domingo, 8 de diciembre de 2013

Oración del Papa a la Inmaculada Concepción


El día de hoy, 8 de diciembre, es la fiesta de la Inmaculada Concepción... y el Papa Francisco rezó esta hermosa oración junto a los peregrinos que le acompañaron esta tarde en Roma... te invito unirnos todos juntos a la oración de Francisco... ¡feliz domingo y feliz Eucaristía...!


Virgen Santa e Inmaculada, a Ti, que eres el honor de nuestro pueblo y la guardiana atenta que cuida de nuestra ciudad, nos dirigimos con confianza y amor.

¡Tú eres la Toda Hermosa, oh María!

El pecado no está en Ti. Suscita en todos nosotros un renovado deseo de santidad: en nuestra palabra brille el esplendor de la verdad, en nuestras obras resuene el canto de la caridad, en nuestro cuerpo y en nuestro corazón habiten la pureza y la castidad, en nuestra vida se haga presente toda la belleza del Evangelio.

¡Tú eres la Toda Hermosa, oh María!

La Palabra de Dios se hizo carne en Ti. Ayúdanos a mantenernos en la escucha atenta de la voz del Señor: el grito de los pobres nunca nos deje indiferentes, el sufrimiento de los enfermos y los necesitados no nos encuentre distraídos, la soledad de los ancianos y la fragilidad de los niños nos conmuevan, toda vida humana sea siempre amada y venerada por todos nosotros.

¡Tú eres la Toda Hermosa, oh María!

En ti está el gozo pleno de la vida bienaventurada con Dios. Haz que no perdamos el sentido de nuestro camino terrenal: la suave luz de la fe ilumine nuestros días, la fuerza consoladora de la esperanza dirija nuestros pasos, el calor contagioso del amor anime nuestro corazón, los ojos de todos nosotros permanezcan fijos, allí, en Dios, donde está la verdadera alegría.

¡Tú eres la Toda Hermosa, oh María!

Escucha nuestra oración, atiende nuestra súplica: se Tú en nosotros la belleza del amor misericordioso de Dios en Jesús, que esta belleza divina nos salve a nosotros, a nuestra ciudad, al mundo entero. Amén.

Elegidos desde siempre, como la muchacha de Nazaret, el Papa durante el Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
este segundo domingo de Adviento cae en el día de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, y entonces nuestra mirada es atraída por la belleza de la Madre de Jesús, ¡nuestra Madre! 

Con gran alegría la Iglesia la contempla «llena de gracia» (Lc 1,28), así como Dios la ha mirado desde el primer instante en su diseño de amor. María nos sostiene en nuestro camino hacia la Navidad, porque nos enseña cómo vivir este tiempo de Adviento en espera del Señor.
 

El Evangelio de san Lucas nos presenta a una muchacha de Nazaret, pequeña localidad de Galilea, en la periferia del impero romano y también en la periferia de Israel. Sin embargo sobre ella se posó la mirada del Señor, que la eligió para ser la madre de su Hijo. En vista de esta maternidad, María fue preservada del pecado original, o sea de aquella fractura en la comunión con Dios, con los demás y con la creación que hiere profundamente a todo ser humano. Pero esta fractura fue sanada anticipadamente en la Madre de Aquel que ha venido a liberarnos de la esclavitud del pecado. 

La Inmaculada está inscrita en el diseño de Dios; es fruto del amor de Dios que salva al mundo.
Y la Virgen jamás se alejó de aquel amor: toda su vida, todo su ser es un “si” a Dios. ¡Pero ciertamente no ha sido fácil para ella! Cuando el Ángel la llama «llena de gracia» (Lc 1,28), ella permanece «muy turbada», porque en su humildad se siente una nulidad ante Dios. El Ángel la consuela: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (v. 30). Este anuncio la confunde aún más, también porque todavía no se ha casado con José; pero el Ángel agrega: « El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios» (v. 35). María escucha, obedece interiormente y responde: « Yo soy la sierva del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (v. 38).

 El misterio de esta muchacha de Nazaret, que está en el corazón de Dios, no nos es extraño. ¡De hecho Dios posa su mirada de amor sobre cada hombre y cada mujer! El Apóstol Pablo afirma que Dios «nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables» (Ef 1,4). También nosotros, desde siempre, hemos sido elegidos por Dios para vivir una vida santa, libre del pecado. Es un proyecto de amor que Dios renueva cada vez que nosotros nos acercamos a Él, especialmente en los Sacramentos.
En esta fiesta, entonces, contemplando a nuestra Madre Inmaculada, bella, reconozcamos también nuestro destino verdadero, nuestra vocación más profunda: ser amados, ser transformados por el amor. Mirémosla, y dejémonos mirar por ella; para aprender a ser más humildes, y también más valientes en el seguir la Palabra de Dios; para acoger el tierno abrazo de su Hijo Jesús, un abrazo que nos da vida, esperanza y paz.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera-Radio vaticano)


Oración para encender la segunda vela de Adviento



«Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios»... en la liturgia de hoy, Juan el Bautista se hace eco de las palabras del profeta Baruc... pero, ¿entendemos lo que esto significa...?

Los senderos, los valles, las colinas, lo torcido y lo escabroso no son meras referencias a la naturaleza, sino que se refieren a nuestro corazón... somos nosotros quienes debemos prepararnos, dejando atrás nuestras actitudes “torcidas” y nuestros deseos “escabrosos”, “allanando” nuestro orgullo y nuestra soberbia, para “elevarnos” en la humildad que nos hará posible encontrarnos con Dios...

Oración para encender la segunda vela de Adviento
Los profetas mantenían encendida la esperanza de Israel. Nosotros, como un símbolo, encendemos esta segunda vela. El viejo tronco está rebrotando, florece el desierto... La humanidad entera se estremece porque Dios ha asumido nuestra carne.

Que cada uno de nosotros, Señor, te abra su vida para que brotes, para que florezcas, para que nazcas, y mantengas la esperanza encendida en nuestro corazón.

¡Marana tha, ven, Señor, Jesús!
De Tengo Sed de Ti