jueves, 29 de septiembre de 2016

29 de septiembre: santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael


Dicen que, en tiempos atrás, los conspicuos teólogos tuvieron diatribas entre ellos discutiendo sobre el sexo de los ángeles. Entre bromas y veras, todavía hay gente en nuestro tiempo que no se ha enterado de que ellos son de otra naturaleza y, por tanto, lo que es propiedad de la nuestra no tiene por qué estar presente en la de ellos, de la misma manera que los árboles no necesitan corazón y es impropio del camello establecer las diferencias que se dan entre la permisividad y la tolerancia. ¿Varoniles y musculosos? Quizá sea un modo plástico de expresar una fortaleza superior a la de los pobres hombres. ¿Hermosos, leves y sutiles? A lo mejor los pintan de esa manera para indicarnos que su propio modo de ser –en espíritu– trasciende todo lo corpóreo y sus limitaciones. Porque, ¿cómo van a expresar los virtuosos del pincel las operaciones del entendimiento y de la voluntad, separándolas de la ubicación que lleva consigo la materia, sabiendo que para el ángel no cuentan las limitaciones del espacio y del tiempo? Lógicamente echan mano de antropomorfismos con la ilusión de transmitirnos a modo humano lo que se sabe que no tiene cuerpo, ni alas, ni plumas, ni mantos, ni nariz o cabellos.
Por eso, a pesar de su belleza, no deja de ser una reproducción burda y basta –en comparación con el original invisible– la que dejan en sus lienzos Denís, Beuron. Rohault, Fra Angélico, Rembrandt en el Louvre o Murillo en Sevilla; o las vidrieras de tantos ventanales catedralicios, por más que las atraviese el sol y jugueteen los colores en los días de la canícula.
La escenografía apocalíptica joánica descrita desde Patmos los presenta como ciudadanos de Dios y sus domésticos. Distribuidos en arcana jerarquía. Espíritus puros.
En Lucifer, o «el que lleva la luz», se describe la inaudita paradoja del ángel. No estaba confirmado aún en gracia; sí, en estado de prueba. Todo dependía de una libérrima, definitiva e irreversible decisión. Se ha enamorado de sí mismo y osa negar su culto, honor, obediencia, sumisión, respeto y adoración al Creador: «No lo quiero servir», fue su opción. División angélica en el Cielo. Está en juego el honor de Dios Creador. Pelea –a modo humano– de fidelidad con el grito que hace estandarte y divisa en el combate: MIKAEL –nombre de Arcángel– «¿Quién como Dios?». Desde entonces hubo Luz y Tinieblas Eternas. También defenderá el mismo honor de Dios en la futura vida de la Iglesia, que siempre recurrirá a él en su peregrinar.
Dos anunciaciones de niños con especial misión hará otro Arcángel que se llama GABRIEL, «Dios Fuerte» o «Fortaleza de Dios», que también se traduce por «Hombre de Dios» o «Varón de Dios». Una fue a Zacarías con referencia al Bautista; la otra, a María, la Madre de Dios. En Nazaret, el tiempo total se divide para el hombre entre el antes y el después. El mensajero celeste habla a la doncella nazarena del misterio insospechado de Dios de cara a salvar al hombre con una inefable felicidad donde no hay límite ni en tiempo ni en grado. Aquella comunicación, hecha en el olvido del pueblo y en el silencio, era primigenia demostración irrefutable del amor de Dios al hombre que rompió las barreras y acortó la distancia hasta confundir el Cielo con la Tierra en unidad y plenitud. Ante la Virgen, respeto; es la embajada angélica, pidiendo permiso en nombre de Dios; libertad de la que está favorecida hasta el punto de haber quedado «llena de gracia»; cierto desvelo de Trinidad por mención del Espíritu fecundante. Quedó santificada la familia sumergida en el misterio del amor divino.
«Dios sana», RAFAEL se lee como «Medicina de Dios». Acciones divinas sanantes en casa de Tobías: «Me envió a curarte a ti y a librar del demonio a Sara, esposa de tu hijo». Cuerpo y alma, ambos criaturas, aun en esta vida reciben premio, sin merma del futuro y definitivo, por las buenas obras hechas por amor a Dios. Largo era el camino de Tobías junior hasta Ragus de Media, cuando Tobías padre era ya viejo y ciego. Inexperto el joven, sin orientación y con mucho desconocimiento. El Arcángel hizo de guía anónimo, de maestro y de médico. Aquel pez voraz dio sus entrañas para el doble remedio; parte para echar de Raquel al demonio Asmodeo y la hiel para dar vista a los ojos ciegos de Tobías senior. ¿Cómo va a extrañar que Rafael sea invocado en los males del alma y las enfermedades del cuerpo? Los farmacéuticos lo tomaron por Patrón y lo mismo hicieron los caminantes. Los jóvenes que están para dejar por primera vez la casa de los padres bien hacen en acudir a su protección para los asuntos del cuerpo y del espíritu.
La reforma del santoral de Pablo VI los reúne en la misma fiesta. Los tres nos valgan para que demos el peso –en eso está la verdadera sabiduría– a la hora de ser medidos en la balanza, ante las muecas de rabia del Maligno.
Archimadrid.org

Veréis a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre


Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 47-51
En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
-«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».
Natanael le contesta:
-«¿De qué me conoces?»
Jesús le responde:
-«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».
Natanael respondió:
-«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Jesús le contestó:
-«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores».
Y le añadió:
-«Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Palabra del Señor

Papa: urgente imperativo proteger a los civiles en Alepo. Los responsables de los bombardeos rendirán cuentas a Dios

Una vez más, en la Plaza de San Pedro, se elevó la oración del Obispo de Roma por las trágicas noticias que llegan desde Siria.
En la última audiencia general de septiembre, ante el agravamiento del conflicto y de la crisis humanitaria que sufre la población civil en la ciudad siria de Alepo, el Papa Francisco renovó un apremiante llamamiento, reiterando su oración, su preocupación y su dolor por las víctimas inocentes:
«Mi pensamiento se dirige otra vez a la amada y masacrada Siria. Me siguen llegando noticias dramáticas sobre el destino de las poblaciones de Alepo, a las cuales me siento unido en el sufrimiento, a través de la oración y la cercanía espiritual. Mientras expreso profundo dolor y viva preocupación por lo que sucede en esta ya atormentada ciudad, en la que mueren niños, ancianos, enfermos, jóvenes, viejos, todos…
Renuevo a todos mi llamamiento a comprometerse con todas sus fuerzas en la protección de los civiles, como obligación imperativa y urgente.
Dirijo un llamamiento a la conciencia de los responsables de los bombardeos que deberán rendir cuentas ante Dios».
Ente los numerosos peregrinos que acudieron de tantas partes del mundo al encuentro semanal con el Santo Padre, también un grupo de la Diócesis del Papa, con motivo de la celebración de un encuentro organizado por la pastoral familiar:
«Saludo a la delegación de la Diócesis de Roma que ha preparado la Semana de la Familia, que tendrá lugar del 2 al 8 de octubre. Dentro de poco, encenderé  para ellos una antorcha, símbolo del amor de las familias de Roma y del mundo entero».
La cercanía del Santo Padre también ante las situaciones de desempleo y los problemas laborales, como en su saludo a un grupo de obreros de la ciudad italiana de Potenza, en la región de Basilicata encabezados por su Arzobispo:
«Dirijo un pensamiento especial al Arzobispo de Potenza y al grupo de obreros despedidos de Basilicata, con el anhelo de la grave coyuntura ocupacional pueda encontrar una solución positiva, mediante un incisivo compromiso de parte de todos para abrir caminos de esperanza. No puede subir más el porcentaje del desempleo».
También un saludo especial del Santo Padre a más de 800 peregrinos de la Diócesis italiana de Ascoli Piceno, con su cercanía ante el gran sufrimiento que vivieron debido al fuerte terremoto que asoló recientemente esa región.
En la víspera de la fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el Papa Francisco alentó a encomendarnos a ellos, junto con nuestros seres queridos:
«En la liturgia de mañana celebramos la fiesta de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. «Son todos ellos espíritus al servicio de Dios, enviados en ayuda de los que van a heredar la salvación» (Heb 1,14). Debemos tener conciencia de su invisible presencia. Invoquémoslos en la oración, para que en cada momento nos recuerden la presencia de Dios, nos apoyen en la lucha contra el mal y nos conduzcan seguros por las sendas de nuestra vida. Encomendémosles a nosotros mismos, a nuestros seres queridos y todo lo que llevamos en el corazón».
El ejemplo de San Vicente de Paúl, fundador de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, en las palabras de aliento del Papa a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados:
«Que el ejemplo de caridad de San Vicente de Paúl, que recordamos ayer como Patrono de las Asociaciones de caridad, los conduzca a ustedes, queridos jóvenes, a realizar los proyectos de su futuro con un alegre y desinteresado servicio al prójimo. Que los ayude a ustedes, queridos enfermos a afrontar el sufrimiento con la mirada puesta en Jesús. Y que los impulse a ustedes, queridos recién casados a construir una familia siempre abierta a los pobres y al don de la vida»
(CdM – RV)
(from Vatican Radio)

“Jesús, misericordia del Padre ha venido para salvar lo que estaba perdido”, el Papa en la catequesis

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Las palabras que Jesús pronuncia durante su Pasión encuentran su culmen en el perdón. Las palabras de Jesús encuentran su culmen en el perdón. Jesús perdona: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). No sólo son palabras, porque se hacen un acto concreto en el perdón ofrecido al “buen ladrón”, que estaba junto a Él. San Lucas narra de dos ladrones crucificados con Jesús, los cuales se dirigen a Él con actitudes opuestas.
El primero lo insulta, como lo insultaba toda la gente, ahí, como hacen los jefes del pueblo, pero este pobre hombre, llevado por la desesperación: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lc 23,39). Este grito testimonia la angustia del hombre ante el misterio de la muerte y la trágica conciencia que sólo Dios puede ser la respuesta liberadora: por eso es impensable que el Mesías, el enviado de Dios, pueda estar en la cruz sin hacer nada para salvarse. Y no entendían esto. No entendían el misterio del sacrificio de Jesús. Y en cambio, Jesús nos ha salvado permaneciendo en la cruz. Y todos nosotros sabemos que no es fácil “permanecer en la cruz”, en nuestras pequeñas cruces de cada día: no es fácil. Él, en esta gran cruz, en este gran sufrimiento, se quedó así y ahí nos ha mostrado su omnipotencia y ahí nos ha perdonado. Ahí se cumple su donación de amor y surge para siempre nuestra salvación. Muriendo en la cruz, inocente entre dos criminales, Él testimonia que la salvación de Dios puede alcanzar a todo hombre en cualquier condición, incluso en la más negativa y dolorosa. La salvación de Dios es para todos: ¡para todos! Ninguno es excluido. Y la oferta es para todos. Por esto el Jubileo es el tiempo de gracia y de misericordia para todos, buenos y malos, para aquellos que están bien y para aquellos que sufren. Pero acuérdense de aquella parábola que narra Jesús en la fiesta de bodas de un hijo de un poderoso de la tierra: cuando los invitados no querían ir, dice a sus servidores: “Vayan al cruce de los caminos, llamen a todos, buenos y malos…”. Todos somos llamados: buenos y malos. La Iglesia no es solamente para los buenos o para aquellos que parecen buenos o se creen buenos; la Iglesia es para todos, y preferiblemente para los malos, porque la Iglesia es misericordia. Y este tiempo de gracia y de misericordia nos hace recordar que ¡nada nos puede separar del amor de Cristo! (Cfr. Rm 8,39). Para quien esta inmovilizado en una cama de un hospital, para quien vive cerrado en una prisión, para cuantos están atrapados por las guerras, yo digo: miren el Crucifijo; Dios está con nosotros, permanece con ustedes en la cruz y a todos se ofrece como Salvador. Él nos acompaña, a todos nosotros, a ustedes que sufren tanto, crucificado por ustedes, por nosotros, por todos. Dejen que la fuerza del Evangelio penetre en sus corazones y los consuele, les de esperanza y la íntima certeza que ninguno está excluido de su perdón. Pero ustedes pueden preguntarme: “Pero Padre, ¿Quién que ha hecho las cosas más malas en la vida, tiene la posibilidad de ser perdonado?” “¡Sí! Si: ninguno está excluido del perdón de Dios. Solamente quien se acerca a Jesús, arrepentido y con las ganas de ser abrazado”.

Este era el primer ladrón. El otro es el llamado “buen ladrón”. Sus palabras son un maravilloso modelo de arrepentimiento, una catequesis concentrada para aprender a pedir perdón a Jesús. Primero, él se dirige a su compañero: «Pero tú, ¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? ?» (Lc 23,40). Así subraya el punto de partida del arrepentimiento: el temor de Dios. No el miedo de Dios, no: el temor filial de Dios. No es el miedo, sino aquel respeto que se debe a Dios porque Él es Dios. Es un respeto filial porque Él es Padre. El buen ladrón evoca la actitud fundamental que abre a la confianza en Dios: la conciencia de su omnipotencia y de su infinita bondad. Es este respeto confiado que ayuda a hacer espacio a Dios y a encomendarse a su misericordia.
Luego, el buen ladrón declara la inocencia de Jesús y confiesa abiertamente su propia culpa: «Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo» (Lc 23,41): así dice. Por lo tanto, Jesús está ahí en la cruz para estar con los culpables: a través de esta cercanía, Él ofrece a ellos la salvación. Lo que es un escándalo para los jefes y para el primer ladrón, para aquellos que estaban ahí y se burlaban de Jesús, esto en cambio es el fundamento de su fe. Y así el buen ladrón se convierte en testigo de la Gracia; lo impensable ha sucedido: Dios me ha amado a tal punto que ha muerto en la cruz por mí. La fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucificado el amor de Dios por él, pobre pecador. Es verdad, era ladrón, era un ladrón: es verdad. Había robado toda su vida. Pero al final, arrepentido de aquello que había hecho, mirando a Jesús tan bueno y misericordioso ha logrado robarse el cielo: ¡éste es un buen ladrón!

Finalmente, el buen ladrón se dirige directamente a Jesús, invocando su ayuda: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino» (Lc 23,42). Lo llama por nombre, “Jesús”, con confianza, y así confiesa lo que este nombre indica: “el Señor salva”: esto significa “Jesús”. Aquel hombre pide a Jesús que se recuerde de él. ¡Cuánta ternura en esta expresión, cuánta humanidad! Es la necesidad del ser humano de no ser abandonado, que Dios le esté siempre cercano. De este modo un condenado a muerte se convierte en modelo del cristiano que confía en Jesús. Esto es profundo: un condenado a muerte es un modelo para nosotros. Un modelo de un hombre, de un cristiano que confía en Jesús; y también modelo de la Iglesia que en la liturgia muchas veces invoca al Señor diciendo: “Acuérdate… Acuérdate… Acuérdate de tu amor…”.
Mientras el buen ladrón habla en futuro: «Cuando vengas a establecer tu Reino», la respuesta de Jesús no se hace esperar; habla en presente: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (v. 43). En la hora de la cruz, la salvación de Cristo alcanza su culmen; y su promesa al buen ladrón revela el cumplimiento de su misión: es decir, salvar a los pecadores. Al inicio de su ministerio, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había proclamado: «la liberación a los cautivos» (Lc 4,18); en Jericó, en la casa del publicano Zaqueo, había declarado que «el Hijo del hombre – es decir, Él – vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9). En la cruz, el último acto confirma la realización de este diseño salvífico. Desde el inicio y hasta el final Él se ha revelado Misericordia, se ha revelado la encarnación definitiva e irrepetible del amor del Padre. Jesús es de verdad el rosto de la misericordia del Padre. Y el buen ladrón lo ha llamado por nombre: “Jesús”. Es una oración breve, y todos nosotros podemos hacerla durante la jornada muchas veces: “Jesús”. “Jesús”, simplemente. Hagámosla juntos tres veces, todos juntos, vamos: “Jesús”, Jesús, Jesús”. Y así háganlo durante todo el día. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
(from Vatican Radio)