domingo, 6 de septiembre de 2015

Francisco pide a obispos, parroquias, monasterios y santuarios de Europa que acojan a una familia de refugiados

El Evangelio nos llama a dar una esperanza concreta, no solamente pedirles valor y paciencia.

Porque "la misericordia es el segundo nombre del amor", el Papa Francisco pidió "un gesto concreto" durante el rezo del Angelus de hoy. "Que cada parrroquia, cada comunidad religiosa, cada monasterio, cada monasterio de Europa,acoja a una familia de prófugos, comenzando por mi diócesis de Roma", señaló el Papa, quien también pidió lo propio a "mis hermanos obispos de Europa".
Decenas de miles de seres humanos huyen "de la guerra y del hambre", recordó el Papa, quien señaló que "la esperanza cristiana es combativa". "Frente a la tragedia de decenas de miles de prófugos, que huyen de la muerte por la guerra y por el hambre, y están en camino hacia una esperanza de vida, el Evangelio nos llama, nos pide ser prójimos de los más pequeños y abandonados, a darles una esperanza concreta, no solamente pedirles valor y paciencia", sostuvo el pontífice, que apunta esta acción como preludio al Jubileo de la Misericordia.
La petición del Papa supondrá que la gran mayoría de los refugiados que han llegado en las últimas semanas a Europa puedan ser acogidos en instituciones de la Iglesia. En esta ocasión, la respuesta de la Iglesia ha sido rotunda: de acogida y misericordia. Las dos parroquias del Vaticano también acogerán a una familia, y no es de extrañar que el propio Francisco reciba en Santa Marta a algunos de estos hombres y mujer.
Francisco también se dirigió, en español, a las autoridades de Venezuela y Colombia,que en los últimos días han visto crecer la tensión en sus fronteras. "En estos días -dijo- los obispos de Venezuela y Colombia se han reunido para examinar juntos la dolorosa situación que ha creado en la frontera entre ambos países. Veo en este ecuentro un claro signo de esperanza. Invito a todos, en particular a los amados pueblos venezolano y colombiano a rezar para que con un espíritu de solidaridad se puedan superar las actuales dificultades".
El Pontífice también tuvo un recuerdo para el aniversario de la muerte de Madre Teresa de Calcuta y para la beatificación que tuvo lugar ayer en Gerona. Las tres religiosas "muertas por fidelidad a Cristo y a la Iglesia. No obstante las amenazas, permanecieron valientemente en su lugar para asistir a los enfermos confiando en Dios". "Que su heroico testimonio dé fuerza y esperanzas por cuantos son perseguidos hoy a causa de la fe de Cristo. Y nosotros sabemos que hay muchos", concluyó Bergoglio.
Durante el Angelus, el Papa se refirió al Evangelio de Marcos en el capítulo 7, del domingo 6 de setiembre de 2015. La sordera "expresa la incapacidad de escuchar y de comprender no solamente las palabras de los hombres, sino también la Palabra de Dios", explicó.
Francisco afirmó que "Dios no está cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita diferencia entre él y nosotros, y viene a nuestro encuentro... Jesús es el gran constructor de puentes. Construye en sí mismo el gran puente de la comunión plena con el Padre".
El Sucesor en la Cátedra de Pedro dijo que "muchas veces nosotros estamos replegados en nosotros mismos y creamos tantas islas inaccesibles e inhabitables", incapaces de apertura recíproca "en la pareja cerrada, en la familia cerrada, en el grupo cerrado, en la parroquia cerrada, en la patria cerrada, y esto no es de Dios".

Y el Vicario de Cristo proclamó que precisamente "en el origen de nuestra vida cristiana, en el Bautismo, están los gestos y esta palabra de Jesús: "¡Effatá!, ¡Abrete!". Y el milagro se realiza: Somos curados de la sordera del egoísmo y del mutismo de la cerrazón en sí mismos, y fuimos inseridos en la gran familia de la Iglesia. Podemos ecuchar a Dios que nos habla y comunicar su Palabra a cuantos no la han escuchado, o a quienes la han olvidado o sepultado bajo las espinas de las preocupaciones y de los engaños del mundo".

«SOBRE LOS GRADOS DE LA CONTEMPLACIÓN» San Bernardo.

Vigilemos en pie, apoyándonos con todas nuestras fuerzas en la roca firmísima que es Cristo, como está escrito: Afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos. Apoyados y afianzados en esta forma, veamos qué nos dice y qué decimos a quien nos pone objeciones. Amadísimos hermanos, éste es el primer grado de la contemplación: pensar constantemente qué es lo que quiere el Señor, qué es lo que le agrada, qué es lo que resulta aceptable en su presencia. Y, pues todos faltamos a menudo, y nuestro orgullo choca contra la rectitud de la voluntad del Señor, y no puede aceptarla ni ponerse de acuerdo con ella, humillémonos bajo la poderosa mano del Dios altísimo y esforcémonos en poner nuestra miseria a la vista de su misericordia, con estas palabras: Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame y quedaré a salvo. [...]

En estos dos grados está todo el resumen de nuestra vida espiritual: Que la propia consideración ponga quietud y tristeza en nuestra alma, para conducir a la salvación, y que nos hallemos como en nuestro elemento en la consideración divina, para lograr el verdadero consuelo en el gozo del Espíritu Santo. Por el primero, nos fundaremos en el santo temor y en la verdadera humildad; por el segundo, nos abriremos a la esperanza y al amor.


De los sermones de san Bernardo, abad
(Sermón 5 sobre diversas materias, 4-5: Opera omnia, edición cisterciense, 6,1 [1970] 103-104)
Fuente: News.va

LLAMADOS A LA CONFIANZA

Quizá no sea tu caso, pero es muy posible que el comienzo del mes de septiembre sea para muchos el momento de reiniciar las tareas, de comenzar el curso escolar, de retornar de los días pasados en la montaña, en el medio rural, o junto al mar. En cualquier caso, a todos, en algún momento de la vida nos puede asaltar la pereza y el bloqueo ante el trabajo que tenemos por delante. De aquí que nos venga bien la lectura del profeta Isaías: “Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará».” (Isa 34, 4)
Hace poco he practicado los Ejercicios Espirituales, y en una de las meditaciones contemplaba la opción de Jesucristo de venir a nuestro lado, de ser nuestro compañero de camino. Pocas certezas hay mayores que la que nos da la afirmación bíblica sobre la fidelidad divina. El salmista nos asegura: “El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos” (Sal 145).
Ante el mensaje optimista y esperanzado que ofrece la Liturgia de la Palabra de este domingo, cabe la reacción, aparentemente honesta, de resistirse, porque uno se siente débil, pecador, pequeño. Y ante esta posible reacción, que encubre amor propio y cierta soberbia, el Apóstol Santiago argumenta: “¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?” (Sant 2, 5).
Déjate acompañar, perdonar, curar. Jesús abre los ojos al ciego, devuelve la capacidad auditiva al sordo, y el habla al mundo. En una frase apodíctica del Evangelio que hoy se proclama, se resume el quehacer del Señor: “Todo lo ha hecho bien” (Mc 1, 37).
Normalmente, aplicamos la Palabra a nuestra vida, pero también cabe personalizar el texto, y asumir que también nosotros estamos llamados a pasar por nuestro mundo haciendo el bien, y siendo motivo de esperanza para muchos. ¡Cuántas veces depende de nuestra actitud y del modo como nos situemos ante los acontecimientos, que los que nos rodean sientan fuerza, ánimo, alegría e ilusión!
De ti y de mi depende que en nuestros ambientes más cercanos se experimente la certeza de la Palabra, porque somos fortaleza para los débiles, y manos alargadas en servicio de quienes lo necesitan.
Todo gesto solidario, toda sonrisa que envíes, el menor acto bondadoso que podamos tener, se convierten en semilla de esperanza y en confirmación de la fidelidad de Dios, pues Él nos hace mediación suya para los más necesitados.


Curar nuestra sordera

Los profetas de Israel usaban con frecuencia la «sordera» como una metáfora provocativa para hablar de la cerrazón y la resistencia del pueblo a su Dios. Israel «tiene oídos pero no oye» lo que Dios le está diciendo. Por eso, un profeta llama a todos a la conversión con estas palabras: «Sordos, escuchad y oíd».

En este marco, las curaciones de sordos, narradas por los evangelistas, pueden ser leídas como «relatos de conversión» que nos invitan a dejarnos curar por Jesús de sorderas y resistencias que nos impiden escuchar su llamada al seguimiento. En concreto, Marcos ofrece en su relato matices muy sugerentes para trabajar esta conversión en las comunidades cristianas.

·El sordo vive ajeno a todos. No parece ser consciente de su estado. No hace nada por acercarse a quien lo puede curar. Por suerte para él, unos amigos se interesan por él y lo llevan hasta Jesús. Así ha de ser la comunidad cristiana: un grupo de hermanos y hermanas que se ayudan mutuamente para vivir en torno a Jesús dejándose curar por él.

·La curación de la sordera no es fácil. Jesús toma consigo al enfermo, se retira a un lado y se concentra en él. Es necesario el recogimiento y la relación personal. Necesitamos en nuestros grupos cristianos un clima que permita un contacto más íntimo y vital de los creyentes con Jesús. La fe en Jesucristo nace y crece en esa relación con él.

·Jesús trabaja intensamente los oídos y la lengua del enfermo, pero no basta. Es necesario que el sordo colabore. Por eso, Jesús, después de levantar los ojos al cielo, buscando que el Padre se asocie a su trabajo curador, le grita al enfermo la primera palabra que ha de escuchar quien vive sordo a Jesús y a su Evangelio: «Ábrete».

Es urgente que los cristianos escuchemos también hoy esta llamada de Jesús. No son momentos fáciles para su Iglesia. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad. Sería funesto vivir hoy sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena Noticia, no captar los signos de los tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera. La fuerza sanadora de Jesús nos puede curar.
José Antonio Pagola


«VAMOS A SUBIR AL MONTE DEL SEÑOR» SAN AGUSTÍN.


Mira a aquel cuyas manos y pies fueron traspasados por los clavos, cuyos huesos pudieron contarse cuando pendía en la cruz, cuyas vestiduras fueron sorteadas; mira cómo reina ahora el mismo que ellos vieron pendiente de la cruz. Ve cómo se cumplen aquellas palabras: Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Y, viendo esto, exclama lleno de gozo: Lo que habíamos oído lo hemos visto. Con razón se aplican a la Iglesia llamada de entre los gentiles las palabras del salmo: Escucha, hija, mira: olvida tu pueblo y la casa paterna. Escucha y mira: primero escuchas lo que no ves, luego verás lo que escuchaste. Un pueblo extraño —dice otro salmo— fue mi vasallo; me escuchaban y me obedecían. Si obedecían porque escuchaban es señal de que no veían. 

¿Y cómo hay que entender aquellas palabras: Verán algo que no les ha sido anunciado y entenderán sin haber oído? Aquellos a los que no habían sido enviados los profetas, los que anteriormente no pudieron oírlos, luego, cuando los oyeron, los entendieron y se llenaron de admiración. Aquellos otros, en cambio, a los que habían sido enviados, aunque tenían sus palabras por escrito, se quedaron en ayunas de su significado y, aunque tenían las tablas de la ley, no poseyeron la heredad. [...]

No se engrían los que dicen: El Mesías está aquí o está allí. El que dice: Está aquí o está allí induce a división. Dios ha prometido la unidad: los reyes se alían, no se dividen en facciones. 


De los comentarios de san Agustín, obispo, sobre los salmos
(Salmo 47, 7: CCL 38, 543-545)

Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.


Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7, 31-37

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:


–Effetá, esto es: Ábrete.

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

–Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.