La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como
algo sagrado, y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja. [...]
Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo
y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas
llegaron hasta Juan.
Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y
el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos;
porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún
no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su
madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda
demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas
pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana
pequeñez. Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de
su padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos con toda la fuerza de su
significado.
Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del
Señor, y abre su boca. Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la
predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo
latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían
estas profecías, todo se hace claro.
El hecho de que en el nacimiento de Juan
se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que el
rasgarse el velo al morir Cristo en la cruz. Si Juan se hubiera anunciado a sí
mismo, la boca de Zacarías habría continuado muda. Si se desata su lengua es
porque ha nacido aquel que es la voz; en efecto, cuando Juan cumplía ya su
misión de anunciar al Señor, le dijeron: ¿Tú quién eres? Y él respondió: Yo soy
la voz que grita en el desierto. Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra
que en el principio ya existía. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra
eterna desde el principio.
De News.va