viernes, 7 de marzo de 2014

En toda la Iglesia es el tiempo de la misericordia, destaca el Papa a los presbíteros de Roma

Con la imagen de Jesús el Buen Pastor, el cura es hombre de misericordia y de compasión y servidor de todos, reiteró el Papa Francisco a los párrocos de la Diócesis de Roma, en el tradicional encuentro de comienzos de Cuaresma.El Papa pidió oraciones por Don Luigi Retrosi, un párroco romano fallecido ayer. Alentando a seguir a Jesús, que parecía una persona sin techo, pues se le podía encontrar siempre recorriendo todas las ciudades y los pueblos, enseñando, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Y cómo al ver a la multitud, el Señor tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Situación que viven tantas personas, no sólo en Roma, en Italia, sino también en todo el mundo, destacó el Papa Bergoglio refiriéndose al sufrimiento de tantos pueblos que están sufriendo grandes dificultades:
«Entonces comprendemos que no estamos aquí para hacer un buen ejercicio espiritual al comienzo de la Cuaresma, sino para escuchar la voz del Espíritu que habla a toda la Iglesia en este tiempo nuestro que es precisamente el tiempo de la misericordia».
En toda la Iglesia es el tiempo de la misericordia... ¿Qué significa misericordia para los curas? Misericordia: ni manga larga ni rigidez. Fueron los tres puntos que desarrolló el Papa, recordando en el primero que el tiempo de la misericordia fue una intuición del beato Juan Pablo II, que beatificó y canonizó a Sor Faustina Kowalska e introdujo la fiesta de la Divina Misericordia. Ante las experiencia dolorosas que no faltarán, aun al lado de nuevos progresos, «la luz de la Divina Misericordia, que el Señor ha querido casi volver a entregar al mundo a través del carisma de Sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio», no lo olvidemos, alentó el Papa Francisco:
«Hoy olvidamos todo con demasiada prisa, incluso el Magisterio de la Iglesia! En parte es inevitable, pero no podemos olvida los grandes contenidos, intuiciones y consignas dejadas al Pueblo de Dios. Y la de la Divina Misericordia es una de ellas. Nos corresponde a nosotros, como ministros de la Iglesia, mantener vivo este mensaje, sobre todo en la predicación y en los gestos, en los signos, en las opciones pastorales. Por ejemplo, la opción de volver a dar prioridad al Sacramento de la Reconciliación, y al mismo tiempo, a las obras de misericordia».
Jesús tiene las «entrañas de Dios». Está lleno de ternura hacia la gente, en especial hacia los excluidos, los pecadores, los enfermos de los que nadie cuida, recordó también el Obispo de Roma a sus presbíteros, señalando que los curas «asépticos» y de «laboratorio» no ayudan a la Iglesia. Iglesia – volvió a recordar - que es como un «hospital de campaña», que debe curar las heridas. «Hay tanta gente herida, por problemas materiales, por escándalos, también en la Iglesia... Gente herida por ilusiones del mundo. Volviendo al tema del sacramento de la Reconciliación, el Papa puso de relieve que ni el laxismo ni el rigorismo hacen crecer la santidad. Mientras que la misericordia acompaña el camino de la santidad y lo hace a través del sufrimiento pastoral, que es una forma de misericordia. Quiere decir – explicó Francisco- sufrir por y con las personas, como un padre y una madre sufren por sus hijos.
(CdM – RV)

El ayuno que quiere el Señor es el que se preocupa por la vida del hermano, el Papa el viernes en Santa Marta

 “¿Me avergüenzo de la carne de mi hermano, de mi hermana?”. Fue una de las preguntas en el centro de la homilía del Papa Francisco, durante la Misa de la mañana del viernes en la Casa de Santa Marta. El Papa resaltó que la vida de fe está estrechamente ligada a una vida de caridad hacia los pobres, sin la cual aquello que se profesa es sólo hipocresía.
 

El cristianismo no es una regla sin alma, un prontuario de observancias formales para gente que pone la cara buena de la hipocresía para esconder un corazón vacío de caridad. El cristianismo es la “carne” misma de Cristo que se inclina sobre el que sufre sin avergonzarse. Para explicar esta contraposición, el Santo Padre retomó el diálogo del Evangelio de hoy entre Jesús y los doctores de la ley, que critican a los discípulos por el hecho de no respetar el ayuno, a diferencia de ellos y de los fariseos que en cambio lo practican mucho. El hecho, objetó el Pontífice, es que los doctores de la ley habían transformado la observancia de los Mandamientos en una “formalidad”, cambiando la “vida religiosa” en “una ética” y olvidando su raíz, o sea “una historia de salvación, de elección, de alianza”:
 

“Recibir del Señor el amor de un Padre, recibir del Señor la identidad de un pueblo y luego transformarla en una ética es rechazar aquel don de amor. Esta gente hipócrita son personas buenas, hacen todo aquello que se debe hacer. ¡Parecen buenas! Son éticos, pero éticos sin bondad, porque ¡han perdido el sentido de pertenencia a un pueblo! El Señor da la salvación al interior de un pueblo, en la pertenencia a un pueblo”.
 

Sin embargo, observó Francisco, ya el Profeta Isaías – en el pasaje recordado en la Primera lectura – había descrito con claridad cuál era el ayuno según la visión de Dios: “Soltar las cadenas injustas”, “dejar en libertad a los oprimidos”, pero también “compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo”, “cubrir al que veas desnudo”.
 

“¡Aquél es el ayuno que quiere el Señor! Ayuno que se preocupa por la vida del hermano, que no se avergüenza -lo dice el mismo Isaías- de la carne del hermano. Nuestra perfección, nuestra santidad va delante con nuestro pueblo, en el cual hemos sido elegidos e insertados. Nuestro acto de santidad más grande está precisamente en la carne del hermano y en la carne de Jesucristo. El acto de santidad de hoy, nuestro, aquí, en el altar, no es un ayuno hipócrita: ¡es no avergonzarse de la carne de Cristo que hoy viene aquí! Es el misterio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Es ir a compartir el pan con el hambriento, a curar a los enfermos, los ancianos, aquellos que no pueden darnos nada a cambio: ¡no avergonzarse de la carne, es eso!”.

Esto significa que el “ayuno más difícil”, afirmó el Obispo de Roma, es “el ayuno de la bondad”. Es el ayuno del que es capaz el Buen Samaritano, que se inclina sobre el hombre herido, y no es aquel del sacerdote, que mira al mismo desventurado pero sigue adelante, quizás por miedo de contaminarse. Y entonces, concluyó, “ésta es hoy la propuesta de la Iglesia: ¿me avergüenzo de la carne de mi hermano, de mi hermana?”:
“Cuando doy limosna, ¿dejo caer la moneda sin tocar la mano? Y si por casualidad la toco, ¿la retiro de inmediato? Cuando doy limosna, ¿miro a los ojos de mi hermano, de mi hermana? 

Cuando sé que una persona está enferma, ¿voy a encontrarla? ¿La saludo con ternura? Hay una señal que tal vez nos ayudará, es una pregunta: ¿sé acariciar a los enfermos, los ancianos, los niños o he perdido el sentido de la caricia? ¡Aquellos hipócritas no sabían acariciar! Se habían olvidado… No avergonzarse de la carne de nuestro hermano: ¡es nuestra carne! Seremos juzgados por el modo en el que nos comportamos con este hermano, con esta hermana”. (RC-RV)

ORAR CON LOS SALMOS EN CUARESMA

Los Salmos son para los cristiano la gran escuela de oración.
La liturgia de este domingo nos ofrece la meditación del salmo 51 (50 en la Biblia Vulgata y el Misal), el salmo penitencial por excelencia, conocido popularmente como el Miserere.
Podemos meditarlo entero en la Biblia o en las cuatro estrofas del Responsorial del domingo.
El hombre pecador se vuelve al Dios de la bondad y la misericordia ante el que se confiesa culpable y le pide perdón; la gracia divina le renueva –un corazón puro–, le devuelve la alegría y le capacita para alabar a Dios con los labios y la boca.
Cristo ofrece a todos el perdón incondicional del Padre, asegurado con su entrega por todos en la Cruz.

Salmo 51 (50)
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiana, el Papa el jueves en Santa Marta

Humildad, docilidad, generosidad: este es el estilo cristiano, un camino que pasa por la cruz, como hizo Jesús, y es un camino que lleva a la alegría. Lo dijo el Papa Francisco en la homilía pronunciada en la mañana del jueves durante la Misa en la Casa de Santa Marta.
En el Evangelio propuesto de la liturgia del jueves posterior al Miércoles de Ceniza, Jesús dice a los discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.” Éste – subrayó el Papa - es “el estilo cristiano” porque Jesús fue el primero que recorrió “este camino”:
“No podemos pensar en la vida cristiana fuera de este camino. Existe siempre este camino que Él hizo primero: el camino de la humildad, también el camino de la humillación a sí mismo, para luego resurgir. Este es el camino. El estilo cristiano, sin cruz no es cristiano, y si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiana. El estilo cristiano toma la cruz con Jesús y va adelante. No sin cruz, no sin Jesús”.
Jesús “dio el ejemplo” – continuó el Santo Padre – y, “siendo igual a Dios”, “se humilló a sí mismo, se hizo siervo por todos nosotros”:
“Y este estilo nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque este camino de humillarse a sí mismo es para dar vida, está en contra del camino del egoísmo, de ser apegado a todos los bienes sólo para mí … Este camino está abierto a los demás, porque aquel camino que ha hecho Jesús, de humillación, aquel camino ha sido hecho para dar vida. El estilo cristiano es precisamente este estilo de humildad, de docilidad, de mansedumbre”.
“Quien quiera salvar la propia vida, la perderá” – repite Jesús – porque “si el grano no muere, no puede dar fruto”. Y “esto, con alegría – afirmó el Obispo de Roma - porque la alegría nos la da Él mismo. Seguir a Jesús es alegría, pero seguir a Jesús con el estilo de Jesús, no con el estilo del mundo”. Seguir el estilo cristiano significa recorrer el camino del Señor, “cada uno como pueda”, “para dar vida a los demás, no para dar vida a sí mismo. Es el espíritu de la generosidad”. Nuestro egoísmo nos empuja a querer parecer importantes ante los demás. En cambio, el libro de la Imitación de Cristo – observó Francisco - “nos da un consejo bellísimo: ‘Ama no ser conocido y ser juzgado como nada’. Es la humildad cristiana, aquello que Jesús fue el primero en practicar”:
“Y esta es nuestra alegría, y esta es nuestra fecundidad: ir con Jesús. Otras alegrías no son fecundas; sólo piensan – como dice el Señor – en ganar el mundo entero, pero al final pierden y arruinan la vida. Al inicio de la Cuaresma pidamos al Señor que nos enseñe un poco este estilo cristiano de servicio, de alegría, de humillación de nosotros mismos y de fecundidad con Él, como Él la quiere”.´(RV-RC)

EL AYUNO GRATO AL SEÑOR


“El pan que no necesitas le pertenece al hambriento, el dinero que gastas en lo que no es necesario es un robo que le estás haciendo al que no tiene con que comprar lo necesario. Si pudiendo ayudar no ayudas, eres un verdadero ladrón.”
(San Basilio el Grande)

“El ayuno purifica el alma, eleva el espíritu, sujeta la carne al espíritu, da al corazón contrición y humildad, disipa las tinieblas de la concupiscencia, aplaca los ardores del placer y enciende la luz de la castidad.”
(San Agustín)

“El ayuno es humildad de la mente, castigo de la carne, molde de la sobriedad.” (San Ambrosio)

"Santificar el ayuno es manifestar con otras buenas obras que nuestra abstinencia es digna de Dios. Se debe advertir a los que se abstienen, que ofrecen a Dios una abstinencia agra-dable si dan a los pobres los alimentos de que ellos mismos se privan.
(S. Gregorio Magno)

“El ayuno ha de consistir mucho más en la privación de nuestros vicios que en la de los alimentos.”

(San León Magno)