Llega una mujer de Samaria a sacar agua. [...] Jesús le dice:
«Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La
samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy
samaritana?" Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. [...].
Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios, y quién es
el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.» Le pedía de
beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien
tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien
está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras —dice— el don de Dios. El
don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún claramente a la
mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está adoctrinando.
[...]
La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más
sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.» Por una parte, su indigencia la
forzaba al trabajo, pero, por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá
hubiera podido escuchar: Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados,
y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender,
para que no se sintiera ya agobiada.
De los
tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Tratado 15,10-12.16-17: CCL 36,154-156)
(Tratado 15,10-12.16-17: CCL 36,154-156)