Espíritu Santo, son muchos los nombres con los que te
invoca la Iglesia, y nos cuesta comprender algunos de ellos. Eres el Abogado,
el Consejero, el Defensor, el Paráclito, el Huésped del alma, el Amor divino,
el Consolador.
Quiero acogerme a
tu acción más íntima, a la que obras en el corazón, en el hondón del alma, con
tus mociones consoladoras, las que además de conceder alivio en la prueba,
indican el camino por el que seguir hacia la meta que tenemos como horizonte,
Dios mismo.
Quizá sea por los
acontecimientos sociales, que nos golpean constantemente, por las catástrofes
naturales, y sobre todo por las que provocamos los humanos, especuladores de la
pobreza y de la indigencia de los más débiles, por lo que nos entristecemos.
Quizá sea por los movimientos extremistas,
reaccionarios, usurpadores del bien, de la verdad, de la bondad, de la paz, de
la convivencia, imponiendo violentamente una forma de pensamiento totalitario,
por lo que nos entra el miedo.
Quizá sea por el
sufrimiento de tantas familias, de hogares rotos, de niños sin referentes entrañables,
motivo de tanta soledad en el corazón humano, por lo que se nos nubla la mirada
y perdemos la alegría.
Espíritu Santo
Consolador, ven con tu fuerza y con tu poder, que sin herir ni violentar,
ofreces en la conciencia el susurro de lo que es bueno y mejor, para bien de
cada persona y de la comunidad humana.
Ven, sobre todo, a
lo más íntimo de nuestro ser, donde se experimenta la turbación, el sinsentido,
la desesperanza, la tristeza, el desánimo, el dolor y las lágrimas secretas.
¡Son tantos los que lloran sin que los mire nadie! ¡Son tantos los heridos de
la vida que se creen incurables! ¡Son tantos los que piensan que no tiene
remedio su dolencia!
Ven, Espíritu
Santo, Consolador, hazte luz para quienes todo lo ven oscuro; amor, para
quienes se creen o están solos; fuerza, para quienes perciben la debilidad
física y también en su espíritu. Tú eres el mejor Abogado, defiéndenos de
nosotros mismos, de nuestras melancolías y desesperanzas.
¡Cómo revive el
ánimo cuando Tú, Espíritu Santo, nos consuelas, nos alientas, e infundes en el
corazón el hálito de vida y nos dejas oír tu insinuación confortadora!
Somos testigos de
quienes se derrumban ante el dolor, pero también de quienes en la prueba no se
arredran y son capaces de alentar a otros de manera magnánima, gracias a que Tú
los sostienes. ¡Cómo ayuda el testimonio valiente de los mártires, la fuerza de
los que superan las razones de venganza, o los motivos de hundimiento del
ánimo, ante la quiebra y la pérdida de seres queridos!
¡Ven, Espíritu
Santo, Consolador! Sé Tú nuestro compañero de camino en estos tiempos tan
recios, y haznos mediación de tu misericordia consoladora.
Ángel Moreno de Buenafuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario