El
«sueldo» del cristiano es «asemejarse a Jesús»: no hay una recompensa en dinero
o en poder para quien sigue de verdad al Señor, porque el camino es sólo el del
servicio y en la gratuidad. Buscando en cambio un «buen negocio» mundano, con
«la riqueza, la vanidad y el orgullo», se «nos sube a la cabeza» y se produce
también un «contra-testimonio» en la Iglesia. De esta tentación puso en guardia
el Papa Francisco durante la misa que celebró el martes 26 de mayo, en la
capilla de la Casa Santa Marta.
El
«diálogo entre Pedro y Jesús» inspiró la meditación del Pontífice, que partió
precisamente del pasaje evangélico de san Marcos (10, 28-31) propuesto por la
liturgia del día. Un diálogo, explicó, que tiene lugar tras el encuentro con
«el joven que quería seguir a Jesús: era bueno, Jesús lo amó», como relata el
Evangelio. Pero el Señor «le dijo que le faltaba una cosa: vender todo lo que
tenía» para darlo «a los pobres: “tendrás un tesoro en el cielo”». Pero «ante
estas palabras —afirmó el Papa— el joven frunció el ceño y se marchó triste».
Así, pues, «Jesús retomó el discurso y dijo a los discípulos:
“¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!”».
Y «los discípulos quedaron desconcertados por sus palabras». Pero «Jesús retomó
el discurso y les dijo: “Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios. Más
fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en
el reino de Dios”».
Y he aquí el pasaje evangélico de la liturgia, con Pedro que
asegura a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Como si dijese: «Y a nosotros, ¿qué? ¿Cuál será nuestro sueldo? Lo hemos dejado
todo». En pocas palabras, «los ricos que no han dejado nada —el joven que no
quería dejar sus riquezas— no entrarán en el reino de Dio, y para nosotros
¿cuál será la ganancia?».
La cuestión, destacó el Papa Francisco, es que «los discípulos
entendían a Jesús a medias, porque el conocimiento de Jesús, plenamente, tiene
lugar con la venida del Espíritu Santo». Y, en efecto, Jesús les responde: «En
verdad os digo que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o
hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo,
cien veces más, con persecuciones». En realidad, «Jesús responde indicando otra
dirección» y no promete «las mismas riquezas que tenía el joven». Precisamente
«el hecho de tener muchos hermanos, hermanas, madres, padres, bienes es la
herencia del reino, pero con la persecución, con la cruz. Y esto cambia».
He aquí porqué, explicó el Papa, «cuando un cristiano está
apegado a los bienes, hace el mal papel de un cristiano que quiere tener dos
cosas: el cielo y la tierra». Y «el punto de confrontación es precisamente lo
que dice Jesús: la cruz, las persecuciones, quiere decir negarse a sí mismo,
sufrir la cruz cada día».
Por su parte, «los discípulos tenían esta tentación: seguir a
Jesús, ¿pero luego cuál será el final de este buen negocio?». Y, añadió el Papa
Francisco, «pensemos en la madre de Santiago y Juan cuando pidió a Jesús un
sitio para sus hijos: “Ah, a este nómbralo primer ministro y a este ministro de
economía”». Era «el interés mundano en el seguimiento de Jesús»: pero luego «el
corazón de estos discípulos fue purificado, purificado, purificado hasta
Pentecostés, cuando lo comprendieron todo».
«La gratuidad en el seguimiento de Jesús es la respuesta a la
gratuidad del amor y la salvación que nos da Jesús», recordó el Pontífice.
«Cuando se quiere estar tanto con Jesús como con el mundo, tanto con la pobreza
como con la riqueza», sale a la luz «un cristianismo a medias, que quiere una
ganancia material: es el espíritu de la mundanidad». Y «ese cristiano, decía el
profeta Elías, “cojea con ambas piernas”» porque «no sabe lo que quiere».
Así, sugirió el Papa Francisco, «la clave para comprender este
discurso de Jesús —pues sí, cien veces más, pero con la cruz— es la última
palabra: “Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros”». Y
«esto es lo que dice del servicio: “Quien se crea o quien sea el más grande
entre vosotros, que sea servidor: el más pequeño». No por casualidad, recordó
el Papa, al decir estas palabras Jesús «tomó un niño y lo mostró».
«Seguir a Jesús desde el punto de vista humano no es un buen
negocio: se trata de servir», insistió el Pontífice. Por lo demás, es
exactamente lo que «hizo Él: y si el Señor te da la posibilidad de ser el
primero, tú debes comportarte como el último, es decir, con actitud de
servicio. Y si el Señor te da la posibilidad de tener bienes, te debes
comportar con actitud de servicio, es decir, para los demás».
«Son tres cosas, tres escalones, los que nos alejan de Jesús:
las riquezas, la vanidad y el orgullo», afirmó el Papa. «Por ello —explicó— las
riquezas son tan peligrosas: te llevan inmediatamente a la vanidad y te crees
importante»; pero «cuando te crees importante, se te sube a la cabeza y te
pierdes». Es por ello que Jesús nos recuerda el camino: «Muchos primeros serán
últimos, y muchos últimos serán primeros, y quien es el primero entre vosotros
que sea el servidor de todos». Es «un camino de abajamiento», el mismo camino
«recorrido por Él».
A «Jesús este trabajo de catequesis a los discípulos le costó
mucho, mucho tiempo porque no entendían bien». Así hoy, recomendó el Papa Francisco,
«también nosotros tenemos que pedir a Él que nos enseñe este camino, esta
ciencia del servicio, esta ciencia de la humildad, esta ciencia de ser los
últimos para servir a los hermanos y a las hermanas de la Iglesia».
Para el Pontífice «no es algo bueno ver a un cristiano —laico,
consagrado, sacerdote, obispo— que quiera las dos cosas: seguir a Jesús y los
bienes, seguir a Jesús y la mundanidad». Es «un contra-testimonio que aleja a
la gente de Jesús». Antes de continuar con la celebración de la Eucaristía, el
Papa invitó a pensar de nuevo en la pregunta de Pedro: «Lo hemos dejado todo,
¿cómo nos pagarás?». Y a tener bien presente la respuesta de Jesús, porque «el
precio que Él nos dará será asemejarnos a Él: este será el “sueldo”». Y
«asemejarse a Jesús», concluyó, es un «gran sueldo».