El marco del evangelio de la multiplicación de los panes y los
peces es significativo. El Bautista ha sido decapitado; Jesús está también en
peligro (Lc 13,31ss) y se retira a un lugar tranquilo y apartado; la muchedumbre
le sigue y a Jesús le da lástima de nuevo de ella: enseña y cura a todos los
enfermos. Se hace tarde y los discípulos le recomiendan que despida ya a la
multitud para que puedan ir a comprarse de comer. Jesús les responde: «Dadles
vosotros de comer». Y como ellos replican que no pueden hacerlo, Jesús debe
realizar otro prodigio. Las revelaciones de Dios en Cristo se insertan en las
necesidades de la humanidad.
1. Demasiado poco, demasiado.
El tema atraviesa los evangelios de principio a fin: desde Caná, la
primera revelación pública, el hombre tiene demasiado poco y Dios le ofrece
demasiado. En la boda de Caná no tenían más vino, y después, por así decirlo
demasiado tarde, hay vino en sobreabundancia. Ahora sólo hay cinco panes, y,
después de haber comido hasta saciarse miles de personas, los discípulos recogen
doce cestos llenos de sobras. Naturalmente la paradoja material no es más que un
«signo», una parábola de lo espiritual: el Todopoderoso es manso y humilde de
corazón; el revelador, rechazado por todos, obtiene el juicio total sobre el
mundo; no se trata simplemente de la oposición entre la pobreza del hombre y la
riqueza de Dios, sino de una paradoja mucho más profunda: Dios se hace pobre
para que todos nosotros seamos ricos (2 Co 8,9); él, el perseguido, precisamente
en esta situación, reparte entre nosotros su riqueza inconcebible.
2. Gratuitamente.
Esto supera toda relación de control humano; entre Dios y el hombre
no hay más negocio que el descrito en la primera lectura: «oíd también los que
no tenéis dinero: Venid, comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde».
Y sólo donde tiene lugar esta gratuidad de lo dado y lo recibido, el hombre sale
ganando y queda satisfecho. Cuando hace cálculos y sus cuentas le cuadran de
alguna manera, sale perdiendo y queda insatisfecho: «¿Por qué gastáis dinero en
lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura?», pregunta la primera
lectura. Esto significa simplemente que sólo la gratuidad del amor y de la
gracia es capaz de saciar el hambre insondable del alma, lo que ciertamente
presupone en ella la existencia de un sentido de esta gratuidad o al menos la
obligación de engendrarlo. Nadie podría saciarse con el amor impagable de Dios,
si recibiera este amor calculadamente para sí mismo y pretendiera acapararlo
para sí. El hombre debe descartar todo cálculo si quiere entrar en la «eterna
alianza» ofrecida por Dios.
3. Definitivamente.
El exuberante canto de victoria de Pablo en la segunda lectura nos
muestra lo que sucede cuando el hombre entra en la alianza. Dios nos da
absolutamente todo lo que tiene y por eso su alianza se convierte en «eterna». Y
el que entra realmente en esta sobreabundancia del don divino, penetra
personalmente en esta eternidad que está más allá de toda amenaza y agresión
mundanas. «Nada podrá apartarnos», no porque nosotros tengamos la fuerza para
«vencer» en todo; toda la fuerza requerida para esto proviene «del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor».
HANS URS von BALTHASAR