domingo, 24 de mayo de 2015

“El mundo tiene necesidad de hombres y mujeres no cerrados, sino llenos de Espíritu Santo”, el Papa en la Misa de Pentecostés

«Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo… reciban el Espíritu Santo» (Jn 20, 21.22), así dice Jesús. La efusión que se dio en la tarde de la resurrección se repite en el día de Pentecostés, reforzada por extraordinarias manifestaciones exteriores. La tarde de Pascua Jesús se aparece a sus discípulos y sopla sobre ellos su Espíritu (cf. Jn 20, 22); en la mañana de Pentecostés la efusión se produce de manera  fragorosa, como un viento que se abate impetuoso sobre la casa e irrumpe en las mentes y en los corazones de los Apóstoles. En consecuencia reciben una energía tal que los empuja a anunciar en diversos idiomas el evento de la resurrección de Cristo: «Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas» (Hch 2, 4). Junto a ellos estaba María, la Madre de Jesús, la primera discípula, eh… ahí la Madre de la Iglesia naciente. Con su paz, con su sonrisa, con su maternidad, acompañaba el gozo de la joven Esposa, la Iglesia de Jesús.
La Palabra de Dios,  hoy de modo especial,  nos dice que el Espíritu actúa, en las personas y en las comunidades que están colmadas de él, los hace capaces de recibir “Deum, capax Dei”, dicen los santos padres. ¿Y qué hace el Espíritu Santo en esta capacidad nueva que nos da?: guía hasta la verdad plena (Jn 16, 13), renueva la tierra (Sal 103) y da sus frutos (Ga 5, 22-23). Guía, renueva y fructifica.
En el Evangelio, Jesús promete a sus discípulos que, cuando él haya regresado al Padre, vendrá el Espíritu Santo que los «guiará hasta la verdad plena» (Jn 16, 13). Lo llama precisamente «Espíritu de la verdad» y les explica que su acción será la de introducirles cada vez más en la comprensión de aquello que él, el Mesías, ha dicho y hecho, de modo particular de su muerte y de su resurrección. A los Apóstoles, incapaces de soportar el escándalo de la pasión de su Maestro, el Espíritu les dará una nueva clave de lectura para introducirles en la verdad y en la belleza del evento de la salvación. Estos hombres, antes asustados y paralizados, encerrados en el cenáculo para evitar las consecuencias del viernes santo, ya no se avergonzarán de ser discípulos de Cristo, ya no temblarán ante los tribunales humanos. Gracias al Espíritu Santo del cual están llenos, ellos comprenden «toda la verdad», esto es: que la muerte de Jesús no es su derrota, sino la expresión extrema del amor de Dios. Amor que en la Resurrección vence a la muerte y exalta a Jesús como el Viviente, el Señor, el Redentor del hombre, el Redentor, el Señor de la historia y del mundo. Y esta realidad, de la cual ellos son testigos, se convierte en Buena Noticia que se debe anunciar a todos.
El don del Espíritu Santo renueva – guía y renueva – renueva la tierra. El Salmo, que hoy hemos rezado en el Oficio de las Lecturas dice: «Envías tu espíritu… y repueblas la faz tierra» (Sal 103, 30). El relato de los Hechos de los Apóstoles sobre el nacimiento de la Iglesia encuentra una correspondencia significativa en este salmo, que es una gran alabanza a Dios Creador. El Espíritu Santo que Cristo ha mandado de junto al Padre, y el Espíritu Creador que ha dado vida a cada cosa, son uno y el mismo. Por eso, el respeto de la creación es una exigencia de nuestra fe: el “jardín” en el cual vivimos no se nos ha confiado para que abusemos de él, sino para que lo cultivemos y  lo custodiemos con respeto (cf. Gn 2, 15). Pero esto es posible solamente si Adán – el hombre formado con tierra – se deja a su vez renovar por el Espíritu Santo, si se deja reformar por el Padre según el modelo de Cristo, nuevo Adán. Entonces sí, renovados por el Espíritu de Dios, podemos vivir la libertad de los hijos en armonía con toda la creación y en cada criatura podemos reconocer un reflejo de la gloria del Creador, como afirma otro salmo: «¡Señor, Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8, 2.10). Guía, renueva y dona, da fruto.
En la carta a los Gálatas, san Pablo vuelve a mostrar cual es el “fruto” que se manifiesta en la vida de aquellos que caminan según el Espíritu (Cf. 5, 22). Por un lado está la «carne», acompañada por sus vicios que el Apóstol nombra, y que son las obras del hombre egoísta, cerrado a la acción de la gracia de Dios. En cambio, en el hombre que con fe deja que el Espíritu de Dios irrumpa en él, florecen los dones divinos, resumidos en las nueve virtudes gozosas que Pablo llama «fruto del Espíritu». De aquí la llamada, repetida al inicio y en la conclusión, como un programa de vida: «Caminad según el Espíritu» (Ga 5, 16.25).
El mundo tiene necesidad de hombres y mujeres no cerrados, sino llenos de Espíritu Santo. El estar cerrados al Espíritu Santo no es solamente falta de libertad, sino también pecado. Existen muchos modos de cerrarse al Espíritu Santo. En el egoísmo del propio interés, en el legalismo rígido – como la actitud de los doctores de la ley que Jesús llama hipócritas -, en la falta de memoria de todo aquello que Jesús ha enseñado, en el vivir la vida cristiana no como servicio sino como interés personal, entre otras cosas. En cambio, el mundo tiene necesidad del valor, de la esperanza, de la fe y de la perseverancia de los discípulos de Cristo. El mundo necesita los frutos, los dones del Espíritu Santo, como enumera Pablo en la Lectura: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22). El don del Espíritu Santo ha sido dado en abundancia a la Iglesia y a cada uno de nosotros, para que podamos vivir con fe genuina y caridad operante, para que podamos difundir la semilla de la reconciliación y de la paz. Reforzados por el Espíritu Santo que guía, nos guía a la verdad, que nos renueva y renueva a toda la tierra, y que nos dona sus frutos; reforzados en el espíritu y por sus múltiples dones, llegamos a ser capaces de luchar, sin concesión alguna, contra el pecado, luchar sin compromisos contra la corrupción que se expande en el mundo día a día, y de dedicarnos con paciente perseverancia a las obras de la justicia y de la paz.

Mensaje de Pentecostés. Espíritu Consolador.

Espíritu Santo, son muchos los nombres con los que te invoca la Iglesia, y nos cuesta comprender algunos de ellos. Eres el Abogado, el Consejero, el Defensor, el Paráclito, el Huésped del alma, el Amor divino, el Consolador.
Quiero acogerme a tu acción más íntima, a la que obras en el corazón, en el hondón del alma, con tus mociones consoladoras, las que además de conceder alivio en la prueba, indican el camino por el que seguir hacia la meta que tenemos como horizonte, Dios mismo.
Quizá sea por los acontecimientos sociales, que nos golpean constantemente, por las catástrofes naturales, y sobre todo por las que provocamos los humanos, especuladores de la pobreza y de la indigencia de los más débiles, por lo que nos entristecemos.
Quizá sea por los movimientos extremistas, reaccionarios, usurpadores del bien, de la verdad, de la bondad, de la paz, de la convivencia, imponiendo violentamente una forma de pensamiento totalitario, por lo que nos entra el miedo.
Quizá sea por el sufrimiento de tantas familias, de hogares rotos, de niños sin referentes entrañables, motivo de tanta soledad en el corazón humano, por lo que se nos nubla la mirada y perdemos la alegría.
Espíritu Santo Consolador, ven con tu fuerza y con tu poder, que sin herir ni violentar, ofreces en la conciencia el susurro de lo que es bueno y mejor, para bien de cada persona y de la comunidad humana.
Ven, sobre todo, a lo más íntimo de nuestro ser, donde se experimenta la turbación, el sinsentido, la desesperanza, la tristeza, el desánimo, el dolor y las lágrimas secretas. ¡Son tantos los que lloran sin que los mire nadie! ¡Son tantos los heridos de la vida que se creen incurables! ¡Son tantos los que piensan que no tiene remedio su dolencia!
Ven, Espíritu Santo, Consolador, hazte luz para quienes todo lo ven oscuro; amor, para quienes se creen o están solos; fuerza, para quienes perciben la debilidad física y también en su espíritu. Tú eres el mejor Abogado, defiéndenos de nosotros mismos, de nuestras melancolías y desesperanzas.
¡Cómo revive el ánimo cuando Tú, Espíritu Santo, nos consuelas, nos alientas, e infundes en el corazón el hálito de vida y nos dejas oír tu insinuación confortadora!
Somos testigos de quienes se derrumban ante el dolor, pero también de quienes en la prueba no se arredran y son capaces de alentar a otros de manera magnánima, gracias a que Tú los sostienes. ¡Cómo ayuda el testimonio valiente de los mártires, la fuerza de los que superan las razones de venganza, o los motivos de hundimiento del ánimo, ante la quiebra y la pérdida de seres queridos!
¡Ven, Espíritu Santo, Consolador! Sé Tú nuestro compañero de camino en estos tiempos tan recios, y haznos mediación de tu misericordia consoladora.
Ángel  Moreno de Buenafuente


Invocación al Espíritu

Ven, Espíritu Santo. Despierta nuestra fe débil, pequeña y vacilante. Enséñanos a vivir confiando en el amor insondable de Dios, nuestro Padre, a todos sus hijos e hijas, estén dentro o fuera de tu Iglesia. Si se apaga esta fe en nuestros corazones, pronto morirá también en nuestras comunidades e iglesias.

Ven, Espíritu Santo. Haz que Jesús ocupe el centro de tu Iglesia. Que nada ni nadie lo suplante ni oscurezca. No vivas entre nosotros sin atraernos hacia su Evangelio y sin convertirnos a su seguimiento. Que no huyamos de su Palabra, ni nos desviemos de su mandato del amor. Que no se pierda en el mundo su memoria.

Ven, Espíritu Santo. Abre nuestros oídos para escuchar tus llamadas, las que nos llegan hoy, desde los interrogantes, sufrimientos, conflictos y contradicciones de los hombres y mujeres de nuestros días. Haznos vivir abiertos a tu poder para engendrar la fe nueva que necesita esta sociedad nueva. Que, en tu Iglesia, vivamos más atentos a lo que nace que a lo que muere, con el corazón sostenido por la esperanza y no minado por la nostalgia.

Ven, Espíritu Santo. Purifica el corazón de tu Iglesia. Pon verdad entre nosotros. Enséñanos a reconocer nuestros pecados y limitaciones. Recuérdanos que somos como todos: frágiles, mediocres y pecadores. Libéranos de nuestra arrogancia y falsa seguridad. Haz que aprendamos a caminar entre los hombres con más verdad y humildad.

Ven, Espíritu Santo. Enséñanos a mirar de manera nueva la vida, el mundo y, sobre todo, las personas. Que aprendamos a mirar como Jesús miraba a los que sufren, los que lloran, los que caen, los que viven solos y olvidados. Si cambia nuestra mirada, cambiará también el corazón y el rostro de tu Iglesia. Los discípulos de Jesús irradiaremos mejor su cercanía, su comprensión y solidaridad hacia los más necesitados. Nos pareceremos más a nuestro Maestro y Señor.

Ven, Espíritu SantoHaz de nosotros una Iglesia de puertas abiertas, corazón compasivo y esperanza contagiosa. Que nada ni nadie nos distraiga o desvíe del proyecto de Jesús: hacer un mundo más justo y digno, más amable y dichoso, abriendo caminos al reino de Dios.

José Antonio Pagola

Papa Francisco: monseñor Romero pastor de los pobres, beato de la reconciliación.

El Papa Francisco participa a la distancia en la fiesta de El Salvador por la beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez este sábado 23 de mayo en la Plaza del Divino Salvador del Mundo ante la presencia de 300 mil personas entre nacionales y extranjeros, delegaciones de más de 57 países y líderes de la Iglesia a nivel planetario.
En primer lugar, el Papa compartió la “gran alegría” que viven “los salvadoreños”. Asimismo, remarcó la figura heroica de monseñor Romero, asesinato por los escuadrones de la muerte de ultraderecha, como servidor de Dios,  “en tiempos de difícil convivencia”, porque supo “guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia”.
 
Entretanto, sostuvo que “la voz del nuevo Beato sigue resonando hoy 
para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división”. Al mismo tiempo, que alrededor de la figura del nuevo beato pidió la reconciliación del país y de América Latina. 
 Horas antes del evento se ha dado a conocer el contenido de la carta firmada por el Pontífice dirigida a monseñor José Luis Escobar Alas, arzobispo de San Salvador y presidente de la Conferencia Episcopal con motivo de la celebración de la beatificación de monseñor Romero, mártir, asesinado  “in odium fidei” (por odio a la fe) el 24 de marzo de 1980 en San Salvador.
 Romero constructor de paz 
Al pastor defensor de los derechos humanos, el Papa llama “constructor de paz con la fuerza del amor” y rememoró su testimonio de fe “con su vida entregada hasta el extremo
De igual manera, reconoció a Romero como sacerdote que respetó el mandato de Dios de apacentar “con ciencia y prudencia su rebaño” . “En ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico, el Señor concedió a su Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor”. Dios que no abandona al pueblo opreso 
 “El Señor nunca abandona a su pueblo en las dificultades, y se muestra siempre solícito con sus necesidades”.  Es el mensaje del Obispo de Roma al pueblo de El Salvador que vivió una guerra civil por 12 años y que dejó más de 70.000 muertos y 8.000 desaparecidos y más de un millón de refugiados.
 Dios “ve la opresión, oye los gritos de dolor de sus hijos, y acude en su ayuda para librarlos de la opresión y llevarlos a una nueva tierra, fértil y espaciosa, que ‘mana leche y miel’
Para honorar la memoria del nuevo beato cerca de 1500 campesinos y familias pobres salvadoreñas han ocupado los puestos de honor en la Misa, acompañados por 1200 sacerdotes. 
 En su carta, mencionó la particular atención de Romero por “los más pobres y marginados, además de las circunstancias de su martirio, asesinado mientras celebraba Misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia. “Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas
Iglesia de América Latina, fe bien entendida para la paz  y la solidaridad 
 “En este día de fiesta para la Nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, - continuó - damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana”.
 En memoria del sacerdote que rechazaba las injusticias sociales, el Pontífice dijo que la “fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad”.
 Las palabras del Papa acompañaron la alegría extendida en la Plaza y siguieron a la eucaristía de la beatificación a cargo del cardenal Angelo Amato, designado por Francisco, acompañado por el monseñor, Vincenzo Paglia, postulador de la causa de beatificación de Monseñor Romero.
 El Salvador con Romero para dejar la violencia atrás
El mensaje del Papa Francisco está dirigido también a la pacificación de un país que vive una inseguridad que iguala a la vivida durante la Guerra Civil (1980-1992). En el primer trimestre del año se han registrado en El Salvador 1121 homicidios.
 “Es necesario renunciar a ‘la violencia de la espada, la del odio’, y vivir ‘la violencia del amor, la que dejo a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros”, se lee en la carta de Francisco.
 Igualmente escribió que “Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia”.  “Él supo ver y experimento en su propia carne «el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás». Y, con corazón de padre, se preocupó de «las mayorías pobres”, pidiendo a los poderosos que convirtiesen «las armas en hoces para el trabajo”.
 Devoción al mártir de la fe y amor al pueblo en El Salvador y América Latina 
 “Quienes tengan a Monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su figura, encuentren en él fuerza y animo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y digno”.
 Por último, el Papa pidió la “reconciliación nacional” ante los desafíos que hoy se afronta el país y sostuvo  “se une a sus oraciones para que florezca la semilla del martirio y se afiancen por los verdaderos senderos a los hijos e hijas de esa Nación, que se precia de llevar el nombre del divino Salvador del mundo”.  
 Cinco cardenales de América Latina han participado a la ceremonia, entre ellos Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, de Honduras; José Luis Lacunza, de Panamá. Además, hicieron presencia 15 arzobispos y unos 60 obispos de Latinoamérica, Norteamérica y de Europa

Es sabido que el Papa Francisco ha dado el último impulso a la causa de beatificación que ha tenido que esperar 31 años de instrucción e investigación y que ahora seguirá su curso,  espera el pueblo salvadoreño, hasta llegar a la canonización del ‘mártir de América’. 
ALETEIA

Miradas de Jesús.

¿Cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? El Papa Francisco desarrolló su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta deteniéndose en el diálogo entre el Señor y Pedro que narra el Evangelio del día. El Pontífice hizo una reflexión sobre los tres tipos de miradas que Jesús dirige al Apóstol: la mirada de la elección, la del arrepentimiento y, en fin, la de la misión.
Jesús resucitado prepara de comer a sus discípulos y, tras haber comido, inicia un intenso diálogo entre el Señor y Pedro. El Papa puso de manifiesto que ha “encontrado” tres miradas diferentes en el Evangelio: de elección, de arrepentimiento y de misión.
La primera mirada, el entusiasmo
Al inicio del Evangelio de Juan – recordó el Papa – cuando Andrés va a ver a su hermano Pedro y le dice: “¡Hemos encontrado al Mesías!”, hay una mirada de entusiasmo. Jesús fija su mirada sobre él y le dice: “Tú eres Simón,  hijo de Jonás. Serás llamado Pedro”: “Es la primera mirada, la mirada de la misión”. Por tanto, hay una primera mirada: la vocación y un primer anuncio de la misión”. “Y ¿cómo es el alma de Pedro en aquella primera mirada? – se preguntó el Santo Padre.  Es entusiasta. El primer tiempo de ir con el Señor”.
La segunda mirada, el arrepentimiento

Después, el Papa se detuvo en la noche dramática del Jueves Santo, cuando Pedro reniega de Jesús tres veces: “Ha perdido todo. Ha perdido su amor” y cuando el Señor le cruza su mirada, llora.
“El Evangelio de Lucas dice: ‘Y Pedro lloró amargamente’. Aquel entusiasmo de seguir a Jesús se convirtió en llanto, porque él ha pecado: él ha renegado a Jesús. Aquella mirada cambia el corazón de Pedro, más que antes. El primer cambio es el cambio de nombre y también de vocación. Esta segunda mirada es una mirada que cambia el corazón y es un cambio de conversión al amor”.
Además, añadió, está la mirada del encuentro después de la Resurrección. “Sabemos que Jesús ha encontrado a Pedro, dice el Evangelio,  pero – observó el Papa – no sabemos que se han dicho”.
La tercera mirada, la misión
El Santo Padre explicó que el Evangelio del día “es una tercera mirada: la mirada es la confirmación de la misión, pero también la mirada en la que Jesús” pide a Pedro que le confirme su amor. Y tres veces el Señor pide a Pedro la “manifestación de su amor” y lo exhorta a apacentar a sus ovejas. A la tercera pregunta, Pedro “permanece entristecido, casi llora”:
“Entristecido porque por tercera vez Él le pregunta: ‘¿Me amas?’. Y él le dice: ‘Pero Señor, Tú sabes todo. Tú sabes que te amo’. Y Jesús responde: ‘Apacienta mis ovejas’. Ésta es la tercera mirada, la mirada de la misión. La primera, la mirada de la elección, con el entusiasmo de seguir a Jesús; la segunda, la mirada del arrepentimiento en el momento de aquel pecado tan grave por haber renegado a Jesús; la tercera mirada es la mirada de la misión: ‘Apacienta mis corderos’; ‘Pastorea mis ovejas’; ‘Apacienta mis ovejas’”.
Dejémonos mirar por Jesús
Pero “no termina ahí” – dijo también el Papa –. “Jesús va más allá” y le dice a Pedro: “Tú haces todo esto por amor, ¿y después? ¿Serás coronado rey? No”. Jesús predice a Pedro que también él deberá seguirlo por el camino de la Cruz:
“También nosotros podemos pensar: ¿cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llamada? ¿Con un perdón? ¿Con una misión? Pero, por el camino que Él ha hecho, todos nosotros estamos bajo la mirada de Jesús. Él nos mira siempre con amor. Nos pide algo,  nos perdona algo y nos da una misión. Ahora Jesús viene sobre el altar. Que cada uno de nosotros piense: ‘Señor, Tú estás aquí, entre nosotros. Fija tu mirada sobre mí y dime qué debo hacer; cómo debo llorar mis equivocaciones,  mis pecados; cuál es el coraje con el que debo ir adelante por el camino que tú has recorrido primero”.
En esta jornada – concluyó el Papa su homilía – “nos hará bien releer este diálogo con el Señor y pensar “en la mirada de Jesús sobre mí”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)

Hágase tu voluntad. Edith Stein

Unos años antes de empezar su vida entre las carmelitas descalzas de Colonia, Edith Stein reflexionaba acerca de la voluntad de Dios y preguntaba: «¿Cómo podemos pronunciar ese “hágase tu voluntad” si no tenemos ninguna certeza de lo que la voluntad de Dios exige de nosotros?».
Edith buscaba, aunque ya había experimentado que Dios va por delante dando luz. Decía que el Espíritu del Señor «se deja encontrar, cuando lo buscamos. Sí, Él espera no solamente a que lo busquemos, Él está continuamente en nuestra búsqueda y nos viene al encuentro».
Así como Pablo escribía a la comunidad de Corinto que, bajo la fuerza del Espíritu es posible reconocer que Jesús es Señor, Edith apuntaba que al acoger este Espíritu, se puede descubrir la voluntad de Dios y vivirla. Y recordaba cómo escuchar al Espíritu: «Ah, si solo aprendiéramos a escuchar vivamente, con el espíritu y el corazón en vez de con sentidos muertos, entonces experimentaríamos que la Palabra de Dios es vida y que con ella entra en nosotros la fuerza de Cristo».
Si en Corinto había problemas, el mundo que rodeaba a Edith vivía una crisis importante. Sin embargo, los dos hacen la experiencia del Espíritu, los dos descubren la fuerza que nace cuando es Él quien da vida a la propia vida. Aquel Espíritu del que Pablo decía que es un Espíritu de «energía, amor y buen juicio», no un espíritu cobarde, es el que movía también a Edith. Y con razón sentía que su trabajo implicaba «la gran tarea de liberar energías positivas».
Edith estaba convencida de que el Espíritu que había prometido Jesús, para guiar a los creyentes y llevarlos a la verdad plena, inspira el interior de quien quiere descubrir los caminos de Dios. Decía: «Cuando se sabe prestar atención a lo que en el silencio del corazón habla el Espíritu de Dios, y se decide, no solo a escuchar, sino a cumplir la Palabra», entonces se puede responder a la llamada de Dios y «colaborar en la obra de la Redención de Cristo».

«Escuchar vivamente» era lo que creía Edith que hay que hacer para comprender la voluntad de Dios. Ella formulaba de un modo muy sencillo qué es la voluntad de Dios. Decía que Él «vino al mundo para salvarnos, para unirnos con Él y para unirnos entre nosotros, y para hacer nuestra voluntad semejante a la suya».
Cuando Pablo explica a los corintios que el Espíritu se manifiesta en cada quien para el bien común, está hablando de cuál es la voluntad de Dios. Y cuando pide a los hermanos de Galacia que caminen según el Espíritu, está diciéndoles que comprendan la voluntad de Dios, que es una voluntad de amor y comunión.
«Rompamos filas y ayudémonos mutuamente» –pedía Edith– para vivir la fe, para ser testigos, para buscar el bien común y caminar según el Espíritu. Para poder decir «hágase».
Edith sabía que no hay certezas en el camino de la fe, que siempre es una apuesta del «todo por el todo». Había entendido que quien ama de verdad, guarda los mandamientos de Jesús y cumple la voluntad de Dios. Y sentía ya lo que su madre Teresa de Jesús apuntaba: que «aun en esta vida da Dios ciento por uno».
Por eso, cuando hable de vivir la voluntad de Dios, dirá que «quien cada día y de corazón dice “Señor, hágase tu voluntad”, puede confiar plenamente en que no actuará en contra de la voluntad de Dios, aun cuando no tenga una certeza subjetiva».
También por eso, creía que cuando se toma en serio la Palabra, cuando se da a los demás con la propia vida, entonces es cuando la palabra humana es cauce de la vida que Dios quiere repartir continuamente, es cauce del Espíritu de vida. Por eso Edith decía:
«Si aprendiéramos a hablar vivamente: a no distribuir la gran y santa Palabra como monedas manoseadas, sino con todo su sentido, impregnado de frescura de un espíritu despierto y de un corazón incandescente –entonces experimentaríamos que en nuestras palabras vive la fuerza del Espíritu, que encienden vida, irrumpen en otros corazones y los atraviesan todos hasta el cielo, y reparten gracia y consuelo».
«Nadie puede decir: Jesús es Señor, si no está movido por el Espíritu Santo», decía Pablo. Nadie puede decir: «Hágase tu voluntad» –dirá Edith- si no es movido por ese mismo Espíritu.