martes, 9 de febrero de 2016

El Papa a los confesores: Sean hombres de perdón, de reconciliación, de paz

En la liturgia de hoy hay dos actitudes. Una actitud de grandeza ante Dios que se expresa en la humildad y otra actitud de mezquindad que viene descripta por el mismo Jesús, de cómo hacían los doctores de la ley, que todo era preciso, pero dejaban de parte la ley para hacer sus pequeñas tradiciones.
La tradición de los capuchinos es una tradición de perdón, de dar el perdón, entre ustedes hay tantos buenos confesores, porque se sienten pecadores. Y delante de la grandeza del Señor rezan: “escúchame Señor”. Y porque saben rezar así saben perdonar.
En cambio cuando uno se olvida de la necesidad de perdón, lentamente se olvida de Dios y se olvida de pedir perdón y no sabe perdonar. El humilde que se siente pecador es un buen perdonador en el confesionario. El otro, como estos doctores de la ley, solamente sabe condenar. Yo les hablo como hermano y en ustedes les quisiera hablar a todos los confesores. El confesionario es para perdonar y si tú no puedes dar la absolución, hago esta hipótesis, por favor no maltratarlos. Aquel que viene, viene a buscar fortaleza, perdón, paz. Que encuentre un padre que lo abrace y le diga Dios te quiere y que se lo haga sentir. Siento decirlo: cuánta gente dice yo no voy más a confesarme porque una vez me hicieron todas estas preguntas. 
Pero ustedes tienen esta tradición de perdonar. Yo conocí un hombre capuchino, de gobierno, superior, después de 70 años fue enviado a un santuario a confesar y este hombre tenía una fila grande de gente para perdonar.  Un gran perdonador. Siempre encontraba el modo de perdonar o, al menos, de dejar en paz el corazón. Una vez me dijo: “vos, sos obispo y yo pienso que perdono demasiado. Tengo escrúpulos”. Le pregunté “¿qué hacés cuando te sentís así?” Y me dijo: “voy delante del tabernáculo y le digo: Señor hoy he perdonado demasiado pero fuiste tú el que me da el mal ejemplo”. He aquí: Sean hombres de perdón, de reconciliación, de paz.
Son tantos los lenguajes. Está el lenguaje de las palabras y el de los gestos Si una persona se acerca a mí en el confesionario es porque quiere cambiar y lo dice con el gesto de acercarse. No es necesario hacer las preguntas. Y si una persona viene, es porque en su ánimo no quiere hacerlo más. Pero tantas veces no pueden porque están condicionados por su vida, su sicología, su situación. Hay que tener un corazón amplio y dar el perdón. Es una semilla, una caricia de Dios. No caer en el pelagianismo. Ustedes tienen este carisma del perdón, retómenlo. Hay que renovarlo siempre. Sean grandes perdonadores. Porque el que no sabe perdonar es un gran condenador. Y quien es el gran acusador en el Biblia, el Diablo. En cambio Jesús tantas horas de oración y de escuchar a la gente como san Pió y san Leopoldo, aquí. Esto que les digo a ustedes, se los digo a todos los confesores. Si no saben hacerlo bien, que hagan otra cosa. Pidan esta gracia, yo la pido para ustedes, para todos los confesores, también por mí
Traducción jesuita Guillermo Ortiz - Radio Vaticana


Quiero darte gracias, Señor y Rey.


Quiero darte gracias, Señor y Rey, y alabarte, Dios, mi salvador. Yo doy gracias a tu Nombre, porque tú has sido mi protector y mi ayuda, y has librado mi cuerpo de la perdición, del lazo de la lengua calumniadora y de los labios que traman mentiras. 
Frente a mis adversarios, tú has sido mi ayuda y mes has librado, según la grandeza de tu misericordia y de tu Nombre, de las mordeduras de los que iban a devorarme, de la mano de los que querían quitarme la vida, de las muchas aflicciones que padecía, del fuego sofocante que me cercaba, de las llamas que yo no había encendido, de las entrañas profundas del Abismo, de la lengua impura, de la palabra mentirosa, y de las flechas de una lengua maligna. 
Mi alma estaba al borde de la muerte, mi vida había descendido cerca del Abismo.
Me cercaban por todas partes y nadie me socorría, busqué el apoyo de los hombres y no lo encontré.

Entonces, me acordé de tu misericordia, Señor, y de tus acciones desde los tiempos remotos, porque tú libras a los que esperan en ti y los salvas de las manos de sus enemigos.
Eclesiastico 51, 1-8

"Hermano Francisco: te esperamos como el Mensajero de la Misericordia y de la Paz"



Hermano Francisco: Esperamos con gozo tu visita a nuestro Pueblo Mexicano. Te esperamos como el Mensajero de la Misericordia y de la Paz. Estaremos atentos a tus mensajes que siempre nos inspiran a vivir el compromiso de trabajar para que el Reino de Dios acontezca en el mundo en el que vivimos.
Son muchas las heridas que como pueblo mexicano tenemos. Las que más nos duelen son la pobreza de la mayoría, el 75%, y la violencia que ha sumido en el dolor a tantos hogares, que han perdido a uno o varios miembros de su familia. Tenemos la esperanza de que con nuestras pequeñas acciones vayamos construyendo una sociedad en la que vivamos la fraternidad y la justicia. En eso estamos comprometidos.
A nuestra Iglesia Mexicana nos hace falta más espíritu profético para anunciar los signos que el Señor va poniendo en nuestra historia y para denunciar el sistema de dominación, explotación que mata a los pobres y excluidos. Es profundo el sentido de fe de nuestro pueblo que expresa en la Religiosidad Popular, el amor a Dios y a la Virgen de Guadalupe.
Las Comunidades Eclesiales de Base nos esforzamos por vivir el modelo de Iglesia al que nos invitas continuamente: Una Iglesia en salida a las periferias existenciales y geográficas, una Iglesia pobre y de los pobres. Una Iglesia en lucha contra del deterioro de Nuestra Casa Común. Tenemos conciencia de que la causa de los pobres y el cuidado de nuestro Planeta van de la mano y no pueden separarse.
 Damos gracias a Dios que te haya dado sabiduría y fortaleza para señalarnos el camino que conduce a un mundo nuevo donde reine la paz y la justicia. ¡Cuánto nos iluminan tus palabras y nos animan tus gestos de amor por el pueblo pobre!
Agradecemos tu cariño a la Virgen de Guadalupe y hacia el pueblo mexicano.
Queremos que tu visita nos llene de fortaleza y de gozo, que da el hacer vida la Palabra del Señor. Que tu paso por nuestro pueblo deje muchos frutos de igualdad y solidaridad.
¡Te esperamos con los brazos abiertos! Fraternalmente.

(Comunidades de Base de México, en RyL)

Comentario al Evangelio según San Marcos 7,1-13 por el papa Francisco

El Evangelio de hoy presenta una disputa entre Jesús y algunos fariseos y escribas. La discusión se refiere al valor de la «tradición de los antepasados» (Mc7, 3) que Jesús, refiriéndose al profeta Isaías, define «preceptos humanos» y que nunca deben ocupar el lugar del «mandamiento de Dios».
Las antiguas prescripciones en cuestión comprendían no sólo los preceptos de Dios revelados a Moisés, sino también una serie de dictámenes que especificaban las indicaciones de la ley mosaica.
Los interlocutores aplicaban tales normas de manera muy escrupulosa y las presentaban como expresión de auténtica religiosidad. Por eso recriminan a Jesús y a sus discípulos la transgresión de éstas, en particular las que se refieren a la purificación exterior del cuerpo.
La respuesta de Jesús tiene la fuerza de un pronunciamiento profético: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios —dice— para aferraros a la tradición de los hombres».
Son palabras que nos llenan de admiración por nuestro Maestro: sentimos que en Él está la verdad y que su sabiduría nos libra de los prejuicios.
Pero ¡atención! Con estas palabras, Jesús quiere ponernos en guardia también a nosotros, hoy, del pensar que la observancia exterior de la ley sea suficiente para ser buenos cristianos.
Como entonces para los fariseos, existe también para nosotros el peligro de creernos en lo correcto, o peor, mejores que los demás por el sólo hecho de observar las reglas, las costumbres, aunque no amemos al prójimo, seamos duros de corazón, soberbios y orgullosos.
La observancia literal de los preceptos es algo estéril si no cambia el corazón y no se traduce en actitudes concretas: abrirse al encuentro con Dios y a su Palabra, buscar la justicia y la paz, socorrer a los pobres, a los débiles, a los oprimidos.
Todos sabemos, en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, en nuestros barrios, cuánto daño hacen a la Iglesia y son motivo de escándalo, las personas que se dicen muy católicas y van a menudo a la iglesia, pero después, en su vida cotidiana, descuidan a la familia, hablan mal de los demás, etc. Esto es lo que Jesús condena porque es un anti-testimonio cristiano. (…)
Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen Santa, que nos dé un corazón puro, libre de toda hipocresía. Este es el adjetivo que Jesús da a los fariseos: «hipócritas», porque dicen una cosa y hacen otra. Un corazón libre de toda hipocresía, para que así seamos capaces de vivir según el espíritu de la ley y alcanzar su finalidad, que es el amor.
(Del Ángelus del Papa Francisco el 30-8-2015)

POR SER FIELES A SU TRADICIÓN, DESCARTAN EL MANDAMIENTO DE DIOS


Evangelio según San Marcos 7,1-13.

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. 

Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce.

Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?".

Él les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: 

'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos'. 

Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres".

Y les decía: "Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. 

En cambio, ustedes afirman: 'Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán -es decir, ofrenda sagrada- todo aquello con lo que podría ayudarte...' En ese caso, le permiten no hacer nada más por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como éstas, hacen muchas otras cosas!".