viernes, 10 de febrero de 2017

La ley del corazón


Sirácide 15, 16-21: “Delante del hombre están la muerte y la vida”Salmo 118: “Dichoso el que cumple la voluntad del Señor”Corintios 2, 6-10: “Por el Espíritu, Dios nos revela lo mas profundo”San Mateo 5, 17-17: “Han oído que se dijo a los antiguos, pero yo les digo…”
Ahora está de moda hacer leyes. Cada quien se inventa la suya y llega una nueva autoridad y proclama nuevas leyes. Parecería que las leyes son para servir a los gobernantes y no para custodiar la vida, la dignidad y los derechos humanos. ¡Pobre constitución tan violada, pisoteada y despreciada! Hay quienes han hecho leyes de acuerdo a sus caprichos e ideologías, otros pretenden establecer nuevas constituciones de acuerdo a sus propios intereses. ¿Para qué hacer nuevas leyes que nunca serán observadas? Nos hemos olvidado de lo más importante: la ley del corazón. Mientras haya corrupción en nuestro corazón, ninguna ley será suficiente.
¿Qué pensará Jesús de nuestra forma de vivir y de actuar en relación con la ley? Sus palabras revelan la gran tensión que sus propuestas provocan en los diferentes grupos de su tiempo. Hay quienes alegremente dicen que toda la ley está superada y que ahora se podría vivir con libertad dejando en el pasado toda la ley que habían dado Moisés y los profetas. Otro grupo, en cambio, se aferra a la ley y entiende que Jesús es un cumplidor de la ley y que exige a sus nuevos adeptos sigan al pie de la letra todas las prescripciones y la interpretación minuciosa que los fariseos hacen de la ley. ¿Cristo quiere abolir la ley? No, Cristo quiere encontrar el verdadero sentido de la ley y darle su justo valor. No propone la ley por la ley, sino nos propone ir más allá, al interior de hombre y a su relación con Dios y con sus hermanos, con la naturaleza, para descubrir el gran valor que tiene esa ley. Resume su propuesta afirmando que la ley está basada en una “verdadera justicia”, si no, pierde su sentido. Las leyes que en un principio fueron establecidas para protección de los más débiles, para el cuidado de los pequeños, de pronto se fueron tornando en una carga insoportable y en un pretexto más para la sumisión y la esclavitud. Así la ley en lugar de dar dignidad a la persona, la esclaviza.
Cristo propone la verdadera libertad del corazón y no un libertinaje que justifique las acciones más irracionales al amparo de la ley. Cristo mira el corazón del hombre y en él quiere poner una nueva vitalidad y una nueva ley basada en la justicia y en el amor. Nos habla de unas relaciones que se centran en el reconocimiento de cada persona como hija de Dios y como heredera del Reino. Atrás quedan el formalismo y el legalismo que cosifican a las personas y las someten al yugo de leyes sustentadas en el capricho de unos cuantos. Y después de centrarnos en esta justicia que debe ser mayor que la de los escribas y fariseos, Cristo nos presenta varios casos en que se deforma la ley, casos que no quedan en el ayer ni el olvido, sino que son muy actuales. No hace una relación exhaustiva de casos en que se infringe la ley, sino simplemente nos llama la atención en ejemplos que suceden todos los días y que muchas veces ni cuenta nos damos del desprecio que estamos haciendo a las personas. El pasaje de este día nos centra en el respeto a la vida de la persona, en la sinceridad de las relaciones y en el valor de la palabra.
Cristo fundamenta su propuesta en el respeto a la vida de las personas. Muy lejos de los que estos días escuchamos con preocupación: actos demenciales que rompen con la armonía de la comunidad y que destruyen vidas de personas inocentes, nuevas leyes que destrozan la vida y la naturaleza. ¿Qué sucede con nuestra humanidad? ¿Hasta dónde seremos capaces de llegar? Hay quienes proponen la pena de muerte o castigos más severos como solución, pero mientras no nos descubramos como hermanos y como hijos de Dios, mientras el hombre o el poder sean el único parámetro de la ley, se seguirá despreciando la vida de los pequeños y se seguirá cegando impunemente vidas inocentes. Cristo va más allá y nos pide, no sólo el respeto a la vida, sino también a la dignidad de la persona, no podemos vivir en el odio, en el insulto y la descalificación. Cuando odiamos, nosotros mismos estamos perdiendo la esencia misma de nuestra identidad.
Frente a un mundo de desenfreno habla Cristo de la sexualidad y del divorcio. No se puede mirar al otro o la otra sólo como objeto de placer. Mientras las relaciones no estén fundadas en la aceptación del otro, con toda su dignidad y con todos sus derechos, las relaciones serán solamente superficiales, utilizarán a las personas y se llegará a los extremos de los abusos, la trata de personas o la esclavitud sexual. Cristo nos propone la verdadera exigencia del amor que nace en las personas que realmente se aman. Nuestra sociedad necesita hombres y mujeres que sepan vivir, testimoniar y defender el proyecto del amor indisoluble. Personas que vayan más allá de la búsqueda del placer irresponsable, jóvenes que se arriesguen a vivir la plenitud de un amor fiel, responsable y comprometido.
Frente a un mundo de mentira, Cristo nos habla del valor de la palabra. Si en aquellos tiempos la palabra necesitaba ser reforzada con juramentos, ahora necesita documentos y papeles que la hagan creíble. Pero ni así: encontramos acomodaciones, subterfugios, letras chiquitas o pactos no cumplidos. La mentira y la corrupción invaden las relaciones. Y Cristo nos exige que le demos su verdadero valor a la palabra. Él que es la palabra hecha carne, la Palabra hecha relación, nos pide que nosotros seamos coherentes con lo que hablamos. No habrá leyes que puedan superar las mentiras cuando se han adueñado del corazón. Necesita el hombre descubrir su relación íntima con la verdad y defenderla siempre y en todas partes para ser fiel a su propia vocación.
En resumen hoy Cristo nos llama a que miremos nuestro corazón: no puede un corazón dividido por el odio, por la mentira, por el placer, presentarse dignamente ante Dios. Está falseando la relación porque no ofrece toda su persona. Quizás estemos creando un mundo ficticio con leyes acomodadas a nuestros caprichos y no concorde con la voluntad de Dios y con el respeto a la persona. Quizás hemos dejado en el olvido leyes fundamentales. ¿Qué queda hoy en nuestro corazón? Sigamos meditando las palabras de Jesús: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos”.
Señor, que prometiste venir y hacer tu morada en los corazones rectos y sinceros, concédenos descubrir los caminos de la verdad, del amor y de nuestra propia dignidad, que nos lleven a vivir en tu presencia. Amén.
Zenit

10 de febrero: santa Escolástica, virgen


A falta de fuentes históricas fiables, la tradición considera que Santa Escolástica, hermana de San Benito, al que acompañó durante toda su vida monástica, nació en Nursia (Italia) alrededor del año 480. Una Italia que en aquellas fechas acababa de ser invadida por los bárbaros.
Un día, San Benito partió hacia Roma, con el objetivo de conocer la cultura clásica; durante un tiempo nada se supo de él, hasta que un día Escolástica, que había ingresado en una comunidad religiosa, oyó hablar de su hermano: éste era ermitaño que vivía en el monte, entregado a la oración y al ayuno. Al cabo de unos años, se le localizó en el monasterio de Monte Cassino, donde redactaba una regla de vida monacal que, con el tiempo, se extendería por toda Europa.
Los dos hermanos mantenían interminables conversaciones sobre las verdades de Cristo. Cierto día, que Santa Escolástica adivinó que iba ser el último en el que ambos iban a coincidir, pidió a su hermano rezar toda la noche. Cuanta la tradición que San Benito vio descender el alma de su hermana hasta Dios en forma de paloma. Era el año 543.
J.M. Ballester Esquivias(@jmbe12)
Alfa y Omega

COMENTARIO AL EVANGELIO DE HOY (Mc 7, 31-37) POR BENEDICTO XVI:


“Queridos hermanos y hermanas:

En el centro del Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37) hay una pequeña palabra, muy importante. Una palabra que —en su sentido profundo— resume todo el mensaje y toda la obra de Cristo. El evangelista san Marcos la menciona en la misma lengua de Jesús, en la que Jesús la pronunció, y de esta manera la sentimos aún más viva. Esta palabra es «Effetá», que significa: «ábrete». 

Veamos el contexto en el que está situada. Jesús estaba atravesando la región llamada «Decápolis», entre el litoral de Tiro y Sidón y Galilea; una zona, por tanto, no judía. Le llevaron a un sordomudo, para que lo curara: evidentemente la fama de Jesús se había difundido hasta allí. Jesús, apartándolo de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua; después, mirando al cielo, suspiró y dijo: «Effetá», que significa precisamente: «Ábrete». 

Y al momento aquel hombre comenzó a oír y a hablar correctamente (cf. Mc 7, 35). He aquí el significado histórico, literal, de esta palabra: aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, «se abrió»; antes estaba cerrado, aislado; para él era muy difícil comunicar; la curación fue para él una «apertura» a los demás y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida: por fin podía comunicar y, por tanto, relacionarse de modo nuevo.

Pero todos sabemos que la cerrazón del hombre, su aislamiento, no depende sólo de sus órganos sensoriales. Existe una cerrazón interior, que concierne al núcleo profundo de la persona, al que la Biblia llama el «corazón». Esto es lo que Jesús vino a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir en plenitud la relación con Dios y con los demás. Por eso decía que esta pequeña palabra, «Effetá» —«ábrete»— resume en sí toda la misión de Cristo. 

Él se hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente sordo y mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los demás. 

Por este motivo la palabra y el gesto del «Effetá» han sido insertados en el rito del Bautismo, como uno de los signos que explican su significado: el sacerdote, tocando la boca y los oídos del recién bautizado, dice: «Effetá», orando para que pronto pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe. Por el Bautismo, la persona humana comienza, por decirlo así, a «respirar» el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del Padre con un profundo suspiro, para curar al sordomudo. 

Nos dirigimos ahora en oración a María santísima (...): Que su maternal intercesión nos obtenga experimentar cada día, en la fe, el milagro del «Effetá», para vivir en comunión con Dios y con los hermanos.
(Benedicto XVI, Ángelus del 9-9-2012)

TODO LO HA HECHO BIEN




Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,31 37):

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.

Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es, «ábrete»).

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.

Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Palabra del Señor