viernes, 24 de junio de 2016

Papa a las Autoridades armenias: “es vital aislar a quien usa la religión para llevar a cabo la guerra"

Papa Francisco comenzó su discurso ante las Autoridades Políticas, la Sociedad Civil y el Cuerpo Diplomático de Armenia en el Palacio Presidencial de Ereván, destacando “la profundidad de la historia del país y la belleza de su naturaleza”. Después de saludar al Presidente de Armenia, Serj Sarkissian y de agradecerle su invitación al país caucásico, añadió que ésta era la ocasión para devolver la visita que ya hicieron las autoridades armenias el año pasado a Roma, cuando se celebró en la Basílica de San Pedro la misa por el centenario del Metz Yeghèrn, el “Gran Mal”, de 1915. “Aquella tragedia, por desgracia,inauguró la triste lista de las terribles catástrofes del siglo pasado, causadas por aberrantes motivos raciales, ideológicos o religiosos, que cegaron la mente de los verdugos hasta el punto de proponerse como objetivo la aniquilación de poblaciones enteras”, aseguró el Santo Padre.
Y en este sentido, la persecución cristiana que se ha vivido a los largo de la historia del mundo y que se sufre todavía activamente en muchos países, fue una parte importante del discurso del Papa Francisco. “Es indispensable que los responsables del destino de las naciones pongan en marcha, con valor y sin demora, iniciativas dirigidas a poner fin a este sufrimiento, y que tengan como objetivo primario la búsqueda de la paz, la defensa y la acogida de los que son objeto de ataques y persecuciones, la promoción de la justicia y de un desarrollo sostenible”.
Armenia ha sufrido a lo largo de su historia esta situación en primera persona y ahora ayuda activamente a los miles de ciudadanos sirios que han huido de su país por la guerra. Es por eso que el Obispo de Roma valora su actitud ante esta realidad, “animo a que no dejen de ofrecer su valiosa colaboración a la comunidad internacional”. Y aseguró que es “vital” que todos los que todos los que confiesan su fe en Dios unan sus fuerzas para “aislar a quien usa la religión para llevar a cabo proyectos de guerra, de opresión y de persecución violenta”.
Finalmente Papa Francisco recordó que la Iglesia Católica a pesar de estar presente en el país con recursos “humanos limitados”, contribuye en la ayuda dirigida a los más débiles tanto en el campo sanitario,  educativo y en la caridad, “como lo demuestra el trabajo realizado desde hace veinticinco años el hospital «Redemptoris Mater», en Ashotzk, las actividades del Instituto educativo a Ereván, las iniciativas de Cáritas Armenia y las obras gestionadas por las Congregaciones religiosas”.
(MZ-RV)

Papa: Que el Señor los bendiga por su testimonio luminoso de fe

En la primera jornada de este viaje, el Papa Franciscorezó, poco después de las 15.30, hora local, en la Catedral Apostólica de Etchmiadzin, antes de visitar al presidente de la República, Serz Sargsyan. Posteriormente el Pontífice se reunirá con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático armenio. Por último, mantendrá un encuentro personal con el Patriarca supremo o Catholicós, Karekin II, quien guía a la Iglesia Gregoriana Apostólica armenia, la mayoritaria en el país que se separó de Roma desde hace mil quinientos años.
En el primer acto público del Obispo de Roma en Armenia, en la Catedral Apostólica de Etchmiadzin, el Catholicós y el Papa rezaron, alternándose, el Salmo 122, “Qué alegría cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor…”. Después del saludo del Patriarca Karekin II, el Santo Padre, dirigiéndose a Venerado hermano, el Patriarca Supremo y Catholicós de Todos los Armenios, junto a los demás hermanos y hermanas en Cristo, comenzó diciendo:
“Crucé con emoción el umbral de este lugar sagrado, testigo de la historia de vuestro pueblo, centro que irradia su espiritualidad; y considero un don precioso de Dios el poder acercarme al santo altar desde el cual se difunde la luz de Cristo en Armenia. Saludo al Catholicós de Todos los Armenios, Su Santidad Karekin II, a quien le agradezco de corazón la grata invitación a visitar Santa Etchmiadzin, a los arzobispos y a los obispos de la Iglesia Apostólica Armenia, y doy las gracias a todos por la cordial y alegre bienvenida que me han deparado. Gracias, Santidad, por haberme acogido en su casa; este elocuente signo de amor dice, mucho más que las palabras, lo que significa la amistad y la caridad fraterna”.
En esta solemne ocasión, el Papa Francisco dio gracias a Dios por la luz de la fe encendida en esta tierra, la fe que confirió a Armenia su identidad peculiar y la hizo mensajera de Cristo entre las naciones. A la vez que les recordó que Cristo es su gloria, su luz, el sol que los ha iluminado y dado una nueva vida, que los ha acompañado y sostenido, especialmente en los momentos de mayor prueba.
“Me inclino – agregó – ante la misericordia del Señor, que ha querido que Armenia se convirtiese en la primera nación, desde el año 301, en acoger el cristianismo como su religión, en un tiempo en el que todavía arreciaban las persecuciones en el Imperio Romano”.
El Pontífice también afirmó que “a fe en Cristo no ha sido para Armenia como un vestido que se puede poner o quitar en función de las circunstancias o conveniencias, sino una realidad constitutiva de su propia identidad, un don de gran valor que se debe recibir con alegría, y custodiar con atención y fortaleza, a precio de la misma vida”. Y recordando cuanto escribió san Juan Pablo II, añadió:
“Con el “bautismo” de la comunidad armenia, [...] nació una identidad nueva del pueblo, que llegaría a ser parte constitutiva e inseparable del mismo ser armenio. Desde entonces ya no será posible pensar que, entre los componentes de esa identidad, no figure la fe en Cristo, como constitutivo esencial” (Carta. ap. En el XVII centenario del bautismo del pueblo armenio, 2 febrero 2001, 2).
De ahí que el Santo Padre haya manifestado su deseo de que el Señor los bendiga “por este testimonio luminoso de fe, que muestra de manera ejemplar la poderosa eficacia y fecundidad del bautismo recibido hace más de mil setecientos años con el signo elocuente y santo del martirio, que ha sido un elemento constante en la historia de su pueblo”.
Y tras dar gracias al Señor por el camino que la Iglesia católica y la Iglesia Apostólica Armenia han recorrido a través de un diálogo sincero y fraterno, con el fin de llegar a compartir plenamente la mesa eucarística, manifestó su esperanza en que “el Espíritu Santo nos ayude a realizar esa unidad por la cual pidió Nuestro Señor, para que sus discípulos sean uno y el mundo crea”.
Por otra parte, el Pontífice recordó el impulso decisivo dado a la intensificación de las relaciones y al fortalecimiento del diálogo entre ambas iglesias en los últimos tiempos por Su Santidad Vasken I y Karekin I, san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y añadió:
“El mundo, desgraciadamente, está marcado por las divisiones y los conflictos, así como por formas graves de pobreza material y espiritual, incluida la explotación de las personas, incluso de niños y ancianos, y espera de los cristianos un testimonio de mutua estima y cooperación fraterna, que haga brillar ante toda conciencia el poder y la verdad de la resurrección de Cristo. El compromiso paciente y renovado hacia la plena unidad, la intensificación de las iniciativas comunes y la colaboración entre todos los discípulos del Señor con vistas al bien común, son como luz brillante en una noche oscura, y una llamada a vivir también las diferencias en la caridad y en la mutua comprensión”.
Tras destacar que el espíritu ecuménico adquiere un valor ejemplar, incluso fuera de los límites visibles de la comunidad eclesial, y representa para todos una fuerte llamada a componer las divergencias mediante el diálogo y la valorización de lo que une, dirigiéndose a estos queridos hermanos, el Papa les dijo que cuando nuestro actuar está inspirado y movido por la fuerza del amor de Cristo, crece el conocimiento y la estima recíproca, se crean mejores condiciones para un camino ecuménico fructífero y, al mismo tiempo, se muestra a todas las personas de buena voluntad, y a toda la sociedad, una vía concreta y factible para armonizar los conflictos que desgarran la vida civil y producen divisiones difíciles de sanar.
“Que Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de María Santísima, san Gregorio el Iluminador, ‘Columna de Luz de la Santa Iglesia de los Armenios’, y san Gregorio de Narek, Doctor de la Iglesia, os bendiga a todos y a toda la Nación armenia, y la guarde siempre en la fe que ha recibido de los padres y que gloriosamente ha testimoniado a lo largo de los siglos”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).

Nacimiento de san Juan Bautista



Hoy la Iglesia celebra el nacimiento de Juan el Bautista… y son muchas las cosas que podríamos decir sobre él… sin duda alguna, una figura importantísima… pues Juan es el eslabón entre el Antiguo y Nuevo Testamentos… es aquel que anuncia a Jesús… el testigo de la Luz… la voz que clama en el desierto… pero de todo lo que podemos aprender de su persona, hay una cosa que sigue siendo muy actual, especialmente en la sociedad que vivimos… porque Juan nos enseña que la VERDAD—con mayúsculas—no se negocia…

Fíjate… en nuestro tiempo existe la tendencia a relativizarlo todo… por eso se rechaza la idea de una Verdad absoluta, mucho menos que esa Verdad tenga a Dios como referencia… y ese relativismo nos empuja a la permisividad de todo… cada cuál tiene su pequeña verdad que, convenientemente, excluye el pecado de predilección… como consecuencia, vemos que la moral ha alcanzado su nivel más bajo en la historia de la humanidad…

Juan, en cambio, se paró delante de la autoridad de su época… sin miedo… sin “paños tibios”… sin buscar excusas ni pretextos… sin pretender torcer la Verdad para buscar una forma de justificar los pecados… esto le costó la vida… pero con su acción dio testimonio de Dios…

Hoy, más que nunca, los cristianos estamos llamados a ser pequeños Juanes… poniéndolo en palabras de Benedicto XVI, la vida cristiana “exige, por decirlo de alguna manera, el ‘martirio’ de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, el valor de dejar que Cristo crezca en nosotros y sea Él quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones”

Fuente: Tengo sed de Ti

COMENTARIO AL EVANGELIO según San Lucas 1,57-66.80 POR BENEDICTO XVI


Hoy, 24 de junio, celebramos la solemnidad del Nacimiento de san Juan Bautista. Con excepción de la Virgen María, el Bautista es el único santo del que la liturgia celebra el nacimiento, y lo hace porque está íntimamente vinculado con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. 

De hecho, desde el vientre materno Juan es el precursor de Jesús: el ángel anuncia a María su concepción prodigiosa como una señal de que «para Dios nada hay imposible» (Lc 1, 37), seis meses antes del gran prodigio que nos da la salvación, la unión de Dios con el hombre por obra del Espíritu Santo. 

Los cuatro Evangelios dan gran relieve a la figura de Juan el Bautista, como profeta que concluye el Antiguo Testamento e inaugura el Nuevo, identificando en Jesús de Nazaret al Mesías, al Consagrado del Señor. 

De hecho, será Jesús mismo quien hablará de Juan con estas palabras: «Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino ante ti. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él» (Mt 11, 10-11).

El padre de Juan, Zacarías —marido de Isabel, pariente de María—, era sacerdote del culto del Antiguo Testamento. Él no creyó de inmediato en el anuncio de una paternidad tan inesperada, y por eso quedó mudo hasta el día de la circuncisión del niño, al que él y su esposa dieron el nombre indicado por Dios, es decir, Juan, que significa «el Señor da la gracia». 

Animado por el Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión de su hijo: «Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados» (Lc 1, 76-77). 

Todo esto se manifestó treinta años más tarde, cuando Juan comenzó a bautizar en el río Jordán, llamando al pueblo a prepararse, con aquel gesto de penitencia, a la inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado durante su permanencia en el desierto de Judea. Por esto fue llamado «Bautista», es decir, «Bautizador» (cf. Mt 3, 1-6). 

Cuando un día Jesús mismo, desde Nazaret, fue a ser bautizado, Juan al principio se negó, pero luego aceptó, y vio al Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre celestial que lo proclamaba su Hijo (cf. Mt 3, 13-17). 

Pero la misión del Bautista aún no estaba cumplida: poco tiempo después, se le pidió que precediera a Jesús también en la muerte violenta: Juan fue decapitado en la cárcel del rey Herodes, y así dio testimonio pleno del Cordero de Dios, al que antes había reconocido y señalado públicamente.
Queridos amigos, la Virgen María ayudó a su anciana pariente Isabel a llevar a término el embarazo de Juan. Que ella nos ayude a todos a seguir a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, a quien el Bautista anunció con gran humildad y celo profético.
(Benedicto XVI, Ángelus del 24 de junio de 2012)

«LA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO» La Natividad de San Juan Bautista por San Agustín.



La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo. Ello no deja de tener su significado, y, si nuestras explicaciones no alcanzaran a estar a la altura de misterio tan elevado, no hemos de perdonar esfuerzo para profundizarlo y sacar provecho de él. Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una jovencita virgen. 

El futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo; la Virgen cree el del nacimiento de Cristo y lo concibe por la fe. Esto es, en resumen, lo que intentaremos penetrar y analizar; y, si el poco tiempo y las pocas facultades de que disponemos no nos permiten llegar hasta las profundidades de este misterio tan grande, mejor os adoctrinará aquel que habla en vuestro interior, aun en ausencia nuestra, aquel que es el objeto de vuestros piadosos pensamientos, aquel que habéis recibido en vuestro corazón y del cual habéis sido hechos templo. Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan. Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana pequeñez. 

Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos con toda la fuerza de su significado. Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del Señor, y abre su boca. Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que el rasgarse el velo al morir Cristo en la cruz. Si Juan se hubiera anunciado a sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado muda. Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz; en efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le dijeron: ¿Tú quién eres? Y él respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto. Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el principio.
De los sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 293,1-3: PL 38,1327-1328)
Fuente: News. Va.

EVANGELIO DE HOY: NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA


Evangelio según San Lucas 1,57-66.80. 

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. 

Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. 

A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". 

Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". 

Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. 

Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. 

Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. 

Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él. 

El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.