Quiero darte gracias, Señor y Rey, y alabarte, Dios,
mi salvador. Yo doy gracias a tu Nombre, porque tú has sido mi protector y mi ayuda, y has librado mi cuerpo de la
perdición, del lazo de la lengua calumniadora y de los labios que traman
mentiras.
Frente a mis adversarios, tú has sido mi ayuda y mes has librado, según la grandeza de tu misericordia y de tu Nombre, de las mordeduras de los
que iban a devorarme, de la mano de los que querían quitarme la vida, de las
muchas aflicciones que padecía, del fuego sofocante que me cercaba, de las llamas que yo no había encendido, de las entrañas profundas del Abismo, de la lengua impura, de la palabra
mentirosa, y de las flechas de una lengua maligna.
Mi alma estaba al borde de la muerte,
mi vida había descendido cerca del Abismo.
Me cercaban por todas partes y nadie me socorría, busqué el apoyo de los
hombres y no lo encontré.
Entonces, me acordé de tu misericordia, Señor, y de tus acciones desde los
tiempos remotos, porque tú libras a los que esperan en ti y los salvas de las
manos de sus enemigos.
Eclesiastico 51, 1-8
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