jueves, 3 de septiembre de 2015

Homilía del Papa: Humildad y estupor abren el corazón al encuentro con Jesús

 La capacidad de reconocernos pecadores nos abre al estupor del encuentro con Jesús. Lo

afirmó el Santo Padre Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta en el día de la memoria litúrgica de San Gregorio Magno, Papa y Doctor de la Iglesia.

Al comentar el Evangelio del día sobre la pesca milagrosa, con Pedro que echa las redes confiando en Jesús, incluso después de una noche transcurrida sin haber pescado nada, el Papa se refirió al encuentro con el Señor. Ante todo  – afirmó – “a mí me gusta pensar que Jesús pasaba la mayor parte de su tiempo en la calle, con la gente; y que después, a la noche iba solo a rezar, pero se encontraba con la gente, buscaba a la gente”. Por nuestra parte – añadió –  tenemos dos modos para encontrar al Señor. El primero es el de Pedro, de los apóstoles, del pueblo:

“El Evangelio usa la misma palabra para esta gente, para el pueblo, para los apóstoles, para Pedro: se quedaron ‘asombrados’: ‘En efecto, el estupor lo había invadido a él y a todos aquellos’. Cuando llega este sentimiento de estupor… Y el pueblo sentía a Jesús y sentía este estupor, ¿y qué decía?: ‘Pero este habla con autoridad. Jamás un hombre ha hablado de este modo’. Otro grupo que se encontraba con Jesús no dejaba que entrara en su corazón el estupor, sentía a Jesús, hacía sus cálculos, los doctores de la ley: ‘Pero es inteligente, es un hombre que dice cosas verdaderas, pero a nosotros no nos convienen estas cosas, no, ¡eh!’. Hacían cálculos, tomaban distancia”.
Los mismos demonios – observó el Pontífice  – confesaban, es decir, proclamaban que Jesús era el “Hijo de Dios”, pero como los doctores de la ley y los fariseos malos “no tenían la capacidad del estupor, estaban encerrados en su suficiencia, en su soberbia. Pedro reconoce que Jesús es el Mesías, pero confiesa también que es un pecador:
“Los demonios llegan a decir la verdad sobre Él, pero acerca de ellos no dicen nada. No pueden: la soberbia es tan grande que les impide decirlo. Los doctores de la ley dicen: ‘pero éste es inteligente, es un rabino capaz, hace milagros, ¡eh!’. Pero no dicen: ‘Nosotros somos soberbios, somos suficientes, nosotros somos pecadores’. La incapacidad de reconocernos pecadores nos aleja de la verdadera confesión de Jesucristo. Y ésta es la diferencia”.
Es la diferencia que existe entre la humildad del publicano que se reconoce pecador y la soberbia del fariseo que habla bien de sí mismo:
“Esta capacidad de decir que somos pecadores nos abre al estupor del encuentro de Jesucristo, el verdadero encuentro. También en nuestras parroquias, en nuestras sociedades, incluso entre las personas consagradas: ¿cuántas personas son capaces de decir que Jesús es el Señor? ¡Tantas! Pero qué difícil es decir sinceramente: ‘Soy un pecador, soy una pecadora’. Es más fácil decirlo de los demás, ¡eh! Cuando se parlotea, ¡eh! ‘Este, éste, éste sí…’. Todos somos doctores en esto, ¿verdad? Para llegar a un verdadero encuentro con Jesús es necesaria la doble confesión: ‘Tú eres el Hijo de Dios y yo soy un pecador’, pero no en teoría: por esto, por esto, por esto y por esto…”.

El Papa Bergoglio recordó que Pedro después se olvida del estupor del encuentro y reniega al Señor; pero puesto que “es humilde, deja que el Señor lo encuentre y cuando sus miradas se encuentran, él llora, vuelve a la confesión: ‘Soy pecador’”.
Francisco concluyó su homilía diciendo: “Que el Señor nos dé la gracia de encontrarlo pero también de dejarnos encontrar por Él. Que nos dé la gracia, tan hermosa, de este estupor del encuentro. Y nos dé la gracia de la doble confesión de nuestra vida: ‘Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo, creo. Y yo soy un pecador, creo’”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)


Carlos Osoro: "Los inmigrantes buscan salvar sus vidas y las de sus familias, y llaman a las puertas de Europa"

Al comenzar mi encuentro con vosotros de todas las semanas, quiero hablaros del resumen que hace el Señor de los mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. ¿Por qué? En estos meses de verano y en los días presentes, estamos leyendo, oyendo y viendo por los diferentes medios de comunicación social las frecuentes tensiones que amenazan la paz y la convivenciaentre los hombres de todos los pueblos, aunque muy especialmente algunos se encuentren afectados con más crudeza.

El fenómeno migratorio constituye un dato importante en las relaciones entre los países y los pueblos. Proviene de desigualdades injustas e insidiosas, y de derechos no reconocidos al acceso a los bienes más esenciales: comida, agua, casa, salud, trabajo, paz, vida de familia. Los inmigrantes buscan mejores condiciones de vida o salidas en búsqueda de paz y de salvar sus vidas y las de sus familias, y llaman a las puertas de Europa.

Los problemas que surgen para su acogida solamente se pueden resolver colaborando todos los países y teniendo como meta el respeto a la persona: el hombre es el valor fundamental, vale más que todas las estructuras sociales en las que participa. La persistente desigualdad en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales ahoga a tantos hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos. Es un imperativo para todos el reconocimiento de la igualdad esencial entre las personas humanas. Nace de su misma dignidad trascendente y está inscrita en la gramática natural que se desprende cuando contemplamos el proyecto de Dios sobre toda la creación. Contemplemos al ser humano desde el valor que Dios le da.

¡Qué hondura tiene contemplar y acoger lo que dice la Sagrada Escritura sobre el ser humano! En esa contemplación escuchamos: “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). Y en esa contemplación descubrimos las consecuencias que tiene tal hechura humana: por haber sido creado a imagen de Dios,el ser humano tiene la dignidad de persona. No es algo, es alguien con capacidad de conocerse, poseerse, entregarse libremente y entrar en comunión con otras personas. Por pura gracia está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie puede dar en su lugar (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 357). Solamente desde el horizonte que Dios le ha dado, se puede comprender al ser humano. Desde esta perspectiva admirable en todos los aspectos es desde donde podemos comprender la tarea que le ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo en justicia, verdad, paz, fraternidad, unidad, defensa de la vida y ver al prójimo como a uno mismo. Hay urgencia y necesidad de anunciar el Evangelio, de entregar la alegría del Evangelio, en un mundo de muchas conquistas, de grandes descubrimientos, pero de grandes robos de la dignidad de las personas. Jesús ha venido a este mundo a darnos su vida para que aprendamos a enriquecer al ser humano, para que descubramos que vivir junto a los otros es siempre enriquecerlos en su verdad plena, en la justicia verdadera.

Como nos ha dicho el Papa Francisco en la bula del Jubileo de la Misericordia, “el amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad con nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría, serenos. [...] Como ama el Padre, así aman los hijos” (Misericordiae vultus, 23). Hoy ese amor en nuestra vida tiene rostros concretos en los que se debe mostrar: los refugiados, los emigrantes, los pobres. ¡Qué bien lo decía san Agustín! “Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros” (Sermón 169, 11, 13: PL 38, 923). En el origen de las tensiones, luchas y enfrentamientos entre nosotros, que nacen de las frecuentes afrentas de la dignidad de todo ser humano, la Iglesia se hace pregonera de los derechos fundamentales de cada persona que habita esta tierra. La convivencia y el logro de la fraternidad entre los hombres necesita que se establezca un límite claro entre lo que es disponible y lo que no lo es: no se puede disponer de la persona, no se le puede robar su dignidad, hay que respetar los derechos que le ha dado el mismo Creador. Ytodos, personas, instituciones y fuerzas sociales, hemos de buscar no hacer intromisiones indebidas en ese patrimonio indisponible del ser humano.

La persona emigrante, refugiada, prófuga, desplazada, objeto de trata, pobre en todas sus dimensiones, quien por diversas causas y motivos tiene que marchar fuera de su país de origen, tiene derecho a encontrarse con quien les diga como el apóstol Pablo: “También yo fui conquistado por Cristo Jesús”. Añadió algo fundamental: “Sed imitadores míos” (cf. Fil 3, 12-17). Y es que, quien se ha dejado conquistar por Cristo, tiene su Vida e imita a Cristo, da siempre como Jesucristo hasta su vida, construye, rehace a quien se encuentra, le hace vivir desde la profundidad a la que él ha llegado con Jesucristo, pone fundamentos a su vida que le hacen no solo vivir seguro a él, sino también da seguridad a quien se encuentra en el camino. Trabajemos incansablemente por quienes llegan de otros lugares. Hagamos que se reconozcan sus derechos, y todo lo que está en nuestra mano para que todos los que llegan encuentren hermanos que les reconocen en su dignidad de “imagen y semejanza de Dios”. Esto es un don y una tarea inaplazable. El don nos ha sido regalado por Dios; Él desea que esta tarea la hagamos con quienes nos encontremos, reconociendo la grandeza de ese don y haciendo lo posible para que se desarrolle en su plenitud.

Vivir en la alegría del Evangelio no es secundario. Cuanto más unidos estemos a Jesucristo, más solícitos seremos con el prójimo, más reconoceremos su dignidad; nos sentiremos “hermanos”, y veremos cómo el tesoro de la fraternidad nos hace practicar la hospitalidad. ¿Cómo no vamos a hacernos cargo de las personas que se encuentran en penuria, en situaciones y condiciones difíciles? ¿Cómo no salir al encuentro de quien tiene necesidad de que se le reconozca su dignidad? ¿Qué dignidad? No existe otra más sublime y suprema que la que da Dios mismo a todas las personas sin excepción. Los seres humanos no podemos poner medidas que limitan el reconocimiento de esa dignidad, sin caer nosotros mismos en el abismo de la indignidad. “No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella, sin saberlo, algunos hospedaron ángeles” (Hebreos 13, 2). La construcción de un mundo habitable, de esta “casa de todos” en la que nadie tiene que desplazarse forzosamente, no es cuestión secundaria, sino fundamental. El Dios que se revela en Jesucristo exige construir la convivencia desde derechos inalienables, iguales para todos. Su fundamento y garante es Dios. Nosotros somos llamados a ser “guardianes de nuestros hermanos” (Gen. 4, 9).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Arzobispo de Madrid


Durísimo comunicado de Cáritas, Confer y Justicia y Paz ante el drama de los refugiados

"Es el estrepitoso fracaso de una política migratoria indecente, sostenida sobre el discurso del miedo"
Los sangrantes e inhumanos acontecimientos de los que estamos siendo testigos en la Frontera Este (Serbia, Grecia, Macedonia...), apenas un par de meses después de la presentación de la Agenda Europea de Inmigración, además de un saldo en vidas, en dramas humanos, arroja un saldo de ineficiencia política inaceptable en términos de dignidad y defensa de los Derechos Humanos, que nuestra sociedad no puede permitir.
No es solo una crisis humanitaria. Es el estrepitoso fracaso de una política mal llamada migratoria y que se reduce a un indecente y millonario control de flujos(Frontex, Eurosur...) sostenido sobre el discurso del miedo a la invasión del diferente. Los Cayucos, Lampedusa, Ceuta y Melilla, la situación en Serbia, Grecia o Macedonia son consecuencias estructurales de esa desenfocada política, no las causas.
No es solo una crisis de refugiados. No podemos, ni debemos quedarnos sólo en una respuesta de emergencia a todas esas personas que, efectivamente, necesitan de nuestra protección. La realidad que hoy vivimos, es el resultado de una falta de políticas coherentes que aborden la complejidad de las causas que motivan la movilidad humana. Falta de coherencia en política exterior, en política económica, en políticas de cooperación para el desarrollo.
Es el resultado de una ausencia de política de cooperación para el desarrollo que olvida que detrás de cada decisión de abandonar una casa, un trabajo y una vida hay una causa de expulsión (la guerra, la falta de oportunidades, el cambio climático...) y personas a las que proteger y garantizar sus Derechos Humanos.
Es el momento de abordar el reto que, como sociedad, ya estamos afrontando;impidiendo que estos sucesos que nos llenan de dolor y vergüenza se produzcan de forma cíclica. La única solución propuesta por los gobiernos, la vía de la seguridad, no es viable, ni en términos de humanidad, ni en términos políticos.
Es el momento de reconocer al otro, al diferente, no como un invasor sino como un igual con los mismos derechos, como un aporte positivo a nuestra sociedad mestiza; cómo un hermano en dificultad para el que hay que buscar un sitio, aunque estemos más estrechos.
Europa y España no pueden perder esta oportunidad para repensar sobre las políticas desarrolladas hasta ahora, para proteger a las personas que intentan llegar a nuestro territorio, para invertir en políticas para el desarrollo y en políticas de integración.
Nos unimos al mensaje del papa Francisco que en su reciente viaje a América Latina animaba a la comunidad cristiana y a toda la sociedad a no tener miedo y a pedir un cambio "... un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos... Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana madre tierra".
Estamos huérfanos de una verdadera política de migraciones. Pedimos a los gobernantes que asuman con proactividad el reto histórico de parar de construir vallas, muros y rejas proponiendo soluciones y políticas que pongan en el centro a las personas:
· Creando vías de protección y acogida efectivas para los refugiados.
· Generando y desarrollando más vías legales de acceso a nuestro territorio a las personas migrantes.
· Visibilizando que la movilidad humana es siempre una oportunidad para nuestra vieja Europa y no un riesgo.
Tenemos un gran reto como sociedad, dignificarnos como seres humanos, haciendo un sitio en nuestra casa y buscando caminos nuevos por los que todos podamos transitar.


El Señor da a conocer su victoria.

Sal 97, 2-3ab. 3cd-4. 5-6 
 El Señor da a conocer su victoria.
El Señor da a conocer su victoria, 
revela a las naciones su justicia: 
se acordó de su misericordia y su fidelidad 
en favor de la casa de Israel
El Señor da a conocer su victoria.
Los confines de la tierra han contemplado 
la victoria de nuestro Dios. 
Aclama al Señor, tierra entera; 
gritad, vitoread, tocad.
El Señor da a conocer su victoria.
Tocad la cítara para el Señor, 
suenen los instrumentos: 
con clarines y al son de trompetas, 
aclamad al Rey y Señor.

El Señor da a conocer su victoria.

Dejándolo todo, lo siguieron



Lectura del santo evangelio según san Lucas 5, 1-11
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
-«Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»
Simón contestó:
-«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a lo socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
-«Apártate de mi, Señor, que soy un pecador.»
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
-«No temas; desde ahora serás pescador de hombres.»
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor