viernes, 6 de marzo de 2015

Teresa de Jesús, mujer fuerte, valiente

En relación al Día Internacional de la Mujer que celebramos este domingo, hoy os traemos, de nuevo de la mano de Margarita Alcalde, un nueva reflexión de la figura de Santa Teresa como ¡mujer fuerte, valiente!
Y por lo tanto, apóstol.
Escuchemos lo que el Papa Francisco dice de ella en la carta que escribió al obispo de Ávila con motivo de la apertura del Año Centenario el 15 de octubre pasado:
“Ella vivió las dificultades de su tiempo -tan complicado-, sin ceder a la tentación del lamento amargo, sino más bien aceptándolas en la fe como una oportunidad para dar un paso más en el camino… ¡Éste es el realismo teresiano, que exige obras en lugar de emociones, y amor en vez de ensueños, el realismo del amor humilde frente a un ascetismo afanoso!… Cuando arde el mundo, no se puede perder el tiempo en negocios de poca importancia. ¡Ojalá contagie a todos esta santa prisa por salir a recorrer los caminos de nuestro propio tiempo, con el Evangelio en la mano y el Espíritu en el corazón! ¡Ya es tiempo de caminar!”
Y oigamos lo que ella misma nos dice en el libro de las Fundaciones (F 2,7):
“¡Oh grandeza de Dios! ¡Y cómo mostráis vuestro poder en dar osadía a una hormiga! ¡Y cómo, Señor mío, no queda por Vos el no hacer grandes obras los que os aman, sino por nuestra cobardía y pusilanimidad! Como nunca nos determinamos, sino llenos de mil temores y prudencias humanas, así, Dios mío, no obráis Vos vuestras maravillas y grandezas. ¿Quién más amigo de dar, si tuviese a quién, ni de recibir servicios a su costa? Plega a Vuestra Majestad que os haya yo hecho alguno y no tenga más cuenta que dar de lo mucho que he recibido. Amén”.
Por fin, escuchemos su palabra y la Palabra de Dios, como dichas hoy para nosotros:
“Esme gran lástima, porque conozco muchas almas que llegan aquí; y que pasen de aquí, como han de pasar, son tan pocas que se me hace vergüenza decirlo. Querríalas mucho avisar que miren no escondan el talento, pues que parece las quiere Dios escoger para provecho de otras muchas, en especial en estos tiempos que son menester amigos fuertes de Dios para sustentar los flacos”. (V. 15, 5)
“No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en mí”. (Jn. 14, 1)

“Y les dijo: -Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura”. (Mc. 16, 15)

UNIRSE A DIOS, ÚNICO BIEN VERDADERO



Donde está el corazón del hombre allí está también su tesoro; pues el Señor no suele negar la dádiva buena a los que se la han pedido. Y ya que el Señor es bueno, y mucho más bueno todavía para con los que le son fieles, abracémonos a él, estemos de su parte con toda nuestra alma, con todo el corazón, con todo el empuje de que seamos capaces, para que permanezcamos en su luz, contemplemos su gloria y disfrutemos de la gracia del deleite sobrenatural. [...]

Huyamos de aquí. Puedes huir en espíritu, aunque sigas retenido en tu cuerpo; puedes seguir estando aquí, y estar, al mismo tiempo, junto al Señor, si tu alma se adhiere a él, si andas tras sus huellas con tus pensamientos, si sigues sus caminos con la fe y no a base de apariencias, si te refugias en él, ya que él es refugio y fortaleza, como dice David: A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre.

Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre la huida del mundo
(Caps. 6, 36; 7, 44; 8, 45; 9, 52: CSEL 32,192.198-199. 204)
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LA EXPERIENCIA INTERIOR DE TERESA DE AVILA

Cautiva ese su decir en letras que hablan, humanizan y elevan; que nos invitan a participar de su diálogo a lo divino: abierto, cálido, vivaz. Practicado no con un Dios lejano o descomprometido, sino encarnado, humano. Diálogo entrañable y vigoroso tanto al abordar lo cotidiano como al tratar de empresas difíciles, la búsqueda de un rostro nítido para la Iglesia, por ejemplo. Porque Teresa de Avila sufrió desde dentro el dolor por las luchas ideológicas, el desconcierto y las rupturas al interior de la Iglesia.

            En este diálogo ininterrumpido, en el cual también Jesús se confiesa a Teresa como suyo, le comunica aquellos misterios ocultos desde los siglos en Dios y que sólo se revelan a los pequeños. Como a Ghandy quien después de recorrer el camino ascéptico y probar la experiencia contemplativa sólo afirma con seguridad que sus experimentos son “correctos”, no definitivos, menos aún únicos o exclusivos.

 Así es Teresa de Jesús, a quien debemos la más docta definición de humildad, “andar en verdad”. En sus diálogos está totalmente ella, la monja abierta a la modernidad, tan bien enraizada en el contexto histórico-espacial que le tocó vivir; encarnando los valores del humanismo hispano tanto como la tradición medieval, si bien elevándose por encima de sus condicionamientos.

            El lenguaje con el cual construye su obra literaria es el de la experiencia, por eso no dirá nada fuera de los que haya vivido. Aquí radica la actualidad y simpatía de su lenguaje para el hombre (la mujer)  de hoy a quien se le ha agotado la capacidad receptora de palabras y al parecer no soporta una más. En Teresa de Avila la palabra es vida, pues ella misma se nos comunica en sus escritos e insistentemente invita, sobre todo a quien no le crea, a emprender el camino y probar por sí mismo.

            Ahora bien ¿qué puede transmitir Teresa de lo experimentado, ella que como San Juan de la Cruz, tiene que inventar además el lenguaje que pueda aproximarse a sus vivencias? Porque resulta que ni los ojos ni el oído ni la mente humana están capacitados para captar aquellas dulzuras y paz y contento que Jesús quiso regalarle. Pero en un esfuerzo por transmitir estos estados de conciencia dirá:


Acaeciame… venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en El. Esto no era manera de visión… Suspende el alma de suerte, que parecía estar fuera de sí. Ama la voluntad; la memoria me parece está casi perdida, el entendimiento no discurre , a mi parecer, mas no se pierde; mas como digo, no obra si no está como espantado de lo mucho que entiende; porque quiere Dios entienda que de aquello que su Majestad le presenta, ninguna cosa entiende.

Mucho se ha ponderado el estilo suelto, gracioso y espontáneo de Santa Teresa, empezando por Fray Luis de León -primer editor de sus obras- a quien le resultaba “la misma elegancia desafeitada”. Sin embargo, poco se ha ahondado en cuáles son los elementos que están en juego y de cuya combinación resulta ese estilo libre y provocador de la Santa. Alicia Alamo Bartolomé en La Andariega esboza algunos elementos de análisis del lenguaje que pueden servir como punto de partida para un trabajo más amplio y fundamentado.

           Por otra parte, la plática coloquial, íntima, de Teresa de Jesús con el Dios de rostro humano, hace que a través de ella también lo podamos reconocer como asequible, muy cercano y vulnerable, tanto que se deja aprisionar por ella:

                          Esta divina prisión
                          del amor en que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo
y libre mi corazón
y causa en mi tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

            Por su parte ya hacía tiempo que Teresa de Avila había determinado donarse por entero a El y a sus cosas y en esa unidad profunda, su historial personal no la vive sino como la historia de las misericordias de Dios. La exquisitez de sus diálogos llega a momentos cumbres cuando la experiencia se vuelve poesía:

                        Tirome con una fecha
                        enerbolada de amor
                        y mi alma quedó hecha
                        una con su criador.
                        Ya yo no quiero otro amor
                        pues a mi Dios me ha entregado,
                        que es mi Amado para mí
                        y yo soy para mi Amado.

            La inagotable capacidad relacional de Teresa de Jesús, quien era además muy amiga de sus amigos, permite al lector/ra ser copartícipe de su experiencia, no solamente por conocerla sino porque ella, persuadiendo con suavidad lo introduce en su aventura subyugante. Es entonces cuando nos sentimos atrapados/as en su vuelo e intuimos estar inmersos/as en algo más que la lectura. Esto es así porque , como hemos señalado, el arte de escribir en Teresa de Ahumada, forma parte de la propia vivencia.

            El mundo lingüístico creado por ella  representa el todo armónico que logró construir en la integración de las distintas facetas de su personalidad. Y la unificación se la da el amor: por él, muerte y vida ya no existen separadamente; su sentido eclesial ha encontrado canales de realización muy concretos; contemplación y servicio incondicional al hombre no tienen fronteras; experiencia mística y literatura aluden a la misma realidad.

            Teresa de Avila, mujer de fé, se lanzó a la aventura de lo absoluto y humanizada en la divinidad, ha sido definitivamente devuelta a los hombres.