Quizá no sea tu caso, pero es muy posible que el comienzo del mes de
septiembre sea para muchos el momento de reiniciar las tareas, de comenzar el
curso escolar, de retornar de los días pasados en la montaña, en el medio rural,
o junto al mar. En cualquier caso, a todos, en algún momento de la vida nos
puede asaltar la pereza y el bloqueo ante el trabajo que tenemos por delante.
De aquí que nos venga bien la lectura del profeta Isaías: “Decid a los cobardes
de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite,
viene en persona, resarcirá y os salvará».” (Isa 34, 4)
Hace poco he practicado los Ejercicios Espirituales, y en una de las
meditaciones contemplaba la opción de Jesucristo de venir a nuestro lado, de
ser nuestro compañero de camino. Pocas certezas hay mayores que la que nos da
la afirmación bíblica sobre la fidelidad divina. El salmista nos asegura: “El
Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos” (Sal
145).
Ante el mensaje optimista y esperanzado
que ofrece la Liturgia de la Palabra de este domingo, cabe la reacción,
aparentemente honesta, de resistirse, porque uno se siente débil, pecador,
pequeño. Y ante esta posible reacción, que encubre amor propio y cierta soberbia,
el Apóstol Santiago argumenta: “¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del
mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que
lo aman?” (Sant 2, 5).
Déjate acompañar, perdonar, curar. Jesús
abre los ojos al ciego, devuelve la capacidad auditiva al sordo, y el habla al
mundo. En una frase apodíctica del Evangelio que hoy se proclama, se resume el
quehacer del Señor: “Todo lo ha hecho bien” (Mc 1, 37).
Normalmente, aplicamos la Palabra a
nuestra vida, pero también cabe personalizar el texto, y asumir que también
nosotros estamos llamados a pasar por nuestro mundo haciendo el bien, y siendo
motivo de esperanza para muchos. ¡Cuántas veces depende de nuestra actitud y
del modo como nos situemos ante los acontecimientos, que los que nos rodean
sientan fuerza, ánimo, alegría e ilusión!
De ti y de mi depende que en nuestros
ambientes más cercanos se experimente la certeza de la Palabra, porque somos
fortaleza para los débiles, y manos alargadas en servicio de quienes lo
necesitan.
Todo gesto solidario, toda sonrisa que
envíes, el menor acto bondadoso que podamos tener, se convierten en semilla de
esperanza y en confirmación de la fidelidad de Dios, pues Él nos hace mediación
suya para los más necesitados.
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