“Escuchadme, islas;
atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las
entrañas maternas, y pronunció mi nombre” «Es poco que seas mi siervo y
restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel;
te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de
la tierra» (Is 49, 1.6).
Ante la celebración de una gran fiesta, siempre se hacen
diferentes preparativos para que todo salga bien, según el motivo que se desea
conmemorar. Esta es la razón por la que estos días previos a la Pascua, los
judíos se disponían a limpiar toda la casa, y sobre todo a retirar los
utensilios que solían estar en contacto con la levadura.
Es preceptivo apartar todo el ajuar de platos, cubiertos,
ollas, especialmente destinado a guisar la cena de Pascua, comida que no puede
estar contaminada con levadura.
La levadura es un producto que hace fermentar la masa, y su ausencia permite un
alimento más puro. Con esta imagen se entiende la exigencia de disponernos
limpios de corazón, con la purificación de los sentimientos, y la conversión
interior.
Días de reconciliación, de perdón, de hacer posible que la cena
pueda tener lugar con todos los de casa. Para ello es necesaria la humildad, el
reconocimiento de las posibles ofensas, la súplica al cielo del perdón de Dios,
si fuera necesario.
En las proximidades de esta fiesta, surge un elemento muy
significativo, el perfume. Aparece en Betania, en la cena que le ofrecieron a
Jesús sus amigos, y el aroma volverá a aparecer a la hora de dar sepultura al
cuerpo del Señor. El perfume da buen olor, y significa amor, gratuidad,
generosidad. Se usa muy especialmente en el momento de la boda, del desposorio,
así lo dice el salmista: “A mirra y áloe huelen tus vestidos”, cuando canta al
príncipe el día de su boda.
Si encontramos los mismos perfumes en el momento de dar
sepultura al cuerpo de Jesús, significa que el autor sagrado nos presenta la
muerte de Cristo como el acto supremo de amor de Aquel que da la vida por la
humanidad entera.
Históricamente el Nazareno será condenado a muerte, entregado
por la traición de un amigo -«Os aseguro que uno de vosotros me va a
entregar.»- (Jn 13, 21), pero la razón suprema es porque Él mismo se entrega
para cumplir los designios de Dios, su Padre, para que todos nosotros podamos
recuperar la dignidad de hijos de Dios.
¿Estás preparado para la Pascua?
Ángel Moreno de Buenafuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario