Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
Evangelio de hoy nos presenta a Jesús durante la Última Cena, en el momento en
el que sabe que la muerte está ya cercana. Ha llegado su “hora”. Por última vez
Él está con sus discípulos, y entonces quiere imprimir bien en sus mentes una
verdad fundamental: también cuando Él no estará más físicamente en medio a
ellos, podrán permanecer aún unidos a Él de una manera nueva, y así dar mucho
fruto. Todos podemos permanecer unidos a Jesús de manera nueva. Si por el
contrario uno perdiese la comunión con Él, se volvería estéril, es más, dañino
para la comunidad. Y para expresar esta realidad Jesús usa la imagen de la vid
y de los sarmientos: «Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece
en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los
sarmientos» (Jn 15, 4-5). Y con esta figura nos enseña a permanecer unidos a Él.
Jesús
es la vid, y a través de Él – como la linfa en el árbol – pasa a los sarmientos
el amor mismo de Dios, el Espíritu Santo. Precisamente: nosotros somos los
sarmientos, y a través de esta parábola Jesús quiere hacernos entender la
importancia de permanecer unidos a Él. Los sarmientos no son autosuficientes,
sino dependen totalmente de la vid, en donde se encuentra la fuente de su vida.
Es así para nosotros cristianos. Injertados en Cristo con el Bautismo, hemos
recibido gratuitamente de Él el don de la vida nueva; y gracias a la Iglesia
podemos permanecer en comunión vital con Cristo. Es necesario mantenerse fieles
al Bautismo, y crecer en la amistad con el Señor mediante la oración, la
escucha y la docilidad a su Palabra, leer el Evangelio, la participación a los
Sacramentos, especialmente a la Eucaristía y a la Reconciliación.
Si
uno está íntimamente unido a Jesús, goza de los dones del Espíritu Santo, que –
como nos dice san Pablo – son «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad,
bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22); y en consecuencia
hace tanto bien al prójimo y a la sociedad, como un verdadero cristiano. De
estas actitudes, de hecho, se reconoce que uno es un verdadero cristiano, así
como por los frutos se reconoce al árbol. Los frutos de esta unión profunda con
Jesús son maravillosos: toda nuestra persona es trasformada por la gracia del
Espíritu: alma, inteligencia, voluntad, afectos, y también el cuerpo, porque
somos unidad de espíritu y cuerpo. Recibimos un nuevo modo de ser, la vida de
Cristo se convierte también en la nuestra: podemos pensar como Él, actuar como
Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús. Entonces, con su corazón,
como Él lo ha hecho, podemos amar a nuestros hermanos, a partir de los más
pobres y sufrientes, y así dar al mundo frutos de bondad, de caridad y de paz.
Cada
uno de nosotros es un sarmiento de la única vid; y todos juntos estamos
llamados a llevar los frutos de esta pertenencia común a Cristo y a la Iglesia.
Confiémonos a la intercesión de la Virgen María, para que podamos ser
sarmientos vivos en la Iglesia y testimoniar de manera coherente nuestra fe,
coherencia de vida y de pensamiento. De vida y de fe. Conscientes que todos,
según nuestras vocaciones particulares, participamos de la única misión
salvífica de Jesucristo.
(Raúl Cabrera, Radio Vaticano)