miércoles, 2 de noviembre de 2016

El Papa en el día de los difuntos: ‘La tristeza se une a la esperanza de la Resurrección’



El papa Francisco visitó este miércoles por la tarde el cementerio de Prima Porta o Cementerio Flaminio, situado en las afueras de la ciudad de Roma. Es el más grande de Europa, con 140 hectáreas de parque y 36 kilómetros de calles internas.
Poco antes, un mensaje en su cuenta twitter en Papa escribió: “Nos detenemos con fe ante ante las tumbas de nuestros seres queridos, rezando también por los difuntos que nadie recuerda”. De  hecho cuando en el cementerio caminaba hacia el altar para celebrar la eucaristía, el Santo Padre puso un ramo de rosas color amarillo delante de una tumba sin flores ni iluminación que encontró en su camino, como símbolo de todas las sepulturas.
El Santo Padre vistiendo paramentos color violeta celebró la santa misa en el altar situado en una estructura puesta delante de la plaza del osario, donde el público asistió ubicado al lado de una zona verde con las tumbas sobre el prado. Concelebraron entre otros, el cardenal vicario de Roma, Agostino Vallini y un coro acompañó la ceremonia cantando en italiano.
Después de la lectura del Evangelio, el Papa dirigió unas palabras simples que indicaron el significado de esta conmemoración. El Pontífice en su homilía recordó la lectura apenas realizada, y como en ese momento de angustia y de dolor Job proclama la esperanza: ‘Mis ojos lo contemplarán’, como recuerda la oración de los difuntos.
Y si bien reconoció que “un cementerio es triste”, porque “nos recuerda a los nuestros que se fueron”, y porque también “nos recuerda el futuro y la muerte”, señaló que en este momento triste, “las personas traemos flores como símbolo de esperanza” sabiendo que este momento “más adelante se convertirá en un día de fiesta”. O sea que “la tristeza se mezcla con la esperanza”.
Recordó también que se hace “memoria de los nuestros delante de sus restos mortales” y que “la esperanza nos ayuda para hacer este camino que “todos deberemos recorrer, todos, antes o después”.
Pero que en ese camino hay esperanza, porque existe “un ancla que no desilusiona: la esperanza de la Resurrección”. Porque “Jesús fue el primero que hizo este camino y Él mismo nos abrió la puerta de la esperanza, con su cruz, para entrar donde contemplaremos a Dios”.
Y como dice la oración: “Yo lo veré, yo mismo, mis ojos lo contemplarán”. Invitó así a los presentes a volver a sus casas “con la memoria del pasado”, de quienes se fueron “y del futuro camino que recorreremos, pero con la seguridad de las palabras que salieron de los labios de Jesús: “Yo los resucitaré en el último día”.
La misa concluyó con un hermoso atardecer de otoño y el Santo Padre rezó una oración por los difuntos y bendijo las tumbas del cementerio Flaminio.
El cementerio ubicado en la localidad de Prima Porta, cuenta con sectores dedicados a las diversas confesiones religiosas con sus respectivos templos. Es la primera vez que el Papa celebra aquí porque en los años pasados conmemoró el día de muertos en el cementerio monumental de Roma, llamado ‘El Verano’.
Al su regreso el Papa visitó en el Vaticano las llamadas ‘Grutas’, ubicadas debajo de la basílica de San Pedro. Allí rezará privadamente por los pontífices difuntos.
Zenit

La lápida original de Jesús al descubierto por primera vez en cinco siglos

La lápida original del lugar donde la tradición cristiana sitúa la tumba de Jesús ha quedado al descubierto por primera vez en cinco siglos después de que un equipo de expertos griegos haya retirado la lastra que la cubría desde tiempos de Bonifacio de Ragusa en el siglo XVI.
«Bonifacio cubrió la tumba con la lastra actual», ha explicado el franciscano español fray Artemio Vítores, quien fuera custodio adjunto de Tierra Santa. «Ahora se ha visto de nuevo la piedra original», ha añadido.
El descubrimiento forma parte de los trabajos de renovación hechos esta semana en el Santo Sepulcro en Jerusalén, a cargo de Antonia Moropoulou, profesora de la Universidad Nacional Técnica de Atenas, y que están en marcha desde junio pasado.
La última vez que se pudo ver la losa original de la tumba de Jesucristo fue en 1555, durante unas obras ordenadas por el entonces custodio, Bonifacio de Ragusa.
Fue este quien ordenó cubrirla con una losa para protegerla y pidió «una partida en dos para que pareciera inservible y no la robaran», sostiene Vítores, quien prepara un libro sobre la historia del lugar más santo para el cristianismo, situado en el corazón de la ciudad vieja de Jerusalén.






Conmemoración de los fieles difuntos

Textos: Job 19, 1.23-27; Rm 5, 5-11; Juan 6, 37-40
P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: La muerte es la puerta que nos abre la eternidad y al encuentro con Dios. ¡No tengamos miedo!
Síntesis del mensaje: Si ayer, festividad de todos los santos, contemplábamos con alegría  a tantos y tantos hermanos nuestros que tras haber pasado de este mundo al Padre gozan ya de la gloria  de Dios, hoy nos fijamos, con ánimo agradecido, en aquellos hermanos que, habiendo cruzado ya el umbral de la muerte, esperan de la misericordia divina la apertura para ellos de las puertas del reino. Con la muerte no acaba todo, sino que comienza la vida plena en Dios y con Dios.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, nada está tan cercano a la vida del hombre como la muerte. Y sin embargo, nuestro mundo parece ignorar este hecho. Nuestras vidas son los ríos / que van a parar al mar, / que es el morir…” cantaba el poeta Jorge Manrique con razón, pero no con toda la razón, ya que nuestra meta no es la muerte sino la gloria. El Concilio Vaticano II dice (Gaudium et Spes 18) que  el máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. Todos los esfuer zos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.
En segundo lugarmientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte. Ahí radica nuestra esperanza.
Finalmente, hoy hacemos nuestra oración y ofrecemos el sacrificio de la Misa por nuestros hermanos difuntos. “Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado” (2 Mac 12,46). La oración por los difuntos, anclada en la más profunda tradición cristiana se funda, queridos hermanos, en dos hechos fundamentales de nuestra fe: En primer lugar, rezamos por nuestros difuntos porque creemos en la resurrección. San Pablo en su primera carta a los corintios también se hace eco del tema y dice: Cristo ha resucitado de entre los muertos, como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte. Porque lo mismo que por un hombre vino la muerte, también por un hombre ha venido la resurrección de los muertos. Y como por su unión con Adán todos los hombres mueren, así también por su unión con Cristo, todos retornarán a la vida” (1 Cor 15,20-22). En segundo lugar, rezamos por los muertos porque creemos en la comunión de los santos. Según el concilio, todos, aunque en grado y formas distintas, estamos unidos en fraterna caridad y cantamos el mismo himno de gloria a nuestro Dios. Porque todos los que son de Cristo y tienen su Espíritu crecen juntos y en El se unen entre sí, formando una sola Iglesia (cf. Ef., 4,16). Así que la unión de los peregrinos con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe; antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de los bienes espirituales” (Lumen Gentium 49). Nos sentimos unidos con los difuntos, y rezamos por ellos, al igual que ayer reconocíamos la intercesión de todos los santos por nosotros.
Para reflexionar: ¿Tengo miedo a la muerte? ¿Por qué? ¿Cómo prepararme mejor para la muerte?
Para rezar: consciente de que el Dios vivo “no ha hecho la muerte, ni se complace en el exterminio de los vivos. Él lo creó todo para que subsistiese, y las criaturas del mundo son saludables” (Sab 1,13-14), pediré hoy a Dios: Señor, prepárame a bien morir. Aumenta mi fe y mi esperanza en Ti, Cristo, mi Redentor que estás vivo y me recompensarás al final de mi vida. Que al final de mi vida encuentre tus brazos amorosos donde descansar eternamente después de mi lucha y mis fatigas por cumplir tu Santa Ley y haberte amado a ti y a mis hermanos.
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«No es humano cerrar puertas a los refugiados, pero se necesita prudencia para integrar bien»

«No es humano cerrar puertas y corazones a los refugiados», pero también se necesita prudencia para poder acoger a todos los que pueden se integrados de verdad ofreciéndoles casa, escuela y trabajo. Lo dijo Papa Francisco dialogando con los periodistas durante el vuelo de regreso de la ciudad de Malmö a Roma. «Quisiera saludarles y agradecerles por el trabajo que hicieron —dijo al inicio Francisco—; por el frío que se cogieron. Pero salimos a tiempo, dicen que hoy en la noche habrá cinco grados menos».
Cada vez más personas buscan refugio en los países europeos, pero hay reacciones de miedo. Hay quienes dicen que los refugiados pueden amenazar la identidad y el cristianismo en Europa. También Suecia comienza a cerrar las fronteras…
Como argentino y sudamericano, agradezco mucho a Suecia por esta acogida, porque muchos argentinos, chilenos, uruguayos, en la época de las dictaduras militares, fueron acogidos aquí. Tiene una larga tradición de acogida, y no solo recibiendo, sino también integrando, buscando casa, escuela y trabajo inmediatamente. Integrar en un pueblo. Tal vez me equivoco, no estoy seguro, pero Suecia tiene 9 millones de habitantes y 850 mil serían «nuevos suecos», es decir migrantes y refugiados. O sus hijos. Hay que distinguir entre migrante y refugiado. El migrante debe ser tratado con ciertas reglas, porque migrar es un derecho, pero está muy regulado. En cambio, el refugiado viene de situaciones de angustia, hambre, guerra terrible, y su estatus requiere más cuidados y más trabajo. También en esto Suecia siempre ha dado un ejemplo alojando, enseñando la lengua e integrando en la cultura. Sobre la integración de las culturas: no debemos espantarnos. Europa fue construida con una continua integración de culturas. ¿Qué pienso sobre los países que cierran las fronteras? Creo que, en teoría, no se puede cerrar el corazón a un refugiado. También está la prudencia de los gobernantes, que deben ser muy abiertos para recibirlos pero también deben hacer el cálculo de cómo poderlos alojar, porque no solo hay que recibir a un refugiado: hay que integrarlo. Si un país tiene una capacidad de integración, que haga lo que pueda. Si otro tiene más, que haga más, siempre con el corazón abierto. No es humano cerrar las puertas, no es humano cerrar los corazones, y a la larga esto se paga, se paga políticamente, como también se paga políticamente una imprudencia en los cálculos y recibiendo a más de los que pueden ser integrados. ¿Cuál es el riesgo si un migrante o un refugiado no es integrado? ¡Se guetiza! Entra a un gueto, y una cultura que no se desarrolla en una relación con la otra cultura, esto se vuelve peligroso. Creo que el peor consejero para los países que tienden a cerrar las fronteras siempre es el miedo. Y el mejor consejero es la prudencia. Hablé con un funcionario del gobierno sueco y me dijo que hay algunas dificultades, porque llegan muchos y no hay tiempo para encontrarles una casa, una escuela, un trabajo. La prudencia debe hacer este cálculo. Yo creo que si Suecia disminuye su capacidad de acogida, no lo hace por egoísmo; si hay algo de este tipo es por todo lo que dije antes… ven a Suecia, pero no hay tiempo para ayudarlos a todos.
En Suecia hay una mujer como guía de su Iglesia. ¿Es realista pensar que también habrá mujeres sacerdote en la Iglesia católica?
Leyendo un poco la historia de esta zona, en donde hemos estado, vi que hubo una reina que se quedó viuda tres veces, y dije: esta mujer es fuerte. Me dijeron: «Las mujeres suecas son muy fuertes y muy buenas…». Sobre las mujeres ordenadas: la última palabra clara fue la que dio Juan Pablo II. Y sigue siendo la misma. Las mujeres pueden hacer muchas cosas mejor que los hombres. La eclesiología católica tiene dos dimensiones, la dimensión petrina, la de los apóstoles, Pedro y el colegio, los obispos; y la dimensión mariana, que es la dimensión femenina de la Iglesia. ¿Quién es más importante en la teología y en la mística de la Iglesia? ¿Los apóstoles o María? Es María: la Iglesia es mujer. La Iglesia se casa con Jesucristo. Es un misterio esponsalicio y a la luz de este misterio se entiende el por qué de estas dos dimensiones. No existe la Iglesia sin esta dimensión femenina.
Pero, ¿nada de mujeres sacerdote?
Si usted vuelve a leer bien, la declaración de san Juan Pablo II va en esta línea.
A la vigilia del pentecostés de 2017 habrá un encuentro en el Circo Máximo para el aniversario de la renovación carismática. ¿Qué espera?
Fua ver a los evangélicos de Caserta, y después en Turín estuve con los valdenses: estas son iniciativas de reparación, de perdón, porque los católicos, parte de la Iglesia católica, no se comportó cristianamente con ellos. Había que pedir perdón y sanar heridas. La otra iniciativa es la del diálogo. En Buenos Aires tuvimos tres encuentros en el estadio con fieles evangélicos y católicos, en la línea de la renovación carismática, pero abierta. Encuentros de todo el día, durante los que predicaban un obispo evangélico y un obispo católico. En dos de estos encuentros predicó el padre Cantalamessa. También tuvimos dos retiros espirituales de tres días, con pastores y sacerdotes católicos juntos. Esto ha ayudado mucho al diálogo, a la comprensión, al acercamiento, al trabajo por los más necesitados. En Roma he tenido reuniones con algunos pastores. Se organiza una celebración por los 50 años de la renovación carismática, que nació ecuménica. Si Dios me dará vida, iré a hablar ahí, al Circo Máximo. Cuando nació la renovación carismática, uno de los más fuertes opositores fue quien les está hablando, que era provincial de los jesuitas: le prohibí a los jesuitas entrar a esto y dije que, cuando había una celebración litúrgica, tenía que ser una celebración y no una escuela de samba. Ahora pienso lo contrario, y cada año en Buenos Aires ofrecía una misa por los carismáticos. Hubo un proceso de reconocimiento del bien que ha hecho esta renovación, con la figura del cardenal Suenens…
Usted recibió hace poco tiempo al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. ¿Qué sensación le dio este encuentro y qué piensa del inicio del diálogo?
El presidente de Venezuela pidió una cita porque llegaba de Medio Oriente y hacía una escala técnica en Roma. Cuando un presidente lo pide, se le recibe. Lo escuché media hora, le hice alguna pregunta y escuché su parecer. Siempre es bueno escuchar el parecer de todos. Sobre el diálogo: es la única vía para todos los conflictos, o se dialoga o se grita. Con el corazón, le entro con todo al diálogo, creo que hay que ir por ese camino, no sé cómo va a acabar… Está Zapatero, que fue jefe del gobierno español. Ambas partes pidieron a la Santa Sede que estuviera presente. La Santa Sede designó al Nuncio en Argentina. El diálogo que favorece la negociación es el único camino para salir de los conflictos. Si esto se hubiera hecho en Medio Oriente, cuántas vidas se habrían salvado.
En Suecia la secularización es muy fuerte. Es un fenómeno que afecta a toda Europa; se estima que en Francia la mayor parte de los ciudadanos no tendrán religión. ¿La secularización es una fatalidad? ¿De quién es la responsabilidad, de los gobiernos laicos o de la Iglesia que es tímida?
¿Fatalidad? No, yo no creo en las fatalidades. ¿Quiénes son los responsables? No sabría decirlo, es un proceso. Benedicto XVI habló mucho y claramente sobre esto. Cuando la fe se vuelve tibia es porque se debilita la Iglesia. Los tiempos más secularizados (pensemos en Francia, por ejemplo), son los de la mundanización, cuando los sacerdotes eran lacayos de la corte, había un funcionalismo clerical, faltaba la fuerza del Evangelio. En tiempos de secularización podemos decir que hay alguna debilidad en la evangelización. Pero también hay otro proceso, cuando el hombre recibe el mundo de Dios para hacerlo cultura, para hacer que crezca. Pero, en determinado momento, el hombre se siente tan padrón de esa cultura que comienza a hacer él el creador de otra cultura, pero propia, y ocupa el sitio de Dios creador. En la secularización, creo que antes o después se llega al pecado contra Dios creador, el hombre autosuficiente. No es un problema de laicismo: se necesita un sano laicismo, la sana autonomía de las ciencias, del pensamiento, de la política. Otra cosa es un laicismo como el que nos dejó como herencia la Ilustración… Quien va más allá de los límites y se siente Dios; hay una debilidad en la evangelización, los cristianos se vuelven tibios. Es necesario retomar una saludable autonomía en el desarrollo de la cultura y de la ciencia, pero siendo criaturas, sin sentirse Dios. El cardenal De Lubac dijo que cuando en la Iglesia entra esta mundanidad es peor de lo que sucedió en la época de los Padres corruptos. Jesús, cuando reza por todos nosotros en la Última cena, pide una cosa al Padre: que no nos quite del mundo, sino que nos defienda del mundo, de la mundanidad, que es peligrosísima: una secularización un poco maquillada o disfrazada, un poco «lista para llevar».
Hace algunos días usted se reunió con el Grupo Santa Marta, que se ocupa de contrarrestar la esclavitud y del tráfico de seres humanos. ¿Por qué? ¿Tuvo alguna experiencia en Argentina?
Cuando era cura siempre tenía esta inquietud de la carne de Cristo, el hecho de que Cristo continúa sufriendo, que Cristo es crucificado constantemente en sus hermanos más débiles. Siempre me ha conmovido. Como cura, trabajé en pequeñas cosas, con los pobres, pero no exclusivamente: también trabajaba con universitarios. Después, como obispo de Buenos Aires, hicimos iniciativas contra la esclavitud en el trabajo también con grupos de no católicos y de no creyentes. Llegan migrantes y les quitan el pasaporte y los ponen a hacer trabajo esclavo. He trabajado con dos congregaciones de monjas que se ocupan de prostitutas, mujeres esclavas de la prostitución (no me gusta decir prostitutas: esclavas de la prostitución). Una vez al año hacíamos una misa para estas mujeres… Trabajábamos juntos y aquí en Italia hay muchos grupos de voluntariado que trabajan contra cualquier forma de esclavitud. Hace algunos meses visité una de estas organizaciones. Se trabaja bien, no me lo hubiera imaginado. Es una cosa bella que tiene Italia, el voluntariado, y esto se debe a los párrocos: el oratorio y el voluntariado nacieron del celo apostólico de los párrocos.
Andrea Tornielli/Vatican Insider
Alfa y Omega

2 de noviembre: Conmemoración de los fieles difuntos

Hoy son multitudes las que van y vienen a los cementerios que están durante todo el día llenos. En los alrededores hay puestos de flores con cantidad de ofrecimientos para adornar siquiera sea por fuera las tumbas y nichos de los seres queridos. Hasta la Iglesia premia determinadas actitudes de los fieles con indulgencias aplicables a los muertos.
Se lee en cada tumba RIP –DEPA en versión moderna hispana– bien como oración que indica deseo vehemente, bien como afirmación. Al cristiano, ese fonema –iniciales de Requiescat in pace en latín o de Descanse en paz en castellano– le suena a oración con tintes de esperanza al recordar lo bueno realizado en vida por el muerto y teniendo muy presente lo mucho que abarca la misericordia de Dios; desde la increencia solo suena a voz hueca expresiva de la quietud del muerto, del profundo silencio del cementerio considerado como su última morada y juzgando la separación pretérita como una «pérdida irreparable».
Sin querer, se mezcló la mentalidad pagana: terror y ambiente macabro. Corrupción, abandono y soledad. Vino el espíritu tenebroso del Renacimiento que resumía su pensamiento al respecto con calaveras, tibias cruzadas y columnas rotas como iconografía ridícula, válida para animales cuyo ser muere en su totalidad, y no para el cristiano, que vive esperando su resurrección y hace de su propia muerte el acto humano capital de entrega al Creador, sin dudosa improvisación, adiestrado por las continuas entregas diarias.
Contemplar el hecho de la muerte a lo pagano se hace irresistible para una sociedad hedonista que bien querría eliminar de raíz su recuerdo. Se contempla a diario que va en auge y tomando cuerpo el «piadoso» ocultamiento casi sistemático del cadáver como si el muerto hubiera hecho algo muy malo o vergonzoso al morirse; como si el muerto fuera algo que es preciso disimular en el tanatorio –sin mortaja a la vista– y con velatorio breve y de compromiso.
También se aprecia que la frecuente dificultad de pagar costos elevados por la muerte del familiar tiene gran parte de la culpa de que se haya borrado tan pronto la memoria de muchos muertos, o se borrará en breve, y consecuentemente desaparecen también los posibles sufragios; el tarro de las cenizas que entregaron al poco de la incineración se conservó en el sitio de honor de la casa el tiempo que duraron las lágrimas, luego llegó a estorbar porque los vecinos decían que era algo macabro, fue pasando a lugares menos dignos hasta que las cenizas se espolvorearon en el campo con hipócrita manifestación romántica y sentimentaloide, o sencillamente acabaron en el contenedor de la basura una buena noche.
Una ineludible interrogación está en la cabeza de los que creemos y también ronda en el pensamiento de los que aún conservan un recuerdo, aunque sea débil y lejano, de la existencia del más allá. ¿Están ya en la Patria los muertos motivo del recuerdo o han de purificarse todavía?
La celebración de «los que nos han precedido con el signo de la fe» comenzó con san Odilón de Cluny y se extendió por toda la Iglesia. No deja lugar a duda: Son los cristianos muertos los que motivan hoy nuestro rezo. Con los testimonios bíblicos veterotestamentarios, la fe y práctica de la Iglesia católica confiesa como verdad perteneciente a la fe la existencia del Purgatorio, ese misterioso ámbito, más allá de esta vida, donde se realiza la purificación previa a la gozosa y definitiva proyección hacia la beatitud.
La muerte, ¿esqueleto con guadaña? Los fieles difuntos no se evocan entre las brumas otoñales como un signo de muerte, sino de gozo por la segura, aunque retardada, conquista de la eternidad con Dios. La muerte no abre las puertas de la nada, sino de la plenitud de la vida, no hay otra visión posible desde la fe.
El libro del Éxodo narra la salida del Pueblo de la esclavitud con el apoteósico paso del mar Rojo donde termina el enemigo; luego vinieron la Alianza, el maná y camino largo sembrado de dificultades por el inhóspito desierto donde se hace resplandecer el cariño de Dios, la esperanza de la tierra prometida y su posesión. Encierra con su tipología un formidable paso de lo transitorio a lo estable que podría servir para explicar lo que pasa el día en que se conmemora a los fieles difuntos e incluso para revitalizar el espíritu cristiano ante la muerte, porque así es el comienzo y fin de la vida del cristiano.
Muchas cosas convendría revisar porque no pocas veces viene precedida la muerte de la falsa y burguesa idea de no facilitar la presencia del sacerdote con pretextos erróneos de respeto a la intimidad del moribundo y de sus deudos. La debilidad de la fe y el falso sentimiento de piedad hacia el agonizante impiden, en casos cada vez más frecuentes, recibir el perdón de los pecados con el sacramento de la Confesión y las mejores disposiciones ante la ruptura próxima con el sagrado signo de la Unción.
El bautizado vibra con agrado y consuelo por la comunión del Cuerpo de Cristo tomada como Viático, porque sabe que recibe al Buen Pastor –frecuente motivo evangélico en las catacumbas, pensado por los primeros cristianos–. Se siente amparado por los santos y sus méritos en su definitivo paso a la eternidad, apoyado por la Virgen María y rodeado de quienes, queriéndole, le despiden con los honores del que terminó su pelea. Sí, el Rosario y las Letanías son como las salvas de honor. ¡Cómo no besar la imagen del crucifijo redentor en la hora postrera, cuando se unen y compenetran la iglesia de la tierra, la del purgatorio y la del cielo!
Pedimos hoy que se abrevie la dolorosa impaciencia de poseer el Bien seguro y cierto, que la ansiada Luz ilumine ya sus tinieblas esperanzadas y que sean nuestros valedores cuando caminamos.
Archimadrid.org
Alfa y Omega

Jesús, dando un fuerte grito, expiró


Lectura del santo Evangelio según san Marcos 15,33-39;16,1-6
Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta media tarde.
Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: "Eloí, Eloí, lamá sabaktaní". (Que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?")
Algunos de los presentes, al oírlo, decían: "Mira, está llamando a Elías." Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: "Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo."
Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: "Realmente este hombre era Hijo de Dios."
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: "¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?"
Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: "No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron."
Palabra del Señor

Homilía del Papa: Alcancemos la santidad en la unidad

Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. Recordamos así, no sólo a aquellos que han sido proclamados santos a lo largo de la historia, sino también a tantos hermanos nuestros que han vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor, en medio de una existencia sencilla y oculta. Seguramente, entre ellos hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos.
Celebramos, por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que, tal vez, no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales.
Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta hacia la patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una gran muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea.
Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor.
La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y nos enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa. Ellas realizaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos.
Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su país, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios.
Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos...
Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida.
Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con su vida y su intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos a otros para hacernos santos. Ayudarnos a hacernos santos. Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar unidos para llevarla a plenitud.
A nuestra Madre del cielo, Reina de todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad.
(from Vatican Radio)