jueves, 23 de enero de 2014

“Quien odia a su hermano es un homicida”, el Papa el jueves en Santa Marta


Que los cristianos cierren las puertas a los celos, envidias y habladurías que dividen y destruyen nuestras comunidades: fue la exhortación lanzada por el Papa Francisco, esta mañana, en la Misa presidida en la Casa de Santa Marta en la sexta jornada de oración por la unidad de los cristianos.


La reflexión del Papa partió de la primera lectura del día que habla de la victoria de los israelitas sobre los filisteos gracias al coraje del joven David. La alegría de la victoria se trasforma rápidamente en tristeza y celos del rey Saúl ante las mujeres que alaban a David por haber matado a Goliat. Entonces, “aquella gran victoria – afirmó el Santo Padre - comienza a convertirse en derrota en el corazón del rey” en el que se insinúa, como ocurrió con Caín, el “gusano de los celos y de la envidia”. Como Caín con Abel, el rey decide asesinar a David. “Así actúan los celos en nuestros corazones – observó el Pontífice – es una mala inquietud, que no tolera que un hermano o una hermana tengan algo que yo no tengo”. Saúl, “en vez de alabar a Dios, como hacían las mujeres de Israel, por esta victoria, prefiere encerrarse en sí mismo, amargarse”, “cocinar sus sentimientos en el caldo de la amargura”:


“Los celos llevan a matar. La envidia lleva a matar. Justamente fue esta puerta, la puerta de la envidia, por la cual el diablo entró en el mundo. La Biblia dice: ‘Por la envidia del diablo entró el mal en el mundo’. Los celos y la envidia abren las puertas a todas las cosas malas. También dividen a la comunidad. Una comunidad cristiana, cuando sufre – algunos de los miembros – de envidia, de celos, termina dividida: uno contra el otro. Este es un veneno fuerte. Es un veneno que encontramos en la primera página de la Biblia con Caín”.

En el corazón de una persona golpeada por los celos y por la envidia – subrayó el Obispo de Roma- ocurren “dos cosas clarísimas”. La primera cosa es la amargura:

“La persona envidiosa, la persona celosa es una persona amargada: no sabe cantar, no sabe alabar, no sabe qué cosa sea la alegría, siempre mira ‘qué cosa tiene aquel y que yo no tengo’. Y esto lo lleva a la amargura, a una amargura que se difunde sobre toda la comunidad. Son, estos, sembradores de amargura. Y la segunda actitud, que lleva a los celos y a la envidia, son las habladurías. Porque este no tolera que aquel tenga algo, la solución es abajar al otro, para que yo esté un poco más alto. Y el instrumento son las habladurías. Busca siempre y tras un chisme verás que están los celos, está la envidia. Y las habladurías dividen a la comunidad, destruyen a la comunidad. Son las armas del diablo”.


“Cuántas hermosas comunidades cristianas” – exclamó el Papa – van bien, pero luego en uno de sus miembros entra el gusano de los celos y de la envidia y, con esto, la tristeza, el resentimiento de los corazones y las habladurías. “Una persona que está bajo la influencia de la envidia y de los celos – recalcó – mata”, como dice el apóstol Juan: “Quien odia a su hermano es un homicida”. Y “el envidioso, el celoso, comienza a odiar al hermano”:


“Hoy, en esta Misa, recemos por nuestras comunidades cristianas, para que esta semilla de los celos no sea sembrada entre nosotros, para que la envidia no encuentre lugar en nuestro corazón, en el corazón de nuestras comunidades, y así podremos ir adelante con la alabanza del Señor, alabando al Señor, con la alegría. Es una gracia grande, la gracia de no caer en la tristeza, del estar resentidos, en los celos y en la envidia”. (RC-RV)

El hombre ve la apariencia, pero el Señor el corazón, el Papa el martes en Santa Marta

Custodiemos nuestra pequeñez para dialogar con la grandeza del Señor. Lo afirmó el Papa Francisco en la Misa matutina en la Casa de Santa Marta. El Pontífice subrayó que el Señor tiene con nosotros una relación personal, jamás un diálogo masivo. El Señor, prosiguió, elige siempre a los pequeños, quien tiene menos poder, es porque mira a nuestra humildad.
El Señor y los pequeños. El Santo Padre centró su homilía en este binomio subrayando que “la relación del Señor con su pueblo es una relación personal” “siempre, de persona a persona”. Él, agregó, “es el Señor y el pueblo tiene un nombre”, “no es un diálogo entre el poderoso y la masa”. Es un diálogo “personal”:
“Y en un pueblo, cada uno tiene su lugar. El Señor jamás habla a la gente así, a la masa, jamás. Habla siempre personalmente, con los nombres. Y elige personalmente. El relato de la creación es una figura que hace ver esto: es el mismo Señor que con sus manos artesanalmente hace al hombre y le da un nombre: 'Tú te llamas Adán'. Y así comienza aquella relación entre Dios y la persona. Y hay otra cosa, una relación entre Dios y nosotros pequeños: Dios, es grande, y nosotros pequeños. Cuando debe elegir a las personas, también a su pueblo, Dios siempre elige a los pequeños”.
Dios, prosiguió, elige a su pueblo porque es “el más pequeño”, tiene “menos poder” que los otros pueblos. Precisamente hay un “diálogo entre Dios y la pequeñez humana”. También la Virgen dirá: “El Señor ha mirado mi humildad”. El Señor “ha elegido a los pequeños”. En la primera Lectura de hoy, observó, “se ve claramente esta actitud del Señor”. El profeta Samuel está ante el más grande de los hijos de Jesé y piensa que sea “su consagrado, porque era un hombre alto, grande”. Pero el Señor, observó el Pontífice, le dice “No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado, porque aquello que ve el hombre no cuenta”. De hecho, recalcó el Pontífice, “el hombre ve la apariencia, pero el Señor ve el corazón. El Señor elige según sus criterios”. Y elige “a los débiles y a los dóciles, para confundir a los poderosos de la tierra”. Al final, por lo tanto, “el Señor escoge a David, el más pequeño”, que “no contaba para su padre”. “No estaba en casa”, estaba “cuidando las ovejas”. El mismo David también “fue elegido”:
“Todos nosotros con el Bautismo hemos sido elegidos por el Señor. Todos somos elegidos. Nos ha elegido uno a uno. Nos ha dado un nombre y nos mira. Hay un diálogo, porque el Señor ama así. También David luego se volvió rey y se equivocó. Quizás cometió tantas equivocaciones, pero la Biblia nos cuenta dos errores fuertes, dos errores de aquellos grandes. ¿Qué hizo David? Se humilló. Volvió a su pequeñez y dijo: ‘Soy un pecador’. Y pidió perdón e hizo penitencia”.
Y después del segundo pecado, prosiguió, David dijo al Señor: “Castígame, no al pueblo. El pueblo no tiene la culpa, yo soy el culpable”. David, reflexionó el Obispo de Roma, “custodió su pequeñez, con el arrepentimiento, con la oración, con el llanto”. “Pensando en estas cosas, en este diálogo entre el Señor y nuestra pequeñez”, agregó, “me pregunto dónde está la fidelidad cristiana”:
“La fidelidad cristiana, nuestra fidelidad, es simplemente custodiar nuestra pequeñez, para que pueda dialogar con el Señor. Custodiar nuestra pequeñez. Por esto la humildad, la docilidad, son muy importantes en la vida del cristiano, porque es una custodia de la pequeñez, a la cual el Señor gusta mirar. Y siempre existirá el diálogo entre nuestra pequeñez y la grandeza del Señor. Que el Señor nos dé, por intercesión de San David - también por la intercesión de la Virgen que cantaba alegre a Dios, porque había mirado su humildad - el Señor nos de la gracia de custodiar ante Él nuestra pequeñez”. (RC-RV)

LA CONVERSIÓN A DIOS “Conviértete al Señor, tu Dios”

Éxodo 3,1-15: Yo Soy me envía a vosotros.
Sal 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
1 Corintios 10,1-6.10-12: La vida del pueblo en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro.
Lucas 13, 1-9 :Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

Yo Soy (Yahvé):
Dios es indefinible, el hombre no puede usar su santo nombre en vano; ante Él hay que descalzarse las sandalias. ¿Quién es Dios para mí? ¿Cómo me ponga delante de Él ¿Le adoro y amo sobre todas las cosas?

Zarza que no se extingue:
Se trata del fuego que es Dios mismo, en su misteriosa proximidad al hombre; un fuego, que debe llamear en el corazón de la historia y de cada ser humano, para purificarlo. ¿? ¿Arde mi corazón ante su presencia y la escucha de su Palabra?

El Dios Libertador:
Él ve la opresión de su pueblo, y oye su lamento; no es indiferente a su esclavitud, viene a liberarlo y a darle la Tierra prometida. ¿Experimento que Dios está atento a mis problemas? ¿Le presento en la oración mis sufrimientos y los de los hombres?

Un Dios “Celoso”:
Dios desea ardientemente la conversión del pecador, y sabe esperar antes de intervenir con su justicia. Como buen Labrador exige a su viña que dé higos, si no, la cortará. Porque, çomo nos dice el evangelio, “si no os convertís, pereceréis!” ¿Siento a Dios “celoso” de mi amor? ¿La exigencia de Dios me hace crecer o me frena y aleja de El? ¿La fe me libera o me oprime?

Un Dios Pedagogo:
Es un Dios providente, que nos pone ante los ojos la historia de Israel para que estemos atentos y nos mantengamos en pie. Esa historia es para todos nosotros invitación fuerte a la conversión: “Todo esto se escribió para escarmiento vuestro.” ¿Veo en mi vida concreta a Dios? ¿Miro mis experiencias pasadas como historia de salvación? ¿Cómo me enseña Dios a través de la vida?

Un Dios Paciente:
Dios sabe que convertirse de verdad no es fácil, ni cosa de horas o días. Porque conoce el interior del hombre, Dios sabe esperar, no tiene prisas, cuando ve una disposición sincera para la conversión; “Déjala todavía un año, a ver si da fruto.” ¿Cómo experimento la paciencia de Dios conmigo? ¿Me ayuda a aceptarme?

Dios Compasivo y Misericordioso:
El Dios que nos trae Jesús, sobre todo, es Padre. “El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades”; “rescata tu vida de la fosa, te coIma de gracia y de ternura”. “Hace justicia y defiende a los oprimidos”; “enseña sus caminos”. Es “lento a la cólera y rico en clemencia”. Por eso “bendice, alma mía al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.” ¿Me conmueve su ternura y su clemencia? ¿Es de ver dad para mí compasivo y misericordioso? ¿Tengo presentes sus beneficios?

Bendice, alma mía, al Señor, / y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, / y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas / y cura todas tus enfermedades;
Él rescata tu vida de la fosa / y te colma de gracia y de ternura.
El Señor hace justicia / y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés / y sus hazañas a los hijos de Israel
El Señor es compasivo y misericordioso, / lento a la ira y rico en clemencia;
como se levanta el cielo sobre la tierra, / se levanta su bondad sobre sus fieles.