viernes, 24 de junio de 2016

COMENTARIO AL EVANGELIO según San Lucas 1,57-66.80 POR BENEDICTO XVI


Hoy, 24 de junio, celebramos la solemnidad del Nacimiento de san Juan Bautista. Con excepción de la Virgen María, el Bautista es el único santo del que la liturgia celebra el nacimiento, y lo hace porque está íntimamente vinculado con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. 

De hecho, desde el vientre materno Juan es el precursor de Jesús: el ángel anuncia a María su concepción prodigiosa como una señal de que «para Dios nada hay imposible» (Lc 1, 37), seis meses antes del gran prodigio que nos da la salvación, la unión de Dios con el hombre por obra del Espíritu Santo. 

Los cuatro Evangelios dan gran relieve a la figura de Juan el Bautista, como profeta que concluye el Antiguo Testamento e inaugura el Nuevo, identificando en Jesús de Nazaret al Mesías, al Consagrado del Señor. 

De hecho, será Jesús mismo quien hablará de Juan con estas palabras: «Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino ante ti. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él» (Mt 11, 10-11).

El padre de Juan, Zacarías —marido de Isabel, pariente de María—, era sacerdote del culto del Antiguo Testamento. Él no creyó de inmediato en el anuncio de una paternidad tan inesperada, y por eso quedó mudo hasta el día de la circuncisión del niño, al que él y su esposa dieron el nombre indicado por Dios, es decir, Juan, que significa «el Señor da la gracia». 

Animado por el Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión de su hijo: «Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados» (Lc 1, 76-77). 

Todo esto se manifestó treinta años más tarde, cuando Juan comenzó a bautizar en el río Jordán, llamando al pueblo a prepararse, con aquel gesto de penitencia, a la inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado durante su permanencia en el desierto de Judea. Por esto fue llamado «Bautista», es decir, «Bautizador» (cf. Mt 3, 1-6). 

Cuando un día Jesús mismo, desde Nazaret, fue a ser bautizado, Juan al principio se negó, pero luego aceptó, y vio al Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre celestial que lo proclamaba su Hijo (cf. Mt 3, 13-17). 

Pero la misión del Bautista aún no estaba cumplida: poco tiempo después, se le pidió que precediera a Jesús también en la muerte violenta: Juan fue decapitado en la cárcel del rey Herodes, y así dio testimonio pleno del Cordero de Dios, al que antes había reconocido y señalado públicamente.
Queridos amigos, la Virgen María ayudó a su anciana pariente Isabel a llevar a término el embarazo de Juan. Que ella nos ayude a todos a seguir a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, a quien el Bautista anunció con gran humildad y celo profético.
(Benedicto XVI, Ángelus del 24 de junio de 2012)

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