''No es fácil acercarse a un enfermo. Las cosas más bonitas de la vida y las cosa más miserables se reservan, se esconden. El amor más grande, uno intenta esconderlo por pudor, y las cosas que muestran nuestra miseria humana, también intentamos esconderlas por pudor''. Con estas palabras se dirigió el Papa a los enfermos que encontró en la Basílica del Jesús Nuevo y así explicó que para encontrar a un enfermo hay que ir hasta él, porque el pudor de la vida lo esconde. ''Cuando nos encontramos con enfermedades que marcan toda una vida -añadió- preferimos esconderlas, porque ir a encontrar al enfermo es ir a encontrar nuestra propia enfermedad, esa que llevamos dentro. Es tener la valentía de decirse a uno mismo, ''yo también tengo alguna enfermedad en el corazón, en el alma, en el espíritu. Yo también soy un enfermo espiritual''.
Francisco habló del misterio de la enfermedad. Cómo Dios nos ha creado para cambia el mundo y para dominar la Creación, pero cuando nos encontramos ante un enfermo al que se le impide todo esto, sólo nos podemos acercar a él si nos acostumbramos a mirar el Crucifijo, porque sólo ahí está la explicación de este fracaso humano, de esa enfermedad para toda la vida''.
''Si no podéis entender al Señor -dijo a los enfermos presentes- pido al Señor que os haga entender dentro del corazón que sois la carne viva de Cristo''. Asimismo, a los voluntarios Francisco les agradeció el que utilizaran su tiempo ''para acariciar la carne Cristo, sirviendo al Cristo Crucificado vivo'', y a los médicos y enfermeras por no hacer de su profesión un negocio, ya que ''cuando la medicina se transforma en comercio -añadió- pierde el núcleo de su vocación''. Por último pidió a todos los cristianos de la diócesis de Nápoles ''no olvidar lo que Jesús nos pidió y por lo que seremos juzgados: ''Estaba enfermo y me visitasteis''. ''Los enfermos sufren, reflejan el sufrimiento de Cristo, -finalizó- no hay que tener miedo de acercarse a Cristo que sufre''.