miércoles, 23 de octubre de 2013

Se levantó un fuerte huracán. San Agustín


También nosotros navegamos en un lago en el que no faltan ni viento ni tempestades; las tentaciones cotidianas de este mundo casi hunden nuestra barca.

¿Qué quiere decir que Jesús se duerme? Quiere decir que tu fe en Jesús está dormida. Se levantan los huracanes en el lago: ves prosperar a los malvados y sufrir a los buenos; hay una tentación, un choque de las olas. Y en el interior de tu alma dices: "Dios mío, ¿dónde está tu justicia si los malos prosperan y los buenos se sienten abandonados en su sufrimiento?"

Y Dios te contesta: "¿Es ésta tu fe? ¿Qué es lo que, en efecto, te he prometido? ¿Es que te has hecho cristiano  para tener éxito en este mundo?¿Te has atormentado por la suerte de los malos aquí abajo cuando no conoces su suerte en el otro mundo?"

Pero el Señor se despertará, es decir, volverás a tener fe y, con la ayuda de Jesús, reflexionarás en tu corazón y caerás en la cuenta de que los bienes concedidos hoy a los malos no durarán. Sus bienes, o bien se les acaba en esta vida, o bien deberán abandonarlos en el momento de su muerte. 

Pero para ti, por el contrario, lo que se te ha prometido durará por toda la eternidad. Da, pues, la espalda a lo que acaba en ruina y vuelve tu rostro hacia lo que permanece.

Cuando Cristo se despierte, el huracán ya no sacudirá tu corazón, las olas no hundirán tu barca, porque tu fe mandará a los vientos y a las olas, y el peligro desaparecerá.
San Agustín. 
 

¿Nos dejamos iluminar por la fe de María nuestra Madre?, pregunta el Papa

Queridos hermanos y hermanas:


En la catequesis de hoy, y siguiendo el Concilio Vaticano II, quiero reflexionar sobre María como modelo «de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo». 

Ella es modelo de fe, no sólo porque como hebrea esperaba al redentor, y con su sí se adhiere al proyecto de Dios, sino porque desde ese momento su vida se centra en Jesús. 

Además lo hace desde la cotidianeidad de una mujer humilde que, sin embargo, vive inmersa en el misterio, y su sí, ya perfecto desde el inicio, crece hasta la cruz, en la que su maternidad abraza a todos. 

Y es modelo de caridad, como vemos en la Visitación, pues ella no sólo  ayuda a su prima, sino que le lleva a Cristo, la perfecta alegría que viene del Espíritu y se manifiesta en un amor oblativo. 

Es modelo también de unión con Cristo, sea en su tarea cotidiana, sea en el camino de la cruz, hasta unirse a Él en el martirio del corazón. 

Y ahora preguntémonos: ¿cómo nos interpela la figura de María? ¿la vemos lejana? ¿acudimos a ella en la prueba? ¿somos capaces, como ella, de amar dándonos totalmente? ¿nos sentimos unidos a Jesús, según su ejemplo, en una relación constante o sólo nos acordamos de Él en la necesidad?

“Dios no nos salva por decreto, se implica con nosotros para curar nuestras heridas”, dijo el Papa


Contemplación, cercanía, abundancia: son las tres palabras en torno a las cuales el Papa Francisco centró esta mañana su homilía de la Misa celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Santo Padre reafirmó que no se puede comprender a Dios sólo con la inteligencia, y subrayó que “el desafío de Dios” es “comprometerse” en nuestras vidas para curar nuestras llagas, precisamente como ha hecho Jesús.


Inspirándose en la Primera Lectura de hoy, que corresponde a un pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos, el Papa explicó que la Iglesia, “cuando quiere decirnos algo” sobre el misterio de Dios, usa sólo una palabra: “maravillosamente”. Porque este misterio, dijo, es “un misterio maravilloso”:

“Contemplar el misterio, esto que Pablo nos dice aquí, sobre nuestra salvación, sobre nuestra redención, sólo se comprende de rodillas, en la contemplación. No sólo con la inteligencia. Cuando la inteligencia quiere explicar un misterio, siempre – ¡siempre! – ¡se vuelve loca! Y así ha sucedido en la historia de la Iglesia. La contemplación: inteligencia, corazón, rodillas, oración… todo junto, entrar en el misterio. Esta es la primera palabra que tal vez nos ayude”.

La segunda palabra que nos ayudará a entrar en el misterio, dijo a continuación el Papa, es “cercanía”. “Un hombre ha cometido un pecado - recordó - un hombre nos ha salvado”. “¡Es el Dios cercano!” Y, prosiguió, “cerca de nosotros, de nuestra historia”. Desde el primer momento, añadió Francisco, “cuando eligió a nuestro Padre Abraham, ha caminado con su pueblo”. Y esto se ve también con Jesús que hace “un trabajo de artesano, de obrero”:

A mí, la imagen que me viene es la del enfermero, de la enfermera en un hospital: cura las heridas una a una, pero con sus manos. Dios se implica, se mete en nuestras miserias, se acerca a nuestras llagas y las cura con sus manos, y para tener manos se ha hecho hombre. Es un trabajo personal de Jesús. Un hombre ha cometido el pecado, un hombre viene a curarlo. Cercanía. Dios no nos salva sólo por un decreto, una ley; nos salva con ternura, nos salva con caricias, nos salva con su vida, por nosotros.

La tercera palabra, prosiguió el Papa, es “abundancia”. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. “Cada uno de nosotros – observó – conoce sus miserias, las conoce bien. ¡Y abundan!” Pero, evidenció, “el desafío de Dios es vencer esto, curar las llagas” como ha hecho Jesús. Es más: “hacer ese regalo sobreabundante de su amor, de su gracia”. Y así, explicó el Papa Francisco, “se comprende esa predilección de Jesús por los pecadores”:


“En el corazón de esta gente abundaba el pecado. Pero Él iba hacia ellos con esa sobreabundancia de gracia y de amor. La gracia de Dios siempre vence, porque es Él mismo quien se entrega, quien se acerca, quien nos acaricia, quien nos cura. Y por esto, quizá a alguno de nosotros no nos guste decir esto, pero aquellos que están más cerca del corazón de Jesús son los más pecadores, porque Él va a buscarlos, llama a todos: ‘¡Vengan, vengan!’. Y cuando le piden una explicación, dice: ‘Pero, aquellos que tienen buena salud no tienen necesidad del médico; yo he venido para curar, para salvar”.


“Algunos santos – afirmó también el Papa – dicen que uno de los peores pecados es la difidencia: desconfiar de Dios”. Por eso el Santo Padre se preguntó “¿cómo podemos desconfiar de un Dios tan cercano, tan bueno, que prefiere nuestro corazón pecador?” Este misterio, reafirmó una vez más, “no es fácil de entender, no se lo comprende bien, con la inteligencia”. Quizá nos ayuden sólo estas tres palabras”: contemplación, cercanía y abundancia. Es un Dios, concluyó el Pontífice, “que siempre vence con la sobreabundancia de su gracia, con la su ternura”, “con su riqueza de misericordia”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

Ángelus: la necesidad de rezar siempre

A mediodía el Papa se ha asomado a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro y, antes de la oración mariana, ha comentado el Evangelio de hoy en que Jesús cuenta una parábola sobre la necesidad de rezar siempre, sin cansarse. La protagonista es una viuda que, a fuerza de suplicar a un juez deshonesto, logra justicia. Y Jesús concluye: Si la viuda consiguió convencer a aquel juez, ¿pensáis que Dios no nos escucha, si le rezamos con insistencia`? La frase de Jesús es muy fuerte: “¿No hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche?”.

“¡Clamar día y noche” a Dios! Nos sorprende esta imagen de la oración. Pero preguntémonos: ¿Por qué Dios lo quiere? ¿No conoce ya nuestras necesidades? ¿Qué sentido tiene “insistir” con Dios”, ha observado el pontífice.

Esa pregunta “nos hace profundizar en un aspecto muy importante de la fe: Dios nos invita a rezar con insistencia, no porque no sepa que nos hace falta, o porque no nos escuche. Al contrario, nos escucha siempre y sabe todo de nosotros, con amor. En nuestro camino cotidiano, especialmente en las dificultades, en la lucha contra el mal, fuera y dentro de nosotros, el Señor, está a nuestro lado; luchamos junto a Él, y nuestra arma es precisamente la oración, que nos hace sentir su presencia, su misericordia, su ayuda. Pero la lucha contra el mal es dura y larga, requiere paciencia y resistencia... Es una lucha que prosigue cada día; Dios es nuestro aliado; la fe en Él es nuestra fuerza, y la oración es la expresión de esta fe. Por eso Jesús nos asegura la victoria, pero al final se pregunta: “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?”. Si se apaga la fe, se apaga la oración, y nosotros caminamos en la oscuridad, nos perdemos en el camino de la vida”.

“Aprendamos, por tanto, de la viuda del Evangelio a rezar siempre, sin cansarnos. ¡Era buena esta viuda!, Sabía luchar por sus hijos! Pienso en tantas mujeres que luchan por su familia, que rezan, que no se cansan jamás! Un recuerdo hoy, de todos nosotros, a estas mujeres que con su actitud nos dan un verdadero testimonio de fe, de coraje, un modelo de oración... Rezar siempre, ¡pero no para convencer al Señor a fuerza de palabras! ¡Él sabe mejor que nosotros de qué cosa tenemos necesidad! Más bien la oración perseverante es expresión de la fe en un Dios que nos llama a combatir con Él, cada día, cada momento, para vencer el mal con el bien”