martes, 6 de mayo de 2014

YO ME REFUGIO EN TI, SEÑOR



Del salmo 30 (31): 

A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Yo me refugio en ti, Señor,
¡que nunca me vea defraudado!
Líbrame, por tu justicia,
inclina tu oído hacia mí
y ven pronto a socorrerme.

A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame.

A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
yo confío en el Señor.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.

A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
En el asilo de tu presencia escondes a tus fieles
de las conjuras humanas.

A tus manos, Señor, encomiento mi espíritu

Sean fuertes y valerosos,
todos los que esperan en el Señor.

La Iglesia no es una Universidad de la religión, dijo el Papa en su homilía

El cristiano que no da testimonio se vuelve estéril. Es cuanto afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. 

En esta ocasión, el Pontífice se detuvo en el martirio de San Esteban, narrado en los Hechos de los Apóstoles. Y dijo que la Iglesia no es “una Universidad de la religión”, sino el pueblo que sigue a Jesús. Sólo así, añadió, “es fecunda y madre”.
 

“El martirio de Esteban es una copia del martirio de Jesús”. El Papa Francisco recorrió en su homilía el camino que llevó a la muerte del primer mártir de la Iglesia. Y afirmó que también él, como Jesús, dijo que había encontrado “los celos de los dirigentes” que trataban de eliminarlo. También él tuvo “falsos testigos” y un “juicio hecho de modo rápido”. 

Esteban les advirtió que estaban oponiéndose al Espíritu Santo, como había dicho Jesús. Pero “esta gente – evidenció el Papa – no estaba tranquila, no tenía paz en su propio corazón”. Esta gente – añadió – “tenía odio” en su corazón. Por esta razón, al oír las palabras de Esteban estaban furiosos. “Este odio – dijo Francisco – fue sembrado en su corazón por el diablo”, “es el odio del demonio contra Cristo”.
Este odio del demonio “que hizo lo que quería con Jesucristo en su Pasión – prosiguió diciendo el Papa – ahora repite lo mismo” con Esteban. Y en el martirio se ve claramente “esta lucha entre Dios y el demonio”. Por otra parte, Jesús había dicho a los suyos que debían alegrarse de ser perseguidos a causa de su nombre: “Ser perseguido, ser mártir, dar la vida por Jesús es una de las Bienaventuranzas”. Por esto – añadió Francisco – “el demonio no puede ver la santidad de una Iglesia o la santidad de una persona, sin hacer algo” para oponerse. 
Y es esto lo que hace con Esteban, pero “él muere como Jesús: perdonando”.
“Martirio es la traducción de la parola griega que también significa testimonio. Y así podemos decir que para un cristiano el camino va por las huellas de este testimonio, por las huellas de Jesús para dar testimonio de Él y, tantas veces, este testimonio termina dando la vida. 
No se puede entender a un cristiano sin que sea testigo, sin que de testimonio. Nosotros no somos una ‘religión’ de ideas, de pura teología, de cosas bellas, de mandamientos. No, nosotros somos un pueblo que sigue a Jesucristo y da testimonio – pero quiere dar testimonio de Jesucristo – y este testimonio algunas veces llega a dar la vida”.

En los Hechos de los Apóstoles se lee que una vez asesinado Esteban, “estalló una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén”. Estas personas – observó el Papa – “se sentían fuertes y el demonio los impulsaba a hacer esto” y así “los cristianos se dispersaron en la región de Judea, de Samaria”. 

La persecución – notó el Papa – hace que esta “gente se fuera lejos” y donde llegaba explicaba el Evangelio, daba testimonio de Jesús y así “comenzó” la “misión de la Iglesia”. “Se convertían tantos – recordó el Papa – escuchando a esta gente”. Uno de los Padres de la Iglesia – añadió – explicaba esto diciendo: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Con “su testimonio predicaban la fe”:
“El testimonio, en la vida cotidiana, con algunas dificultades, y también en la persecución, con la muerte, siempre es fecundo. 

La Iglesia es fecunda y madre cuando da testimonio de Jesucristo. En cambio, cuando la Iglesia se encierra en sí misma, se cree – digamos así – una ‘Universidad de la religión’, con tantas bellas ideas, con tantos bellos templos, con tantos bellos museos, con tantas bellas cosas, pero no da testimonio, se vuelve estéril.

Y el cristiano lo mismo. El cristiano que no da testimonio, permanece estéril, sin dar la vida que ha recibido de Jesucristo”.

Esteban – prosiguió diciendo Francisco – “estaba lleno del Espíritu Santo”. Y advirtió que “no se puede dar testimonio sin la presencia del Espíritu Santo en nosotros”. “En los momentos difíciles, en que debemos elegir el camino justo, en que debemos decir ‘no’ a tantas cosas que quizá tratan de seducirnos – dijo también el Papa – hay una oración al Espíritu Santo, y es Él quien nos hace fuertes para ir por este camino, el del testimonio”:
“Y hoy pensando en estos dos iconos – Esteban, que muere, y la gente, los cristianos, que huyen, yendo por doquier por la violenta persecución – preguntémonos: ¿Cómo es mi testimonio? ¿Soy un cristiano testigo de Jesús o soy un simple numerario de esta secta? ¿Soy fecundo porque doy testimonio, o permanezco estéril porque no soy capaz de dejar que el Espíritu Santo me lleve adelante en mi vocación cristiana?”.

(María Fernanda Bernasconi – RV).


CUANDO SE ABREN LOS OJOS

Lc 24, 13-35
Parece que la clave para leer adecuadamente este relato se contiene en las últimas palabras del mismo: "Lo reconocieron al partir el pan".

Se trata, indudablemente, de una alusión a la "cena del Señor", "fracción del pan" o "eucaristía", que las comunidades empezaron a celebrar el primer día de la semana (domingo = dies dominica = día del Señor).

Tal reunión constituía el marco adecuado para celebrar la presencia del Resucitado en medio de la comunidad. Y ello explica por qué los relatos de apariciones se sitúan precisamente en ese contexto.

La comensalidad parece que ocupó un lugar destacado en la práctica de Jesús: con frecuencia, se le ve compartiendo la mesa con unos y otros: con "pecadores", pero también con fariseos, como Simón, o con jefes de recaudadores, como Zaqueo; así como con la multitud, en el llamado relato de la "multiplicación de los panes".

Todo ello quedó plasmado incluso en una fórmula estereotipada, que aparece también en el relato que nos ocupa: Jesús "tomó el pan, pronunció la bendición [en ambientes judíos; traducido por "dio gracias", si se trataba de grupos helenistas], lo partió y se lo dio".

La eucaristía es, simultáneamente, la celebración de la presencia de Jesús y la celebración de la Unidad. Ambos aspectos quedan magníficamente resaltados en el texto que comentamos.
Por un lado, Jesús se hace presente en un peregrino desconocido, al que los discípulos acogen e invitan a compartir la mesa. Por otro, en cuanto lo hacen, se les abren los ojos y se ven impulsados a regresar a Jerusalén y reintegrarse al grupo que habían abandonado.

Jesús es el peregrino –cualquier desconocido que pasa a nuestro lado- y Jesús es el pan, símbolo de todo lo real. Todo es (somos) Uno. Todo está ya ahí. Lo único que necesitamos es que se nos "abran los ojos" (caer en la cuenta, "despertar", poner consciencia en todo lo que hacemos, incluido lo más trivial y repetido), para saber reconocerlo; para reconocernos como células de un único organismo; para vivirnos –eso es la Pascua- en la certeza gozosa de estar compartiendo una misma identidad de fondo, la Consciencia una –sabia y amorosa- que se reconoce, como en Jesús, en el único "Yo Soy".


Enrique Martínez Lozano