Ante Cristo que yace en la Cruz, es momento propicio
para traer a la memoria el testamento de sus últimas palabras. Cuando una
persona nos deja, valoramos mucho más los últimos momentos de su vida, y los
elevamos a acciones o recomendaciones ejemplares.
"Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lc 23: 34)
El Papa, en su primer rezo del
Ángelus, nos dijo: “Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. Él jamás se cansa
de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón. No nos
cansemos nunca, no nos cansemos nunca. Él es Padre amoroso que siempre perdona,
que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también
nosotros a ser misericordiosos con todos” (Francisco, Ángelus 17 de marzo). Señor,
ante tu cuerpo tendido en tierra, perdóname. No tengas en cuenta mi pecado.
"En verdad te digo: Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el
Paraíso" - (Lc 23: 43)
Jesús, con su muerte, ha abierto
las puertas del Paraíso, a la vez que nos indica a todos nuestro propio
destino. Resuenan las palabras del Evangelio: «En verdad os digo que los
publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque
vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que
los publicanos y las rameras creyeron en él” (Mt 21, 31-32). Señor, que nunca
me cobije en mi pecado para no confiar en ti, que nunca juzgue a los otros para
excusarme yo. Que por encima de todo pueda en mí siempre la confianza.
"Mujer,
aquí tienes a tu hijo ... Aquí tienes a tu madre" - (Jn 19: 26-27)
Con la muerte de Cristo, se
inauguran las relaciones del nuevo pueblo de Dios. La Madre de Jesús, imagen de la Iglesia esposa, se
convierte para nosotros en mediación entrañable para sentirnos hermanos de
Jesús, hijos de Dios. “Deseo que el Espíritu Santo, por la plegaria de la Virgen, nuestra Madre, nos
conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo
crucificado” (Homilía fin de Cónclave). A la vez, seamos custodios de María,
como lo fue San José, como lo fue el discípulo amado. “Con la atención
constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al
propio” (Homilía, inauguración del pontificado). Jesús, gracias por tu amor
entrañable, por la mediación amorosa que nos dejas en tu Madre, y por la
confianza que has depositado en nosotros para que la acojamos en nuestro
corazón. Ten la seguridad de que la cuidaremos. Santa María del Desamparo,
acepta la misión que te confía tu Hijo. Ruega por nosotros.
"Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46 y Mc 15, 34)
Jesús reza el salmo 22, que si
comienza con un grito de auxilio, termina con una experiencia de misericordia.
“De ti viene mi alabanza en la gran asamblea, mis votos cumpliré ante los que
le temen. Los pobres comerán, quedarán hartos, los que buscan al Señor le
alabarán: «¡Viva por siempre vuestro corazón!»” (Sal 22, 26-27). Hoy hay muchas
personas en extrema soledad, intemperie y pobreza. Tenemos la llamada para ser
mediación de la ternura de Dios, para que nadie se sienta abandonado por Él.
“Acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más
pobres, los más débiles, los más pequeños; al hambriento, al sediento, al
forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Entonces,
también, podrán contar la experiencia de la bondad divina, la coherencia de
nuestra fe. Una de las últimas palabras del Papa Benedicto XVI, fueron: “Me he
sentido como San Pedro con los apóstoles en la barca en el lago de Galilea: el
Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca
ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas se agitaban
y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor
parecía dormir. Pero siempre supe que en esa barca estaba el Señor y siempre he
sabido que la barca de la
Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el
Señor no deja que se hunda; es Él quien la conduce, ciertamente también a
través de los hombres que ha elegido, pues así lo ha querido. (…) Yo nunca me
he sentido solo al llevar la alegría y el peso del ministerio petrino; el Señor
me ha puesto cerca a muchas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y
han estado cerca de mí” (Audiencia, 27 de febrero, 2013).
"Tengo
sed" (Jn 19, 28)
La sed de Jesús no es sed material.
Él se ha presentado como pozo de agua
viva. Jesucristo en la Cruz
muere de sed de amor, de sed de ti y de mí. Y ha convertido el gesto humilde de
dar de beber en sacramento, y los que den aunque solo sea un vaso de agua por
Cristo, tendrán su recompensa. Pero el agua que Él desea beber es el agua de la
entrega de nuestras personas. “Debemos mantener viva en el mundo la sed de lo
absoluto, sin permitir que prevalezca una visión de la persona humana
unidimensional, según la cual el hombre se reduce a aquello que produce y a
aquello que consume. Ésta es una de las insidias más peligrosas para nuestro
tiempo” (Francisco a los líderes de diferentes religiones).Con el salmista te
manifiesto, Señor: “Mi alma está sedienta de ti, como tierra reseca, agotada,
sin agua” (Sal 62). “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te
busca a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el
rostro de Dios?” (Sal 42, 2-3). “Señor, dame de esa agua, para que no tenga más
sed” (Jn 4, 15).
"Todo se ha cumplido" (Jn 19,
30)
¡Qué paz debe de brotar en el
corazón cuando se tiene la seguridad de haber llevado a cabo la obra encomendada
por Dios! Jesús la debió de sentir. San Pablo, quizá como eco de esta
experiencia, dice de sí mismo: “He competido en la noble competición, he
llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda
la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y
no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su
Manifestación. (2 Tm 4, 7-8). Y el Apóstol Santiago: “¡Feliz el hombre que
soporta la prueba! Superada la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman” (Sant 1, 12).
Señor, yo no puedo decir “todo está cumplido”, pero te pido que hagas conmigo
tu voluntad, como Tú fuiste la voluntad de tu Padre.
"Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu" (Lc 23, 46)
Es la última palabra de Jesús, en
total abandono. Ante ella, me resuena el discurso del Papa Francisco a los
cardenales: “Nunca nos dejemos vencer por el pesimismo, por esa amargura que el
diablo nos ofrece cada día; no caigamos en el pesimismo y el desánimo: tengamos
la firme convicción de que, con su aliento poderoso, el Espíritu Santo da a la Iglesia el valor de
perseverar y también de buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el
Evangelio hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). ¡Ánimo! La
mitad de nosotros tenemos una edad avanzada: la vejez es – me gusta decirlo así
– la sede de la sabiduría de la vida. Los viejos tienen la sabiduría de haber
caminado en la vida, como el anciano Simeón, la anciana Ana en el Templo. Y
justamente esta sabiduría les ha hecho reconocer a Jesús. Ofrezcamos esta
sabiduría a los jóvenes: como el vino bueno, que mejora con los años,
ofrezcamos esta sabiduría de la vida (Francisco, discurso a los cardenales).
Amigos más jóvenes, sobre todo a vosotros, los niños, fijaos lo que dice la Biblia: “Seréis
alimentados, en brazos seréis llevados y sobre las rodillas seréis acariciados.
Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré” (Is 66, 12-13).
¡Que no se pierda en nosotros el
fruto de tanto amor divino!
Ángel Buenafuente