domingo, 6 de noviembre de 2016

Francisco pide que se mejoren las condiciones de vida en las cárceles del mundo

Queridos hermanos y hermanas,
En ocasión del Jubileo de hoy de los Reclusos, querría hacer un llamamiento a favor de la mejora de las condiciones de vida en las prisiones de todo el mundo, de manera que respete plenamente la dignidad humana de los detenidos. Además, deseo reiterar la importancia de reflexionar sobre la necesidad de una justicia penal que no sea exclusivamente punitiva, sino que esté abierta a la esperanza y la prospectiva de insertar al encarcelado en la sociedad. De manera especial, someto a consideración de las autoridades civiles de cada país la posibilidad de hacer, en este Año Santo de la Misericordia, un acto de clemencia a favor de los presos que considerarán idóneos para que se beneficien de tal disposición.
Hace dos días entró en vigor el Acuerdo de París sobre el clima del Planeta. Este importante paso hacia delante demuestra que la humanidad tiene la capacidad de colaborar para salvaguardar lo creado, para poner la economía al servicio de las personas y para construir la paz y la justicia. Mañana comenzará en Marrakech, Marruecos, una nueva sesión de la Conferencia sobre el clima, dirigida, entre otras cosas, a la actuación de dicho acuerdo. Deseo que todo este proceso esté guiado desde la consciencia de nuestra responsabilidad para el cuidado de la casa común.
Ayer en Escútari, Albania, fueron proclamados beatos 38 mártires: dos obispos, numerosos sacerdotes y religiosos, un seminarista y también laicos, víctimas de la durísima persecución del régimen ateo que dominó durante mucho tiempo este país en el siglo pasado. Ellos sufrieron la cárcel, las torturas y al final la muerte, por ser fieles a Cristo y a la Iglesia. Que su ejemplo nos ayude a encontrar en el Señor la fuerza que sostiene en los momentos de dificultad y que inspira actitudes de bondad, de perdón y de paz.
Saludo a todos ustedes, peregrinos, llegados de diferentes países: las familias, los grupos parroquiales y las asociaciones. En particular, saludo a los fieles de Sídney y de San Sebastián de los Reyes, al Centro Académico Romano Fundación, y a la comunidad católica venezolana en Italia, como también a los grupo de Adria-Rovigo, Mendrisio, Roccadaspide, Nova Siri, Pomigliano D’Arco y Picerno.
A todos les deseo un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Mónica Zorita- RV)   (rom Vatican Radio)

LA VIDA FUTURA

Hemos celebrado esta misma semana la Conmemoración de los Fieles de Difuntos y quizá hemos acudido a honrar el lugar donde reposan nuestros seres queridos. En este contexto, es oportuna y providente la enseñanza que nos ofrece la Liturgia de la Palabra de este domingo.
En una de mis parroquias, el día de la fiesta patronal, uno de los vecinos expresaba con gracejo ante quien no viene ordinariamente a la iglesia, “Ya ve, hoy ha venido hasta el chino”. Y la persona aludida me confesaba: “Qué feliz era mi madre porque creía en esto, pero yo tengo otras ideas”.
El profesor Miguel García Baró afirmaba en una de sus conferencias: “La cultura actual es nihilista porque no cree en ningún absoluto”, y también: “El cristiano es el testigo de la esperanza absoluta”. Hoy la Palabra nos ofrece la razón de la esperanza: “Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente”.
Es muy distinto caminar de cara al vacío, que hacerlo poniendo los ojos en el horizonte luminoso del abrazo de Dios, como dice el salmista: “Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”.
Desde la esperanza teologal cabe hasta el acto supremo de entregar la vida: “Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”. Y sigue el texto: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.
No estamos en este mundo como desterrados sin futuro. No hemos recibido la existencia para padecer o gozar de manera presentista los acontecimientos aciagos o afortunados de la vida. Tenemos a Alguien que nos ha precedido y que ha superado la muerte.
Gracias al Redentor es posible caminar con esperanza y mirar la existencia desde la luz de la fe como antesala de lo definitivo, de tal forma que algunos en razón de esta perspectiva se atreven a tomar una forma de vida profética. “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección”.
Te deseo que en cualquier circunstancia te sostenga la certeza de la vida futura.
Ángel Moreno de Buenafuente

A Dios no se le mueren sus hijos

Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones básicas.
Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a partir de nuestras experiencias actuales.
Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente «nueva». Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.
Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la «vida eterna». Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que «el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman».
Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una «novedad» que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida «preparada» por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.
Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.
Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.
Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: «Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado» (Salmo 25,1-2).
José Antonio Pagola

¿Resucitar?


Jesús llega al final de su largo viaje hacia Jerusalén, donde, tras su entrada triunfal, se dirige al grandioso templo para purificarlo de las actividades mercantiles que profanaban su verdadero sentido. Las consecuencias lógicas de este atrevimiento es el conflicto y la controversia con las autoridades judías. Había alterado el ambiente establecido y los líderes religiosos, sobre todo escribas y saduceos, emprenden una campaña para desprestigiar y atrapar a Jesús con preguntas capciosas que cuestionen y comprometan su autoridad. Jesús se enfrenta a la oposición de estos grupos relevantes de la sociedad judía que buscan estratégicamente poder arrestarlo.
Anteriormente Jesús a criticado el orgullo y la avaricia de los fariseos; ahora se opone abiertamente a los saduceos, ricos y sabios, pertenecientes a las nobles familias sacerdotales de Jerusalén asociadas al templo, con gran influencia política, que negaban la resurrección de los muertos e incluso la creencia en los ángeles, porque, -según su opinión- no hay referencia alguna de estos conceptos en los libros de la Torá, considerada por ellos la única autoridad o Ley. Los saduceos saben que Jesús cree en la resurrección de los muertos. Se enfrentan a él y le preguntan en público para que diga algo escandaloso ante el pueblo y tengan motivo para acusarlo y arrestarlo.
La Ley del levirato
La ridícula pregunta que hacen a Jesús plantea un caso poco probable, pero posible. Se trata de una situación hipotética para proponer una discusión acerca de la aplicación correcta de un mandato bíblico: la ley del levirato. Según el libro del Deuteronomio 25, 5-6, cuando muere un hombre casado sin hijos, el hermano tiene que casarse con la viuda para dar descendencia al difunto y, además, el primogénito de la pareja llevará el nombre del difunto.
Apoyados en este texto, los saduceos se dirigen a Jesús llamándole «maestro» con el fin de adularlo, pero la pregunta pretende confundirle y menospreciar su autoridad: En el caso hipotético que una mujer tuviera que casarse con siete hermanos y si hubiera resurrección e inmortalidad después de esta vida… ¿cuál de todos ellos será su marido en la vida futura? La pregunta considera la resurrección como una prolongación de la vida terrena, tal como la conocemos. Invitan a Jesús a entrar en una discusión entre saduceos y fariseos, porque éstos no creen en la resurrección y los saduceos, sí.
Enseñanza de Jesús:
Jesús aprovecha la ocasión para enseñar sobre el matrimonio y la resurrección de los muertos. Advierte que el matrimonio sirve al orden natural del mundo creado y, por ende, es la base de la familia y de la sociedad. La ley del levirato sirve precisamente para estos propósitos queridos por Dios. Sin embargo, los muertos que alcanzan la resurrección participan de una nueva creación fuera de nuestro entendimiento y en la que el matrimonio será irrelevante. La procreación es necesaria solo en el mundo donde la gente muere, pero no en el mundo donde quienes lo habitan son «como ángeles» y no hay muerte.
Y aprovecha una cita del libro del Éxodo, precisamente de la Torá para afirmar ante los saduceos su enseñanza sobre al resurrección. Dios se manifiesta a Moisés como el «Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob» (Éxodo 29,37). En el tiempo de Moisés hacía muchos años que habían muerto ya los patriarcas citados, sin embargo, Dios habla de ellos en presente, como si estuvieran vivos. Jesús, al referirse a este pasaje fundamental del judaísmo, afirma que la Torá sí habla de la resurrección. La respuesta de Jesús afirma una diferencia radical entre la vida terrena y la vida de la resurrección. Ésta no consiste en una mera continuación de la vida terrena, sino en una vida distinta y plena, que no podemos limitar con nuestras categorías humanas. Jesús afronta el reto de sus opositores y resuelve sabiamente la cuestión planteada. Afirma abiertamente la resurrección de los muertos y la vida después de la muerte.
También hoy mucha gente continua haciéndose preguntas sobre este tema. Para muchos resulta absurdo creer en la resurrección, y prefieren optar por la reencarnación o por la nada. Sin embargo, los cristianos, confiados en la promesa de Jesucristo, no solo creemos, sino que esperamos la resurrección, como respuesta de Dios al enigma de la muerte. El Dios cristiano no es «Dios de muerte», es decir, del vacío absurdo y de la nada final. Es un «Dios de vida», del que procede la vida y al que tienden todos los vivientes. Así lo afirma Jesús en el evangelio: «No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos». El evangelio nos invita a reafirmar con Cristo nuestra fe y esperanza en la vida eterna, tal como profesamos en el Credo: «Creo en la resurrección de los muertos, en la vida del mundo futuro. Amén.»
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
Alfa y Omega

No es Dios de muertos, sino de vivos


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 20, 27-38
En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron cono mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Palabra del Señor.