"No habló de culpa, ni de abandono, ni de
traición: eran amigos frágiles"
En el relato de Marcos sobre los
preparativos de la cena pascual, hay un significativo desplazamiento
de lenguaje. El texto comienza diciendo: «El primer día de los
ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos: ¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?... » (Mc 14,12). Sin
embargo, cuando es Jesús quien da las instrucciones para el dueño de la casa,
habla de «cenar con mis discípulos», desaparecen las alusiones a lo litúrgico y
no hay ya ni una palabra sobre ázimos, cordero, hierbas amargas, oraciones o
textos bíblicos: solo pan y vino, lo esencial en una comida familiar.
Quiere cenar con los suyos y para eso necesitan encontrar una sala en la que haya espacio para estar
juntos: ese es el único objetivo que permanece y que Lucas subraya
aún con más fuerza « ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua!» (Lc
22, 15). El «con vosotros» es más intenso que la conmemoración del pasado, lo
ritual deja paso a los gestos elementales que se hacen entre amigos: compartir
el pan, beber de la misma copa, disfrutar de la mutua intimidad, entrar en el
ámbito de las confidencias.
Su relación con ellos venía de lejos: llevaban largo tiempo caminando,
descansando y comiendo juntos, compartiendo alegrías y rechazos, hablando de
las cosas del Reino. Él buscaba su compañía, excepto cuando se marchaba solo a
orar: había en él una atracción poderosa hacia la soledad y a la vez una
necesidad irresistible de contar con los suyos como amigos y confidentes.
Al principio ellos creyeron merecerlo: al fin y al cabo lo habían
dejado todo para seguirle y se sentían orgullosos de haber dado aquel paso; les
parecía natural que el Maestro tomara partido por ellos, como cuando los
acusaron de coger espigas en sábado y él los defendió (Mc 2,23-27); o cuando el
mar en tempestad casi hundía su barca y él le ordenó enmudecer (Mc 4,35-41); o
cuando volvieron exhaustos de recorrer las aldeas y se los llevó a un lugar
solitario para que descansaran (Mc 6,30-31).
Sin embargo, las cosas que él decía y las conductas insólitas que esperaba de ellos les resultaban
ajenas a su manera de pensar y de sentir, a sus deseos, ambiciones y
discordias y una distancia en apariencia insalvable se iba creando entre ellos:
le sentían a veces como un extraño venido de un país lejano que les hablaba en
un lenguaje incomprensible.
Pero aunque ninguno de ellos se sentía
capaz de salvar aquella distancia, Jesús encontraba siempre la
manera de hacerlo. El día en que admiró la fe de los que descolgaron
por el tejado al paralítico (Mc 2,5), estaba en el fondo reconociéndose a sí
mismo: también él removía obstáculos con tal de no estar separado de los suyos
y nada le impedía seguir contando con su presencia y con su compañía, como si
los necesitara hasta para respirar.
Ellos se comportaban tal y como eran, más
ocupados en sus pequeñas rencillas de poder que en escucharle, más interesados
en lo inmediato que en acoger sus palabras, torpes de corazón a la hora de
entenderlas. Pero él se había ido inmunizando contra la
decepción: los quería tal como eran sin poderlo remediar, los
disculpaba, seguía confiando en ellos.
« Todos vais a tropezar, como está
escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño»
(Mc 14,27), dijo durante la cena. No habló de culpa, ni de abandono, ni de
traición: eran amigos frágiles que tropezaban y no se puede culpar a un rebaño
desorientado cuando se dispersa y se pierde. Sabía que iban a abandonarle
pronto y que, si no habían sido capaces de comprenderle cuando les hablaba de
sufrimiento y de muerte, tampoco lo serían para afrontarlo a su lado, pero
sobre sus hombros no pesaba carga alguna de reproches o de recriminaciones.
Libre de toda exigencia de que correspondieran a su amor, estaba seguro de que,
lo mismo que su abandono en el Padre le daría fuerza para enfrentar su hora,
aquel extraño apego que sentía por los suyos sería más fuerte que su decepción
por su torpeza.
Y seguiría
considerándolos amigos, también cuando uno de ellos llegara al huerto para
entregarle con un beso.
(Dolores Aleixandre)