amo del ganado que pastoreó en Alconchel le tomó gran afecto. Incluso pensó hacerle su heredero, pero Pascual había decidido ser fraile a toda costa y renunció a los bienes.
Uno de sus amigos con los que compartía el mismo oficio era Juan de Aparicio. Ambos unían sus oraciones para elevarlas al Santísimo y a la Virgen entonando cánticos mientras Pascual tocaba el rabel que él mismo había fabricado. Bien cumplidos sus 18 años trabajó en Monforte del Cid y Elche (ambas localidades de Alicante), donde conoció a los franciscanos alcantarinos. Fue la primera vez que tuvo cerca la vida religiosa. Pero siguió cuidando las ovejas. Se detenía con el rebaño en un lugar donde pudiera vislumbrar el campanario de alguna iglesia. Así lo hizo con la ermita de Nuestra Señora de la Sierra en Alconchel, y la de Nuestra Señora de Loreto en Orito, a cuyo dintel solía ir de noche a orar esperando el clarear del día para asistir a la misa. El propietario del ganado que cuidaba sabía bien lo que significaba para él poder participar en ella entre semana. Porque lo peculiar de Pascual desde temprana edad fue su extraordinario amor por la Eucaristía. Incluso hallándose en el campo adoraba al Santísimo.
En una ocasión, en el instante de la consagración anunciada por el alegre repique de campanas, los pastores que trabajaban cerca de él le escucharon decir: «¡Ahí viene!, ¡allí está!», mientras se hincaba de rodillas. Le había sido concedido la gracia de ver el Cuerpo de Cristo. Muchos hechos extraordinarios le acontecían. No le agradaba estar en la palestra, y sin embargo, instado por una fuerza interior no podía evitar ciertas manifestaciones externas de su gozo que, por ser inusuales, llamaban la atención de quienes las veían. Además, los favores sobrenaturales que recibía eran visibles para otros.
A los 24 años pidió ingreso en el convento de los Frailes Menores de Orito, Valencia, aunque le desviaron a Elche donde se hallaba la persona que debía acogerle. Profesó en 1564 y fue trasladado a Orito donde fue limosnero. Después estuvo destinado en Villarreal, Jumilla, Almansa, Valencia, entre otras. Por cualquiera de las localidades que atravesaba siempre halló un momento para visitar al Santísimo. Le encomendaron diversos menesteres; fue portero, cocinero, mandadero y barrendero. Dormía acurrucado contra la pared y le agradaba sentarse en cuclillas. Las dificultades que se presentaban en la convivencia las solventaba con buen sentido del humor y caridad.
Nunca perdía el tiempo. Al igual que había llenado las horas mientras ejercía el pastoreo con oraciones, composiciones para María, la confección de rosarios o de algún instrumento musical, en los pequeños instantes de asueto que surgían en la vida conventual se le podía ver rezando y adorando la Eucaristía con los brazos en cruz. Buscaba el modo de ayudar a los sacerdotes en misa para estar más cerca del Santísimo, al que dedicó hermosísimas oraciones, y proseguía su adoración entrada la noche, llegando a la capilla antes que el resto de la comunidad.
Tuvo que ir a París a entregar una carta al general de la Orden, padre Cristóbal de Cheffontaines, y en el trayecto defendió con bravura la fe en la Eucaristía frente a los calvinistas que le salieron al paso, y que le atacaron. Apenas sabía leer y escribir, pero cuando se trataba de hablar de la presencia de Cristo en la Eucaristía, no había quien le ganara. Era capaz de penetrar con hondura, agudeza y juicio cierto en cuestiones de índole teológica. Falleció en Villarreal, Castellón, el 17 de mayo de 1592, Domingo de Pentecostés, escuchando el tañido de la campana que avisaba de la elevación de la Eucaristía en la Santa Misa. Al confirmarlo, musitó: «¡Ah que hermoso momento!», y a renglón seguido entregó su alma a Dios. Durante el funeral el ataúd estaba abierto, y mientras el oficiante realizaba la doble elevación abrió y cerró sus ojos en dos ocasiones. Se le han atribuido numerosos milagros en vida y después de muerto. Pablo V lo beatificó el 29 de octubre de 1618. Y Alejandro VIII lo canonizó el 16 de octubre de 1690. León XIII lo declaró patrono de las asociaciones y congresos eucarísticos.
ZENIT

El Vaticano estudia convertir Medjugorje en santuario pontificio



El pontífice sopesa declarar verdaderas las siete primeras apariciones y falsas las posteriores
Como ya había adelantado el Papa Francisco en el vuelo de regreso desde Fátima el pasado 13 de mayo, el detallado informe elaborado bajo la presidencia del cardenal Camillo Ruini sobre los acontecimientos de Medjugorje propone declarar verdaderas las primeras apariciones, ocurridas en 1981, mientras que niega credibilidad a las posteriores.
Según nuevos datos publicados el martes por el coordinador del portal Vatican Insider del diario La Stampa, Andrea Tornielli, el informe propone transformar la mundialmente conocida parroquia, situada en Bosnia-Herzegovina y administrada por los franciscanos, en un santuario pontificio dependiente de la Santa Sede, poniendo fin a la polémica entre los franciscanos y los sucesivos obispos de Mostar, en cuyo territorio se encuentra el lugar de las apariciones.
La comisión Ruini, formada por cardenales, teólogos, psicólogos, canonistas y expertos de las congregaciones vaticanas de la Doctrina de la Fe y las Causas de los Santos investigó detalladamente el fenómeno desde marzo de 2010 a enero de 2014, revisando todos los documentos de la parroquia y del Vaticano, e interrogando a todos los videntes y principales testigos de los acontecimientos.
En vista de la marcada diferencia entre las primeras apariciones y las posteriores, el informe las trata por separado y estudia, en tercer lugar, el fenómeno de las peregrinaciones y conversiones.
El resultado, informa Andrea Tornielli, es que respecto a las siete primeras apariciones, ocurridas entre el 24 de junio y el 3 de julio de 1981, trece miembros de la comisión proponen declararlas verdaderas, uno se opone y otro se abstiene.
Según el vaticanista italiano, «la comisión Ruini sostiene que los siete niños videntes eran psicológicamente normales, fueron sorprendidos por las apariciones, y lo que relataban haber visto no sufría ninguna influencia externa por parte de los franciscanos de la parroquia o de otros sujetos», explica. «Continuaron contando lo que vieron a pesar de que la policía les hubiese arrestado y amenazado de muerte. La comisión ha descartado también la hipótesis de un origen diabólico de las apariciones».
En cambio, las presuntas apariciones posteriores a miembros individuales del primitivo grupo de videntes, preanunciadas a hora y fecha fija, con mensajes repetitivos y revelación de supuestos secretos de sabor apocalíptico inspiran desconfianza a todos los miembros de la comisión.
En el vuelo de regreso desde Fátima, el Papa Francisco manifestó que «respecto a las apariciones actuales, el informe tiene dudas. Yo personalmente soy más mal: yo prefiero la Virgen madre, nuestra madre y no la Virgen jefa de la oficina de telégrafos que todos los días envía un mensaje a hora fijada. Ésta no es la madre de Jesús. Y esas presuntas apariciones no tienen mucho valor. Esto lo digo a título personal», aseguró Francisco.
El Santo Padre subrayó que «el verdadero núcleo del informe Ruini es el hecho espiritual, el hecho pastoral, gente que va allí y se convierte, que encuentra a Dios, que cambia de vida…». Francisco añadió que precisamente para analizar ese fenómeno y estudiar el mejor modo de atender a los peregrinos, se ha enviado al arzobispo polaco Henryk Hoser, quien informará al Vaticano, «y al final se dirá algo».
En esa línea de favorecer los frutos espirituales, la comisión Ruini se ha pronunciado a favor de transformar la parroquia regentada por los franciscanos en un santuario pontificio dependiente de la Santa Sede.
Esa solución facilitaría poner fin a las polémicas entre la diócesis y los franciscanos, mejorar la atención espiritual a los peregrinos y evitar el peligro de derivas en «iglesias paralelas» o en actitudes catastrofistas apocalípticas.
El pronunciamiento de la Santa Sede dará plena legitimidad a las peregrinaciones y ofrecerá respaldo al culto mariano en Medjugorje, pero quizá sin manifestarse sobre la veracidad de las primeras apariciones como se ha hecho en otros casos por prudencia en vida de los videntes.
Juan Vicente Boo/ABC
Alfa y Omega

El obispo Aguirre, ileso tras el ataque a una mezquita


Fue tiroteado mientras intentaba salvar a un grupo de musulmanes de una facción armada
El obispo de Bangassou, el cordobés Juan José Aguirre, se encuentra ileso tras haberse colocado como escudo humano en un ataque armado protagonizado por una facción llamada Anti-Balaka, conocida en la República Centroafricana por atacar las zonas donde reside la población musulmana. La situación más grave si vivió entre el sábado y el domingo cuando unos 600 guerrilleros de este grupo atacaron una mezquita en la zona de Tokoyo donde residen personas de fe mahometana.
La situación violenta fue tal, según explica el hermano del obispo, Miguel Aguirre, que tanto el prelado como el cardenal Nzapalainga, nombrado por el Papa, tomaron la determinación de desplazarse a la zona para sacar a las personas de la mezquita y protegerlos tanto en la catedral de la diócesis como en el seminario, donde actualmente están acogidas unas 1.500 personas.
El mayor riesgo tuvo lugar por la presencia de francotiradores que intentaban abatir a las personas que salían de la mezquita. La familia Aguirre insiste que el obispo se encuentra en buen estado, que se ha comunicado en varias ocasiones con su casa en Córdoba y que la situación tiende a estabilizarse.


Desde el pasado viernes, el obispo reportó a los miembros de su fundación que la situación se encontraba cada vez más tensa. A raíz del ataque, que tuvo lugar también contra una base de los cascos azules, se ha producido una intervención armada de las tropas portuguesas que operan en la zona bajo la bandera de Naciones Unidas. Entre las víctimas, del ataque del grupo conocido como Anti-Balaka se encuentra el imán de la mezquita.
«Hemos contado cuarenta muertos»
Monseñor Aguirre se ha dirigido a su familia con un mensaje a través del móvil en el que les asegura que está «muy bien, aunque haciendo de escudo en la mezquita para que no maten a más de 500 mujeres y niños dentro. Acaban de llegar los ONU soldados portugueses». «El cardenal está negociando con los antibalakas: nosotros protegemos la mezquita desde hace tres días, recogiendo heridos y cadáveres. Hemos contado cuarenta muertos y cien heridos. Duermo bien», agrega el obispo en sus mensajes.
R.A./R.R./ABC
Alfa y Omega

COMENTARIO DEL PAPA BENEDICTO XVI AL EVANGELIO DE SAN JUAN (15,1-8)


Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de hoy, quinto domingo del tiempo pascual, comienza con la imagen de la viña. «Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”» (Jn 15, 1). A menudo, en la Biblia, a Israel se le compara con la viña fecunda cuando es fiel a Dios; pero, si se aleja de Él, se vuelve estéril, incapaz de producir el «vino que alegra el corazón del hombre», como canta el Salmo 104 (v. 15). 

La verdadera viña de Dios, la vid verdadera, es Jesús, quien con su sacrificio de amor nos da la salvación, nos abre el camino para ser parte de esta viña. Y como Cristo permanece en el amor de Dios Padre, así los discípulos, sabiamente podados por la palabra del Maestro (cf. Jn 15, 2-4), si están profundamente unidos a Él, se convierten en sarmientos fecundos que producen una cosecha abundante. 

San Francisco de Sales escribe: «La rama unida y articulada al tronco da fruto no por su propia virtud, sino en virtud de la cepa: nosotros estamos unidos por la caridad a nuestro Redentor, como los miembros a la cabeza; por eso las buenas obras, tomando de él su valor, merecen la vida eterna» (Trattato dell’amore di Dio, XI, 6, Roma 2011, 601).

En el día de nuestro Bautismo, la Iglesia nos injerta como sarmientos en el Misterio pascual de Jesús, en su propia Persona. De esta raíz recibimos la preciosa savia para participar en la vida divina. Como discípulos, también nosotros, con la ayuda de los pastores de la Iglesia, crecemos en la viña del Señor unidos por su amor. 

Si el fruto que debemos producir es el amor, una condición previa es precisamente este “permanecer”, que tiene que ver profundamente con esa fe que no se aparta del Señor. Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de Él, porque sin Él no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5). 

En una carta escrita a Juan el Profeta, que vivió en el desierto de Gaza en el siglo V, un creyente hace la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible conjugar la libertad del hombre y el no poder hacer nada sin Dios? Y el monje responde: Si el hombre inclina su corazón hacia el bien y pide ayuda de Dios, recibe la fuerza necesaria para llevar a cabo su obra. Por eso la libertad humana y el poder de Dios van juntos. Esto es posible porque el bien viene del Señor, pero se realiza gracias a sus fieles. 

El verdadero «permanecer» en Cristo garantiza la eficacia de la oración, como dice el beato cisterciense Guerrico d’Igny: «Oh Señor Jesús..., sin ti no podemos hacer nada, porque Tú eres el verdadero jardinero, creador, cultivador y custodio de tu jardín, que plantas con tu palabra, riegas con tu espíritu y haces crecer con tu fuerza» (Sermo ad excitandam devotionem in psalmodia: SC 202, 1973, 522).

Queridos amigos, cada uno de nosotros es como un sarmiento, que sólo vive si hace crecer cada día con la oración, con la participación en los sacramentos y con la caridad, su unión con el Señor. Y quien ama a Jesús, la vid verdadera, produce frutos de fe para una abundante cosecha espiritual. Supliquemos a la Madre de Dios que permanezcamos firmemente injertados en Jesús y que toda nuestra acción tenga en Él su principio y su realización.
(Regina Caeli, Domingo 6 de mayo de 2012)

EVANGELIO DE HOY: EL QUE PERMANECE EN MÍ DA FRUTO ABUNDANTE





Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

Palabra del Señor