domingo, 1 de mayo de 2016

Expondrán las reliquias de los apóstoles Felipe y Santiago. El 3 de mayo, solemnidad de ambos apóstoles.


Custodiadas en el Vaticano desde el siglo VI

Un nuevo evento de fe acompañará el Año Jubilar: la ostensión, del 3 al 15 de mayo en la ciudad de Roma, de las reliquias de los Santos Felipe y Santiago, ambos del siglo I d.C. (sobre el primero se sabe que era original de Betsaida, en Galilea, y sobre el segundo se conocen pocos datos), que se pusieron a seguir a Jesús. Hablan de ellos los Evangelios y ambos fueron martirizados.
Desde alrededor del año 560, época de Papa Pelagio, los restos de ambos apóstoles se conservan en la basílica romana, la misma que desde el siglo XV se encuentra bajo el ala de los Frailes menores conventuales. Los restos de ambos apóstoles fueron redescubiertos en 1875.
Y el reconocimiento comenzó el 5 de abril en la cripta de la basílica, de manera privada y ante la presencia de la comunidad de los frailes franciscanos.
El evento abierto a los fieles comenzará el próximo martes 3 de mayo, solemnidad litúrgica de ambos apóstoles, con una misa a las 18.30 en la basílica que será presidida por el cardenal Francesco Coccopalmerio. La visita a las reliquias podrá hacerse todos los días, sin interrupción, de las 7 a las 20 hrs.

«Poder estar en contacto tan directo con los apóstoles Felipe y Santiago -comenta el párroco fray Angelino Stoia-, en ocasión del año jubilar de la Misericordia promulgado por nuestro obispo, el Papa Francisco, es una alegría grande que deseamos franciscanamente compartir lo más posible».

LA IGLESIA

Estamos llegando al final de la cuarentena pascual, y las palabras de Jesús en el Evangelio suenan a despedida, pero a la vez nos ofrecen una clave que es transfiguradora en todo tiempo. “Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo” (Jn 14, 28-29).
En principio parece que el despojo de la visión de la persona de Jesús es motivo de tristeza, pero si creemos que el Resucitado permanece entre nosotros, su marcha nos posibilita una relación más inmediata que si se apareciera visiblemente. Es la presencia que nos promete en la Iglesia, en la Palabra, en la Eucaristía, en la asamblea reunida en su nombre, en el prójimo, y hasta en los mismos acontecimientos.
La nueva Jerusalén ha comenzado, y la visión del Apocalipsis tiene su mejor concreción en la Iglesia. Ella es la esposa, la revestida como una novia, la nueva Jerusalén: “El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios” (Ap 21, 10).
A lo largo de los siglos, gracias a la asistencia del Espíritu a la Iglesia, los creyentes pueden participar de la vida divina. La gracia bautismal, el perdón de los pecados, tomar parte en la mesa del Señor, el fortalecimiento en la fe, la sacramentalidad divina del amor humano, el ministerio sacerdotal y el bálsamo que cura las heridas son las mediaciones sacramentales que nos posibilitan vivir en este mundo como familia de Dios y formar, como piedras vivas el nuevo templo, la ciudad santa.
Vivimos momentos de esperanza. Si en los primeros tiempos del cristianismo, los discípulos, reunidos en concilio, bajo la acción del Espíritu, comprendieron que para pertenecer a la Iglesia, no era necesaria la circuncisión -“Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables” (Act 15, 28), el mismo Espíritu, por voz del papa Francisco, sigue alentando a los hombres y mujeres de nuestro tiempo para que todos se sientan atraídos hacia el recinto de la misericordia y del perdón, y gocen así de la alegría del Evangelio.
Jesús se despide, pero el Maestro nos ha dejado la posibilidad de convivir con Él, de sentir su acompañamiento, de sabernos en la comunidad de los discípulos gracias a la mediación de la Iglesia, que nos ofrece la gracia sacramental, según la necesidad de cada uno.

¡Que nadie se prive del gozo de la misericordia! ¡Que todos puedan sentir la cercanía de Cristo resucitado, quien a través del Espíritu Santo, sigue alegrando el corazón de sus fieles!
Ángel Moreno de Buenafuente

La paz en la Iglesia

La misericordia de Dios no tiene fin.
En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio.
Ella sabe que la primera t

area, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo.
Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tenga necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin.
Francisco, Misericordiae Vultus 25
Bula de convocación del Jubileo extraordinario de la Misericordia
En el evangelio de Juan podemos leer un conjunto de discursos en los que Jesús se va despidiendo de sus discípulos. Los comentaristas lo llaman «El Discurso de despedida». En él se respira una atmósfera muy especial: los discípulos tienen miedo a quedarse sin su Maestro; Jesús, por su parte, les insiste en que, a pesar de su partida, nunca sentirán su ausencia.
Hasta cinco veces les repite que podrán contar con «el Espíritu Santo». Él los defenderá, pues los mantendrá fieles a su mensaje y a su proyecto. Por eso lo llama «Espíritu de la verdad». En un momento determinado, Jesús les explica mejor cuál será su quehacer: «El Defensor, el Espíritu Santo... será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho». Este Espíritu será la memoria viva de Jesús.

El horizonte que ofrece a sus discípulos es grandiosoDe Jesús nacerá un gran movimiento espiritual de discípulos y discípulas que le seguirán defendidos por el Espíritu Santo. Se mantendrán en su verdad, pues ese Espíritu les irá enseñando todo lo que Jesús les ha ido comunicando por los caminos de Galilea. Él los defenderá en el futuro de la turbación y de la cobardía.
Jesús desea que capten bien lo que significará para ellos el Espíritu de la verdad y Defensor de su comunidad: «Os estoy dejando la paz; os estoy dando la paz». No solo les desea la paz. Les regala su paz. Si viven guiados por el Espíritu, recordando y guardando sus palabras, conocerán la paz.
No es una paz cualquiera. Es su paz. Por eso les dice: «No os la doy yo como la da el mundo». La paz de Jesús no se construye con estrategias inspiradas en la mentira o en la injusticia, sino actuando con el Espíritu de la verdad. Han de reafirmarse en él: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde».
En estos tiempos difíciles de desprestigio y turbación que estamos sufriendo en la Iglesia,sería un grave error pretender defender nuestra credibilidad y autoridad moral actuando sin el Espíritu de la verdad prometido por Jesús. El miedo seguirá penetrando en el cristianismo si buscamos asentar nuestra seguridad y nuestra paz alejándonos del camino trazado por él.

Cuando en la Iglesia se pierde la paz, no es posible recuperarla de cualquier manera ni sirve cualquier estrategia. Con el corazón lleno de resentimiento y ceguera no es posible introducir la paz de Jesús. Es necesario convertirnos humildemente a su verdad, movilizar todas nuestras fuerzas para desandar caminos equivocados y dejarnos guiar por el Espíritu que animó la vida entera de Jesús.
José Antonio Pagola

El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo.


Evangelio según San Juan 14,23-29. 

Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. 

El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. 

Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. 

Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» 

Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡ No se inquieten ni teman !
 
Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. 

Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean. 

«EL ALELUYA PASCUAL». SAN AGUSTÍN


Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura; y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura, si no se ejercita ahora en esta alabanza. [...] Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.

Por razón de estos dos tiempos —uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas—, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos. [...]

En efecto, lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la iglesia; y, cuando volvemos a casa, parece que cesamos de alabarlo. Pero, si no cesamos en nuestra buena conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos.

De los comentarios de san Agustín, obispo, sobre los salmos
Fuente: News.va