sábado, 31 de diciembre de 2016

La noche en que se hizo nuevo el universo


La noche en que nació Jesús, era oscura, muy oscura: en el cielo brillaba una estrella solitaria y luminosa; en la tierra los ojos de un recién nacido, los cuales estaban destinados a iluminar el mundo por todos los siglos.
María y José trataban de acomodarse en aquel establo pequeñito y caldeado por el calor de los animales. En medio de esa miseria se les veían sonrientes y felices. Preocupados por atender a su hijo dándole todo su amor.
Algunos insectos que pululaban por el portal, atraídos por la luz que emanaba del niño, tenían que volar esquivando los coletazos del buey y la mula. Empeñados en velar por la tranquilidad del pequeño. Esa noche en Belén todos pudimos ver la bondad natural de los animales, que te lo dan todo a cambio de nada: fueron ellos, pobres bestiecillas de Dios, las que le dieron al recién nacido el calor que le negaron en la posada, el techo que no encontró en otro sitio. Aunque quizá, -¿Quién sabe?-, la manos de Dios, estaba detrás multiplicando el esfuerzo de los dos animales, para mantener el establo a una temperatura confortable para el pequeño y sus padres.
Poco a poco se fueron acercando pastores, mujeres y niños que llegaban guiados por la luz de la estrella. Cada uno traía entre sus pobres manos lo que podían quitarse de la boca o del cuerpo: un poco de queso, un trozo de pan recién horneado, una tarrina de miel, una olla llena de leche recién ordeñada esa misma tarde de las ovejas, unos pañales, un cobertor viejo...
No tenían oro, ni piedras preciosas, pero valía el peso de un corazón entregado. Eran regalos de amor. Muchos traían lo guardado en sus despensas para un día especial, para una fiesta o, tal vez, para agasajar a sus amigos en una celebración. En sus caras se notaban felices cuando se los entregaban a José para el niño. Se quedaban sin ellos, pero con la alegría del que da de corazón.
Poco a poco el establo se fue llenando de gente: ¡No cabía un alfiler! Algunos se quedaron fuera intentando ver lo que pasaba mirando por las puertas o las ventanas. Todos estaban juntos, arracimados los unos con los otros, intentando ver al niño que dormía tranquilo en el regazo de María. Se sentían sobrecogidos: con un pellizco en el estómago; invadidos por una sensación de paz; llenos de un gozo que no sabían cómo, pero sentían que les llenaba el cuerpo y el alma.
De pronto, María, levantó la cabeza y dirigió su mirada hacia la calle: algo le había llamado la atención. Todos se giraron.
Miraba con los ojos fijos en una mujer anciana, sucia, vestida de harapos y el cuerpo encorvado por la edad. Pronto se hicieron oír los murmullos:
-¿Quién es? ¿Cómo se atreve a venir aquí de esa manera? Parece un paria ¿De dónde habrá salido? ¿Quién será?

María, posó al niño en el pesebre, se dirigió a la puerta del establo y ofreció su mano a la anciana que se fue acercando, mientras la multitud le hacía un pasillo para dejarle paso.
Al llegar junto a la madre de Dios y se inclinó ante ella, María se estremeció. El pequeño Jesús, desde lejos, sonreía y miraba con los ojos llenos de ternura a la pobre mujer.
María la levantó con suavidad y la condujo frente al Niño. La anciana se arrodilló, le tocó la carita con amor y miles de pequeñas estrellas bailaban rodeando al niño, a su madre y a ella. La escena, solo duró un momento, ─segundos tal vez─, todos la vieron y a todos les impregnó el corazón con la seguridad de haber asistido a un inmenso milagro.
Mientras la anciana se levantaba, se fue haciendo joven.
Los presentes quedaron sobrecogidos: Ante ellos apareció una mujer esbelta, con una larga melena, unas manos aterciopeladas y una mirada limpia.
Las dos mujeres, en el medio del establo, al lado de la cuna donde estaba el niño, se dieron las manos, se besaron, se abrazaron y la bella mujer se dispuso a marchar siguiendo su camino.
María la miraba sonriente mientras se alejaba. En su corazón ardía todo el amor del mundo. Y de pronto gritó:
-¡Eva! ¡Eva! ¡Madre!
Eva se giró, con los ojos llenos de lágrimas hacia la puerta del portal donde estaba María y dijo casi como un rezo:
-¡María! ¡Bendita tú!
-¡Madre Eva! Hoy eres libre, mi hijo te hizo libre. Vosotros, todos vosotros sois libres...
Todos supimos que los extremos de la historia se habían tocado: El universo era ya definitivamente nuevo.
(Paqui Valenzuela García).
Religión digital


Oración de Nochevieja


Aquí estamos, Señor, como en vilo entre un año que viene y otro que se va, temblando y sacudidos por este implacable vendaval del tiempo que huye.
En los primeros instantes de 2017 acudimos a ti, que estás por encima del tiempo. Nos refugiamos en ti, que eres Padre de todo y de todos y vives desde siempre y para siempre, ajeno a la vejez, libre de cualquier sobresalto de nocheviejas y calendarios.
Pero a la vez, Señor estamos ciertos de que este tiempo fugitivo y provisional que nos das es, a su manera, moneda preciosa y adelanto de eternidad regalada.
Gracias, Señor, porque el 2016 nos ha dado la oportunidad de irnos comprando -bien barata, gratuita- tu eternidad y tu gloria.
Desde que en esta vida nuestra, tan precaria y en marcha, tu Hijo se hizo tiempo y acampó entre nosotros, nos crece y se nos aviva la esperanza, la indecible nostalgia de ser y de ser sin final...
Perdón, Señor por nuestros fallos, por nuestra pobreza en el año que acaba. Perdón por todos las trabas que hemos puesto a tu Reino que "no tendrá fin".
Al comenzar el año, nos sale al paso la incertidumbre del futuro. Podemos sentir la curiosidad y aun la inquietud de quienes no somos dueños de nuestro propio destino. Lo ponemos en tus manos, completamente seguros de acogernos al único seguro.
Tuyo es nuestro Año Nuevo. Tuyos son, Señor, todos los hermanos que sufren entre nosotros, en tu Iglesia, en el mundo entero. Tuyas son las víctimas de la guerra, del terrorismo, del hambre, de todas las miserias que los hombres hemos amontonado en este mundo que pide a gritos la limpieza, la justicia y la paz.
Tuya es nuestra familia, nuestra salud, nuestro mínimo bienestar. Tuya nuestra lucha por la vida. Tuyo nuestro amor a la verdad, a la justicia, nuestro respeto a la vida.
Tuya también nuestra pobreza, nuestra escasa capacidad, nuestros miedos, nuestra falta de fuerzas.
Tuyos nosotros para este año y para siempre.
Amén.
(De Cien oraciones para la familia, Madrid, San Pablo, 1995).
(Jesús Mauleón)

31 de diciembre: san Silvestre, Papa


Silvestre nació alrededor del año 270. De niño, su padre Rufino le puso bajo la dirección del presbítero romano Cirino, un hombre sabio y prudente. Siendo ya adolescente, se distinguió por sus actos de caridad. Con el nombre de Silvestre fue elegido Papa en el año 314, sucediendo a San Melquiades. En 22 años de pontificado, reorganizó la vida clerical, la liturgia y los principios monásticos, fomentó la fundación de iglesias y basílicas, propuso mejoras del Culto Divino y dedicó mucha atención a los necesitados.
Asimismo, la Iglesia se benefició de que el su pontificado coincidiese en el tiempo con el reinado de Constantino el Grande: el emperador toleró primero y favoreció después la expansión del Cristianismo en el Imperio y regaló a Silvestre el palacio de Letrán, hasta que se construyó el Vaticano. El Papa Silvestre murió el 31 de diciembre de 335.
J.M. Ballester Esquivias (@jmbe12)
Alfa y Omega

El Verbo hizo carne


Comienzo del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor.

«Haznos custodios del matrimonio cristiano y de la familia, para que entregue belleza y salud a esta tierra»

La diócesis se vuelca este viernes en la celebración de la Sagrada Familia. Todos aquellos que se acerquen a la catedral para sumarse a esta fiesta van a recibir una estampa con una oración del cardelal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, y una imagen de la Sagrada Familia de Rupnik, de la sala capitular del templo. «Haznos custodios del matrimonio cristiano y de la familia, para que entregue belleza y salud a esta tierra», subraya el purpurado.

Dios todopoderoso y eterno, la Iglesia que camina en Madrid te da gracias y reconoce con alegría el gran don que hiciste a la humanidad con la creación del hombre y de la mujer, con el sacramento del matrimonio y la belleza de la familia.
¡Qué obra maestra hiciste! «A imagen de Dios lo creo: varón y mujer los creó» (Gn 1,27). Solamente el hombre y la mujer llevan en sí la imagen y semejanza de Dios. La diferencia entre ellos no es contraposición o subordinación, sino para la comunión y la generación. Fueron creados para escucharse y ayudarse mutuamente. Gracias, Señor, por haber confiado la tierra a la alianza del hombre y la mujer. El fracaso de esta alianza aridece el mundo de los afectos y oscurece la esperanza.
Danos tu luz para no resignarnos en la incredulidad y la desconfianza que enferma a esta humanidad. Aceptemos el regalo que nos haces de la comunión contigo, que se refleja en la comunión del matrimonio y de la familia entera. Que no entren nunca en nuestra vida la desconfianza, el escepticismo e incluso la hostilidad respecto de la alianza matrimonial y la familia, pues engendran indiferencia y desarraigo en su seno.
Haznos custodios del matrimonio cristiano y de la familia, para que entregue belleza y salud a esta tierra. Vivamos en la «alegría del amor»: el amor compartido sabe a más y las penas compartidas saben a menos. Que aprendamos junto y con Jesús que la obra maestra de la sociedad es la familia. Jesús, María y José, rogad por nuestra familia. Amén.
+ Carlos Card. Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid

El 2016 del Papa Francisco en un video

El Padre Spadaro habla de la reforma misionera de Francisco

 La conmovedora visita a Auschwitz y a los prófugos en la isla griega de Lesbos; la publicación de la Exhortación Apostólica postsinodal Amoris Laetitia sobre el amor en la familia; el histórico encuentro con el Patriarca Cirilo I de Moscú y la visita a Lund, una de las ciudades más antiguas y principales de Suecia, poco antes de que se cumplieran 500 años de la Reforma protestante, son algunos de los momentos fuertes que protagonizó el Papa Francisco durante el año 2016. Año que, ante todo, se caracterizó por la celebración del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Nuestro colega Alessandro Gisotti entrevistó al Padre Antonio Spadaro, Director de la revista más antigua en lengua italiana, la“Civiltà Cattolica”, de la Compañía de Jesús:
Yo creo que los dos grandes signos del Pontificado de Francisco sean el discernimiento y la misericordia. La misericordia implica de hecho una profunda reforma, una reforma interior de la Iglesia, la reforma misionera, el giro misionero que el Papa Francisco ha tratado de llevar a la Iglesia desde el inicio de su Pontificado. Y ha hablado de esto ampliamente en la Evangelii gaudium. En el fondo la misericordia es saber que nada, jamás nada, nos puede separar del amor del Señor que está siempre cerca de nosotros y que nos espera y nos espera siempre. Por tanto, es mostrar el rostro de Dios a una generación, la de hoy, que tal vez lo siente un poco distante, un poco cubierto por una capa de polvo. Misericordia significa que las puertas del corazón de Dios y de la Iglesia están siempre abiertas.
Lesbos, Auschwitz, las zonas afectadas por los terremotos del Centro de Italia… Frente al sufrimiento Francisco eligió el camino del silencio y de la escucha. ¿Cuál es el mensaje profundo de esta elección?
Francisco no quiere explicar el dolor. Esto es algo que a mí me parece haber comprendido muy bien en su modo de actuar. Es decir, no quiere justificar a Dios, como la antigua teodicea, por el dolor del mundo. Eventualmente quiere mostrar que Dios está siempre cerca de la humanidad que sufre. Y, por tanto, estar en silencio significa no proponer respuestas que reflejan un poco el buenismo, un poco dulces, si queremos, pero de todos modos distantes del sufrimiento. Silencio significa estar cerca y poner la mano con un gesto, diría, terapéutico. Un gesto que el Papa hizo muchas veces y sigue haciendo con la gente, con las personas, y hemos visto, en los muros: en Belén y en Auschwitz… Por tanto, el Papa acaricia las heridas porque ese es el modo de curarlas. Y, en el fondo, la cruz de Cristo es exactamente esto: hacerse cargo de aquel dolor, de aquel sufrimiento que la humanidad vive. De modo que éste no es un silencio vacío: es un silencio lleno de cercanía, de proximidad.
Amoris laetitia es el documento papal publicado en el año 2016 que ha suscitado mayor interés, pero también algunas críticas en el ámbito católico. Este pontificado vive también en sí mismo esta dimensión de tensión. ¿Cuáles son las indicaciones que Francisco ofrece para afrontar esta situación?
En diversas ocasiones el Papa Francisco ha dicho que el conflicto forma parte de la vida, por lo tanto es absolutamente importante en los procesos eclesiales. El Papa, eventualmente, se siente preocupado cuando no se mueve nada, cuando no hay tensiones, a veces cuando no hay oposiciones. Entonces, si el proceso es real, crea tensión efectiva. Amoris laetitia es un documento extraordinario porque en el fondo pone la historia no sólo del pueblo de Dios, sino de cada fiel, en el centro de la relación entre el hombre y Dios. Y por tanto pone el discernimiento como criterio fundamental, y siente, advierte, que la familia es el núcleo central para la sociedad de hoy. Toca tantos temas: el tema de la familia como núcleo central, pero también afronta las situaciones de fractura, de crisis, sabiendo que el Señor habla a cada persona teniendo en cuenta su historia de fe. De modo que también aquí, en esto caso, no se dan normas y reglas generales absolutas, abstractas y válidas en cada situación, sino que esta Exhortación Apostólica es la invitación a cada pastor de hacerse cercano al fiel, hacerse cercano a la historia de cada persona singularmente.
¿Qué es lo que más sorprende de la persona de Francisco quien hacer precisamente pocos días ha cumplido 80 años? ¿Hay algo que lo ha sorprendido de modo especial durante este 2016 que quizá no había viso en los años precedentes del Papa?
Es difícil porque son tantos los elementos de este Pontífice. Tal vez lo que me ha sorprendido más, precisamente este año, en el que cierta conflictividad, al menos en algunos círculos ha surgido, es su serenidad. El Papa está siempre sereno, no está agitado. Se da cuenta de lo que sucede junto a él, incluso de las cosas que podrían causarle menos gusto. Pero al mismo tiempo, jamás pierde la serenidad, nunca pierde la paz. Él dice que come bien, duerme bien, y yo puedo decir que también reza mucho. Entonces esta inmersión suya y radical en Dios, que le da esta gran serenidad, es la cosa que, en verdad, me sorprende más profundamente.
(María Fernanda Bernasconi - RV).