Jesús no
condena la riqueza sino el apego a la riqueza que divide a las familias y
provoca las guerras. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de
la Misa matutina celebrada en la
capilla de la Casa de Santa Marta.
El apego a las riquezas es una idolatría
El Papa Francisco recordó que no es posible “servir a dos
patrones”: o se sirve a Dios o a la riqueza. Jesús “no
está contra las riquezas en sí mismas”, sino que advierte ante el hecho de
poner la propia seguridad en el dinero que puede hacer de la “religión una
agencia de seguros”. Además, el apego al dinero divide, como dice el Evangelio
que refiere acerca de los “dos hermanos que pelean por la herencia”:
“Pero pensamos nosotros en cuántas familias conocemos que han
peleado, pelean, no se saludan, se odian por una herencia. Y éste es uno de los
casos. El amor de la familia, el amor de los hijos, de los hermanos, de los
padres no es más importante, no, es el dinero. Y esto destruye. También las
guerras, las guerras que hoy vemos. Sí, hay un ideal, pero detrás está el
dinero: el dinero de los traficantes de armas, el dinero de aquellos que se
aprovechan de la guerra. Y ésta es una familia, pero todos – estoy seguro
– todos conocemos al menos a una familia dividida por este motivo. Y Jesús es
claro: ‘Presten atención y estén lejos de toda codicia: es peligroso’. La
codicia. Porque nos da esta seguridad que no es verdadera y te lleva sí a
rezar – tú puedes rezar, ir a la Iglesia – pero también a tener el
corazón apegado, y, al final, termina mal”.
Jesús relata la parábola de un hombre rico, “un buen empresario”,
cuyo “campo había producido tan abundantemente” que “estaba lleno de riquezas”…
“… Y en lugar de pensar: ‘Compartiré esto con mis obreros, con mis
empleados, para que también ellos tengan un poco más para sus familias’,
razonaba para sí: ‘¿Qué haré, puesto que no tengo dónde poner mi cosecha? Ah,
haré así: demoleré mis depósitos y construiré otros más grandes’. Cada vez más.
La sed del apego a las riquezas no termina jamás. Si tú tienes el corazón
apegado a la riqueza – cuando tienes tantas – quieres más. Y éste es el dios de
la persona que se apega a las riquezas”.
El camino de la salvación – afirmó el Papa – es el de las
Bienaventuranzas: “la primera es la pobreza de espíritu”, es decir, no estar
apegado a las riquezas que – si se las poseen – deben estar “al servicio
de los demás, para compartir, para que tanta gente vaya adelante”.
Y el signo de que no tenemos “este pecado de idolatría” es dar
limosna, es dar “a aquellos que tienen necesidad” y dar no de lo superfluo sino
de lo que me cuesta “alguna privación” porque tal vez “sea necesario para mí”.
“Eso es un buen signo. Eso significa que es más grande el amor a Dios que el
apego a las riquezas”. Por tanto, hay tres preguntas que podemos hacernos, dijo
Francisco:
“Primera pregunta: ‘¿Doy?’. Segunda: ‘¿Cuánto doy?’. Tercera
pregunta: ‘¿Cómo doy? ¿Cómo da Jesús, con la caricia del amor o como quien paga
un impuesto? ¿Cómo doy?’. ‘Pero padre, ¿qué quiere decir usted con esto?’.
Cuando tú ayudas a una persona, ¿la miras a los ojos? ¿Le tocas la mano? Es la
carne de Cristo, es tu hermano, tu hermana. Y tú en aquel momento eres como el
Padre que no permite que le falte el alimento a los pajaritos del Cielo. Con
cuánto amor da el Padre. Pidamos al Señor la gracia de estar libres de esta
idolatría, el apego a las riquezas; la gracia de mirarlo a Él, tan rico en su
amor y tan rico en su generosidad, en su misericordia; y la gracia de ayudar a
los demás con el ejercicio de la limosna, pero como lo hace Él. ‘Pero, padre,
Él no se ha privado de nada…’. Jesucristo, siendo igual a Dios, se privó de
esto, se abajó, se aniquiló, y también Él se ha privado”.
(María Fernanda
Bernasconi - RV).