EL AMOR PRIMERO
El profeta Jeremías, figura de Jesús, reconoce: “Estaba
yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi
nombre (Is 49, 1). Esta confesión pone letra a una realidad que deberíamos
reconocer cada ser humano, y de manera especial quienes hemos sido enriquecidos
con la fe, y quizá con la llamada al seguimiento del Maestro de Nazaret.
Sin duda que los textos proféticos los
debemos aplicar a Jesús. Él es el Amado antes de los siglos. Esta certeza es lo
que, en los últimos momentos de su vida, le va a dar valor para entregarse y
para abandonarse en las manos del Creador. El salmo le puede recordar la
fidelidad de su Padre: “Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy
relato tus maravillas” (Sal 70).
Cuando se viven momentos de prueba, se beben las
palabras, y los gestos se agigantan. En el enclave de la Cena del Señor, el
evangelista menciona la presencia del discípulo amado: “Uno de ellos, el que
Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la mesa junto a su pecho” (Jn 13,23),
como si deseara compensar el dolor de la traición, que sucedería poco después.
Son días de sentirse amados por el
Señor, y de devolver amor. Tenemos la llamada a ser del grupo de los que desean
aliviar la hora de mayor sufrimiento de Jesús, y a la vez deberemos tomar
conciencia de sabernos amados por Él, más allá de que las circunstancias
impongan oscuridad y dolor.
SANTA TERESA DE JESÚS
Es muy hermosa la recomendación de la
Santa, que se desvivió por el Señor, sobre todo si pasamos por momentos de
prueba: “Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto: ¡qué
aflicción tan grande llevaba en su alma, pues con ser el mismo sufrimiento la dice
y se queja de ella! O miradle atado a la columna, lleno de dolores, todas sus
carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama; tanto padecer, perseguido de
unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie
que vuelva por El, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el
otro os podéis consolar. O miradle cargado con la cruz, que aun no le dejaban
hartar de huelgo. Miraros ha El con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos
de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, sólo porque os
vayáis vos con El a consolar y volváis la cabeza a mirarle” (Camino de
Perfección 26, 5).
De mirar y mirar a Jesús en sus
padecimientos, se nos aviva la fuerza de su entrega y la certeza de su amor. No
debe ser un pensamiento obsesivo, pero hace bien tener presentes los
padecimientos del Señor. “Algunas, si son tiernas de corazón, se fatigan mucho
de pensar siempre en la Pasión, y se regalan y aprovechan en mirar el poder y
grandeza de Dios en las criaturas y el amor que nos tuvo, que en todas las
cosas se representa, y es admirable manera de proceder, no dejando muchas veces
la Pasión y vida de Cristo, que es de donde nos ha venido y viene todo el bien”
(Vida 13, 13).
Ángel Moreno, de
Buenafuente.