sábado, 26 de enero de 2013

El Credo Niceno-Constantinopolitano

Creer en Dios siguiendo las huellas de Abraham



“Cuando afirmamos : "Creo en Dios", decimos, como Abraham: "Me fío de ti, confío en ti, Señor" 

Decir "Creo en Dios" significa fundar en El mi vida, dejar que su palabra la oriente cada día en las opciones concretas, sin temor de perder algo de mí mismo.  

Abraham, el creyente, nos enseña la fe, y, como extranjero en una tierra que no es la suya, nos muestra la verdadera patria. La fe nos hace peregrinos en la tierra, insertados en el mundo y en la historia, pero en camino hacia la patria celestial. Por lo tanto, creer en Dios nos hace portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda y las opiniones del momento.En muchas sociedades, Dios se ha convertido en el "gran ausente" y en su lugar hay muchos ídolos, en primer lugar el deseo de poseer y el “yo" autónomo. E incluso los progresos, notables y positivos de la ciencia y la tecnología han dado a los seres humanos una ilusión de omnipotencia y autosuficiencia, y un creciente egocentrismo ha creado muchos desequilibrios en las relaciones entre las personas y en el comportamiento social”. 

“Y, sin embargo,  la sed de Dios no se ha extinguido y el mensaje del Evangelio sigue resonando a través de las palabras y las obras de muchos hombres y mujeres de fe. Abraham, el padre de los creyentes, sigue siendo el padre de muchos hijos que están dispuestos a seguir sus pasos y se ponen en camino obedeciendo a la llamada divina, confiando en la presencia benevolente del Señor y acogiendo su bendición para transformarse en bendición para todos. Es el mundo bendecido por la fe, al que todos estamos llamados, para caminar sin miedo siguiendo al Señor Jesucristo”. 

Decir "Creo en Dios" nos conduce, entonces, “a partir, a salir continuamente de nosotros mismos al igual que Abraham, para llevar a la realidad cotidiana en que vivimos la certeza que viene de la fe: es decir, la certeza de la presencia de Dios en la historia, también hoy, una presencia que da vida y salvación”. 

Benedicto XVI, 23 de enero de 2013